CON
LA AYUDA DE DIOS
Gabriel Juliá Pi
Como cada día, antes de que el sol saliera a calentar la tierra,
Doña Rosa, una mujer indígena miskita de 56 años, agarró su machete, y cruzó su
comunidad a oscuras, guiándose por la tenue luz de la luna y los árboles
frutales que desde pequeña había trepado y que conocía tan bien. A su paso la
saludaban los gallos con su cantar madrugador y las luciérnagas. Se dirigía al
Rio, aquel que años atrás fue el escenario de una guerra cruel y fratricida. Al
llegar a la orilla lodosa, preparó su viejo cayuco para cruzar al otro lado.
Por un momento con el canalete en la mano, recordó cuando el rio era de aguas
transparentes hasta que de repente un día se tinto de rojo. Su madre contaba
que era por la sangre derramada en la guerra, la de los noventa, la de los Pobres
al Poder, otros decían que era por el despale atroz e indiscriminado y el
expolio de la madera preciosa que afectaba los bosques de Rio arriba.
Cuando llegó al otro lado del Rio, ya habían llegado otros tantos
cayucos. Los reconoció todos, algunos tenían pintura pero ninguno motor, eran
de personas de su misma comunidad que se adentraron monte adentro para preparar
las tierras y sembrar el frijol.
Doña Rosa, empuño el machete y dijo en voz alta: “Este año,
sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una
ropita para mis nietos y repararé mi tejado de zinc oxidado”.
Una paloma que reposaba en las hojas de un banano, escucho a Doña
Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, una mujer vino y
dijo que iba a sembrar en su terreno”, “-¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo
y Señor de las tierras a la paloma. -“No, no dijo nada de Usted”, –“Entonces no
te preocupes…”
Al rato unos hombres blancos, los colonos, armados y con aire
amenazante, expulsaron a Doña Rosa, de las tierras de siembra que hay al otro
lado del Rio, las mismas tierras que habían sembrado sus ancestros de
generación en generación, las que sirvieron para cosechar el café, con el que
prepararon e invitaron a una taza, al mismísimo y hambriento marino español
llamado Cristóbal Colón que apareció hace años en la desembocadura de ese Rio,
y que el mismo llamó Cabo Gracias a Dios.
Doña Rosa regreso asustada a la comunidad, y encontró a todos
discutiendo y hablando de los mismos colonos blancos. A unos les habían pedido
que entregaran un quintal de frijol por cada tres quintales de cosecha, a otros
sencillamente los expulsaron de sus tierras de siembra, otros no habían
entendido nada por no hablar español, unos querían guerra, otros paz. Después
de horas de debate, el consejo de ancianos de la comunidad escuchó, reflexionó
y anunció la decisión de la comunidad. Negociarían con los colonos.
Doña Rosa fue a la casa, calentó un gallo pinto, y lo sirvió a sus
siete nietos con un poco de yuca. En la noche antes de acostarse, dijo en voz
alta: Mañana cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia
que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé mi tejado de zinc
oxidado”.
La misma paloma escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño
del terreno: -“Señor, Señor, una mujer vino y dijo que iba a sembrar en su
terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la
paloma. “-No, no dijo nada de Usted” “-Entonces no te preocupes…”
Doña Rosa, no durmió nada esa noche, por el llanto del más pequeño
de sus nietos que vomitaba y tenía gran calentura, parecía que le estaba
saliendo una infección en la piel. Tal vez sarampión, varicela, o alguna otra
cosa, pero no había medico a quien consultar en toda la comunidad. Por la mañana
busco como ir a la pequeña ciudad llamada Waspam pero no encontró como
desplazarse pues el bus solo pasaba cada dos días por la comunidad. Intento
llamar a su hija desde el teléfono celular del pastor. Su hija mayor estaba en
la capital, Managua, trabajando en la Zona Franca, y tal vez le podía mandar
algún dinero con el que pagar el transporte y medicinas, pero Doña Rosa no
sabía que en la Zona Franca los trabajadores no pueden recibir llamadas,
tampoco hablar.
Por la tarde halló una camioneta que se dirigía a la ciudad,
tardaron 4 horas en llegar pues los caminos estaban muy malos por las lluvias
pasadas. Viajaron en la bandeja trasera de la camioneta, la tina, y Doña Rosa
se sintió mareada y adolorida por los vaivenes y golpes del vehículo pero respondía
con una sonrisa a las miradas de las otras mujeres que también viajaban con
ella, una de ellas con las contracciones pre parto y que ahora se mojaba por la
lluvia intensa que de repente caía.
En el Hospital, le costó trabajo que atendieran a su nieto, pues
Doña Rosa no tenía cédula de identidad, y apenas hablaba español. No pudo
comprar las medicinas y cremas que le recetaron, pero otro paciente con una
enfermedad parecida le prestó sus medicinas.
Una vez en el Hospital y su nieto ya en cama, se alistó un rincón
donde dormir en el frio y sucio piso de la habitación y dijo: Mañana cuando
regresemos a casa, cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la
ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé el tejado
de zinc oxidado”.
La paloma que estaba en la ventana resguardándose de la lluvia
intensa, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor,
Señor, escuche a una mujer decir que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi
nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. “-No, no dijo
nada de Usted” “-Entonces no te preocupes…”
Por la mañana, una vez diagnosticada la varicela, Doña Rosa buscó
como regresar a la comunidad, pero descubrió que no había gasolina en todo
Waspam, porque la carretera al sur que une con Managua llevaba varios días
cortada por los trabajadores del mar, los Buzos miskitos que protestaban por
los más de 10.000 afectados por el síndrome de la descompresión, por los
desaparecidos, los ahogados y por las condiciones infrahumanas y de neo
esclavitud con que los tiene trabajando los empresarios de la región, con el
visto bueno del gobierno nacional y extranjeros.
Doña Rosa se encontró a una amiga por el viejo mercado municipal.
Se alegraron mucho y ella le contó que había venido a la pequeña ciudad a
matricular a su hijo en la Universidad y estaba esperando vender un saco de
naranjas que traía de la comunidad para pagarse el boleto de regreso.
Decidieron bajar al embarcadero del rio para esperar algún cayuco que viajara
rio abajo, mientras se contaban las anécdotas del viaje se terminaron las
naranjas que les parecieron muy dulces.
Doña Rosa llegó a la comunidad cuando el sol se estaba retirando,
en el preciso momento en que los zancudos se despiertan llorando, Doña Rosa
dijo: “Mañana si Dios quiere, cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y
con la ayuda de Dios, de la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis
nietos y repararé el tejado de zinc oxidado”.
La paloma que casi dormía en la rama de un mango, escucho a Doña
Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, escuche a una
mujer decir que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto
el Amo y Señor de las tierras a la paloma. -“Sí Señor, dos veces dijo, con la
ayuda de Dios lo haré“. –“…Entonces,- dijo el Dueño y Dios de este mundo- ve
con la mujer, y no la abandones, dale fuerzas cada día para levantarse sembrar,
y remar, dale Sabiduría para soportar las amenazas de sus enemigos y los que le
quieren mal, enséñale a resignarse a soportar el dolor y sufrimiento de este
mundo y dale la esperanza y la fe de que pronto heredará las tierras que tanto
quiere sembrar, y las cosechas serán abundantes y enjugaré toda lágrima de los
ojos. No habrá más muerte, ni llanto ni dolor, yo estaré con ella para siempre.
Yo seré su Dios y ella mi hija, porque yo hago nuevas todas las cosas”.
Gabriel Juliá Pi
Puerto Cabezas, Nicaragua