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lunes, 20 de enero de 2014

PUNTOS S.A.

PUNTOS S.A.

Por: Jaime Castaño





Aunque vivíamos en el país de las líneas teníamos una fábrica de puntos. Los producíamos contra pedido: en series, docenas, gruesas y pacas. Claros y oscuros. Grandes y chicos.

Pero también hacíamos, y éste era uno de nuestros fuertes, puntos especiales.

Fabricábamos puntos en el vacío para los locos, puntos suspensivos para los cabizbajos y meditabundos, puntos atractivos para los adolescentes sin gracia. Algunas empingorotadas señoras nos exigían incesantemente finos y sexis puntos para sus medias veladas. Contábamos con puntos nostálgicos: para los que llevan largos años de casados, puntos candentes: para los amantes en disputa, y en común para los que apenas comienzan.

Algo exclusivo: creábamos puntos débiles para hombres y mujeres. Lo importante aquí eran los planos donde cada sexo los llevaba, éstos constituían uno de nuestros éxitos: los vendíamos por millares!

Producíamos puntos muy disimulados para los hipócritas, puntos de justificación para los procaztinadores, puntos imposibles para los utópicos, puntos de esperanza para los escépticos, y para los excéntricos: puntos a parte. A los amigos de la prisa les arreglábamos sus relojes para que siempre tuvieran la hora en punto. Para los hiperactivos: puntos seguidos. Para los glotones una pequeña variación: punto y coma. Para los arquitectos: medios puntos, muy prácticos en la construcción de arcos de iglesia. Los congresistas nos pedían, con bastante frecuencia y pagando bien nuestro trabajo,  que les desarrollásemos con sumo cuidado diversos puntos de vista. Concebíamos notables puntos luminosos para los que pasan por inteligentes. Los filósofos nos reclamaban a gritos profundos puntos de reflexión. Los matemáticos, puntos lógicos y exactos. Contábamos con puntos realistas y maravillosos para los artistas. Puntos sobre las “íes” de los letrados. Puntos de acuerdo para los huelguistas. Puntos humanos para los filántropos. Puntos verdes, por los que claman a pulmón entero los ecologistas. Y, para que no se nos escapara la vida, los imprescindibles puntos quirúrgicos...Alcanzamos a lanzar hasta puntos muertos para las funerarias.
Para llegar a las masas y acabar un tanto con la competencia desleal, y del todo con la especulación, resolvimos crear los famosos puntos de fábrica. ¡Otro de nuestros éxitos!

También producíamos puntos de otras índoles: puntos rígidos para los conservadores, flexibles para los liberales, neutrales para los conciliadores, y puntos dinámicos para otros grupos. No podemos negar que se nos escaparon algunos puntos de mira que fueron a parar a manos de asesinos a sueldo. ¡Una verdadera lástima!

Hacíamos puntos para todo el mundo, pero teníamos nuestras reservas. Para los desamparados verdaderos puntos de apoyo. Puntos cardinales para orientar, en las noches de altamar y en las oscuras bocas de los ríos, embarcaciones con cargamentos sospechosos. Para los guerrilleros estudiábamos puntos estratégicos. Para sus ataques puntos débiles en sus enemigos y puntos clave en su retaguardia par su defensa. Además desarrollábamos, en forma clandestina, otros puntos. Unos cuantos militares de avanzada nos solicitaron, no sin marcadas reservas y precauciones, puntos de acuerdo para lograr una paz duradera –nuestro deseo-. ¡trabajábamos entonces con empeño y alegría!...  Pero también había, por desgracia, un gran número de belicosos extremistas y reaccionarios que nos amenazaban con un grosero y simple “alto en el punto” si no les inventábamos puntos de provocación, saboteo y discordia!


Un día alguien. –no se supo nunca quién era pero si a que intereses representaba- nos paso la orden de un punto... Misteriosamente uno solo. Orden que no reclamó –que jamás lo haría-. Cuando cumpliendo con su pedido –ingenuidad la nuestra!- lo fabricamos, nos dimos cuenta, tarde ya, que habíamos cometido nuestro máximo y último error: nos había encargado hacer un fatídico punto final.               

lunes, 13 de enero de 2014

SIN EGOISMO

SIN EGOÍSMO
Por: Javier Barrera Lugo




Lo amo viejo. Nunca lo voy a olvidar.

No eran un cúmulo de dogmas rígidos. Aquellas reuniones de amigos al alba fueron sólo un ritual de parámetros flexibles que mi viejo instituyó como escape creativo a las preocupaciones que le generaban una vida de trabajo dedicada a sacar adelante, junto a doña Teresa, a cuatro hijos pasados de revoluciones. Todo parecía ubicado estratégicamente en aquel tinglado cimentado en la evasión necesaria que deben tener los seres humanos para no enloquecer: par amigos igual de fastidiados y con el espíritu lleno de emoción,  unas cervezas en el estanco de Víctor, donde funcionaban además el despacho de busetas y una polvorería mítica que en julio y diciembre, inundaba de fuego las calles del barrio y que mantuvo por décadas el ominoso récord de explosiones sin muertos más grande de la ciudad. (Don Héctor sobrevivió a uno de estos eventos un día de velitas del 84). Daba cierre a la gaseosa planeación estratégica de la bohemia, alguna pelea entre obreros ebrios hasta el copete  que lograban el dudoso milagro de hacer que los policías abandonaran el imperio de ronquidos que era la estación del “City” y sellaran la cantina donde, con o sin uniforme puesto, eran clientes puntuales.
De aquel templo de la tertulia y tragos bien entendidos salía cada quién para su casa, pero un latido vital delataba que las cervezas no fueron las suficientes, que la vida transitaba furiosa y pese a que había que madrugar, los sentidos estaban plenos, que el tocadiscos Hitachi recién comprado y los acetatos de Orlando Contreras, Antonio Aguilar, Lucho Bowen, Helenita Vargas, Javier Solís, Osquítar Agudelo, María Dolores Pradera, Cuco Sánchez, Daniel Santos y Olimpo Cárdenas, hacían “coquitos” para ladrar  historias de desamor, de vagos que se metieron a soldados para tocar la corneta y terminaron aprendiendo que la milicia no es sino un refugio para quienes no saben hacer nada salvo obedecer. Esa fiebre de ociosidad los llamaba como si de ambrosía otorgada por el dios Baco se tratara. Don Héctor, líder por naturaleza, brindaba la sala de su casa y asumía las consecuencias de enfrentar a mi mamá.
Los relojes no eran un problema para nosotros. Los niños no piensan en el tiempo, les sobra; únicamente la perorata en voz baja entre mi viejo y su adorada Teresa, nos hacía prender las alarmas respecto a los sucesos por llegar. Ella le reclamaba por hacer “recochitas” a la una y media de la madrugada con un “grupete de pelafustanes y justo al lado del cuarto de los “chinos”. Un exabrupto que no estaba dispuesta a tolerar. “Son muy pequeños y no quiero que aprendan mañas, ni palabrotas de borracho”, decía, ignorando que Andrés, el “terremoto” de la casa, “la porcelana”, no sólo las decía con una habilidad de carretero enguayabado, sino además, las escribía con grumos de tiza en los tejados de la casa vecina donde se encaramaba para asustar a las mojigatas novias de los payasos de Animalandia, que en aquel tiempo eran la sensación en un país donde la caja idiota y sus bufones empezaba a volverse una secta con millones de adeptos.
Una vez capoteado el temporal, con la venia de mamá, que a regañadientes aceptaba las peticiones de su amado, las voces se acentuaban, el escarceo de las luces de la sala dominaba los dinteles de las puertas, las melodías fluían y un Alejo de siete años, Andrés y yo, comenzábamos nuestra educación sentimental sin entender mucho de lo que se decía en aquel recinto. Todas las canciones hablaban de desamor, de errores, de amantes y queridos a quienes las penas se les escapaban con el sudor, describían las lágrimas de unas madres que vivían en pueblos lejanos de la provincia y se la pasaban rezando por la suerte de sus hijos encandilados con promesas que la ciudad se negaba a cumplirles, triángulos apasionados, corazones a quienes un mal proceder terminó por quebrar, un trago, mil tragos para paliar gigantescos dolores. En silencio escuchábamos, reteníamos, nos burlábamos del viejo, de García, su compadre, del tío Félix, del señor Moreno (igualito al papá de la serie ALF, lo juro),de don Libardo Vera, crédito de Espinal, Tolima, un tirano con su familia y un alma de dios con el resto de la humanidad… Instantes que no se borraron, cientos de vigilias que se nos metieron anárquicas en la sangre y el cerebro.
Las veladas eran sanas, generosas en remembranzas, críticas frente a las actuaciones del presidente de turno y su partido. En primera plana como un mandamiento, el análisis vehemente sobre el desempeño mediocre de Santa Fe y Millonarios en el torneo local de fútbol, los sucesos de los amigos, negocios y proyecciones, la bendita vida diaria que parecía burlarse de la disposición cruzada de los sueños. La música ablandaba cualquier atisbo de pesimismo, latía; los viejos, en ese momento hombres que rozaban los cuarenta años, se dejaban tentar por la poesía de lo cantado, por sus elaboradas letras y lo esencial de cada instrumento. Y no es que sus mujeres fuesen traidoras agazapadas y por eso padecieran, al contrario, fueron y son leales compañeras de ruta, señoras intachables que criaron a una generación que de a poco empezó a olvidar su índole, que compró un boleto para la prosperidad cosmética con sabor a babas. En aquellas canciones mi padre y sus amigos encontraron el sentido lírico de las vivencias ajenas, las palabras hilvanadas por portentos de la composición para quienes era claro que la lúdica inconforme, el juego de las letras, era hermano gemelo de la desesperanza, dama caprichosa que educa restregándonos los errores en la cara.
El quilombo terminaba casi al alba con dos canciones que eran himnos de una liturgia forjada por camaradas honestos: “En el juego de la vida” del gran Daniel Santos, con la cual el grupo, literalmente, tumbaba las paredes con sus gritos ebrios y llenos de alegría:“En el juego de laaaa viiiiddddaaaa…Juega el grande y juega el chico, juega el blanco y juega el negro, juega el pobre y juega el rico… Juega con tus cartas limpias…Vive y deja que otros viiivaaannnn…”. La segunda, un portento de canción interpretada por Orlando Contreras, “La voz romántica de Cuba”, metálica, deliciosa, atarbana y rasposa,  Sin Egoísmo: “Pooorrr esooo te deje, con gran dolor te abandoné, porqueeé sin egoísmo vivo yoooo… Para queeé tenerte así, sin niinguuna comprensión, si yo sé, que tu amoorrr, fue una ilusioooonnnn… Poorr eso te dejeé, con gran dolor te abandoné, porqueee sin egoísmo vivo yoooo… ¡Y sooy feeliiizzzz!”.
Las luces se apagaban. Alejo dormía al igual que Lili, en ese momento una nena graciosa, rubia e histérica. Papá y mamá cerraban las puertas, se sumergían en los secretos de su cuarto hasta la salida del sol. Cada espacio de nuestra casa era llenado por el silencio tóxico de lo habitual. Junto con Andrés, a escondidas, subíamos a la terraza y escuchábamos cómo la señora Consuelo, esposa de Don Libardo, denunciaba a grito entero el precario estado de conciencia con el que llegaba a perturbarle el sueño a toda su familia. Las palabras ceceadas  del hombre sólo dejaban intuir un “¡negra, estaba donde Barrera! Deje de joder y hablamos mañana. Ve, por eso es que me da “jartera” venir a dormir la “jartera”. Remataba el comentario con una carcajada de sibarita. Minutos después todo era cobijado por el mutismo. Mi hermano y yo nos tapábamos la boca para que nuestras risas no se escucharan. En puntas de pies volvíamos al cuarto para seguir siendo los mocosos que llegarían trasnochados a la escuela y que hoy tienen la edad de ese grupo de bohemios adorados y buscan negarlo a toda costa.
La vida está llena de chispazos, de momentos que hacen soportable la cotidianidad, esas explosiones de magia que los científicos llaman asimetrías, las que soportan y reafirman una variable constante. Esta pandilla de almas rebeldes en la medida de sus posibilidades, sin quererlo, nos enseñó la dignidad patente en los comportamientos extremos que sólo tienen consecuencias para el corazón dispuesto a enamorar o morir en el intento. Las “tomatas” fenecieron, los amigos se fueron a escribir otras historias, se cansaron de celebrar, tal vez la edad les regaló el placer de la mesura. Pero el daño quedó hecho. Los hermanos Barrera descubrimos con la temeridad de lo fortuito que la capacidad de perdón de las mujeres es selectiva, que siempre dejan una colilla del pecado perdonado a la mano para cuando sea necesario abrir una herida que se infecta. Nos enseñaron el bigotón Daniel Santos y Orlandito Contreras, Don Héctor, el tío Félix, que los hombres lloran si se enamoran, cuando no los quieren, cuando no utilizan, cuando utilizan y no aman lo suficiente o se convierten en máquinas hastiadas de sí, cuando de verdad duele el alma. Comprendimos que el amor es puro, duro, deforma y conforta como la linfa de una mandrágora. Lección aprendida y comprobada muchas veces…Hicimos bien la tarea.
Siempre viene una reminiscencia bonita, un latigazo de electricidad en el pecho cuando de casualidad  los de mi generación y origen escuchamos una de las canciones emblemáticas de aquella cofradía, un raro placer que parece destinado a los escasos antros donde se reúnen cada vez menos pensionados o conocedores del tema a rumiar tiempos mejores. La nostalgia está mandada a recoger, dicen los dueños del mundo, las directrices del mercado se aplican hasta en los lugarcitos en los que se reúne el lumpen de una metrópoli plagada de  espejismos. Hoy en las cantinas el sonsonete que impera es el de la hostigante música popular y sus frases inconexas, los Jhonnys y los Pipes, que de buenos sólo tienen el apellido porque con su arte dudoso hacen honor a una máxima de la vida:“vulgaridad es la virtud del mediocre”. Son espacios destinados al fetichismo de la intrascendencia, a la ordinariez de la mente, las conversaciones tienen otro calibre, el único objetivo es el ensimismamiento sin reparos, la estúpida sobrevivencia amputada de anhelos, el mero hecho de la ebriedad.
La poesía es veneno que provoca, sus adoradores, una suerte de suicidas aferrados a la existencia que por instantes se sumergen en las violentas aguas de la melancolía para testificar su ingenuidad. Usted que lee esta reflexión tiene un nombre particular para esa persona que le enseñó a percibir lo que se siente sin querer o queriéndolo mucho, un tío, su padre, su mamá, un vecino bonachón, un sabio borrachín que remontaba las calles de su parroquia tarareando melodías del ecuatoriano Julio Jaramillo, “el ruiseñor de América”,  los temas milimétricamente tristes de Don Alcibíades “Alci” Acosta, o Renunciación, de Javier Solís, “Rey del bolero ranchero”, (No quiero verte llorar, no quiero ver que las penas se metan en tu alma buena por culpa de mi querer…No quiero verte sufrir, no soy capaz de ofenderte si sabes que hasta la muerte juré ser sólo de ti…).
La belleza es una noción subjetiva, el tono colorido que hace falta para subvertir las pesadillas. Tantos rostros, tantos momentos que nos indican que el tiempo pasó, que nos vamos haciendo viejos, que los hombres no mueren, que sus corazones estarán junto a nosotros mientras no carguemos la enfermedad del olvido. Alcemos las copas, volvámonos a enamorar, todo existe si así lo queremos.


Recomiendo escuchar:

Renunciación                       (Javier Solís)
Temeridad                            (Olimpo Cárdenas)
Si Dios me quita la vida      (Javier Solís)
Fallaste corazón                   (María Dolores Pradera)
Tres corazones                     (Cuco Sánchez)
Pasaste a la historia            (Helenita Vargas)
Sin egoísmo                          (Orlando Contreras)
En el juego de la vida          (Daniel Santos)
Cataclismo                            (Javier Solís)

Me recordarás                      (Javier Solís)

lunes, 6 de enero de 2014

LOS TITANES DEL TIEMPO





Idiota Inútil desea a todos sus lectores un próspero y venturosos 2014. Esperamos seguir contando con sus comentarios y aportes, apoyo invaluable a este sueño.

 

 

 

LOS TITANES DEL TIEMPO

Aroldo Moisés Pescado Tomás, Guatemala


Se acercaba el tiempo de las luciérnagas en el aire, esas pequeñas luces que con las primeras lluvias dan la idea de ser chispas de fuego al extinguirse el incendio que quemaba la tierra en el verano.
La noche que no era noche delineaba figuras chinescas por el camino de tierra, de piedra, de polvo, de lodo. En el lento vaivén del alarido de un viento quejumbroso flotaba la frescura de un cielo estrellado, sin nubes, sin sombras. Cuando pasaba por el camino de pedregales el sonido se hizo grande, que cubría todo, que lo envolvía todo y el firmamento se movía como si viajara en barco. De pronto se sintió caer en un profundo abismo, sintió volar hacia atrás, de espaldas por un segundo sin fin.
El ladrido de un perro negro que dormía en el camino lo vino a despertar, era como alma de diablo que mostraba sus dientes blancos mientras pasaban Lila, una vieja mula acanelada, y él montado sobre ella casi dormido en el sueño del amanecer eterno.
¡Guau!, ¡guau!, ¡guau!, ¡guau!, guauuuu… ladraba el perro en tanto corría y regresaba como queriendo jugar a espaldas de la bestia, Lila seguía con su andar tranquilo como si también durmiera de tanto caminar. Don Encarnación se tocó la cintura para revisar si seguía ahí el machete que colocó con mucho cuidado al salir de su casa. Y tubo que sostenerse también el sombrero ancho para no caerse porque la mula despertó asustada, ya que se sintió caer de espaldas frente a la fuerza del ladrido de un lebrel pinto que se oponía a su camino.
-¡ShÍÍtT!, ¡chucho! –Dijo, para apartar al animal del pasaje-. Silencio. Atrás quedó la granja de los frailes y sus fieros guardianes caninos.
-¡Mercado central!, ¡mercado central!, ¡vamos madre!, ¡llega, llega! Con las primeras luces sonaban las bocinas como reses para el matadero, docenas de canastos y sacos con plumas, frutos, verduras y hortalizas eran cargados al camión donde viajaría Ña Candelaria. Bajo la luz de las estrellas y luceros pálidos florecía un verdadero mercado terrestre, casi acuoso por el vapor de las tazas de café que servían unas mujeres prietas a los camioneros rechonchos y malhumorados. Cestos con gallinas, patos, pavos; limón, toronja, chile, tomate, cebolla; calabazas, porotos y maíz.
En la alforja fósforos, ocote, pixtones, sal, chile, agua. La oscuridad palidecía como hombre que se asusta y que dormido enflaquece y despierto muere. La aurora aparecía tímida y ligera detrás de cerros con dioses seculares. El canto del cenzontle lloraba agua, y el hombre con su mula llegaba al monte, para trabajar la tierra sagrada y benévola, que generosa da a su tiempo la espiga que es la madre del pan, y el maíz, padre del hombre americano. El sol pintaba el horizonte con sus rayos de luz, mula y hombre eran como sombras en ese paisaje de oro. Los brazos y piernas reumáticos de tanto labrar la tierra comenzaron su larga faena. Olía a tierra seca.
Doña Candelaria, mujer vieja y paciente como su esposo, llevó a vender mil tomates verdes, gallinas amarillas y conejos blancos a la plaza de la ciudad.
-¡Hoy no hay venta!, ¡aquí nadie vende más! –gritaron unos gendarmes. Y hubo que correr para salvar la vida, y dejar la venta para no ir al calabozo, y llorar para destruir el badajo de plomo en la garganta. Los miserables no tienen derecho a ganarse la vida honradamente porque causan desorden y afean las horribles ciudades. Y causan enojos a los grandes estadistas idiotas, burgueses que creen ver todo y no ven nada.
Los primeros aguaceros agujerearon las viejas láminas de zinc. Don Encarnación regresó a casa y se quitó las botas de hule, ahora llenas de agua limpia y llovida. Entró a la cocina y vio a su esposa con las pupilas llenas de granizos calientes, tan calientes como lágrimas. Doña Candelaria narró con la voz quebrada cómo perdió todo y quedó ella sola, sin dinero, sin gallinas, ni conejos, ni nada. Los toscos brazos envolvieron a su esposa, los dos viejos lloraban. Menos mal que a ella no le había pasado nada. El agua sonaba como piedras en la lámina roja de tan oxidada, pero eran piedras tan duras como diamantes, gotas de esperanza. Un colibrí hecho con cabellos de luna volaba entre las gotas de lluvia y de sus alas se desprendían fracciones de tiempo color del arco iris en el crisol de la tierra seca y sedienta. Los trabajadores con su trabajo honrado y noble son los verdaderos héroes de la historia, de la patria, de esta tierra milagrosa y legendaria.