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lunes, 31 de diciembre de 2012

LO MEJOR DE 2012



LA REALIDAD DE UN SUEÑO
Juan Hasty González, Cuba

Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol resplandece en el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni con su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue entonces cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su paso, todo lo que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por qué estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo:
- Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón?
Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No sé quién me habla! ¡Muéstrate! ¿Dónde estoy?
Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco aire del mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la brisa suave en su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con vida, aguas extendidas, aguas dormidas.
El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice:
- Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes de crecer y seguir adelante, caminando sin mirar atrás
Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan sus pies una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene y se da cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño.
Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su casa, las flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si fuera nieve del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas.
Muy contento con el sueño que había tenido exclama:
¡Voy para mi casa que está en mi pueblo, que está en mi tiempo!
¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo!




FOTOGRAFÍA

Por: Javier Barrera Lugo


Algunas noches extraño –aún para mi desaventurada ventura- el calor de tu calor cuando estás ausente. Tan cercana al infinito es la felicidad que nos permitimos cuando todo parece estar llegando a su fin y es sólo un nueva trampa para que nos sigamos buscando y encontrando breves momentos que valen el aroma de la vida…

Muchas veces te extraño con dolor sincero y limpio, pero la mayoría del tiempo eres tú dormida a mi lado, por la eternidad en mi memoria, la que reconforta este espíritu confundido hasta la médula y  recalca que los instantes de felicidad tuvieron la pureza de lo efímero, que todo lo prometido fue cumplido al menos un instante: el amor fue amor, el placer una fuerza revitalizante y deliciosa, la espera una ama implacable, el dolor un sello, pero no un imposición perpetua, los encuentros después de tanto tiempo, una dulce resurrección en medio de un mundo sordo que subvertimos apenas días en los que fuimos los seres más felices que jamás hayan pisado un planeta de papel. 




 MUJER


Por: Sandra Sandoval, SanLiSan



Vuelvo a ser mujer, de ojos temerosos, de silencios compartidos, de quejas y reclamos que se desvanecen con un beso.

Vuelvo a ser mujer de aspavientos matutinos con  hileras interminables de sueños vividos, de amor vehemente que no se cansa de quererte.

Vuelvo a ser mujer de pliegues suaves, de senos erguidos al amor que se enfilan al más pequeño roce de tus dedos.

Vuelvo a ser mujer de mil sabores, de besos llenos del amor del mundo, de miradas que agravan los silencios libidos de nuestras conversaciones.

Haces que mi mujer, la que llevo adentro, renazca cada día en mí, en medio de la fiesta de todo lo que has traído para mí en este tiempo.

Y quiero volar a tus recuerdos, saber todo lo que quieras que sepa, conocer tus oscuras libertades, tus pecados más profundos.

Te llenaré de besos nuevos cada luz de día, refrescaré  tus mares de deseo dejándome ser todas las diosas coronadas de tu sexo.

Y me regalaras esas plegarias de amor a la luz de cualquier estrella, en medio del diluvio o el calor más intenso en nuestras pieles.

Vuelvo a ser mujer, con deseos nuevos, desviviéndome en tus ojos claros que me ciegan, en tus labios que se cruzan con los míos temerosos, húmedos.

Vuelvo a ser mujer, con sueños ávidos como mil tormentas de una sola vez, de espasmos grandes y serenos estallados con tu amor.

Vuelvo a ser mujer de búsquedas, con ganas de caminar y descubrir de nuevo el mundo y entregártelo para que lo hagas a tu antojo.

Vuelvo a ser mujer, de cálidos abrazos, de amor por todas partes, de manos suaves que se pierden para lograr una caricia, de ilusiones grabadas con tu nombre.






Crónica Inútil

LA NOCHE ES DE COLORES

Por: Fernando Vanegas Moreno

Esta  noche salgo queriendo que fuera ayer.  Hace frio, anoche estuvo un poco más agradable. El paseo que me proponen me llama la atención, sin embargo, no puedo evitar sentirme nervioso, la espalda se me eriza y comienzo a sudar. La aventura me llama y me gana, y un leve “vamos”, se escapa de mis labios. Hoy como ayer, han existido parias, antes como ahora, se agolpan en su mugre, aquí y allá son olvidados, los más rechazados, por algo se llaman ellos mismos “desechables”. Son las 7 y 30 de la noche y salgo de mi casa con el pensamiento al lado de una cuota pendiente por pagar al banco. Me voy…., se a donde….., no sé el cómo.

La “ELE” no es una calle, más bien es un sector. El centro quizá más grande de consumo de sustancias psicoactivas en Colombia. La indigencia, la marginalidad, el delito, y la indignidad son sus habitantes desde siempre. Ubicarse es muy fácil, solo basta tomar un bus articulado del sistema Transmilenio hasta la estación de la Jiménez y se llega…., bienvenidos al mercado más grande de  alucinógenos en la ciudad. En la parte posterior de la dirección general de reclutamiento del Ejercito Colombiano, en pleno centro de Bogotá, se cocina toda la tristeza, toda la agonía y el sufrimiento de una cantidad indeterminada de personas que un día llegaron a este sitio y ya no pudieron partir. Cruzamos la plazoleta de los Mártires, a paso lento, despreocupado. “El flaco” ya conoce la rutina, es su calle hacia el escape, su surtidor inagotable de alegrías, su casa…, su olla. Nos observan; los habitantes de la calle que fingen dormir a esa hora en medio del frio de las noches capitalinas son los vigías a la entrada del averno, manejan sus propios códigos y señales, tendidos en el pasto, sus miradas pueden comunicar muchas cosas. Por ejemplo, conocen muy bien al “Kolino”, al consumidor, y por ende visitante habitual. También saben identificar a la policía encubierta…”es que su forma de andar y de moverse es muy boleta…, miran pa’ todo lado con el miedo en la cara”, explica “El flaco”.

Ir “bien” vestido, limpio o con algo llamativo es impensable. Se corre el riesgo de perder…, de perder la ropa, de perder lo suntuoso, de perder la vida. Aquí, todo tiene precio, todo se vende y todo se compra, por eso tal vez, las calles no están señalizadas, no tiene dirección; las placas metálicas que marcaban estos sitios hace rato se fueron en algún “sopladero” o casa alquilada por ratos para drogarse tranquilamente, si drogarse es tranquilo, claro. Mi guía y acompañante (es necesario ir con alguien reconocido, de lo contrario es peligroso y casi imposible manejar el gueto), me ubica en la primera esquina, huele a indigencia, a triste, a mierda, a orines…, me dan náuseas, siento ganas de vomitar…., debo aguantarme, no puedo mostrarme débil ante el barrio, me dice mi lazarillo. Pasan diez minutos, empiezo a acostumbrarme al hedor;  alguien se acerca, siento miedo, “que quieren los niños”, pregunta. “todo bien, nada por el rato”, contesta el flaco; busca a su jibaro o expendedor de siempre.

Empezamos a entrar en la comuna. Cientos de plásticos sirven de techo momentáneo a otras tantas almas que sentadas en el piso o recostadas contra las paredes, buscan con mirada perdida ese momento mágico que los libere por un rato, parece una zona de guerra, miles de huecos se dibujan en los muros, son las ventanas hacia el vicio, por estos pequeños agujeros se suministran las dosis necesarias para pasarla “bueno”, aunque sea solo momentáneamente. Todo cambia, ahora solo unos pocos nos miran, cada uno está en lo suyo, unos consumiendo como es lógico, otros, revolcando sus costales, buscando probablemente algo que vender o que cambiar por una “vicha”, por la dosis personal de esa noche. Otros hablan y pelean a madrazo limpio. Allá hay algunos jugando parques, un juego de mesa popular en el país, que aquí tiene otra connotación. El tablero, los dados y las fichas, son diseñados por ellos e implican una suerte de pitonisa o adivinatorio…, cada lanzada tiene un significado y puede definir el día siguiente: zonas para reciclar, la pérdida o la ganancia de una dosis, el cambio de unos “pirrieles” o zapatos por otros mejores, etc. El flaco sigue buscando, parece preocupado..., son las 9 de la noche y su “amigo” de confianza no aparece. Aunque suene paradójico o hasta ridículo, la confianza sí que es importante en este submundo. Cada expendedor tiene su clientela, y la ata a él con paquetes más grandes, con mayor calidad del producto, con cien o doscientos pesos menos en el precio de cada tamalito. Nada sobra, nada se pierde.

Me duele un poco la cabeza. La preocupación de mi “amigo”, da paso a su mal genio. Llevamos más de media hora y nadie da razón de su mercachifle. Otro más se acerca, ya no siento miedo, entro en confianza y pregunto que hay: “pues pa’ las ideas hay surtido, hay hachecita pero esta cara, le tenemos su periquito, que si su cilantrito, unas roquitas de seis, sus maduros…, en fin eso no es sino que me digan que quieren que se les tiene”. El flaco se chancea con el tipejo (bajito y sucio hasta el espíritu, yo creo), y después de unos minutos y cuando ve que somos solo preguntones, nos da una mirada de bacteriólogo, nos regala un hijueputazo y se aleja.

Existen también los “chichipatos”, los “pailas”, los más pobres entre los pobres, los que no consiguieron para la “traba”, para el viaje de esta noche y se apilan en los cambuches con el “chamber o pipo” en una botella (alcohol industrial mezclado con un refresco de preparación casera), de la cual beben todos hasta quedarse dormidos por efecto del alcohol (algunos han muerto producto  de esta mezcla), a la par, fabrican sus propios cigarrillos hechos con polvo de ladrillo, éter y telarañas. Sí, esas que usted ve en los lugares más oscuros de su casa, esas que usted desecha, aquí son apreciadas, repito, nada se pierde.

Una voz suave llama mi atención. Volteo, es un viejecito, que como todos los de aquí está sucio…, miento, algo en él lo hace ver más limpio, más digno. El flaco lo conoce y lo saluda efusivamente. Habla despacio, pausadamente, con la tranquilidad que le han dado los años y las calles. Se nota que todos lo respetan. Tiene un discurso elaborado, es inteligente, recordatorio imborrable de tiempos mejores. Tal vez fue un profesional prestigioso, quizá un gran medico…., habla de todo, no mira a nadie, sabe mucho. Deja en la mano de su cliente un paquete, es casi imperceptible esta transacción, se miran a la cara. En ningún momento desvían su mirada…, de igual forma se hace el pago. Las ansias no esperan, el flaco prende un “maduro”, un cigarrillo de bazuco, y lo aspira como si fuera el último. Pese a esto, luce calmado, relajado. El mal genio se fue. Yo también me pierdo en la labia del anciano, es mi forma de drogarme…., nos habla de la Bogotá de ayer, del cartucho (el antiguo lugar de concentración, que fue derrumbado y dio paso al parque Tercer Milenio), de los de antes, del ahora…, del peligro social y de salubridad del micro tráfico…, (jajajaa me rio interiormente, este viejo la vende y la crítica); que guevon cavilo un rato. Regreso. Ya el anciano se despide…, los ojos del flaco lo delatan, ahora son rojos, adormecidos. En la boca calle se detiene una moto, son un par de policías; lanzan una mirada de reojo  y se van, es territorio vedado para ellos, entrar los dos solos es un suicidio. Siempre que hay operativos, no menos de cien agentes son los encargados. El viejo me observa de arriba abajo, me da una palmada en el hombro y se va. Me acuerdo de la cuota del banco y me rio…., a mi alrededor esta la gente que de verdad tiene problemas, que no come, que no tiene un techo, que han sido discriminados y arrojados a la basura del olvido…., estoy rodeado de un adiós y un  hasta siempre.

Son las diez de la noche, huelo a mugre, a humo, a vicio, a acera. Salimos. El flaco se sienta un momento en las escalinatas de la iglesia del Voto Nacional…, necesita aire. Yo también. Los ñeritos han cambiado, los que estaban cuando llegamos ya se han ido, ahora son otros los vigilantes mudos, repetimos las miradas, las señales, los saludos. El flaco se incorpora, me dice cualquier cosa, me agradece la compañía, me da un abrazo y partimos….

Otro sitio, otro lado de la ciudad…, atrás dejamos la oscuridad y la tristeza. El flaco cierra los ojos; lo siento triste, melancólico y solo una frase acompaña su nostalgia…”si ve por que la noche es de colores”.

lunes, 24 de diciembre de 2012

EL PUEBLO SIN NOMBRE


EL PUEBLO SIN NOMBRE
Jeackson Antonio Vargas Benítez, El salvador.




El resplandor del sol iluminaba el día. En el cielo se observaban pocas nubes. Una brisa cálida y suave atravesaba las hojas de aquel pequeño árbol de jocote que media poco menos de dos metros.
La mano de don Víctor lanzaba puñadas de maicillo, que recogía de un pequeño guacal de morro que tenía sujeto con sus piernas. Las palomas armaban un alboroto para poder agarrar un poco.
Ya acabado el grano, en un pequeño guacal de plástico color rojo, don Víctor colocaba agua fresca para las pequeñas avecilla, para que introdujeran sus diminutos y delicados picos, con los cuales absorbían casi gota a gota aquel limpio líquido, obedeciendo a su instinto natural acudían en pequeños grupos.
Don Víctor acostumbraba luego de esta rutina, a tomar una taza de café. Le pedía a su esposa aquel pequeño antojo. Ella le observaba el rostro fijamente, con una inmensa ternura, con aquellos ojos grisáceos, que parecían brotes de agua zarca. Con una sonrisa en su boca, aquella bella mujer de tez morena se dirigía a la cocina por la taza de café. Sabía que a su esposo le gustaba el café hecho en hornilla de barro, para beberlo recién sacado del fuego. El rico aroma se expandía por cada rincón de la casa.
Cayó la tarde, las aves anunciaban la noche. Don Víctor y su esposa sentados en la mesa, uno frente al otro. Ella dijo: “Gracias señor por este alimento, bendícelo y te pedimos que se convierta en alimento para nuestros cuerpos”. Amén – terminaron los dos-, comenzaron a comer. Don Víctor le sonrió a su esposa y le dijo con vos tierna y suave “Te amo, muchas gracias por la cena”. Ella sonrió y lo miro lleno de ternura.
Terminaron la cena. Ambos se levantaron. Don Víctor se dirigió a la sala, y observaba fijamente la foto que estaba colocada en la pared blanca. Era de uno de sus hijos, fallecido en la guerra. Una pequeña lágrima atravesó su mejilla. Pensó en ese instante, “Señor estoy seguro que lo tenés gozando de tu gloria, vos sabes que el dio la vida porque sus hermanos tuvieran un lugar mejor donde vivir y también los Quería proteger”.
Luego de eso se fueron a acostar. Antes de dormir don Víctor comentaba lo bueno que había sido su hijo, los sueños que tenia, las grandes ilusiones. No quería que sus hermanos vivieran en un lugar lleno de odio, soñaba con un lugar más justo. Ahora está en un lugar mejor- dijo su esposa-. Aquí fue su primer paso, allá es el segundo, en el cielo le está pidiendo a Dios por ese lugar más justo y mejor para nosotros. Luego de esta conversación se durmieron.
Don Víctor comenzó a soñar. Iba caminando por unas montañas. Se oían ruidos de helicópteros, de un lado hacia otro. Él se asustó pues también se escuchaban disparos, muy cerca de él. Comenzó a sudar, a desesperarse. El corazón le latía cada vez más fuerte. Un escalofrío le recorría todo el cuerpo, y corrió muy rápido. De repente a lo lejos vio sentado a un grupo de niños muy tranquilamente. En el centro estaba un joven de tez morena, cara pequeña, cabello negro y brilloso, muy liso. Su nariz era muy escasa, pero muy fina. Don Víctor lo reconoció de inmediato, era su hijo, sentado al centro.
Junto a él, estaba otra persona que lo miraba atentamente y se sonreía. Como se notaba el cariño que aquel hombre le tenía a su hijo. Un hombre barbado, moreno – igual que su hijo-, de mediana estatura, que denotaba paz y serenidad.
Don Víctor se acercó más, para escuchar mejor lo que su hijo decía. Cuando se acercó pudo escucharle contando una pequeña historia:
Crecí en un pueblo que lleva un nombre muy peculiar, y contradictorio a su realidad. Hace alusión a un bosque que no existe, a un río, hoy contaminado, su nombre es río boscoso. Alejada de la modernidad, la gente de mi pueblo se levanta muy temprano. A veces salen antes que el sol. Nos gusta ver las estrellas, y soñar cosas bonitas cuando las vemos. No podemos pasar por alto tan bella creación. Imaginen un mundo donde nadie las vea, que extraño sería, pero eso no pasa en mi pueblo. Nos bañamos con agua muy helada de nuestras pilas, a guacaladas como comúnmente decimos por aquí.
Después del baño, ponemos un poco de café al fuego, para tomarlo luego bien calientito y así opacar el frío y pegamos la corrida al cuarto, porque en la madrugada uno sí que se caga del frío. El humo del café se mezcla con la neblina de la madrugada, es rico beberlo en un pequeño guacalito de morro y acompañarlo de un pedacito de pan dulce. Entre soplo y trago se va acabando. Llega la hora de irse a trabajar, para nosotros esto no es molestia, el trabajo es bien remunerado y con lo que se gana alcanza para cubrir los gastos necesarios. A mi gente no le da miedo salir de sus casas, pues no hay peligro alguno – aun siendo de madrugada y bien oscuro-. Antes de salir nos despedimos de los que quedan en el hogar y le damos las gracias a Dios por un nuevo día regalado. Caminamos un poco para tomar los autobuses que nos llevan hasta la capital, donde está el medio de trabajo más grande de la región. Se puede observar mucha gente en la calle que van también a sus trabajos. La brisa helada de la madrugada nos cubre todo el rostro.
Salta el primer rayo del sol por encima de las copas de los árboles, esta suave luz ilumina volcanes, sueños, ilusiones, esperanzas, nubes, las cuales se ponen amarillitas como yemas de huevos. Esto solo dura unos instantes por que luego se pone bien clarito. Los pájaros salen cantando de entre las hojas verdes y frescas de los árboles, empapadas del rocío de la madrugada. Gota a gota cae el rocío en el verde pasto, donde solo se ven filas de hormigas trabajando.
Al llegar al trabajo, todos somos bien recibidos por sus compañeros y hasta por el jefe del lugar, mi gente no conoce de injusticias, las personas con cargos importantes no se aprovechan de sus cargos pues ellos saben que es por nosotros que ellos están ahí, trabajan muy bien, no se aumentan los salarios injustificadamente, pues ellos siente que esto es incorrecto, y un grave irrespeto para mi pueblo y ellos respetan eso, aunque aumentarse el salario no es malo cuando uno se lo merece, mi pueblo así los premia pagándoles y aumentándoles cuando es necesario, hay un equilibrio en mi sociedad. Aquí se nos respeta nuestra dignidad, no se burlan de nosotros, no nos engañan. Si una de estas personas comete algo malo o no está haciendo bien su trabajo, no se siente digno de estar más ahí, delega su puesto a otro que lo desempeñará mejor, están conscientes de eso.
Volvemos a nuestros hogares, satisfechos de un día de labor más. Llegamos a descansar para el día siguiente.
El joven pone punto y final a la historia. Una sonrisa aparece en su rostro. Don Víctor se pregunta, ¿De qué lugar estará hablando mi hijo? El joven dice a los niños. “voy a confesarles. Que en esta historia solo hay dos verdades. La primera, el lugar si lleva el nombre de un bosque que no existe y de un río que está contaminado. La segunda, mi gente aun en su mala situación, en sus miserias, injusticias, inseguridades da gracias a Dios por la vida, guardan la esperanza de un futuro mejor. Un niño se pone de pie rápidamente. Don Víctor se impresiona al ver al muchachito preguntarle a su hijo, si en la historia hay solo dos verdades y las demás no, ¿qué nos querías decir? Don Víctor ve como su hijo se sonroja, lo que quería enseñar es que tratar de ocultar las verdades no es bueno, dejar pasar de largo o esconder las injusticias, la realidad y no luchar por un lugar mejor, también quería enseñarles lo bueno que es soñar con lugares tan bellos como este, es un regalo de Dios. Para que nosotros trabajemos por este lugar. Don Víctor salto de inmediato muy asustado y se dio cuenta que estaba soñado, rápidamente se dirigió hacia la sala. Se sentó en un sofá azul muy cómodo, a ver la foto de marco ocre que colgaba en aquella pared blanca. Absorto en la cara de su hijo.

viernes, 14 de diciembre de 2012

LA ESPERANZA


LA ESPERANZA
Víctor Olivares, (Montreal, Canadá)

Todas las mañanas, Julio salía corriendo para ir al trabajo, a veces comiendo parte de su desayuno que aún no había terminado, pero siempre volando. Por diferentes motivos ya varios habían sido despedidos en la compañía donde él trabajaba y eran reemplazados por alguno de los que hacían filas para que les dieran trabajo. Él sabía que no podía arriesgarse a perderlo, a sus 45 años de edad no sería nada fácil encontrar uno nuevo. Aunque no se compraba zapatos todos los años, ganaba más que muchos en su barrio, lo que le permitía a María, su mujer, que trabajaba medio día como empleada domestica, tener buen crédito en el negocio de la esquina, ya que siempre pagaba puntualmente la primera semana de cada mes.
Una día de otoño las hojas coloreaban la húmeda calle, eran las seis y treinta de la mañana,    Julio iba camino al paradero con sus manos balanceándose, ojos fijos, la respiración corta y su bolso colgado en el brazo, pero sucedía algo extraño, no había nadie en la calle, algo inusual para un día jueves, pero justo en el momento en que se puso a pensar que se había equivocado, y que tal vez, ya era el fin de semana, escucho voces y pasos; era la gente que iba pasando.
-¡Buenos días don Julio! -Le dijo alguien que pasaba.
-¡Buenos... días! -Respondió atónito, con la mirada buscando la voz que se desplazaba.
No comprendía que sucedía, no podía ver a ninguna persona, pero a él lo veían. Se detuvo y observó que todo lo demás estaba en su sitio, le dio la sensación que los árboles avanzaban con decisión hacia él, los veía como un gran ejercito verde. En pocos segundos se hizo mil preguntas, y se repetía a sí mismo:
-¡Ya va a pasar! -¡Ya va a pasar!
Por lo tanto siguió caminando, aun más lento, escuchando y viendo la tranquilizadora soledad de su entorno. A momentos sintió ser el único desgraciado sobre una calle interminablemente larga, hoy llena de piedras. Sus pisadas eran torpes y subterráneas, pero nada importaba tenía que llegar a su trabajo. Cada obstáculo era un gigante de humo que hipnotizaba sus pupilas. Al llegar al paradero hurto a alguien e inmediatamente pidió excusas.
-¡Disculpe!
-¡Hola, Julio! –Dijo él otro con mucha alegría y abriendo los brazos.
Tratando inmediatamente de comprender quien era, se concentró un poco, pero el olor a cigarrillo y la voz cómica que lo rodeo, lo ayudó a reconocer muy rápidamente a su gran amigo Raúl. Se conocían desde niños, fueron a la misma escuela, y más de alguna vez trabajaron juntos, como ellos mismo decían: “Somos yuntas”, y siempre lo fueron, hasta que la vida los alejo. Sí, Raúl siete años atrás quedo sin trabajo, y buscó, y buscó, y no encontró, y el escaso que había era mal pagado y no le permitía pagar las cuentas de hombre moderno. Entonces como muchos, decidió buscar fortuna en otra lejana ciudad. Cuando podía volvía de visita, no todos los años, pero volvía a recordar el pasado, aunque el tiempo se había encargado de enfriar muchos recuerdos.
-¡ Hola...! ¡Hola..., tanto tiempo, Raúl! –Respondió Julio un poco perplejo.
-¡Qué tal Julio! –Le respondió este, abrazándolo.
Julio que no lo veía, no sabía cómo comportarse, ni siquiera se le ocurría que preguntar, su mente estaba en otra cosa. Raúl, que estaba feliz de verlo, tenía argumento para varios días, pero se sonrió y como comprendiendo a su amigo trato de suavizar el encuentro, entonces le dijo:
-Qué día tan frío, parece que el invierno quiere llegar antes.
Julio lo escuchaba, y no decía una palabra, aún estaba con sus mil preguntas en lo profundo de su alma.
-¿Qué te pasa, te veo un poco paliducho? -Prosiguió Raúl, tratando de que su amigo le confesara algo por su propia voluntad.
-¡No..., nada!, Bueno..., estoy más o menos preocupado, un poco desmoralizado ya que están cortando gente en la compañía, tu sabes siempre le echan la culpa a algo, o los chinos, o el dólar, o la globalización. Y para rematar, hago horas extras que no me las pagan, pero hay que quedarse callado, como tú sabes: “Si no te gusta, allí está la puerta”.
-¡Qué lástima! -Lamentablemente en todos lados pasa lo mismo. -Respondió Raúl con un tono comprensivo
-Sí, pero donde yo trabajo es el colmo, ya que como es una compañía chica y somos pocos los empleados, siempre dicen que hay que ponerse la camiseta ya que hay problemas financieros debido a las bajas ventas, y bla, bla, bla... Hace diez años que escucho el mismo rollo, pero los patrones tienen una casona aquí y otra en el campo, un mercedes, una camioneta, empleadas, y de los tres hijos que tienen dos van a escuelas privadas, y el que va a la U también tiene su auto.
-¡Que le vamos a hacer! -Respondió Raúl levantando los hombros. –Pero tú sabes que...
Raúl fue bruscamente interrumpido por Julio y no pudo terminar lo que quería decir.
-Somos siempre nosotros, el pueblo, los que pagamos los platos rotos. -Dijo Julio, respirando profundamente y exhalando todo el aire que había entrado a sus pulmones. Luego continuó –Sí, estos son igual que los políticos, todos prometen, y “después si te visto no me acuerdo”. Me pregunto: ¿Por qué no firmarán un papel, donde esté escrito lo que prometen en las campañas electorales, así si no lo hacen sean enjuiciados? Creen que ...
¡Tranquilo! –Exclamo Raúl, deteniendo suavemente la ráfaga de palabras de su amigo, que en realidad eran lágrimas que no dejaba que salieran de sus ojos, y que escapaban por su boca sedienta de humanidad. -¡Fuerza, hombre! Continuó Raúl. -Mira a tu alrededor, los demás también van a trabajar, y también ellos, como todos, son víctimas de los enfermos del dinero y del poder. No dejes que te venzan, que tu cuerpo y tu alma no se vallan a quedar sin agua, bébete las estrellas para que te ilumines y ciegues al que te hiera.
Julio se mordió los labios, abrió más los ojos, inclino un poco la cabeza, y pateo despacio una pequeña piedra que había en el piso. Tal vez como estaba un poco perturbado no entendió nada, o sólo estaba harto de tanta incomprensión, pero si sé que sus hinchadas venas por su boca hablaban. Entonces con un tono irónico dijo.
-¡Así es la vida! ¡Vida de perros!
-¡Pero qué estás diciendo! –Replicó enfático Raúl – Por bajar la cabeza has chocado muchos muros, ¡Levántala! ¡No dejes que el peso de la noche te exprima y use tus lágrimas para apagar la vida! No estás solo, somos muchos y hay que luchar para lograr un mundo mejor.
Justo en el momento que Julio iba a responder fue interrumpido.
-¡Ahí viene el autobús! –Dijeron varios en el paradero.
Era de color verde y no tenía número, se detuvo y se abrió la puerta. No todos subieron, hubo un grupo que al parecer no le interesó la presencia del autobús, se les veía cansados, preocupados y enojados, Julio fue uno de ellos, él decidió de no subirse, como no veía a nadie, ni chofer ni pasajeros, era como un transporte fantasma, y tenía miedo de muchas cosas. También escuchaba decir a los que no subieron que el mundo muy pronto se iba a acabar y que nadie nos podía ayudar.
Raúl ya al interior, en voz alta, le decía:
-¡Qué te pasa hombre, súbete!
-Es que... hoy entro más tarde, y como está lleno y no tengo apuro, esperaré el otro.
-¡Pero... qué dices, si la mitad está vacío!
Entre el ruido del motor, la conversación de la gente cada vez más alta, y el apuro del chofer que tenía todavía un largo viaje que hacer, Julio dijo palabras cortadas para dar una excusa. Después escuchando que se cerraba la puerta y que se alejaban, lleno de resentimiento se dio media vuelta y cruzo la calle sin mucha precaución, camino un par de cuadras y se encontró con la plazoleta donde acostumbraba jugar con sus hijos, se sentó en el primer banco y con su cabeza entre sus rodillas se puso a pensar. Lo que más sentía era el no haber podido ir a trabajar y estaba seguro que tendría graves problemas por su ausencia y no quería contar lo que realmente le estaba sucediendo ya que seguramente pasaría a ser “el loco” de la compañía, como le ocurrió a Fernando, uno de sus colegas, que fue al doctor por que decía haber visto varias veces un espíritu en su dormitorio, que le decía que debería dejar el alcohol. Al cabo de unos meses lo echaron, entonces vendió todo lo que tenía y se fue con su familia a Australia donde ahora trabaja como tornero, y no bebió más. Las veces que ha venido de visita se le ve muy bien y de loco no tiene nada.
Después de algunas horas sentado comenzó a sentir mucho frío, por lo tanto decidió volver a su casa y descansar un poco. Sabía que María ya no estaría en casa, ya que es ella la que va a dejar los niños a la escuela porque esta camino a su trabajo, así que era el momento de entrar y de descansar estirado en la cama, que era lo que siempre hacia cuando se sentía mal.
Cuando llego a su casa, abrió la puerta lentamente, y su cara, en vez de pesar, se le lleno de felicidad al ver sus dos hijos y María tomando desayuno en la mesa.
-¡Puedo ver! –Murmuró en silencio empuñando sus manos, he inmediatamente pensó que ya estaba mejor. Entró, y estaba listo para dar una explicación de por qué había regresado y porque no fue a trabajar, pero nadie le hablo, mejor dicho nadie hizo un mínimo movimiento con la mirada hacia donde él estaba. Dura fue su sorpresa al comprender que ellos no lo podían ver, entonces no quiso hablar porque pensó inmediatamente que se iban a asustar como le sucedió a él momentos antes. Se dirigió con precaución al baño, entro y cerró la puerta casi al mismo tiempo, con miedo se miro al espejo, se toco la cara y se puso a llorar silenciosamente lágrimas secas que casi no brillaban en sus ojos colonizados. No sabía qué hacer, se sentía enfermo, viejo, y sucio. Sintió caminar y que golpeaban suavemente la puerta con los dedos. Tenía miedo de abrirla no quería asustar a quien tanto amaba, se quedo silencioso esperando algo que no sabía verdaderamente que era, siempre pensó que el tiempo trae remedios y soluciones.
Sintió por segunda vez que golpeaban la puerta. Sus ojos se agrandaron, y sus manos aferraron con fuerza la manilla.
-¡Vamos Julio, que ya es tarde! -Era María que lo estaba apurando.
Indeciso esperó algunos segundos, y abrió lentamente la puerta. Nuevamente no vio a nadie, escuchaba a sus hijos, pero estaba ciego y la amargura se apodero, otra vez, de su garganta. Al improviso sintió a María que le daba un beso y que lo abrazaba. Julio que ya todo lo veía negro, se sentía mareado y acabado, cerró los ojos con profundidad y se dejo llevar por el perfume maternal que invadía el lugar, luego sintió que ella lo tomaba de los hombros y le decía con una voz blanda y lejana, que flotaba en el aire:
-¡Julio son las tres... y vamos a llegar tarde al funeral de Raúl!
Julio quedó estático, su mirada era una línea sin fin, parpadeo lentamente para que la vieja lágrima cayera, se limpio los ojos con fuerza y volvió a ver a María con su cara angelical que lo miraba con entendimiento. La abrazó y su llanto se desató, en un par de segundos lloró una vida. Luego acercó su boca a la de María, la beso como premiándola por los rayos de amor que ella siempre llevaba en sus mangas. Tanta dulzura había en esas lágrimas amargas.
Luego, María minimizando lo ocurrido, dando prueba de control, le dijo:
-Afuera está brillando el sol.
Después con delicadeza se alejó y se fue a apurar los niños, Julio salió del baño y se dirigió a la ventana, la abrió, miró hacia la claridad del cielo, dejó escapar sus últimas lágrimas prisioneras, respiró con profundidad, y dijo con voz madura y quebrada:
-¡Perdóname, perdóname señor por mi poca fe y por haber ignorado en el paradero la esperanza! -Volvió a respirar profundamente, y exhalando decía:
-María..., Mujer... que sería de mí sin ti, sin tu motivación, sin tu fuerza.
Luego se dio la media vuelta, su rostro estaba lleno de luz, era el amanecer que había llegado a su corazón después de largas noches infernales. Dio algunos pasos, se acerco a su hijo más pequeño, le beso la frente y lo levantó con un brazo como levantando una bandera, y se dirigió hacia la puerta. María con el otro niño de la mano iba junto a él, los cuatro salieron juntos he iluminaban el camino. Julio la miró con cariño y le dijo:
-¿Amor, tú piensas que el vestido de flores que llevas puesto sea el más apropiado para esta ocasión?
Ella se observó el vestido, miró a Julio con una sonriente mueca, y abriendo los brazos hizo un paso de baile. Se detuvo y le dijo:
-¡Es lo mejor que tengo para el cumpleaños que vamos!

domingo, 9 de diciembre de 2012

EL PRECIO DE LA FELICIDAD


Histeria de Kauil
Semper Simul Semper Carmina, Cata


EL PRECIO DE LA FELICIDAD

Por: Javier Barrera Lugo

Lo encontré tirado sobre una banca del parque del barrio Pío Xll. Estaba lleno de escaras, ojos melancólicos, siempre lo fueron, el color de su rostro, detenido en algún estadio del infierno, se mezclaba con la inmunda tonalidad de la ropa que parecía tener puesta desde hacía décadas. Su apatía parecía consciente. No pude ser ajeno a los sentimientos de repugnancia de la gente que lo miraba sin hacerlo, sin compasión o emociones, como si de un mal augurio ubicado en el paraíso se tratara. Lo vi y lo irrespeté, sentí pena sincera por aquel guiñapo que alguna vez consideré mi amigo y en ese momento cargaba la espantosa enfermedad terminal del abandono. No lo quise molestar, me alejé.
Doce años antes, Henry, era el ejemplo perfecto de cómo la perseverancia y la falta de escrúpulos llevados con inteligencia son capaces de generar dioses mentirosos. En la empresa donde trabajábamos se destacó por sus arriesgadas maniobras comerciales, por el carisma que embrujaba hasta los funcionarios más déspotas de la aduana nacional, por la temeridad con que sustraía mercancías importadas sin ruborizarse, de frente, sin falaces atisbos de moral. “Pinta pa’ millonario”, dijo alguna vez el dueño de la compañía mientras el intrépido muchacho entregaba escrupuloso el resultado de un saqueo organizado por él. Al final de la tarde todos en la oficina lucíamos lentes de diseñador, corbatas de seda Hermès, botas militares robadas de algún menaje de la embajada americana, navajas suizas y hasta utensilios de cocina que hipócritas disfrutábamos como si fueran nuestros; en el fondo pensábamos que culpable era quien ejecutaba, no quienes nos lucrábamos del botín.
Como casta ejemplar de adolescentes lanzados al mundo con expectativas de triunfo siempre estábamos bebiendo, trabajando como mulas adiestradas, inventando faenas sexuales que involucraban mujeres inalcanzables, retirando dinero del banco donde la agencia tenía cuenta para sobornar a honestos hombres a nombre de otros hombres honestos que eran nuestros referentes, celebrando una vida que apenas comenzábamos. Lo que fue marginal al principio se hizo ley y nadie tuvo los pantalones o las ganas para detenernos. Henry, se volvió una especie de capo dispuesto a no desamparar a los cachorros de su generación. Los viejos funcionarios de la oficina lo odiaban, acusaban por la espalda, rasgaban sus vestiduras olvidando que ellos también fueron “rateritos” que se pulieron con los años y en ese momento despotricaban de sus jóvenes contrincantes escudados en prósperos negocios legales e hijos estudiantes de medicina que les lavaban la vergüenza de la cara.

Pero a Henry, eso lo tenía sin cuidado. Se echó al bolsillo a las piezas claves en la aduana, la empresa y las oficinas de los clientes, lo que le garantizó además de dinero, control absoluto sobre la agencia donde éramos, según la documentación legal, “simples” tramitadores de aduana ganado el salario mínimo. El dueño estaba feliz, las cosas fluían, se multiplicaban los negocios, la vida era buena. Un grupete de muchachitos le estaba generando más dinero que la “parranda de veteranos cicateros” que pedían mucha más tajada por hacer menos. Las ganancias ya no se le quedaban a mitad del camino. A los viejos les lanzaba huesos para que gruñeran pero no mordieran. Ellos aceptaron sin chistar: la experiencia les dictaba lo que terminaría por suceder.
Los saqueos de mercancía y comisiones cobradas a los transportistas se volvieron ganancias de segundo orden con la nueva dinámica impuesta por Henry. Los sobornos coparon el espectro e hicieron palpable la bonanza. Cada cliente requería más y más cosas que debían pasar a través de la franja gris otorgada por la legislación aduanera del país y sus corruptos guardianes. Insaciables, pagaban por pecar y los integrantes de cada nivel de la cadena no nos hacíamos rogar. A un grupo de “rapaces”, se les concedió el poder sin contarles que éste es como una boa constrictora: hechiza, acaricia, se cierra y termina por romper el espinazo de su víctima.
Las palabras del padre Camilo sobre la honestidad, repetidas por seis años de bachillerato, escaldaron mi culpa. Mis viejos no se rompieron el lomo para que fuera un simple rufián ignorante. Decidí irme de aquel lugar, dejar de figurar como elemento en una ecuación de la que nunca me sentí parte. De aquel grupo hambriento de pelafustanes sólo estimaba a Henry y a Juan Carlos, “el pollo”. De los otros siete compañeros jamás me fié y el tiempo le dio la razón a mis instintos. Henry, confiaba en mí, daba razones, me contaba sus asuntos, jamás suavizó puntos de vista y eso se lo agradezco todavía. Tomaba en cuenta mis razonamientos aunque al final decidiera hacer lo contrario. La noche en que celebramos mi despedida de la empresa nos separamos de la muchedumbre y dijo con voz de verdadera tristeza, que me cuidara, que no los olvidara, que mantuviéramos contacto. Incumplí cada una de estas promesas. La cautela y esa maldita propensión a juzgar estando manchado, jugaron en contra de unos principios débiles, o por lo menos a prueba, de un muchacho asustadizo.
-¿Por qué seguir haciendo esta mierda,  Henry?-dije más como imposición maniquea que como pregunta. Con una sonrisa sació mi curiosidad.
-Vea poeta marica, soy un tipo que se rompe por sus sueños y mi sueño es ver feliz a mi mamá, a mi “chinito” (3 años en aquel entonces) y a Kelvy, la noviecita. No estudié, no respeto lo ajeno ni valoro el esfuerzo y sus recompensas.  Mire cómo andan los que lo han hecho así, llenos de deudas, saltando “matones”, no son nadie la mayoría. Sin padrinos esta pendejada no funciona. Estoy aprovechando mi cuarto de hora. En unos añitos me retiro con plata y todos contentos. El plan es seguro…  ¡Camine nos emborrachamos y deje de joder, hermano. Hoy es su último día aquí!

Si hay algo seguro es que nada lo es. Entender eso costó lágrimas. Comencé a vivir otras cosas, me enamoré, perdí, volví a enamorarme, pagué por ello, encontré rostros hermosos en la selva,  las ilusiones ya no fueron amantes sino compañeras, no busqué más trabajo y le aposté a escribir. Pasaron varios años, las noticias sobre Henry y su grupo me llegaban a cuentagotas y por terceros: que empezaron a consumir coca, que los sobornos se intensificaron,  que formaron una banda y robaron tractomulas que llevaban mercancías de los clientes, que se transportaban en camionetas 4x4, que Henry ya no era Henry sino un criminal con demasiadas ínfulas, que andaba armado y lleno de fantasmas que lo obligaban a hacer estupideces, que le dieron un tiro en el pecho, que los amigos lo delataron y terminó “comiéndose” cinco años en La Modelo, que ellos quedaron tranquilos en sus casas, que Kelvy, lo mandó al carajo y se casó con otro tipo, que al hijo se lo llevó la  ex esposa para Cali, hastiada de aguantar privaciones, que a Henry, lo volvieron a encarcelar en Francia por robarse una chaqueta en Charles de Gaulle,   que traficaba drogas en Corea del Sur, que era un perdedor llevado por el vicio, que… Que… Que…
Tantas cosas se dijeron, tantas se comprobaron y otras tantas entraron a ser parte de la visceralidad de su leyenda. Lo más triste es que los beneficiarios de sus escaramuzas de bandido se cansaron de aguantarlo y se fueron no bien la fortuna cambio de acera. Alguna vez me encontré por casualidad al “pollo” y me contó cosas que matizaron mi irrelevante punto de vista respecto a la historia que estoy narrando:
-Todo lo que le comentaron es cierto, poeta. Del muchacho buena gente no quedó nada. Siempre estaba en unas “turcas” increíbles, metiendo como loco y jodiendo con esa puta pistola que disparaba cada vez que le ganaba el vicio. Cuando le entraba la depresiva se ponía a mirar al infinito y se acordaba de una vaina que le dijo a usted,  algo sobre los sueños.
Mi cara apesadumbrada debió activar algún mecanismo de recuerdos, porque acto seguido, dejó el vaso de cerveza sobre la mesa y comenzó a hablar con sincera congoja.
-No le miento. El hombre se ponía “mamón” cuando estaba borracho, pero tenía sus razones y ninguno era capaz de preguntárselas, le teníamos miedo. Me contó por ejemplo que la ex mujer no lo dejaba ver al niño si no llevaba equis cantidad de plata, la mamá le quitó unos ahorros y se los dio a una iglesia cristiana a la que asistía-su rostro se tornó sombrío-imagínelo, poeta, el man reventado y la señora regalando lo único que tenían…Qué estupidez… Y la de Kelvy, fue peor: Henry, le mandó arreglar las tetas y la muy bandida se fue con un vecino porque el hombre no le estaba dando plata. Mucha rata, poeta… Le pagó carrera en la universidad, le puso carro, apartamento, le mantenía el hogar al suegro y el h.p. del paseo fue él… ¡Qué descaro!



-¿Y qué dijo él cuando pasó todo eso?-pregunté.
-No dijo nada, no se quejó. Un varón de verdad, poeta. Siguió rebuscando, pero ya nadie le tenía confianza. Nuestro jefe el Doctor XXXX que tanta plata ganó con los torcidos que hicimos, lo “vendió” con las demás agencias, nadie le daba trabajo, por eso se puso a robar carga de los antiguos clientes… Ese viejo es un hipócrita y hasta para el senado se postuló diciendo que iba a luchar contra la corrupción… Pobre marica.
Insistí con la pregunta, quería saber que había dicho respecto a lo de sus sueños, de lo que hablamos la noche de mi despedida de la agencia. El “pollo”, hizo un esfuerzo, bebió un trago largo y me dijo:
-Estábamos en Galerías, en un “rumbeadero”  a donde  fueron varias veces, según recordó. Me contó que usted le preguntó las razones por las que hacía lo que hacía y que él le contestó que por sus sueños, o algo así. La vaina fue, y nunca se me va a olvidar, poeta, porque los ojos se le llenaron de lágrimas, que me dijo que se le había olvidado decirle algo más ese día: que prefería vivir diez años llenos de alegría y pagar lo que tocara, así fuera la muerte, a vivir toda la vida esperando el momento indicado para sentirse feliz y que este nunca llegara. Eso fue lo que me dijo. Todo de ahí para adelante ya lo sabe.-concluyó.
Lo paradójico del asunto es que los beneficiarios jamás seremos culpables a los ojos del mundo, hasta de víctimas se disfrazaron algunos. Los viejos de la oficina retomaron sus negocios una vez desapareció el postulante a príncipe de los ladrones. Sus hijos se graduaron de médicos y los recogen, siendo hoy respetables abuelos, los sábados para almorzar en sus lujosos almacenes de muebles, en sus fábricas de tubos o en las agencias que compraron. Los doctores y dueños se atornillan aún al poder y ya prepararon a la siguiente generación de cafres ansiosos por acabar con todo. Kelvy, debe ser una respetable matrona sin pasado, obsesiva, traidora.  Los delatores, los siete nefastos cómplices, estarán rumiando su pusilanimidad en oficinas donde son tímidos puntos grises dispuestos a vender a cualquiera por treinta monedas de plata. Todos tan culpables como inocentes, porque el paso del tiempo nos limpia todo menos el remordimiento, esa vocecita incómoda que se esfuerza por no dejarnos dormir tan rápido cada noche.
El precio de la felicidad. Cuánto estamos dispuestos a arriesgar, cuánta paciencia tenemos… No es un asunto de ética sino de compulsión, tomarlo todo, atragantarnos, escapar, repetir hasta hacernos daño o menospreciar el tiempo, aguantar, pujar, esperar. Es un asunto personal, creo que hasta intuitivo. Sólo dejo una historia por si la quieren leer, no voy a juzgar a nadie, no tengo esa potestad.

jueves, 6 de diciembre de 2012

EL DESIERTO


EL DESIERTO

Yolanda Chávez, Los Ángeles, California



Debía faltar poco para amanecer, hacía mucho frío en aquel desierto que por vergüenza, no aparecía con su nombre en ningún mapa; Elena, tirada boca arriba en la arena helada, miraba hacia el infinito, tratando (casi sin lograrlo), de mover sus dedos entumidos para apartar el cabello que cubría sus ojos…quería poder ver las estrellas que se desvanecían, el cielo completo, quería ver a Dios completo.
“¿Donde estás?”
Pensaba…
No podía hablar, tenía la garganta hinchada por haber llorado sin gritos.
“¿Me vas a dejar morir aquí? … Quiero ver a mis hijos otra vez…
¿Esto es un castigo?”...
El grupo de personas con el que salió de la frontera, se había desbaratado con la persecución de la patrulla. Vio correr a hombres uniformados de rostros similares a los perseguidos, golpeando e insultando a los que lograban alcanzar, ella y otro, habían caído en un agujero tratando de ponerse a salvo.
Ahí estaba, inmóvil, casi sin respirar para no ser vista. Ya habían pasado muchas horas y no escuchaba ni un solo ruido, trató de incorporarse, y al apoyar su mano sobre la arena tocó otra mano fría, inmóvil, tiesa…era la del muchacho de catorce años que había viajado desde el Ecuador para ver a su mamá, él quería llegar hasta Canadá.
Lo reconoció cuando los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar aquel desierto que siempre estaba triste…
Elena se arrodilló, y comenzó a hacer una oración por la mamá del muchacho, le arrancó el rosario del cuello, se lo metió en la boca muerta y le cerró los ojos.
“En los primeros catorce años de vida, la palabra que más se pronuncia es: “Mamá” debe ser horrible no estar ahí para escucharla”.
Era parte de aquella oración a Dios que se fue tornando en quejas al cielo abierto....
“¿Cómo se sobrevive con el alma dividida por fronteras?”
Susurraba Elena entre sollozos enojados, cortitos, que le cortaban el pecho como pequeños cuchillos.
“¿Como se sobrevive sin poder mirar todos los días a tus hijos? … ¿Por qué no se puede vivir cuando tus hijos lloran de hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca se puede encontrar empleo? ¿Cómo demonios se sobrevive en países donde el secuestro, la corrupción, los asesinatos, las violaciones a los derechos humanos son el pan nuestro de cada día?” ¡Contéstame! ...
El desierto conmovido, levantó un poco de polvo para acariciar la cara de Elena, quería consolarla; Cuantas veces había escuchado esas oraciones- reclamos. Cuantos cuerpos de madres, hijos, padres, hermanos…cuantos cristos guardaba en su vientre de arena, ahí se habían deshecho, ahí conoció los anhelos de pretender comer todos los días, ahí enterradas estaban las almas con conciencia que querían no solo sobrevivir ¡ellas querían vivir!, ahí estaban sepultados muchos últimos pensamientos, de vez en cuando, el desierto los dejaba asomarse convertidos en diminutas florecillas blancas debajo de los arbustos enanos.
“Por lo menos dame un poco de agua”
Gritaba Elena a Dios mientras escarbaba en la arena con sus manos para hacerle sepultura a los anhelos sin cuerpo. El desierto se apresuró a dejar que brotara un charquito de agua helada, fue lo bastante para beber y lavarse la cara, para retirar la arena de la nariz y de entre sus dientes, suficiente para ponerse de pie y buscar un punto que le indicara una dirección a seguir.
Un destello llamó su atención a una distancia que calculó, podía llegar antes de que el sol quemara más, dio una última mirada al dolor de una mamá con hijo muerto, y comenzó a caminar…acompañada sin notarlo, por el desierto.
“¿Y aquellos cuentos de que abriste el mar rojo, de que libraste de la esclavitud a un pueblo, de que los alimentaste en el desierto?”
Elena pensaba que Dios era más bueno antes que ahora,
“A Abraham le diste descendencia tanta como las estrellas del cielo, a mi por lo menos déjame ver a mis hijos otra vez… ya sé que dicen que no soy una santa, pero sigo creyendo en ti, lo sabes, ¿verdad?”
De pronto, el desierto la sacó de su particular oración hundiendo uno de sus pies, al tratar de no perder el equilibrio, miró hacia el norte: un tráiler de compañía cervecera se acercaba a gran velocidad, Elena impulsivamente sacó la fuerza que da el coraje y la impotencia, apretó el estómago, y comenzó una loca carrera agitando las manos levantadas al cielo para que el chofer pudiera mirarla, el hombre del tráiler la divisó al pie de la autopista y comenzó a disminuir la velocidad, hasta parar frente a ella.
Una nube de polvo envolvió a la maltrecha Elena, el desierto quiso despedirse, la abrazó en medio de un viento arenoso donde flotaban las almas y los anhelos que se habían quedado a vivir con él.
“¡Gracias, es usted un ángel!”
Pudo decir Elena.
“Y usted es un milagro, pocos sobreviven en este desierto”
Le contestó el ángel blanco, en inglés