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lunes, 30 de septiembre de 2013

LAS NIÑAS BONITAS SIEMPRE ESTÁN DESCALZAS

LAS NIÑAS BONITAS SIEMPRE ESTÁN DESCALZAS


SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA
Por: Javier Barrera
A: Patricia Sáenz, quien brindo ideas puntuales para este escrito.



(En tono de borrachera)


Camilo Etna, mi  amigo, siempre será una caja de raras sorpresas. Hace dos semanas lo encontré en la cantina del “viejo Santafé”, allá en el city garden, el barrio donde nos criamos o malcriamos, desocupando un par de botellas de whisky con una sonrisa gigante como su ego enmarcando la escena.  Aullando su acostumbrado “¡Quiuuubooo, Barrera!”, y los brazos abiertos, me invitó a compartir el néctar que los dioses escoceses brindan a la humanidad desde hace siglos. Lo servimos en copas de aguardiente, el glamour no es una de las exigencias del servicio en aquel estanco mítico frecuentado por mecánicos, vendedores de chance, pelafustanes de estirpe, obreros y hasta poetas varados como Etna y yo.
Eran las cuatro y veinte de la tarde cuando me empaqué la primera “bala sepia” entre pecho y espalda. Camilo, experto en crear atmósferas de curiosidad, me indicó que con mi siguiente trago vendría su explicación a esa alegría que le apretaba los huesos. Primero hablamos de fútbol, de razas de caballos y hasta de Petro y su revolución social incompetente. Así es el buen poeta, un excéntrico bendecido por las musas del lenguaje encabezadas por Polimnia, un tipo para el que cada tema termina convertido en lo más importante de la vida. El segundo whisky lo ingerí de un empujón; la expectativa me estaba rompiendo los testículos.
-Bueno, hermano. Me va a contar o comienzo a hablarle de literatura japonesa y lo dejo borracho de conocimiento-dije con ansiedad. Una mueca de satisfacción fue el preámbulo al cuento que salvó un sábado demasiado aburrido.
-No se preocupe, ya desembucho. Lo que voy a narrar cambió el curso de mi vida. El bardo afiebrado con las ideas de Marx, Engels, Lenin y hasta del cobarde de Stalin, el tipo apasionado por las damas maniáticas, dio paso al hombre que se enamora por primera vez de la misma mujer que no lo amó.  Pero cuidado, lo vago no me lo quitan ni el estrellato ni la corrección de los sentidos. Quedemos claros en eso.
-Vago siempre será, eso no lo dudo-manifesté. Y continué-: lo conozco desde los nueve años y sé que la autodisciplina es una virtud que no abrazará jamás. ¡Cuente hombre! Ya me está desesperando, no joda, la paciencia tampoco es una de mis fortalezas.
Sonrió como los niños que no miden consecuencias cuando se salen con la suya. Sirvió el tercero de la cuenta, planchó las arrugas de su chaqueta y comenzó su retahíla llena de verdades y fantasías verdaderas, “las que le dan color a la historia”, dice siempre que descubro sus exageraciones cromáticas. El meollo del asunto no tenía las dimensiones de evento triunfal, fueron los alcances imaginativos de Camilo los que elevaron la temperatura de la historia. Se encontró días antes con Maribel C, a quien no veía hacía lustros, en un centro comercial cercano al City. Sus memorias se removieron y hasta la olfativa, la menos desarrollada de sus latencias, le trajo de nuevo el olor del vinilo con el que Maribel C, pintó los girasoles naranja que decoraron su casa los tres años que de mala manera pudo soportar estar al lado de un fauno obsesionado con la escritura de sueños.

-Estaba tal cual la dejé ese noviembre, Barrera. Profunda placidez, sonrisa apenas perceptible, el pelo negro recogido con una hebilla roja, los mismos pies pequeñitos que mordí obsesivo cuando viví con ella… Las niñas bonitas siempre deben andar descalzas por la casa, ese es mi único mandamiento. Ella me confesó que ahora no deja sus pantuflas por nada del mundo… Buen tema para un poema, ¿no le parece?
-¿Está seguro? Hace tantos años que no la ve, Etna. Tal vez está confundido, siempre he pensado que usted jamás la va a poder sacar de su sistema, hermano. Además lo veo feliz en medio de una  tristeza atroz que su mirada no disimula… Bueno, no tanto tristeza como decepción, no sé si me equivoco.
-Obvio, estoy feliz, triste, como dice usted, también confundido, decepcionado, narcotizado, horrorizado. Están los recuerdos con ella, lo hecho y no hecho cuando estuvimos juntos, viejo, pero hay cosas que se notan, los hijos le han marcado el cuerpo y el rostro. Son dos, me comentó, niños igualitos a ella, tiernos, igualiticos a al papá también, según Maribel C. No creo que sea posible, los “chinos” no son calvos y feos, ni están trastornados, no tienen cara de mala gente. Me mostró una foto y son los clones de ella, gracias a los ángeles de la maternidad. Todos estos actores, su presencia, influyen en lo que es ahora. Las líneas en la frente y las incipientes bolsitas bajo los párpados delatan que ha crecido, ya no es la misma, me miró diferente y eso no deja de escandalizarme-una mueca de resignación humanizó su rostro.
-Pensé que me iba a decir que lo había dejado impactado, enamorado nuevamente.
-La vi con gratitud, eso es jodido para un tipo como yo, una falta de respeto con ella. Siempre estuve seguro de desearla hasta que fuéramos ancianos, me traicionó el cálculo optimista. Maribel C ya tiene una vida con tareas específicas, yo no tengo con qué pagar el arriendo de este mes. Creo que mi sentido de construcción de futuros se quedó sin musa, mi querido Javi.
-(Silencio).
-Me volví a quedar sin ella, esta vez porque la vida lo quiso así, ninguno de los dos tuvo nada que ver… Y le voy a hacer caso al destino por primera vez. Me liberé, por eso estoy feliz.  ¿Otro “whiscacho”?
A las once pasadas el “viejo Santafé” cobró la cuenta y nos sacó a empellones del local. Caminamos hasta el Bulevar y encontramos abierto Canterbury, “desparchadero” de bohemios y oficinistas con algo de espíritu. Pedimos más whisky y dispuse mi cabeza para analizar los poemas que a Camilo se le empezarían a ocurrir. La suerte estaba echada, me iba a aburrir como una ostra. Me sorprendió. Sacó una libreta de su morral y escribió con tinta azul un verso. Me pasó un esfero de tinta negra y me dijo que escribiera la siguiente línea. Aquel juego de adolescentes ebrios, hacer un poema a cuatro manos y regalárselo a la bonita de la noche, resucitó en ese bar lleno de gente demasiado joven para estar tan aburrida. Las letras y los tragos, combinación perfecta y perversa, empezaron a hacernos mella. Etna se descompuso, miró por los cristales y desató la cascada de frustración que le comía el espíritu.
-Soy un mal elemento… Girasoles naranja en una casa que no tenía muebles. Girasoles naranja en una casa vacía. Girasoles naranja en una casa que se quiere llenar. Eso era todo, dolor, echada de culpas, el amor vivo. Inspiración en un fracaso, en la médula del imposible final feliz. ¿Dónde encuentra más elementos melodramáticos? Lo que me dolió al ver a Maribel C fue que todo eso lo evaporó el tiempo que pasó, Barrera. Uno no extraña lo que le sobra, lo que tiene a la mano. Ese material que nos da bríos para escribir son los recuerdos cuando están patentes y asumimos que todo ocurrió hace horas. La vi y de inmediato sentí su progreso. De aquella niña con la que enloquecí sólo quedan melancolías que se agotaron, un número determinado de fábulas que se desgastan cada vez que las traigo a colación. Ahora, Maribel C es una señora atractiva y madura, una vida de proyecciones, dos hijos sangrones y bellos que piden de todo a todas horas, un esposo insufrible. Me vi en un espejo mentiroso, juré que estoy igual, que veinte años no me pasaron por encima. Un error imperdonable. Me acabo con rapidez y mi único acerbo son los remembranzas. Vaya si es fregado comprobar cómo pasa de rápido este cuento que llamamos crecer-se limpió la boca y siguió escribiendo su parte del verso.
El hombre me dejó frío. Un mago de la palabra, un manipulador con muchos escrúpulos, me hizo ver lo que no quise hasta esa noche: aparecieron en mis espacios mentales Ceci, la amiga de Vanegas, Carolina, Adriana viviendo en Miami,  Claudia A, Sandrita P, Aura, Marcela, Sulma, Lili, Diana, Gloria, Nidia, Lucía, las nenas del Instituto, todas las niñas bonitas que ya no andan descalzas porque son más cómodas las pantuflas. Ya ellas no pintan girasoles naranja en su primer apartamento de solteras y con novio, quienes utilizan ahora los pinceles son sus hijos, adolescentes como alguna vez lo fuimos Camilo Etna, Fercho, Mico, Carlos Eduardo, Los Barrera, José, Lucho, Giovanni, los manes del Seminario Espíritu Santo. Dolido, me lancé al vacío defendiendo a toda una generación:

-Claro que no las queremos igual, Etna. Ellas ya tienen quien las quiera y quieren a quien las quiere o no las quiere tanto. Nosotros somos niebla, añoranza, un espacio pulcro en medio de una cotidianidad que golpea cruel. Lo entiendo hermano. Al igual que la democracia, el amor es un concepto ideal que no aplica en la vida moderna. Es duro asumir certezas, los escritores combatimos esa enfermedad llamada verdad sin mucho éxito, lo real evidencia su poder llenándonos de grietas la piel de la cara, loco. Aceptar nos libera, ser libre es jodido, lo bueno es que uno se acostumbra.
-Igual uno siempre encontrará niñas que se quiten las pantuflas y llenen los muros de la casa con florecitas de colores. Por eso estoy feliz, Barrera.
-Esas niñas descalzas siempre están buscándonos y las encontramos así no conozcamos sus caras. Andan por ahí con pendejos que las entretienen traicionándolas mientras llegamos, hermano. Un último trago. Brindemos por las inmortales jovencitas lindas de nuestra historia, ¿o de nuestra histeria?
-Radical lo que dice, cierto hasta el tuétano. Se lo acepto por borracho y honesto. El trago es el suero de la sinceridad  ¿Acabó el poema a cuatro manos? No he visto a cuál muchachita se lo vamos a entregar.
-Quememos esta vaina en el cenicero, no tentemos a la suerte-ordené. Y añadí-: La inocencia nunca muere y estas mujeres de las que hemos hablado desde las cuatro la tienen toda, hoy se merecen la fosforescencia exclusiva de nuestras palabras. Buen título para un aborto poético-etílico.
-Bueno. Estoy feliz y triste y confundido y la amo y la detesto por envejecer y la vuelvo a amar y me quedo sin frases. Me volvió a joder de felicidad Maribel C. Lo sucedido debe contarlo en un cuento, Javi. Va a ser bien cursi y bien del alma.
-Del alma sale todo lo que hacemos ciertos fantasmas cuando nos da por salvar el mundo y sus princesas vampiras, como dice Calamaro.
-Por cursis no nos ganaremos el Nobel. Lo profetizo en este bar.
-Por cursis nuestra gente, los amigos, las niñas de las pantuflas, las niñas descalzas y hasta el “viejito Santafé”, van a sonreír un ratico y agradecidos se sentirán, así no nos vuelvan a hablar. Ante eso el Nobel es una huevonada.
-¡Salud por eso, hermano!

-¡Saludcita, poeta!

lunes, 23 de septiembre de 2013

EL FUTURO DE ESTE PASADO

EL FUTURO DE ESTE PASADO...
Manuel Eugenio Gándara Carballido, Caracas, Venezuela

Primer premio del «Concurso de Cuento Corto Latinoamericano» convocado por la Agenda Latinoamericana' 2005, otorgado y publicado en la Agenda Latinoamericana' 2006


Aquel lunes, una calma chicha se respiraba en el aire; cierta sensación de vacío pesaba sobre toda la parroquia. Ya desde temprano la soledad en las calles había hecho notar la diferencia. Curiosamente, ninguna de las mujeres había asistido a la misa tempranera. Al Padre Tomás, cura párroco desde hacía 12 años, le tocó recordar aquellas eucaristías que se celebraban antes del Concilio, misas sin pueblo.
Cuando, llegada la tarde, ninguna de las fieles asiduas se hizo presente, la cosa se empezó a tornar preocupante: «todas no pueden estar enfermas», se decía el cura con más enojo que curiosidad, mascullando ya el llamado de atención que les haría por su «falta de compromiso». Pero la situación se repitió al día siguiente, y al siguiente… En realidad lo que más le incomodó al principio fue que no hubiese quien limpiara la capilla, y no contar con la ayuda de Carmen para saber qué difuntos nombrar. Ni siquiera Marta había ido a cantar, por lo que tuvo que improvisar algunos cantos para animarse un poco y no sentirse tan solo.
Un movimiento raro se había venido sintiendo en los últimos tiempos durante las reuniones; pero ese secreteo fue tomado como chismorreo, como cosas de mujeres, un asunto sin importancia.
El sábado, la catequesis tuvo que ser suspendida. Ninguna de las catequistas había asistido. La cosa parecía llegar al colmo. Pero la situación se volvió insoportable el domingo: sólo el señor Pablo y el señor José, los dos miembros de la Cofradía del Santísimo desde su fundación hace 26 años, asistieron a la misa de 7. En la de 10, los tres hombres que respondían como pueblo, luego de cruzarse algunas miradas nerviosas, como buscando respuesta, decidieron sentarse juntos. En la tarde, simplemente no hubo nadie.
Fue entonces cuando el Padre Tomás decidió ir y hablar con Ana, encargada de las catequistas mucho antes de que él llegara a la parroquia, a ver qué estaba pasando. La encontró reunida con otras mujeres en el frente de su casa; se notaban nerviosas, pero había algo en sus miradas que daba cuenta de cierta satisfacción. Su respuesta ante el reclamo del cura no pudo dejarlo más confundido: «estamos de huelga, Padre, las mujeres de la parroquia hemos decidido hacer valer nuestros derechos».
¿Cómo podía ser aquello? ¿Huelga? Pero… ¿huelga de qué?, ¿por qué? El padre no alcanzaba a entender nada. «Simplemente, no vamos a asistir más hasta que se nos permita participar de verdad». Ciertamente, no era la primera vez que las mujeres expresaban su inconformidad con algunas cosas que pasaban en la Iglesia, pero una huelga, eso sí que era nuevo. Al cura le pareció una tontería típica de quien no entiende las cosas, y sin dejarlas siquiera terminar de hablar, trató en vano de convencerlas. Las respuestas que obtuvo no le parecieron ya tan tontas: «Claro que queremos a la Iglesia, pero la Iglesia no parece querernos ni respetarnos a nosotras, y si no, ¿por qué nos excluye?»… «Usted no hace más que repetir. Eso es lo mismo que dicen los obispos –que, de paso, son todos hombres- para justificarse»… «No Padre, con todo respeto, en eso San Pablo actuaba como todos los machistas de su tiempo… Jesús enseñaba otras cosas»… «Y, ¿por qué si decimos que somos una comunidad, no nos tratamos como iguales?». Después de un tiempo, viendo la imposibilidad de lograr su intención, decidió dejarlas a ver cuánto les duraba el cuento.
Pasó una semana, sin catequesis, con «misas sin pueblo», antes de que el párroco se decidiera a enfrentar la situación para que las mujeres «se dejaran ya de tonterías». Una y otra vez se repetía lo mismo: «en la Iglesia no hay huelgas»… «Eso es cosa de política, no de religión»… «¿Quién les habrá estado llenando la cabeza con semejantes ideas?». Pero cada vez que él o alguno de los hombres que intentaron ayudarlo a «hacerlas entrar en razón» les decían algo para convencerlas, las mujeres se mostraban firmes como piedras de construcción. Habían pasado horas discutiendo el asunto entre ellas, afinando sus argumentos y convirtiendo la inconformidad en propuesta. La alegría de quien recupera algo perdido había tomado cuerpo a lo largo de aquellos diálogos. Ciertamente, no se iban a dejar vencer sin que se les convenciera: «Nos cansamos… nos cansamos de ser parte de la Iglesia sólo a la hora de limpiar, pero no en el momento de tomar decisiones. De recoger la limosna sin poder decidir en qué se va a gastar. De hacer bulto, de ser siempre sólo ovejas…».
El asunto se había convertido en el tema de discusión preferido de todo el barrio. Había quienes aseguraban que aquello era una falta de respeto, que hasta pecado sería; pero tampoco faltaron quienes apoyaran la protesta. Las mujeres consideraron como buen signo el que algunos hombres decidieran sumárseles, y que se permitieran también decir aquello con lo que no estaban de acuerdo: «¿Por qué siempre los curas tienen la última palabra?»… «Si vieran las cosas desde nuestra perspectiva, otro gallo cantaría»… «Sí, siempre terminamos pareciendo un cura sin sotana»… Pensaban que si ellos entendían esta lucha y la hacían suya, entonces también los que dirigen la Iglesia podrían hacerlo. Pensaban. Las propuestas y argumentos de unas y otros fueron enriqueciéndose mutuamente y convirtiéndose en una sola palabra, un mismo sueño que les permitió experimentar un entusiasmo desconocido.
Después de 2 semanas, en la soledad vacía de la casa parroquial, tras el tiempo ocioso invertido en tratar de entender el origen de todo, el cura empezó a angustiarse. Lo cierto es que desde el día en que arrancó la huelga la vida de la parroquia no era la misma. No lograba comprender cuál era el problema en dejar las cosas como estaban, como antes, como siempre habían sido y debían seguir siendo, como Dios manda. Preocupado por quedarse sin oficio, le había comunicado la situación al Obispo, pero éste no hizo más que reclamarle su falta de autoridad pastoral, pidiéndole que le mantuviera informado de la situación a través de su secretaria. Pero al párroco la cosa no le parecía tan simple; empezaba a entender que de seguir así, hasta las hostias se le iban a podrir en el sagrario por falta de uso… y decidió llamar a una reunión.
El cura lo tenía todo planificado, había preparado sus respuestas, buscado las citas, incluso estaba dispuesto a hacer algunas pequeñas reformas. Pero la comunidad salió al paso a sus argumentos sobre la «incorrecta formación teológica» y el problema de las ideas «demasiado abiertas». Después de haber escuchado lo que el párroco tenía para decir (una interminable lista de artículos del derecho canónico y algunas citas bíblicas), según lo acordado, ellas tomaron la palabra. Una por una le fueron presentando sus quejas y propuestas. El planteamiento lo expusieron las catequistas más veteranas y las jóvenes mejor formadas, lo que no dejó de sorprender al cura; las señoras mayores subrayaban con ejemplos lo que las otras describían en detalle.
Aunque algunos de los señores presentes para apoyar al cura no estaban de acuerdo con darles a las mujeres la oportunidad de expresarse, el Padre Carlos sintió que tenía que dejarlas hablar. Era claro que había que escucharlas si no quería que la cosa se alborotara todavía más: «Durante un tiempo creímos que esto iba a cambiar, pero desde hace unos años parece que vamos para atrás; ya ni al altar nos podemos acercar». «A mí lo que más me duele es que se use el nombre de Dios para justificar algo que no está para nada en los Evangelios». «Yo, la verdad, no me siento bien tratada. Es igual que en mi casa…». «Aunque se habla mucho de democracia, nadie puede ni chistar… No hay diálogo sino un monólogo entre varios con un guión escrito desde arriba». El tono sereno y fuerte de quien defiende su dignidad entre la rabia y el dolor acompañó cada palabra, cada gesto.
Pero el párroco, sin ser un hombre inteligente, no era tonto. A lo largo de la reunión se repetía para sus adentros los mismos pensamientos que le venían inquietando desde el principio del conflicto: «Aunque en algo pudieran tener razón, yo no tengo mayor cosa que ofrecer a sus exigencias». «¿Qué puedo hacer yo que soy sólo un cura?» No podía dejar de sentir que a él la vida se le había ido en mantenerse y mantener aquello que ahora estaba siendo puesto en duda. Todo esto era algo para lo que simplemente no tenía respuestas…
La reunión terminó sin llegar a nada. Ni ésa, ni la siguiente, ni la siguiente. Las mujeres y los hombres de la huelga esperaron, y esperaron, y esperaron. Poco a poco el tiempo y el silencio se encargaron de hacerles entender que nada pasaría.
La falta de alegría y compromiso delataba a quienes después de un tiempo decidieron regresar a la parroquia.
Algunos se sintieron reconfortados con la vuelta a la normalidad: «La Iglesia sabe lo que hace, por eso se ha mantenido en la historia». Pero la historia se encargó de decir otra cosa. La sensación de pesadez, el olor a guardado, los tonos grises se fueron apoderando del ambiente. Empezando por los más jóvenes, uno a uno se fueron retirando.

Pocos años después se decidió el cierre de la capilla. El informe de la diócesis que decretaba su clausura señalaba en letras rojas: «Por la crisis de fe que aqueja a nuestro pueblo, producto del avance de las sectas y de la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas». Hoy sus muros sirven de sede a la casa de la comunidad. Curiosamente, a ella han vuelto mujeres y hombres. Algunos de los rostros ya conocidos y otros nuevos regalan sus risas y preocupaciones en los encuentros en que se comparte la vida, se sueña y hace posible el futuro del barrio, se construyen sentidos y se animan en la fe y en la esperanza. Curiosamente…

lunes, 16 de septiembre de 2013

LA COBARDÍA DE LOS PERDEDORES


HISTERIA DE KAUIL
SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA



LA COBARDÍA DE LOS PERDEDORES
POR: JAVIER BARRERA LUGO


Hace unos meses los pobladores de Colombia, indignados, veíamos cómo por la pasividad histórica de los  presidentes, cancilleres de turno y no sólo por pretensiones nicaragüenses, perdíamos a través de un fallo de la respetable Corte Internacional de Justicia de la Haya, 180.000 km2  de mar territorial. La agitación mediática se tomó los noticieros y espacios de análisis donde expertos lanzaron hipótesis de lo que se pudo hacer y no se hizo (díganlo ayer cuando de verdad importaba).El primer mandatario, respetando su costumbre, despidió veladas críticas sobre la responsabilidad de sus predecesores en este problema y razón no le faltaba: el litigio está vivo desde 2.001, cuando Nicaragua no reconoció el tratado Esguerra – Bárcenas, firmado por ambas naciones en 1.928, argumentando que entre 1.916 y 1.979 no tuvo independencia política (adivine qué potencia mundial controlaba a los dictadorzuelos de turno de esa nación). Claro, esa eventualidad no fue culpa de Colombia, pero la falta de diligencia de las cuatro últimas administraciones ayudó a la debacle que ahora vive la isla más importante de este país ofrecido al sagrado Corazón.
Ese fue el primero de muchos reveses para el mandamás actual, inconvenientes que él mismo creó y ayudó a sembrar siendo ministro o colocando cuotas en casi todos los gobiernos que tienen responsabilidad directa en este saqueo contra la dignidad de la nación. Vinieron los cafeteros, los transportadores de carga, los estudiantes, los maestros, las organizaciones que representan a las víctimas de la guerra interna, los campesinos, otra vez los maestros, la ciudadanía exasperada… Al hombre se le embolató lo que hace un año parecía pan comido, su reelección en el cargo.
Y comenzó la “lanzada” de salvavidas desde la Casa de Nariño: negociaciónde paz exprés con la guerrilla quién sabe a qué precio. Hasta ahora nada concreto se nos ha dicho, ¿o usted conoce alguna cláusula que haya sido socializada respecto a estos arreglos? Aparecieron  chivos expiatorios en los informativos para cada error del gobierno, regaños de Juanma a sus ministros, cambio de gabinete llevando a la crema y nata de la maquinaria electoral a “colaborar con la salvación del país”, anuncios de casas gratis a cambio de votos,  Familias en Acción fortaleciendo subsidios, beneficios y base electoral y ahora, por obra del arte de la prestidigitación, un mago patético saca del sombrero el desacato al fallo de una corte de justicia seria, ante la cual denuncia a guerrilleros y matones cada vez que le conviene a sus intereses. En estos casos sí le sirve el bendito tribunal.
“Sombras de guerra cubren los rincones del Caribe. El país debe premiar el liderazgo de su presidente. La dignidad nacional no se mancilla. Ni un trozo de nuestras aguas a las aspiraciones expansionistas de la satánicamente poderosa Nicaragua. Por fin llega la paz, los problemas de violencia se acaban, las víctimas no son generosas, el paro campesino jamás existió, la educación pública no está en riesgo de ser privatizada, la locomotora minera es la panacea para la felicidad económica y social del país, el sistema de salud no está en crisis, es mejor ser rico que pobre”…Bla, bla, bla.
Juanma está desesperado. Usa el miedo y el nacionalismo estúpido para rebajar un porcentaje de desaprobación a su trabajo del 75%. Es más impopular que Pastrana en su momento y uno piensa que algo peor a lo que hizo el vago de “risitas” no era posible. ¿Cuántos muertos son necesarios para lograr esta reelección? ¿Por qué no se utilizó el término soberanía cuando se negociaron y firmaron los TLC? ¿Por qué no se ejerce el sentido nacional con la gente que vive en la miseria? Podrán dar mil explicaciones los dueños del negocio, pero lo del presidente es “pataleo de ahogado”. No digo que Nicaragua tenga toda la razón, eso se debe analizar juiciosamente, la ventaja para Santos es que allá tienen un hampón que desde Managua roba y trafica de todo, que prestará atención a los puyazos salidos desde Bogotá, porque le convienen a ambos, así se sofocarán los incendios en sus respectivas casas, victimizándose.
Esta indignación repentina de nuestro presidente - candidato ni siquiera es sospechosa, es criminal. Morirán soldados, pescadores raizales, verdaderos dueños de esa franja de mar; pocos en cifras, pero una vida no tiene valor. Se informan medidas de apoyo financiero y humanitario a San Andrés que no son sólidas, nadie va a broncearse cuando están disparando en la playa. Por debajo de cuerda se sabe que los “monitos” del norte nos apoyan (Colombia votará sí a la invasión de Siria, se acordarán de mí), todo aclimata una guerra ficticia que Luis Carlos Vélez con su estilo bobalicón y Vicky Dávila, la de la “tonta política”, transmitirán desde algún hotel de lujo en Providencia. El insípido de Julito, fijo desde París.
El truco del nacionalismo es peligroso. Lo usaron sátrapas como Hitler, Stalin, Laureano Gómez, Alzate Avendaño, Mussolini, Truman, Castro, Bush hijo, Bush padre, y hasta Uribe con su miedo soberbio. El diablo convence con argumentos paternalistas a una masa que no entiende razones lógicas. Las consecuencias del uso inadecuado de este recurso las conocemos todos. Lo que nunca entenderán los políticos es que toda acción tiene una repercusión proporcional.  Mal plan traduce mal resultado y al afamado Juanma esa lección no le sirve. El pueblo no sabe elegir y él espera que tampoco aprenda a recordar. El gran pecado de nosotros como ciudadanos es lo mal que escogemos, tomamos decisiones por emoción, por terror, por carita y publicidad, jamás conociendo un programa de gobierno o los personajes que rodean al candidato, su círculo selecto, quienes hacen el trabajo sucio.
Algunas escaramuzas entre corbetas pobres y mal armadas no pueden ser el factor que haga la diferencia en unas elecciones con candidatos inciertos. Como accesorios: pitos, festones, afiches de publicidad mostrando candidatos regordetes bien peinados y en mangas de camisa impostando una actitud de trabajo, niños feos buscando esperanza en el horizonte, comerciales lacrimógenos que enternecen la mente suave, calumnias a la oposición, Uribe, como una anciana loca, gritando sandeces desde un balcón, la izquierda perdida en sus propias dudas y vicios, Vargas Lleras cambiando puestos por venenosa lealtad, algún canto de cisne de un buen candidato sin maquinaria que vino porque quiso. Eso veremos en unos meses. La idea es que apostemos por algo diferente al miedo, la mentira, el horror o la banalidad pura, las últimas veces hemos seguido ciegos la corriente. Nuestra tarea es de conciencia, nos jugamos el futuro de muchos.


**Si esta columna le genera algún comentario puede escribirme al correo: baluja74@hotmail.como deje  un comentario en nuestro blog idiota Inútil.

lunes, 9 de septiembre de 2013

ROSA Y LEÓN DESPERTARES


ROSA Y LEÓN DESPERTARES


Me estoy volviendo loco. Resulta que estoy en la biblioteca de una casa muy antigua de mi ciudad, donde vivieron una pareja de ancianos que se encargaban de limpiar todos los días, una esculturilla de un caballo que se encuentra en un parque muy cerca de la casa. Al decir que se encargaban me quedo corto, porque esto no era un trabajo ni mucho menos para ellos. Inexplicablemente para mi entender, esto se trataba de una misión sublime y trascendente sin comparación alguna que justificaba la vida misma para estos dos personajes: Rosa y León Despertares.
Suelo ir a ese parque frecuentemente. Una noche en las que estaba ahí, me llamó la atención la pareja de ancianos que estaban limpiando la estatua; las veces que los había visto también era haciendo lo que hacían en ese momento. Lo extraño y fascinante es que no recuerdo haber estado en ese parque sin verlos cerca del caballo; ellos ya eran parte y fundamento esencial de ese lugar. La luna resplandecía en el cielo, me acerqué a la pareja; sin mirarlos a los ojos esto es lo primero que les dije.
- Felicitaciones, el caballo se ve bien-: Nunca había visto algo comparado a la reacción que tuvieron aquéllos personajes, la señora Rosa
Abrió esos ojos miel, tan mieles que yo digo: esto es tan miel como los ojos de la señora Rosa. Después de mirarme con una expresión descomunal de sorpresa, miró a su amado señor diciéndole.
- ¡Escuchó papito!-. -¡Sí mamita!-: Le respondió don León con una voz gruesa y ronca; se dieron un abraso tremendo, tan sentido que yo me estremecí profundamente, estaban tan alegres que no había necesidad de hablar o preguntar para darse cuenta. Inmediatamente pensé. ¿Pero qué les dije? Sin darme cuenta, los dos viejitos estaban cerca de mí, ofreciéndome una sonrisa. El resto de la noche la pasamos en la casa de Rosa y León Despertares: hablando sobre el pasado, el amor y la vida. No hablamos nada sobre el tema del caballo.

Después de esa noche, ésta es la segunda vez que vengo a la casa de los Despertares; ayer pasé por el parque como solía hacerlo frecuentemente, -ya no como antes-, por pasar y nada más, ahora era por saludar a la pareja. No se encontraban allí esos dos viejitos, que con esmero cuidaban de ese caballo de piedra oscura, de mirada triste y presencia melancólica. Me sorprendí muchísimo al no encontrar la pareja en un momento del día en el que siempre estaban. Me dirigí a la casa con el motivo de averiguar qué era lo que les había pasado. Cuando llegué, la puerta estaba abierta, paré un momento en la entrada timbrando unas cuantas veces sin recibir contestación.
Entré, dirigiéndome rumbo al segundo piso; atravesando un pasillito que llaman el “hall” e inmediatamente después, unas escaleras que dan la curva hacia la izquierda. Al subir por las escaleras despacio y sin hacer ruido, vi una aglomeración de señores todos viejitos, unos hombres y otras mujeres, vestidos de negro y en profundo silencio. Casi me muero. Guardé silencio, sin darme cuenta una de las hermosas señoras de cabellera plateada, rostro gastado y ojos profundos, puso su mano en mi hombro halándome hacia un sitio de la sala donde se encontraba una silla apartada de todas las demás; involuntariamente me senté.
Donde me encontraba sentado, veía a mi izquierda a un espacio considerable, al grupo de viejitos que vi al entrar; al frente mío había más hombres y mujeres sentados con el rostro pétreo. A mi derecha veía el pasillo, un largo pasillo en el cual dos cuartos se encontraban de frente. Observé de nuevo para encontrar a quién le podía preguntar por los señores Despertares. Me dirigí sin inmutarme hasta donde la señora que me había recibido; cuando iba en camino, ella me miró. Al ver que yo estaba a punto de hablarle, levantó muy suavemente su mano colocando su dedo índice en el medio de sus labios.
Ya era suficiente, así que me dirigí hacia la salida con toda la intención de marcharme de ese lugar tan desquiciado; al dar los dos primeros pasos rumbo a mi liberación, una de las puertas de los cuartos del pasillo se abrió. Yo quedé expuesto por ser el único personaje que estaba parado, miré de reojo y observé que dos personas salieron del cuarto. Al principio no los distinguí, en seguida descubrí que se trataba de don León y doña Rosa; ¡que alegría! Porque debo confesar que en ese momento, después de ver a todos esos viejitos, pensé que esto era un velorio y que los señores Despertares se habían muerto; lo que pasó después confirmo el pálpito.
Los ancianos me hicieron un gesto para que me acercara. Cuando entré a la biblioteca, don León se sentó junto a doña Rosa, esperaron a que yo hiciera lo mismo. El que habló fue don León.
- Todas las personas que has visto hoy en la casa, ya estamos muertos. Cuando éramos más jóvenes tuvimos que salir de nuestras casas porque los militares nos iban a matar. Recorrimos las montañas llegando a la ciudad después de mucho tiempo. Lo único que trajimos del antiguo hogar, fue el caballo al que llamamos “pálido”. Él nos salvo la vida. Cuando murió, con su cuerpo hicimos la escultura que está en el parque. Ahora hijo, te lo recomendamos.

Al terminar, doña Rosa se levantó de la silla acercándose a mí; me paré, nos dimos un fuerte y sentido abrazo. Salí solo de la biblioteca, sin entender lo que pasaba, cuando llegué a la sala, ya no había nadie; revisé toda la casa con el mismo resultado, tiempo después regresé a la biblioteca. Han pasado muchas horas desde que vi a los ancianos despertares, ahora me encuentro acá solo escribiendo con la intención de convertir en real lo que he vivido. Voy a dejar de escribir para ir al parque; ahora estoy tranquilo. Estaré al lado del caballo, seguramente tendremos mucho sobre qué hablar.


Jorge Alfonso Manrique Varela, Bogotá, Colombia

domingo, 1 de septiembre de 2013

PRIMERO EL CAMPO, DESPUÉS USTED

HISTERIA DE KAUIL
SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA





PRIMERO EL CAMPO, DESPUÉS USTED

POR: JAVIER BARRERA LUGO

“Es deber del Estado promover el acceso progresivo a la propiedad de la tierra de los trabajadores agrarios, en forma individual o asociativa, y a los servicios de educación, salud, vivienda, seguridad social, recreación, crédito, comunicaciones, comercialización de los productos, asistencia técnica y empresarial, con el fin de mejorar el ingreso y calidad de vida de los campesinos”.
ARTICULO 64, CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA



En el campo colombiano se han gestado históricamente los cambios que el país ha necesitado. Campesinos eran los comuneros que sembraron semillas (no certificadas) de emancipación liderados por José Antonio Galán, del campo salieron miles de jóvenes a defender lo que los “doctorcitos” ilustrados de Bogotá, negociaron en contra de los ciudadanos con la casa real de España, La Independencia. Del campo caminaron hacia la muerte por un sueño común los hombres y mujeres que ofrendaron su vida en la Campaña Libertadora dirigida por el General Bolívar. Del campo son los seres que permiten que cada día haya un plato de comida en su hogar. Del campo son nuestros abuelos, nuestros padres, del campo son las raíces de cada uno de nosotros. Del campo son los individuos que han pagado el precio más alto en el sin número de guerras estúpidas que desangran este país. Del campo es la gente que hoy defiende los derechos y estabilidad de una comunidad nacional que duerme en un precario estado de confort frente a las malas decisiones de sus dirigentes.
Colombia, sus pobladores, les debemos mucho a nuestros campesinos. Años de olvido, apatía general y gobiernos de pacotilla le endilgan al sector rural la miseria que humilla. ¿Cuántas veces se emplea la palabra “campesino” para denigrar a otro, para denunciar torpeza? ¿Por qué se dejan para el final las soluciones a las necesidades de estos ciudadanos? ¿Acaso vale más la gente de la ciudad, sus excentricidades y problemas que los agricultores? ¿Son mejores nuestros hijos que los de ellos? ¿Merecen un sustento menor? Preguntas que no se resuelven con golpes de pecho y maniqueos pronunciamientos de apoyo. No. El respaldo a ellos debe ser solidaridad de cuerpo, de nación, de hermanos.
Ante las exigencias casi mafiosas de la dirigencia de los Estados Unidos y la Unión Europea, que no ven los TLC firmados con Colombia, como acuerdos de libre comercio sino como mecanismos de colocación de excedentes de producción agrícola (sobrados, para ser precisos), el precio, como siempre, lo comenzaron a pagar nuestros campesinos. Los subsidios que brindan las potencias a su producción agropecuaria hacen que la comercialización de alimentos propios sea un suicidio económico para el gestor local. Una tonelada de maíz importado desde Estados Unidos, llega con una diferencia de precio de casi 70% menos, eso a algunos les parece bien, supuestamente fomenta el consumo, pero si algo tienen claro los técnicos es que la economía es una cadena con muchos intervinientes, con millones de dolientes y bocas que reclaman algo de los beneficios que por obra y gracia de intereses particulares desaparecen como opción. ¿Si no vende el productor nacional a quién le puede comprar, a quién le puede dar trabajo? Simple matemática de escuela primaria.
Usted, que vive en la ciudad cree que los problemas del campo no lo afectan salvo en el abastecimiento de su nevera. No se sienta tan confiado.  Esto que vivimos es sólo la prueba piloto de lo que viene. Nuestra normatividad se está ajustando a la de Estados Unidos y la Unión Europea. Lo que en nuestras leyes es derecho, principio fundamental, en la de ellos es fuente, uso, objeto, algo palpable y hasta de propiedad individual. Según esa concepción tendremos que pagar patentes y derechos sobre cosas que en nuestros ámbitos son de interés general. Los medicamentos genéricos desaparecerán y tendrá que comprar medicinas al precio que se le dé la gana cobrar al productor extranjero. Las plantas, las quebradas, los conocimientos de sus ancestros perderán características de saber y colectividad para volverse mercancía que cualquier compañía extranjera con el suficiente dinero y apoyo de nuestras laxas autoridades logrará apropiar y vender. La industria nacional, las confecciones de Medellín, el bordado de Cartago, los zapatos del Restrepo y Bucaramanga, los libros de texto de sus hijos, las mermeladas de guayaba, las panelas de Villeta, los tamales tolimenses, los hará un gringo de Michigan o un chino de Guangzhou que gana un sueldo de hambre y usted si tiene suerte, los podrá adquirir en algún hipermercado de propiedad francesa. Para allá vamos, allá estamos, hasta los sombreros “vueltiaos” los producen ya en China.
Exportaremos algo, hay que salvar las apariencias, eso es claro, pero qué y cuánto, esa es la cuestión. La importación de productos no crea suficientes puestos de trabajo, su papel es de intermediación no de producción. En un par de años el trabajo será más escaso, un privilegio mal remunerado (ya lo hemos padecido sin TLC), usted tendrá que pagar seguridad social completa, conseguir tres trabajos los siete días de la semana para poder comprar la basura (muebles, enseres, servicios) que le prometieron como panacea los políticos antes de firmar los adefesios de acuerdos comerciales que empezamos a padecer. Las clínicas estarán vacías porque sólo un grupo privilegiado podrá acceder al derecho a la salud, los viejos trabajarán y pedirán limosna porque las pensiones no serán suficientes para su sustento, será un milagro que sus hijos asistan a una universidad que les garantice algo de calidad en la educación, el que quiera algo bueno tendrá que pagar mucho para obtenerlo, endeudarse con los bancos a perpetuidad será la única alternativa de sobrevivencia. Ese es nuestro panorama si seguimos ciegos las recetas de quienes ven esta comarca como un potrerito lleno de consumidores potenciales o mano de obra barata y sin cerebro.
Cada peso que compre de la producción exterior será un peso que saque de su propio bolsillo en el futuro inmediato. No es una sentencia sin apoyo, un peso entregado a lo importado es un peso en contra de la industria nacional (pequeña y mediana empresa, la que más empleos provee), de su vecino que hace buenos zapatos, del obrero, de su primo que trabaja de sol a sol para mantener su panadería, de los empleados de las fábricas, del “veci” que tiene un pequeño mercado de frutas, del campesino del Caquetá que hace quesillos, de su puesto de trabajo, de la salud, educación y dignidad que sus hijos merecen. Somos ciudadanos no clientes, tenemos derechos que no respetan quienes se sienten dueños de este país. Condenan a varias generaciones buscando lucro personal y nos venden el concepto de prosperidad, disfrazan la pobreza e iniquidad con lindos anuncios publicitarios.
La empresa nacional, los pequeños y medianos emprendedores tienen el reto de renovar activos de producción y conocimiento, adaptarse a esta avalancha de codicia, luchar con ahínco, están acostumbrados, el gobierno penaliza el trabajo honrado. El colombiano común debe comprar colombiano, exigir calidad, ser firme. Teniendo una despensa comprobada no podemos caer en el engaño de sacrificar la seguridad alimentaria de la nación por simples embelecos de unos piratas comerciales que deciden el futuro de millones desde sus amplias oficinas en Nueva York. La idea es salvar al país y sus habitantes, ejercer el derecho de acoger alternativas, no de aceptar imposiciones. Uno no le paga al padrastro de sus hijos para que los maltrate.
Está en juego la soberanía y dignidad de cada uno de nosotros. Esta reflexión carece  de matices políticos o intereses creados, la lógica nunca pelea con los hechos y estos son evidentes. Apoyo el paro campesino, su ejemplo, su pundonor. La violencia no es camino, el saqueo no se justifica, tampoco el desperdicio, eso deslegitima la justa protesta. Hay que seguir luchando el valor de las ideas, abstenerse de dañarnos, respetar. Las mayorías estamos con el agro, con nuestros hermanos. Si ellos ganan, ganamos todos, están exigiendo lo justo, como siempre abanderan la protección de la dignidad Colombiana. Permitir que algo malo les pase es firmar nuestra sentencia de fracaso. Ojalá, lo digo de corazón, todo lo malo que creo que pasará, no pase.
PD: Desde el congreso y la Casa de Nariño, desde sus fincas y fortalezas, los ex presidentes y candidatos se suben al bus del apoyo a los campesinos, ya casi son las elecciones, es por eso el repentino interés. Les pregunto: ¿No es el congreso el que ratificó la firma de los TLC? ¿No fue el gobierno anterior quien negoció los TLC? ¿No fue el actual presidente, miembro estrella del gobierno anterior, quien firmó los TLC? ¿No fue el actual presidente quien defendió en un libro junto a Blair, el nefasto ex primer ministro del Reino Unido, las maravillas del libre comercio justo y no practicado en la realidad? ¿Ejercicios de hipocresía los golpes de pecho de la dirigencia? No sé ustedes, pero yo revisaría con lupa por quién votar el año entrante. Ahí está tácito nuestro poder de cambiar las cosas.




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