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jueves, 27 de febrero de 2014

LA RE - EVOLUCIÓN DE LOS SUEÑOS

LA RE - EVOLUCIÓN DE LOS SUEÑOS


POR: JAVIER BARRERA LUGO









“No es nunca demasiado tarde, amigos, / para buscar un mundo nuevo, ¡vamos!,/soltemos las amarras, / castiguemos bien dispuestos las ondas murmurantes; /deseo navegar aún más allá de donde cae el sol…”.Alfred Tennyson, poeta inglés, escribió el verso Ulises en 1.833. Llegué a él gracias a la sugerencia valiosa de La Filipina, quien lo recitaba cuando las cosas se ponían crueles. Este fragmento en particular la llenaba de ánimo, de coraje, de una ira constructiva. Y es una atávica propensión a decorar de lírica los actos nobles de la gente la que me lleva a traerlo a colación.

Sí, las cosas en Colombia nunca han estado bien, el trabajo dejó de ser un derecho para convertirse en un privilegio exigente y mal pago, los políticos se roban el país con descaro, las cosas se ven feas.Pero como en toda historia nefasta, siempre habrá un faro dispuesto para que la esperanza se guíe a través de las tinieblas y el ejemplo. En esta ocasión destacamos a David Suárez, productor de radio, creador y director de LA REVOLUCIÓN DEL ROCK, un espacio donde las bandas nuevas, las destacadas, las olvidadas y hasta las amnésicas tienen una zona de difusión. David desde hace un lustro viene posicionando su programa, su sueño, y por el camino ha arrastrado a instituciones de la escena local como La Siega y consagradas agrupaciones como 1280 almas.

Desde el próximo 3 de marzo y de ahí en adelante todos los lunes de seis a siete de la noche,LA REVOLUCIÓN DEL ROCK, se toma la emisora virtual KABINAK.FM. Los integrantes de Idiota Inútil,celebramos este acontecimiento y brindamos nuestro apoyo a David y la emisora, porque si algo tenemos claro es que las únicas revoluciones, re-evoluciones posibles son las de los sueños. A continuación colocamos los enlaces en los que pueden sintonizar el programa y una entrevista que gentilmente nos concedió su Director.
·     
-          -  http://kabinak.fm/
·        - O a través de la aplicación Tunein radio para dispositivos móviles y Laptop.

¡Apoyemos el proyecto de David!



Idiota Inútil: ¿David. Cuánto lleva "dando lora" LA REVOLUCIÓN DEL ROCK en las radios de Colombia?

David Suárez: Pues llevamos 5 años “dando lora.”El programa nace en el año 2009, y fue creado con el fin de apoyar las nuevas  promesas del rock. Invitando las bandas y solistas a participar de un espacio que a través de entrevistas, da a conocer sus trabajos musicales y su aporte al género, a la audiencia.Hoy, gracias al lugar que nos da Kabina K, seguiremos dando más y más“lora.”

I.I.: ¿Qué cosas nuevas van a encontrar los oyentes en esta nueva etapa de LA REVOLUCIÓN DEL ROCK?
D.S.:La Revolución de Rock,  es un proyecto que tiene una gran acogida entre  jóvenes que navegan por la red.Ahora, con el nuevo streaming de "Kabina K", tenemos más cobertura nacional e internacional y un sonido más profesional. También habrá nuevas bandas que nos brindarán renovados sonidos musicales. 

I.I.: El espacio para las nuevas bandas del país se mantiene en LA REVOLUCIÓN DEL ROCK. ¿Para qué seguir brindando este apoyo?
D.S.: Para La Revolución de Rock, los nuevos sonidos y músicos son un importante nicho y fuente de sostenibilidad social, cultural y artística; es por esto que el apoyo a las bandas se traduce en un principio de difusión para  destacar su arte.Junto a la creación y construcción de la buena música, queremos convertirnos en  complemento para fortalecer la razón de ser de las nuevas bandas, nacionales e internacionales.

I.I. ¿Cuáles son los sueños con LA REVOLUCIÓN DEL ROCK? ¿Hasta dónde quiere llegar?
D.S.: En Bogotá existe un festival, uno de los más grandes de Latinoamericana, se trata de Rock Al Parque, de gran trascendencia histórico-musical. El único problema es que hay músicos y propuestas muy buenas que se quedan por fuera de este certamen.La Revolución Del Rock, quiere llegar a hacer un festival donde las bandas, en igualdad de condiciones,  tengan una oportunidad de darse a conocer en una tarima digna de este género, y queremos  seguir en los medios radiales alternativos apoyando a los nuevos músicos.


I.I.: ¿Cómo ve el fenómeno de la radio a través de internet en Colombia?
D.S.:Como bien lo dice es un fenómeno que ha adquirido fuerza y se posiciona fuertemente gracias a la diversidad de dispositivos.Cualquier usuario puede disponer de información a través de decenas de aparatos electrónicos y es ahí donde el contenido tiene que llevarse a la misma velocidad que se genera, para que cumpla su función: mantener informados en el diario vivir, de una forma rápida y veraz, a los oyentes. En este momento la tecnología y la radio análoga se mezclan para ser una.

I.I.: ¿Con las nuevas tecnologías, la radio, la industria musical, tienen futuro?
D.S.:Claro que tiene futuro.Los artistas tienen la posibilidad de llegar a cualquier parte del mundo.Con la tecnología virtual se acortan las distancias a muy bajo costo.Hoy en día, se pueden descargar las canciones con las diversas aplicaciones que brinda Internet, y no sólo eso, se pueden escuchar a través de las emisoras virtuales.

I.I.: Dos preguntas que siempre le reitero: ¿Qué aconseja escuchar hoy?¿Qué hay de nuevo en la órbita del Rock?

D.S.:Escuchen las bandas de La Revolución Del Rock, todos los lunes de 6 a 7 de la noche por KABINA K.fm. Ahí hay novedad y calidad.

lunes, 17 de febrero de 2014

¡SEÑORA SE FUE PACHECO!

¡SEÑORA SE FUE PACHECO!

Por: Fernando Vanegas Moreno


Fernando, las tareas, Fernando, tienda esa cama, Fernando, lave la loza…, doña Ana se empecinaba en ponérmela difícil con la maternal amenaza de no dejarme sentar frente al televisor  a compartir  mis alegrías con la real cohorte de Pernito, Tuerquita, Bebé, Tribilin y el mayor y más entrañable de los payasos: Fernando González Pacheco.”Pachecolo”, ese afable personaje que con su carisma y buen humor llenó de alegría los hogares colombianos por muchos años.
Papá era más chantajista, sus exigencias iban desde el noble oficio de lustrarle los zapatos hasta (hoy me da risa, en esos días no) la colaboración obligada en reparaciones locativas del hogar, muy “chimbas” por cierto, pues luego empezaba el desfile de albañiles, plomeros y electricistas calificados, tratando de rehacer las cagadas que MacGiver y su vástago habían ocasionado, obvio, siempre con el ceño fruncido de mamá que no podía dejar ese “le dije”, que hacía que el viejo  se escondiera entre las hojas del periódico simulando leer.
Y después del periodo de esclavitud paternal, me veía yo haciendo fuerza (fuerza nacional; con las nalgas, como si toda nuestra energía partiera de ese chacra que en castizo es culo… como cuando creemos que el avión no se cae, gracias a nuestro poder nalgar), por los “pelafustanillos” de mi edad, que al otro lado de la pantalla intentaban ascender la “barra kilométrico”, una vara de dos o tres metro, engrasada y en cuya cúspide se encontraban algunos balones, bicicletas, tenis, “combos Gel’Hada, o nada”, bonos Gegar Kennels, para otorgar a tu mascota un Kid completo de aseo y entrenamiento y otras cuantas nimiedades que hoy no recuerdo. Luego, los payasos…, ah, los payasos (¿ya no existen cierto?), chistes flojos, rutinas estúpidas y pastelazos idiotas, pero como me divertían. Y ahí, en medio de esa batahola estaba él, Pacheco, un carnal que se auto describía feo  para que las bellas dijeran lo contrario, un feo que se convirtió en uno de los más bellos colombianos.
Vendría luego “Compre la Orquesta”, programa donde uno, desde la comodidad de la sala intentaba “caer en la nota” y adivinar de primerazo el instrumento que Fernando nos hacía sonar a “nombre de la abejita Conavi” y que, de plano llevaba la melodía de la canción…, apuestas con los hermanos tratando de acertar el tema musical del que se trataba y sonrisas varias cuando el presentador salía con peluca u otra locura propia de su repertorio. Fueron muchos los programas que dejó Pacheco: Sabariedades, Exitosos; Los tres a las Seis (con doña Gloria valencia y el bobito de J Mario), Quiere Cacao, el programa del millón…, tantos.
Como periodista nunca he visto un mejor entrevistador que González Pacheco, era cálido, ameno, genial, no se complicaba, eran charlas de amigos, donde él sacaba lo mejor de cada persona, su sonrisa permitía y transmitía confianza entre sus interlocutores y “charlas con Pacheco”, es sin duda alguna, ejemplo a seguir para los nuevos y los no tanto, pseudo comunicadores de hoy. Recuerdo la realizada a “comanche”, líder del extinto cartucho; Fernando, desnudo al negro sacando a flote al filosofo, al pensador que se escondía tras los harapos y su caudal de mugre, y la recuerdo porque quería hacer lo miso, ser un gran conversador , un gran periodista, un mejor ser humano, así era él…, excelente.
“Pachecolo” se nos fue, no por una deficiencia respiratoria como repiten los medios, Pacheco se fue en esa barca conducida por el olvido y la decidía; como Juan Harvey, como doña Alicia de Rojas, como en su momento Diego Álvarez. Fernando se fue peleando contra la depresión y contra la mala memoria de los que crecimos viéndolo y aplaudiéndolo. Ya no volverá el Torero, ni el boxeador; ausente estará para siempre esa voz ronca que entonaba sin asomo de vergüenza “ahora seremos felices”, tal vez su canción favorita, y Pirry, ya no tendrá a quien emular, pues fue González, el primer personaje extremo de nuestra pantalla chica.
En alguna ocasión, caminaba yo con Jaime Baquero, compañero y amigo entrañable en los aciagos días de universidad…, andábamos por Chapinero, ese sector tradicional de Bogotá, cuando el hombre me suelta a quemarropa esta reflexión: “nos vamos envejeciendo cuando en lugar de mirar ropa en los almacenes, nos dejamos llevar por los títulos de los libros que exhiben en las estanterías de los comercios” y vaya que últimamente he visto muchos títulos, cada vez siento más lejana la inocencia de los primeros años. Ya no lustro ni mis propios zapatos y la famosa frase de “quiere cacao” solo se la escucho a una lora vieja, que es propiedad invaluable de una tía que todas las tardes se enreda en conversaciones inútiles con el animalito hasta que alguna de las dos es vencida por el sueño.
Un español más colombiano que el ajiaco y el tamal supo generar en un país agobiado de violencia e injusticia, todo el cariño y la admiración que ningún otro ha logrado, un ser que sin utilizar la fuerza se coló en los corazones y en los hogares de toda una Nación, un ser humano único, irremplazable e inigualable, ese era Fernando González Pacheco, el viejo ingenioso, el infantil adulto, se va, y tras  él momentos inolvidables, tantos, que solo me resta decir: “Señores, se escapó nuestra niñez… ¡señora se fue Pacheco!”

lunes, 10 de febrero de 2014

LA FE cuento de Javier Barrera Lugo y COLOQUEN TRAMPAS AL POEMA de Rafael Serrano.


LA FE

Por: Javier Barrera Lugo

La cuadrilla estaba en silencio paleando tierra junto al dique. Después de recoger los trastos del desayuno me acerqué al amo para ver qué necesitaba. “Te voy a comentar algo que nunca debes olvidar”, dijo sin mirarme, utilizando un tono paternal que me dejó perplejo. Una actitud rara emanada de un tipo que demostró, desde que sus santos lo pusieron aquí, que había nacido para ordenar, no para convencer. Un súbdito leal de la corona en faena de conquista económica, que desde el principio aclaró que nuestras tierras le pertenecían al rey de España y las riquezas que encontrara en ellas iban como ganancias de la encomienda con la que le premiaron su labor de evangelización. Bajé la mirada esperando que sus palabras no fueran reforzadas por las acostumbradas bofetadas con las que premiaba mis servicios.
Su pecho lleno de sudor brillaba como una de esas piezas doradas que papá Diógenes enterró junto a las matas de coca el día que el amo degolló a mi hermano por intentar fugarse. Tomó aire, hizo una introducción a la cuestión que quería explicarme e inició su retahíla. Para el padre Fraga, los malestares del cuerpo jamás podrían compararse al dolor del alma. “Uno termina por acostumbrarse a las punzadas en las piernas, al latidito fastidioso de la mejilla cuando un absceso propiciado por el escorbuto amenaza con hacer explotar una encía llena de pus; es más, creo que uno se habitúa al eterno zumbido de un oído congestionado por la infección, pero el peso de una tragedia,  la forma en que destroza los pocos espacios que la mente le otorga a la lucidez,  es un suceso para el cual no existen remedios suficientes”.
A sus cuarenta y siete años sabía de lo que hablaba. Se necesitaba tener su corpulencia, su fuego interior, para escapársele tantas veces de las garras a la señora muerte y sus consecuencias. Siendo un niño, en su natal Lugo, experimentó la putrefacción de la carne viva producida por la viruela. Espantosas cefaleas le negaron la posibilidad de pensar, las pústulas que le deformaron el rostro y dejaron clavados en un marco de bulbos y cisuras sus ojos verdes, le dieron a su fisonomía la dura dignidad del sobreviviente. La fiebre lo condujo a testificar delirios en los que era perseguido por demonios que le quemaban las plantas de los pies con tizones al rojo vivo. Doña Jacinta, su madre, recordaba esto cada vez que prosternada en tierra daba gracias a la Virgen de los Dolores por haberlo salvado de los estragos de la enfermedad.
“Cosa difícil, Simeón”, dijo, utilizando mi nombre de converso. “Crucé un pasadizo lleno de luz blanca, maciza, tuve conciencia de encontrarme con personas que creí cercanas, pero no reconocí a ninguna; un sentido de confianza anómalo… No creo que puedas entenderlo… Y esa maldita sensación de concebir lo que me dijo una voz sin palabras llegó a frustrarme. No sé si fue la de Dios, la del diablo, la de la tía Concepción o la de una puta metafísica… Me sentí pasmado, no bien; se trató del acto mismo de desencarnar. La agonía fue atroz…En un momento el destello se hizo tenue, desapareció; me encontré con el rostro de mamá lleno de lágrimas que mezclaron miedo con alegría y la alabanza al único Dios verdadero…”¡Te has salvado!”, es lo único que logré entenderle…Nunca olvidaré aquello”. Guardé silencio. El hombre cruel que conocí en mi ocupación de guía por el monte, el “azote de los indios”, como lo llamaban sus secuaces, fluía como una hoja seca sobre la memoria de sus tormentos.


Fue de los primeros curas que llegaron junto a los invasores a tomar posesión de esta selva. Nunca creyó que nosotros, “los animales”, “los inferiores”, “las bestias de párpados rasgados y mirada  ladina”, “los estúpidos que exhibíamos nuestras “vergüenzas” sin el menor recato”, tuviésemos un alma para salvar. Tantas veces lo vi desgarrando a latigazos el lomo de cargueros por derramar algunos granos de la provisión, que aquella confesión me llenó de horror las venas. “Este tipo me quiere hacer algo. Como las serpientes, se acerca sigiloso y no bien me descuide, me dará un trancazo en la cabeza. En menos de lo que dura un suspiro, seré carnada para algún Yacaré1”, pensé.  Cuando un hombre deja expuesto un flanco hará lo posible por cerrar esa brecha y este indio que relata, estaba parado en la mitad de ella. Para mi fortuna, esa certeza sólo la tuve yo.
A las cinco de la tarde me ordenó servirle algo de comer. Una porción de cazabe2, una laja de pescado salado y agua fueron los alimentos que por cinco minutos lo sacaron de su obsesión por darle estructura de medición a los diferentes tipos de padecimientos de los que puede ser víctima un hombre. Se limpió la boca con la manga de la camisa y profirió un eructo que hizo volteara varios de los esclavos que desde la mañana le escarbaban las tripas al río tratando de sacarle alguna partícula de oro. Su mano izquierda, grande como la cabeza de un jaguar, buscó por instinto la cacha del machete. Acarició con impudicia el pedazo de hueso tallado mostrándole con ese acto a los de mi raza, a los negros, a sus iguales, peones encargados de su seguridad, quién era el que mandaba.
Se acercó y prendió el chicote con uno de los tizones que alimentaban el fogón. Me indicó con la mirada y un sutil movimiento de cabeza que le arrimara la mochila. “El dolor, muchacho; el dolor es todavía peor cuando somos nosotros, no las circunstancias, quienes lo propiciamos. Sé que no lo entiendes, pedazo de bestia, para ustedes y sus dioses mentirosos la muerte es una estación de la naturaleza. He promulgado bien el mensaje de Cristo, mi embuste; gracias eso descubrí que la vida es lo que hacemos, lo que ganamos, lo que callamos, lo que perdemos. Nada tiene sentido si no respiramos… La fe es la mentira cómoda que no nos permite sucumbir… ”. La Biblia emergió del interior de la talega como si fuese un niño que expulsan las entrañas de su madre.
De una alforja sacó la botella de anisado y empezó a beber el contenido en pequeños sorbos. Ordenó que me acostara junto a la entrada del bohío. Mientras el licor le inundaba el cerebro recitó algunos salmos. Ya borracho comenzó a bramar por la existencia truncada de su hijo Antonio, un joven de veinte años que meses antes fue asesinado en un pleito de tierras con otro grupo que tentaba  la suerte en una mina cercana a la ribera del río Capanaparo. Todos en el campamento bajaron los ojos y se enroscaron para dormir. Los blancos, ansiosos por la reacción de su jefe, liaron algo de tabaco, buscaron sus aposentos y se enclaustraron para fumar en silencio. Las armas las dejaron por precaución bajo las esteras.
Los sonidos de la selva tomaron posesión del campamento. Pequeños insectos se pegaron a mi barriga, pincharon la piel, succionaron, se llevaron lo poco de sangre que me quedaba en el cuerpo. “Dolor; hasta un ser intrascendente sabe el significado de esa palabra que posee tantas caras”, expresé entre dientes, con  rabia.  Mientras las brasas tragaban furiosas aire para no sofocarse, fui tocado por el embrujo del sueño. Los gimoteos del padre Fraga chocando contra las telarañas, sus estertores cargados de desesperación, matizaron las imágenes de la mujer que me prometió en sueños, cincos noches antes, esperarme para escapar tras la espesa niebla que en las mañanas cubre a los fantasmas del río con los que Antonio y mi hermano juegan a ser dueños de unas riquezas que no son de nadie.

Yacaré: Caimán suramericano, de piel negruzca parecido al cocodrilo pero más pequeño y con el hocico redondeado en la punta.


       Cazabe: Torta hecha con harina de la raíz de la mandioca.





COLOQUEN TRAMPAS AL POEMA
Rafael Serrano 

Coloquen trampas al poema
Cácenlo con balas de plata;
no preparen simples rayos de aluminio
o navajas de hojalata.

Si abre la boca,
Inmediatamente sofóquenlo con sal
antes que suspire
y si mira con sus ojos de ignominia
muéstrenle un Cristo, un crucifijo.

Ámenlo también.
Dejen que muerda el cuello
de su universo
y admírenlo
cuando cruce su sarcófago
entre el fuego y la humedad,
cuando lo vean como un murciélago
de alas membranosas.

No se sorprendan
si les habla de Esopo o de Heráclito,
de Napoleón o de los Borgia
pues él se ha escapado de la historia.

No crean en la errabunda quiromancia
De los gitanos que lo rondan,
pues ellos mienten como poetas
o como estrellas.

Tiéndale una trampa
a este caballero que evade los arcabuces
y los espejos;
nunca será cazado en su belleza
como un utensilio
de la realeza Transilvánica.

Les pido, eso sí,
no suspender ajo en el filo de sus palabras.
No entierren una estaca en su corazón
mientras sueña con un cuello de cisne
o una noche eterna.

Fábrica de agujas, 1995

lunes, 3 de febrero de 2014

LA ZARPA

LA ZARPA
JOSÉ EMILIO PACHECO



Padre, las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía…  Claro, usted es joven, es hombre y le será difícil entenderme. De verdad, créame, no sabe cuánto me apena quitarle el tiempo con mis problemas, pero a quién si no a usted puedo confiarme ¿verdad?
No sé cómo empezar. Es decir,  ¿cómo se llama el pecado de alegrarse del mal ajeno? Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio, la alegría que sienten los demás al ver que no fue para ellos alguna de las desdichas que hay en el mundo…
Bueno, verá, usted no es de aquí, Padre; usted no conoció a México cuando era una ciudad chica, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad tan terrible de ahora. Entonces una  nacía y moría en la misma colonia sin cambiarse nunca de barrio. Una era de San Rafael, de Santa María, de la Roma. Había cosas que ya jamás habrá…
Perdone, le estoy quitando el tiempo. Es que no tengo con quién hablar y cuando hablo… Ay, Padre, si supiera, qué pena, nunca me había atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted; pero ya estoy aquí y después me sentiré más tranquila.
Mire, Rosalba y yo nacimos en edificios de la misma cuadra y con pocos meses de diferencia. Nuestras madres eran muy amigas. Nos llevaban juntas a la Alameda, juntas nos enseñaron a hablar y a caminar… Mi primer recuerdo de Rosalba es de cuando entramos en la escuela de parvulitos. Desde entonces ella fue la más linda, la más graciosa, la más inteligente. Le caía bien a todos, era buena con todos. En primaria y secundaria lo mismo: la mejor alumna, la que llevaba la bandera, la que salía bailando, actuando o recitando en todos los festivales de la escuela. Y no le costaba trabajo estudiar, le bastaba oír una vez algo para aprendérselo de memoria.
Ay Padre ¿por qué las cosas estarán tan mal repartidas?, ¿por qué a Rosalba le tocó todo lo bueno y a mí todo lo malo? Fea, bruta, gorda, pesada, antipática, grosera, malgeniosa, en fin…
Ya se imaginará usted lo que nos pasó al entrar en la Preparatoria cuando casi ninguna llegaba hasta esos estudios. Todos querían ser novios de Rosalba; a mí ni quién me echara un lazo, nadie se iba a fijar en la amiga fea de la muchacha guapa.
En un periodiquito estudiantil publicaron –sin firma, pero yo sé quién fue y no se lo voy a perdonar nunca aunque ahora sea muy famoso y muy importante–: “Dicen las malas lenguas de la Prepa que Rosalba anda por todas partes con Zenobia para que el contraste haga resplandecer aún más su belleza extraordinaria, única, incomparable”.
Qué injusticia ¿no cree? Nadie escoge su cara y si una nace fea por fuera la gente se la arregla para que también se vaya haciendo fea por dentro.
A los quince años, Padre, ya estaba amargada, odiaba a mi mejor amiga y no podía demostrarlo porque ella era siempre amable, buena, cariñosa, y cuando me quejaba de mi fealdad me decía: “Pero qué tonta, cómo puedes creerte fea con esos ojos y esa sonrisa tan bonita que tienes”.
Era sólo la juventud, Padre. A esa edad no hay nadie que no tenga una gracia. Mi mamá se había dado cuenta desde mucho antes y trataba de consolarme diciendo cuánto sufren las mujeres hermosas y qué fácilmente se pierden…
Aún no terminábamos la prepa – yo quería estudiar leyes; ser abogada, aunque entonces daba risa que una mujer anduviera metida en trabajos de hombre – cuando Rosalba se casó con un muchacho bien de la colonia Juárez al que había conocido en una kermés.
Mientras ella se fue a vivir a la avenida Chapultepec en una casa preciosa que hace tiempo tiraron, yo me quedé arrumbada en el mismo departamento donde nací, en las calles de Pino. Para entonces mi mamá ya había muerto, mi padre estaba ciego por sus vicios de juventud y mi hermano era un borracho que tocaba la guitarra, hacía canciones y quería ser rico y famoso como Agustín Lara…
Tanta ilusión que tuve y ya ve, me vi obligada a trabajar desde muy chica, en “El Palacio de Hierro” primero y luego de secretaria en Hacienda y Crédito Público, cuando murió mi padre y al poco tiempo mataron a mi hermano en un pleito de cantina…
Rosalba, claro, me invitó a su casa pero nunca fui. Pasó mucho tiempo y un día llegó a la sección de ropa íntima donde yo trabajaba y me saludó como si nada, como si no hubiéramos dejado de vernos, y me presentó a su nuevo esposo, un extranjero que apenas entendía el español.
Estaba, aunque no lo crea, más linda y elegante, en plenitud como suele decirse. Me sentí tan mal, Padre, que me hubiese gustado verla caer muerta a mis pies. Y lo peor, lo más doloroso, era que Rosalba seguía tan amable, tan sencilla de trato como siempre.
Le dije que la visitaría en su nueva casa, ahora en Las Lomas. No lo hice nunca. Por las noches rogaba a Dios no volver a encontrármela. Todas nuestras amigas se habían casado y comenzaban a irse de Santa María. Las que se quedaron ya estaban gordas, llenas de hijos, con maridos que les gritaban y les pegaban y se iban de juerga con mujeres de ésas.
Para vivir así, Padre, mejor no casarse. Y no me casé aunque oportunidades no me faltaron, pues para todo hay gustos y siempre por más amolados que estemos viene alguien a nuestra espalda recogiendo lo que tiramos ¿verdad?
Se fueron los años y ya sería época de Alemán o Ruiz Cortines cuando una noche en que estaba esperando mi camión en el centro y llovía a mares la vi en su gran automóvil, con chofer de uniforme y toda la cosa. Hubo un alto, Rosalba me descubrió entre la gente y me invitó a subir.
Rosalba se había casado por cuarta vez, aunque parezca increíble, y a pesar de tanto tiempo, gracias a sus esmeros, seguía siendo la misma: su cara fresca de muchacha, sus ojos verdes, sus hoyuelos, sus dientes perfectos…
Me reclamó que no la buscara nunca, aunque ella me mandaba cada año tarjetas de Navidad, y me dijo que el próximo domingo no me escapaba, mandaría por mí al chofer para llevarme a almorzar a su casa.
Cuando llegamos, por cortesía la invité a pasar. Y aceptó, Padre, imagínese, aceptó. Ya se figurará la pena que me dio mostrarle mi departamento a ella que vivía entre tantos lujos y comodidades. Por limpio y arreglado que lo tuviera aquello seguía siendo el cuchitril que conoció Rosalba cuando andaba también de pobretona. Todo tan viejo y miserable que me dieron ganas de llorar de humillación, celos y rabia.
Rosalba se puso triste. Hicimos recuerdos de cuando éramos niñas. Por eso, Padre, y fíjese en quién se lo dice, no debiéramos envidiar a nadie, porque nadie se escapa de algo, de cualquier cosa mala. Rosalba no podía tener hijos y los hombres la ilusionaban un ratito para luego decepcionarla y hacerla buscar otro nuevo. Imagínese, tantos y tantos que la rodeaban, que la asediaron siempre, lo mismo en Santa María que en esos lugares ricos y elegantes que conoció después…
Bueno, se quedó poco tiempo; iba a una fiesta y tenía que vestirse. El domingo se presentó el chofer. Lo espié por la ventana y no le abrí. Qué iba a hacer yo, la fea, la quedada, la solterona, la empleadilla, en ese ambiente de riqueza. Para qué exponerme a ser comparada otra vez con Rosalba. No seré nadie pero tengo mi orgullo, Padre.
Ay, ese encuentro se me grabó en el alma. No podía ir yo al cine, ver la televisión, hojear revistas porque siempre veía mujeres hermosas con los mismos rasgos de Rosalba. Así, cuando en mi trabajo me tocaba atender a una muchacha que se le pareciera en algo, la trataba mal, le inventaba dificultades, buscaba formas de humillarla delante de los otros empleados para sentir que me vengaba de Rosalba.
Usted me preguntará, Padre, qué me hizo Rosalba. Nada, lo que se llama nada. Eso era lo peor y lo que más furia me daba. Es decir, siempre fue buena y cariñosa conmigo; pero me hundió, me arruinó la vida, sólo por ser, por existir, tan bonita, tan rica, tan todo…
Yo sé lo que es estar en el infierno, Padre. Y sin embargo no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Eso último que le conté, ese encuentro, pasó hace veinte años o más, no puedo acordarme…
Pero hoy, Padre, esta mañana, la vi en la esquina de Madero y Palma, de lejos primero, luego muy de cerca. No puede imaginarse, Padre: ese cuerpo maravilloso, esa cara, esas piernas, esos ojos, ese pelo color caoba, se perdieron para siempre en un barril de manteca, bolsas, arrugas, papadas, manchas, várices, canas, maquillajes, colorete, rímel, pestañas postizas…
Me apresuré a besarla y abrazarla, Padre. Se había acabado ya todo lo que nos separó. No importaba lo de antes y ya nunca más seríamos una la fea y otra la bonita. Ahora por fin Rosalba y yo somos iguales. Ahora la vejez nos ha hecho iguales.


(1) narrador y poeta mexicano nacido en 1939.

(*) Cuento extraído de Pacheco, José Emilio (1979). El principio del placer. 3era edición. México: Editorial Joaquín Mortiz.