Páginas

lunes, 25 de febrero de 2013

TESTAMENTO DE UNA MENDIGA


TESTAMENTO DE UNA MENDIGA
Domingo Valdez Quiroz, Chepén, Perú









Como era ya una costumbre, la anciana EUSTAQUIA se recostó sobre sus mugrosos harapos y sucios cartones; su cuerpo despedía un olor a sobaco de puerco, sus uñas lucían largas y llenas de suciedad, sus cabellos parece que nunca habían conocido peine alguno en tanto, sus pies descansaban sobre un par de rotosas sandalias.
La vieja Eustaquia, se había apoderado del portón de la capilla de CATILLUC allí; solía estirar la mano pidiendo limosna a las gentes que entraban y salían de la casa de Dios.
Muchas veces, hasta se había perdido la cuenta, el padre NICASIO ARESTEGUI, solía compartir sus alimentos con la pobre mendiga … además, nunca faltaba alguien que se le ablandaba el corazón y le depositaba en su aceitoso pocillo alguna migaja o porción de comida.
La anciana, no podía mantenerse de pie ni siquiera un segundo; pues, una terrible enfermedad le había atacado a sus debiluchos huesos, por lo que solo vivía arrastrándose por el suelo como culebra… algunos lugareños, recuerdan que cuando EUSTAQUIA recién pisó este pueblo, todavía podía caminar aunque con mucha dificultad.
Las noches para la pobre anciana, eran inclementes y hasta peligrosas, porque aparte de soportar la intemperie y la terrible friolera, tenía que defender a punta de bastonazos su escasa ración de comida, para que no lo devoren los perros callejeros que solían deambular agrupados en cuadrillas.
Nadie tenía o daba referencias de la vida de la mugrosa anciana y cuando algunas gentes pasaban por su lado, se referían de ella a voz baja.
Del viento será su hija esta pobre vieja o quizás será hija del sol o quizás de la luna… el curita, había insistido tantas veces en preguntarle.
¿De qué lugar has venido hija del Señor?
¿Tienes algún familiar hermana mía?
¿Quiénes te han traído a este pueblo? ¿Por qué no contestas nada?
Ante estas preguntas, solamente se descolgaban algunas lágrimas de los ojos de la anciana… por eso, al franciscano no le quedó otra cosa que renunciar a su persistente interrogatorio.
Una helada mañana del mes de marzo, un gran alboroto se cernió en todo el poblado de CATILLUC, era “Domingo de Ramos” y cuando los creyentes fueron llegando a la capilla para escuchar el sermón de semana santa, se dieron con la sorpresa de que el cuerpo haraposo de la mendiga EUSTAQUIA estaba gélido e inmóvil, su cara lucía pálida, abierta estaba su boca y su piojosa cabellera descansaba sobre el codo de su brazo derecho y el tic – tac de su corazón, se había paralizado para siempre.
Sus pies estaban tiesos y helados, como los chungos del río LANCHI en eso…. el sonido de las centenarias bisagras del portón, anunciaron la presencia del curita del pueblo.
¡Buenos días hermanos! ¿Por qué tanto alboroto… Eh?
Diosito lindo ha recogido padrecito a esta pobre anciana respondieron en coro…. el religioso, apuró sus pasos y tocó el cuerpo mugriento de la anciana… luego de un breve silencio, elevó sus plegarias al cielo a fin que esta alma bendita sea recibida con agrado por el TAYTA CRISTO… seguidamente el religioso despojándose de su Rosario y se la colocó al cuello de la fallecida.
CONSTANZA QUISPE, era una ricachona muy caritativa del lugar… ella, se encargó de amortajar el cadáver de la pobre difunta, con algunos vestidos que ya no las utilizaba… en esas circunstancias, sus manos se toparon con unos papeles sucios y amarillentos en los harapos de la fallecida y la medida que sus ojos iban desnudando el secreto de sus escritos, sus incredulidad y su perplejidad iban aumentando como la espuma de leche.
Se trataba de un testamento de herencia que la mendiga EUSTAQUIA, dejaba a favor de la capilla de CATILLUC y su deseo era que el padre NICASIO construya una casa asilo para albergar a los niños, discapacitados y ancianos desprotegidos de todos estos lugares.
Al enterarse de todos estos acontecimientos, el religioso convocó a todas las gentes importantes de las comarcas aledañas, para ponerles al tanto de toditos los deseos de la mendiga.
A la hora del entierro, una gran multitud de lugareños acompaño al féretro de la anciana; asistieron chicos y grandes pobres y ricachones… hasta el mismito cielo lloró ese día por EUSTAQUIA, las faldas del apu “COSHPOY” se cubrieron de neblina en señal de duelo, la quebrada de LIRCAY enmudeció sus bramidos y los larguirucho eucaliptos y los frondosos capulies se mostraron reverentes ante el ataud de la difunta a su paso rumbo al cementerio.
Una de esas nubladas mañanas, las mano tosca de un desconocido toco la puerta del sacerdote.
Tun Tun Tun Tun… ¿Usted es el padre Nicasio?
- ¡Si hermano!... ¿Qué cosas te traen por aquí?
- Hace unos días, me enterado que la mendiga que diariamente estaba en la puerta de la capilla ya es fallecida.
- ¡Así es hermano de Dios!... dime, ¿Tú lo has conocido a esa pobre anciana?
- ¡Si padrecito! Ella es la que me crió desde que yo era muy wambra; sucede que cuando me comprometí con mi esposa, esta empezó a humillarla y despreciarla en todo momento… cierto día tomé la decisión de traerlo a este pueblo en donde lo abandoné a su desdichada suerte.
- ¿Me estás diciendo que esa anciana abandonada, es que te ha criao desde muy niño?
- ¡Si señor curita!... mi desalmada esposa ha sido la culpable de que yo la abandonará… pero el cielo ya me ha castigao lo suficiente padrecito; pues sus latigazos han sido muy fuertes y justicieros señor curita. Hace ya un año, mi mujer se ha marchao dicen que un ricachón de una comarca vecina; pero antes de viajar ha vendido todos nuestros terrenos y pertenencias… incluso, hasta nuestros guishas (ovejas) ahora ya tienen nuevo dueño, felizmente, todavía mis fuerzas no son ingratas conmigo; pero, que será de mí, cuando estas me abandonen y yo no tenga a nadies a quien acudir.
Tendrás que hacer mucha penitencia hombre desalmado, si quieres que el cielo te perdone, de lo contrario; serás achicharrado en el infierno por el patriarca del pecado junto a las demás almas condenadas.
Ante estas advertencias, el forastero dio media vuelta y con la mirada fijada al suelo, lentamente se fue perdiendo por la callecita angosta y empedrada del poblado, acusado por la voz del religioso y por la reprimenda constante de su conciencia.
De la muerte de EUSTAQUIA, han pasado ya varios años, hasta el curita NICASIO también ya es difunto… los deseos humanitarios de la mendiga, se han cumplido al pie de la letra… hoy en día, los ancianos y las personas desprotegidas ya tienen una vieja casona donde podrán pasar sin apuros, sus últimos años de vida, protegidos por la bendición omnipresente de la anciana EUSTAQUIA.
En esta casona, la solidaridad y el amor al prójimo es permanente y todos los que habitan en este lugar, siempre tienen algo que llevar a la boca y en los terrenos de este asilo las cosechas son una bendición… el desgrane de maíz, el secado de chuño (papa secada a baja temperatura) y los montones de mashuas y ollucos cada año, van en aumento.
A unas cuantas cuadras de la capilla, está ubicado el pequeño campo santo… allí existe, una sepultura en donde el prendido de velas, los ramos de flores y las oraciones y responsos son constantes… se acercan a nosotros un grupo de lugareños y nos dicen que esta es la tumba de la mendiga EUSTAQUIA y cuando preguntamos el porqué las gentes acuden diariamente a esta tumba, las respuestas surgen de inmediato.
La EUSTAQUITA, es muy milagrosa afirma una mujer de apariencia humilde… yo le rogué para que mis animalitos no sigan muriendo con la peste roja (carbunco), desde entonces; dejaron de morirse. Y en la actualidad mis corrales están abarrotaditos de guishas (ovejas) y hasta melliceras me han salió algunas de ellas.
A su turno, un hombre cincuentón, poniéndose de pie nos manifiesta: Mis tierras casi ya no producían nada; a veces, la cosecha no alcanzaba, ni para comer, hasta que un día  hice una misa a nuestra mamacha EUSTAQUIA desde entonces, mis graneros y payancas (tinajas) están llenitas de maíz y cebada y las moras y plenachos de mis linderos lucen tapaditos de chiuches y por-poros (fruta agridulce de las punas).
Seguidamente, una mujer que dice llamarse Rosalía nos confiesa:
Mi Wambrita Shulca (último hijo) siempre paraba enfermándose, parecía que taitita San Pedro ya me lo iba a quitar; pero, lo pasé una vela por todo su cuerpecito luego, vine a prenderlo a esta tumba de la EUSTAQUITA y los dolores de mi wambrita desaparecieron por completo.
Y así, casi todos los lugareños de CATILLUC, le deben algún milagrito a la mendiga EUSTAQUIA, por eso, es que ya le han pedio mediante un memorial al señor obispo, para que autorice que la fotografía de esta mendiga sea venerada en los altares de la capilla.
A paso lento, me voy alejando del camposanto y cada vez que dirijo la mirada hacia atrás, diviso que continúan llegando los lugareños con sus velas y cirios en las manos, esta veneración popular, se ha ido incrementando paulatinamente dado que su fama de milagrosa se va extendiendo por todas las comarcas y poblados de la zona.
Mientras los chalacos tiene a su Sarita Colonia, los huarasinos a su María Josepha y los Chinchanos a su beata Melchorita, los habitantes de CATILLUC tienen a su mendiga EUSTAQUIA como su santa protectora; incluso, están dispuestos a tocar las puertas si es posible hasta del mismo Papa, con el fin que esta anciana milagrosa sea velada en todas capillas de todos los poblados.
De Osias Lingán, (hijastro de EUSTAQUIA) sabemos que tuvo un triste y macabro final… quienes la conocieron de cerca nos han contado, que cuando las fuerzas lo abandonaron y la vejez le cayó encima terminó compartiendo los desperdicios con los cerdos en unos basurales de la zona… cierto día, unos lugareños que pasaban por allí fueron alertados por los olores malolientes que provenían de estos basurales; sigilosamente fueron acercándose y sus ojos se toparon con una bandada de buitres y shingos (gallinazos), justo en el momento en que se disputaban las últimas carroñas del pestilente cuerpo de OSIAS, con una jauría de perros vagabundos y salvajes.
Así, terminó la vida de este desalmado hombre, que cometió una acción tremendamente inhumana y malévola en contra de la pobre anciana EUSTAQUIA, al abandonarla a su suerte en un poblado desconocido.
Por eso, los tribunales divinos sentenciaron a OSIAS LINGAN, de una manera cruel, frutal, implacable, horrorosa e inarrenable… es que, los magistrados celestiales, jamás otorgan amnistía o impunidad alguna a las gentes perversas y malvadas, que suelen desafiar y desatacar intrusamente al decálogo salvítico de Taita Cristito.

lunes, 11 de febrero de 2013

A VER COMO ES LA COSA



 A VER CÓMO ES LA COSA

Anderson Julio Auza, Bogotá, Colombia


No pudo seguir viendo las noticias de la mañana. Soltó el control de la televisión y lo dejó a un lado del sofá, desde hacía varios días tenía puestos a secar en el tendedero esos recuerdos que oníricos o reales lo venían perturbando desde hacía varios años, tal vez desde siempre. No se sentía bien, dió varias vueltas por la casa, tomó desprevenida a su esposa preparando el chocolate para el desayuno y le dió un beso en la nuca, ella lo recibió a su vez con una canción de onomástico, pero sin apartar la mirada de la olleta con chocolate que estaba a punto de hervir. Su esposa Jimena era una mujer de treinta y cuatro años bien puestos a la que conoció en uno de sus viajes a Lima, además de ser esbelta, inteligente y alegre, sus familiares y amigas la distinguían por inventar historias sacrílegas de amantes de medianoche y por la gracia con que las contaba en lengua castiza.
Su hijo Santiago que tenía nueve años, salió de su cuarto, contiguo a la sala de la casa y vió con sus ojos todavía en medianoche a su padre que había regresado al sofá hablando en voz baja y con la mirada concentrada en el aparato apagado. Se acercó con pasos sonámbulos y le canto el onomástico. A decir verdad, su madre lo había planeado desde el día anterior y como el niño seguía dormido, fue a despertarlo segundos después de poner la leche en el fogón.
Feliz cumpleaños pa- Dijo el niño.
Gracias Yeyo- Respondió.
¿Cuántos años cumples, pa?
Desafortunadamente cuarenta y ocho. Respondió el padre.
¿Desafortunadamente? Preguntó el niño.
El padre no respondió sino que se escabulló del infantil allanamiento pasando revista a las clases de su hijo en la escuela. ¿Y cómo te va en matemáticas?¿Y en Español? Solía decir siempre que su hijo lo tomaba por asalto y no encontraba respuesta.
Jimena sirvió un desayuno más especial al de todos los sábados: huevos revueltos con tomate y cebolla, tostadas francesas horneadas por ella misma, queso, jugo de naranja y chocolate. Sin embargo cuando Álvaro lo miró no pudo reprimir una sonrisa huérfana que más parecía de nostalgia que de otra cosa. Jimena no lo notó.
Al medio día siguió dándole vueltas al asunto, repasaba cada minuto de su vida con una precisión quirúrgica, les daba vueltas y los ordenaba según su importancia, los desbarataba para estudiarlos hasta en el más ínfimo detalle y los volvía a armar. Todavía no le cabía en la cabeza aquella idea, simplemente no tenía sentido y menos para él que era profesor de universidad pública, ateo y con la conciencia de haber hecho con su vida lo que más le plació desde el momento en que terminó su servicio militar y regresó a la ciudad con la convicción de que nunca jamás nadie volvería a darle órdenes.
Su esposa y su hijo regresaron del mercado cargados de bolsas repletas con los abarrotes para la semana siguiente. Santiago le preguntó a su madre por que su padre se comportaba de tal forma, diferente, reflexivo como un perro de taller. Su madre le respondió con una respuesta simple e ingenua – eso son bobadas de la edad.
Álvaro había pasado recorriendo el mundo en su juventud, había sido estudiante en la Universidad de Madrid en la facultad de Lenguas y al terminar se decidió por la profesión de periodista reportero. A sus veintiocho años había cubierto en exclusiva desde Estocolmo la entrega del premio Nobel que recibió el maestro Pablo Marquéz Santore, también había cubierto para el canal ocho las reuniones en Caracas del grupo de los países hermanos integrado por los países de Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y Bolivia. Anterior a esto había sido reportero en la frontera entre México y los Estados Unidos en una crónica desafiante hasta para el más osado de los reporteros acerca de los “coyotes” mejicanos que pasaban a los más desesperados por huir de la pobreza al suelo estadounidense no solamente sin ninguna garantía sino con muy pocas posibilidades de éxito, en esta odisea Álvaro estuvo a punto de morir a causa de una deshidratación casi total y por una intoxicación que le causó haber ingerido alimentos en descomposición. Cinco años después en Londres vió por primera vez a uno de los amores de su vida, mientras cubría el cumpleaños número noventa de la reina madre, pero supo que algún noble consentido se le había adelantado dos años antes. A Jimena la conoció en el aeropuerto de Lima después de una escala que tuvo que hacer de emergencia el avión en el que viajaba de Santiago de Chile a Bogotá debido al malísimo estado del tiempo y tuvo que permanecer en el aeropuerto por más de dos días. Jimena trabajaba allí desde los diecinueve años como cajera de un banco, sin más pretensiones que las de algún día ser su gerente. Desde que la vió ya sabía que se iba a quedar con ella desde siempre y para siempre.



Dos años antes vivo algún tiempo en París con Brigitte, una aprendiz de azafata de la Air France a la que conoció en uno de sus viajes a las tierras de De Gaulle pero la pareja jamás perduro porque no compartían el mismo gusto en algo tan importante como decisivo para los dos: ella fumaba hasta más no poder. Álvaro trató de que dejara el cigarrillo pero un día en que él se adelantó a su llegada después de un viaje a la India la descubrió fumando en el único baño del apartamento con la puerta a medio cerrar. Durante los dos meses siguientes sostuvo una relación con una mujerzuela de los barrios bajos, pero en realidad nunca le llegó a interesar. Se llamaba Michelle.
En el baúl de la memoria Álvaro se encontró de pronto viviendo de nuevo el momento preciso en que se encontraba bebiendo con Azael, su mejor amigo, después de un partido de fútbol que su equipo había perdido. El Sporting que había hecho todo lo posible para exorcizar las embestidas del equipo contrario, logró mantener un empate hasta el último minuto, cuando Gabriel Parcianni anotó de cabeza en un tiro de esquina. Mientras repasaban la fatídica jugada entró por la puerta descascarada de la cantina una anciana que parecía sacada de alguna novela maldita, su rostro parecía el de una muñeca rusa, andaba en los puros andrajos con un cachorro triste bajo el brazo y zapatos de novia plantada, la llamaban “La Loca Calva” aunque se sabía que su nombre alguna vez había sido Virginia. La mujer que recitaba lirias a la virgen en lenguas incomprensibles pero que se reconocían por el ritmo de su voz, se acercó a su mesa como si aquella cita hubiera sido pactada desde antes de su nacimiento.
Aporriados hijueputas-dijo en su voz ácida.
Azael, su amigo de todas las guerras, se levantó ofuscado de la mesa para echarla aquel bar de pacotilla. Álvaro de acuerdo con su costumbre de niño viejo lo disuadió con la excusa de entretenerse un rato con las historias de la anciana desgraciada. Nunca creyó de la sabiduría popular, que los locos, al igual que los borrachos y los niños, siempre dicen la verdad sin importar cual sea su origen o sus consecuencias. Azael regresó a su puesto en la silla sin dejar de mostrar su repugnancia por aquel ser asqueroso.
La anciana empezó a balbucear en un lenguaje de focas entre las risas del uno y los gestos de repugnancia del otro. Todo el mundo la conocía por sus escándalos públicos en los que lanzaba improperios contra los niños que le lanzaban piedras desde lejos y ella los retaba a pelear. Con los adultos no lo hacía a menos que la provocaran, era un ser que ya pertenecía al carácter de la ciudad.
Les voy a leer las claves del futuro- les dijo de pronto.
A ver como es la cosa- le respondió Álvaro.
Deme para un pan y se los cuento. Dijo la mujer.
Azael saco un par de monedas y las tiró en la mesa con el fin de apartar aquel ser de su presencia. Tal vez al recibir los tres pesos haría lo mismo que todos los mendigos hacían de aquella época y se largaría por donde vino. En contravía a lo que él pensaba la mujer lo siguió con su olfato.
Usted se va a morir nadando-le dijo.
Azael no respondió. Le causaba un malestar profundo aquella presencia. Su único deseo en ese momento era que aquella vieja desgraciada desapareciera de su presencia. La vieja cambió la expresión de su rostro y se tornó hacia Álvaro con una ternura maternal.
Sumercé en cambio, no se va a morir tan joven porque le gustan las princesas.   Cuarenta y ocho años está bien. !Suélte, suélte!
Álvaro rompió a reír. Además de estas y otras cosas aquella reina monstruosa les habló de una moza peruana a la que conocería en un edificio lujoso. Les habló de una mujer de Francia, de las pampas argentinas y de los desiertos del norte, de Santiago, de las enfermedades que adquiriría. Álvaro rió tanto que los ojos se le llenaron de lágrimas y  había bebido un par de cervezas, tuvo que levantarse de la mesa para ir al baño a vaciar su cuerpo. Cuando regresó, la ciega había partido y su amigo se había aliviado después de aquel asqueroso encuentro.
Diez años después Azael, el alcalde de los mejores amigos que se podía tener, murió en un accidente aéreo cuando el bimotor en el que viajaba para las islas Bermudas de vacaciones con su familia desapareció y fue encontrado dos semanas después por el cuerpo de guardacostas de los Estados Unidos. A partir de aquella noticia Álvaro no tendría un instante de sosiego.

lunes, 4 de febrero de 2013

CON LA AYUDA DE DIOS


CON LA AYUDA DE DIOS
       Gabriel Juliá Pi




Como cada día, antes de que el sol saliera a calentar la tierra, Doña Rosa, una mujer indígena miskita de 56 años, agarró su machete, y cruzó su comunidad a oscuras, guiándose por la tenue luz de la luna y los árboles frutales que desde pequeña había trepado y que conocía tan bien. A su paso la saludaban los gallos con su cantar madrugador y las luciérnagas. Se dirigía al Rio, aquel que años atrás fue el escenario de una guerra cruel y fratricida. Al llegar a la orilla lodosa, preparó su viejo cayuco para cruzar al otro lado. Por un momento con el canalete en la mano, recordó cuando el rio era de aguas transparentes hasta que de repente un día se tinto de rojo. Su madre contaba que era por la sangre derramada en la guerra, la de los noventa, la de los Pobres al Poder, otros decían que era por el despale atroz e indiscriminado y el expolio de la madera preciosa que afectaba los bosques de Rio arriba.
Cuando llegó al otro lado del Rio, ya habían llegado otros tantos cayucos. Los reconoció todos, algunos tenían pintura pero ninguno motor, eran de personas de su misma comunidad que se adentraron monte adentro para preparar las tierras y sembrar el frijol.
Doña Rosa, empuño el machete y dijo en voz alta: “Este año, sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé mi tejado de zinc oxidado”.
Una paloma que reposaba en las hojas de un banano, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, una mujer vino y dijo que iba a sembrar en su terreno”, “-¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. -“No, no dijo nada de Usted”, –“Entonces no te preocupes…”
Al rato unos hombres blancos, los colonos, armados y con aire amenazante, expulsaron a Doña Rosa, de las tierras de siembra que hay al otro lado del Rio, las mismas tierras que habían sembrado sus ancestros de generación en generación, las que sirvieron para cosechar el café, con el que prepararon e invitaron a una taza, al mismísimo y hambriento marino español llamado Cristóbal Colón que apareció hace años en la desembocadura de ese Rio, y que el mismo llamó Cabo Gracias a Dios.
Doña Rosa regreso asustada a la comunidad, y encontró a todos discutiendo y hablando de los mismos colonos blancos. A unos les habían pedido que entregaran un quintal de frijol por cada tres quintales de cosecha, a otros sencillamente los expulsaron de sus tierras de siembra, otros no habían entendido nada por no hablar español, unos querían guerra, otros paz. Después de horas de debate, el consejo de ancianos de la comunidad escuchó, reflexionó y anunció la decisión de la comunidad. Negociarían con los colonos.
Doña Rosa fue a la casa, calentó un gallo pinto, y lo sirvió a sus siete nietos con un poco de yuca. En la noche antes de acostarse, dijo en voz alta: Mañana cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé mi tejado de zinc oxidado”.
La misma paloma escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, una mujer vino y dijo que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. “-No, no dijo nada de Usted” “-Entonces no te preocupes…”
Doña Rosa, no durmió nada esa noche, por el llanto del más pequeño de sus nietos que vomitaba y tenía gran calentura, parecía que le estaba saliendo una infección en la piel. Tal vez sarampión, varicela, o alguna otra cosa, pero no había medico a quien consultar en toda la comunidad. Por la mañana busco como ir a la pequeña ciudad llamada Waspam pero no encontró como desplazarse pues el bus solo pasaba cada dos días por la comunidad. Intento llamar a su hija desde el teléfono celular del pastor. Su hija mayor estaba en la capital, Managua, trabajando en la Zona Franca, y tal vez le podía mandar algún dinero con el que pagar el transporte y medicinas, pero Doña Rosa no sabía que en la Zona Franca los trabajadores no pueden recibir llamadas, tampoco hablar.
Por la tarde halló una camioneta que se dirigía a la ciudad, tardaron 4 horas en llegar pues los caminos estaban muy malos por las lluvias pasadas. Viajaron en la bandeja trasera de la camioneta, la tina, y Doña Rosa se sintió mareada y adolorida por los vaivenes y golpes del vehículo pero respondía con una sonrisa a las miradas de las otras mujeres que también viajaban con ella, una de ellas con las contracciones pre parto y que ahora se mojaba por la lluvia intensa que de repente caía.
En el Hospital, le costó trabajo que atendieran a su nieto, pues Doña Rosa no tenía cédula de identidad, y apenas hablaba español. No pudo comprar las medicinas y cremas que le recetaron, pero otro paciente con una enfermedad parecida le prestó sus medicinas.
Una vez en el Hospital y su nieto ya en cama, se alistó un rincón donde dormir en el frio y sucio piso de la habitación y dijo: Mañana cuando regresemos a casa, cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé el tejado de zinc oxidado”.
La paloma que estaba en la ventana resguardándose de la lluvia intensa, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, escuche a una mujer decir que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. “-No, no dijo nada de Usted” “-Entonces no te preocupes…”
Por la mañana, una vez diagnosticada la varicela, Doña Rosa buscó como regresar a la comunidad, pero descubrió que no había gasolina en todo Waspam, porque la carretera al sur que une con Managua llevaba varios días cortada por los trabajadores del mar, los Buzos miskitos que protestaban por los más de 10.000 afectados por el síndrome de la descompresión, por los desaparecidos, los ahogados y por las condiciones infrahumanas y de neo esclavitud con que los tiene trabajando los empresarios de la región, con el visto bueno del gobierno nacional y extranjeros.
Doña Rosa se encontró a una amiga por el viejo mercado municipal. Se alegraron mucho y ella le contó que había venido a la pequeña ciudad a matricular a su hijo en la Universidad y estaba esperando vender un saco de naranjas que traía de la comunidad para pagarse el boleto de regreso. Decidieron bajar al embarcadero del rio para esperar algún cayuco que viajara rio abajo, mientras se contaban las anécdotas del viaje se terminaron las naranjas que les parecieron muy dulces.
Doña Rosa llegó a la comunidad cuando el sol se estaba retirando, en el preciso momento en que los zancudos se despiertan llorando, Doña Rosa dijo: “Mañana si Dios quiere, cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ayuda de Dios, de la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé el tejado de zinc oxidado”.
La paloma que casi dormía en la rama de un mango, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, escuche a una mujer decir que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el Amo y Señor de las tierras a la paloma. -“Sí Señor, dos veces dijo, con la ayuda de Dios lo haré“. –“…Entonces,- dijo el Dueño y Dios de este mundo- ve con la mujer, y no la abandones, dale fuerzas cada día para levantarse sembrar, y remar, dale Sabiduría para soportar las amenazas de sus enemigos y los que le quieren mal, enséñale a resignarse a soportar el dolor y sufrimiento de este mundo y dale la esperanza y la fe de que pronto heredará las tierras que tanto quiere sembrar, y las cosechas serán abundantes y enjugaré toda lágrima de los ojos. No habrá más muerte, ni llanto ni dolor, yo estaré con ella para siempre. Yo seré su Dios y ella mi hija, porque yo hago nuevas todas las cosas”.
Gabriel Juliá Pi
Puerto Cabezas, Nicaragua