EL PODER DE LO QUE NO SE DICE
POR:
JAVIER BARRERA LUGO
Homenaje a Gabriel García Márquez.
Cuando
el destino parece colocarnos una mordaza de madera que nos revienta la jeta, es la voluntad personal la que sale en nuestra
defensa para que no nos sofoquemos, para que le partamos con un golpe seco el
hocico a las condiciones preestablecidas: hay que arriesgarse. Errores,
aciertos, las consecuencias que deriva una decisión, son simples baldosas que
van marcando una ruta para aquellos que viven a su manera y no como la sociedad
o sus circunstancias les indican. El triunfo consiste en ser leal con las
convicciones personales, mirarse al espejo cada día y comprobar que la figura
lánguida que se mira escrupulosa en una película de vidrio y plata coincide con
el antropoide que desnudo, intenta transmitir sinceridad cuando afirma no ser
esclavo. Conciencia de ser, escribe una lengua de fuego en el costado de las
montañas de cascajo.
Aquellos
que confrontan sus miedos generan ideas fabulosas que fluyen a través de
vicios, maneras o hitos de redención; crean espacios paralelos donde los
conceptos desechados por los propietarios del desorden germinan y se pegan a
las paredes como enredaderas de oro. Esos hombres y mujeres aportan desde su
individualidad algo de belleza, dan esperanza, la desechan si es una medida que
conforta gratis, le dicen a sus iguales que no están solos mientras caminan por
el infierno que se incendia; valientes a quienes el hambre les parece requisito
y no privación cuando se encaminan a conquistar lo que merecen, claro está, sin
los reparos maniqueos de los éxito-motivadores.
De
García Márquez se ha escrito tanto, se ha dicho mucho, se ha leído tan poco,
que su vida cobijada de éxito genera sin fin de comentarios que rebasan el
concepto de leyenda: que fue alcahuete a sueldo de Fidel y su revolución
plagada de babas, que le besaba por instinto de clase el fundillo a los
poderosos, que ni un centavo le regaló a Aracataca, un pueblo saqueado por la
rapiña de las “nobles” familias del Magdalena desde la conquista, que no creía
en Dios -como si eso fuese incompatible con la ética personal-, que se lo
“pidió” a la mujer de Vargas Llosa y por eso el energúmeno Mario le puso el ojo
morado de un puñetazo, que fue financiador e ideólogo del M-19, que le ayudo,
junto a “Tirofijo”, a ganar la presidencia de Colombia al inepto de Andrés Pastrana,
que era insoportable en público e irritante en privado, que era agorero,
ególatra, quisquilloso, inseguro y las pitonisas desfilaban por el estudio de
su casa desenredándole las telarañas del futuro que lo agobiaba, que nunca lo quiso la dirigencia de esta patria porque siempre
sospecharon de él. Tantas cosas señaladas, tanta espuma saliendo todavía de las
bocas rabiosas que la envidia o la razón ponen a funcionar, mentira llana o
simple subjetividad que lo hicieron el ícono sin memoria de una comarca
acostumbrada a celebrarlas victorias de los vecinos.
No
sé si lo dicho por sus detractores y fastidiosos aduladores tenga algo de verdad, a lo mejor ; a mí, un
tipo obsesionado con publicar, un poeta inédito que trata de hurgarle la curiosidad
dormida los editores de las grandes casas comerciales de libros, un engendro
que todavía conserva algo de mística, sólo me interesa de Gabo, además de su
maravillosa literatura, la historia de cómo vio la luz Cien años de soledad, la mejor novela escrita por un ser de las
américas, el sufrimiento, las memorias, los sacrificios, el ultimátum, la
gloria que llevó a su octogenario autor al centro del universo de las palabras
a finales de los sesentas.
Génesis de una fastuosa elegía: la soledad.
Una
familia compuesta por los padres y dos hijos vive en el barrio San Ángel de México
D.F. El progenitor es escritor, colombiano, costeño para ser preciso, cuenta treinta y
ocho marzos, estatura promedio, bigote poblado, panza de flaco, patillas a la
moda y cabello ondulado que muestra los primeros latigazos grises de la edad.
Hasta ese momentoha publicado cuatro novelas que han dejado un sabor agradable
en el público. Cientos de artículos periodísticos y una veintena de relatos en revistas
especializadas completan su cosecha. Goza de cierto reconocimiento en el ámbito
de las letras, pero lo que quiere es ser el dios de los escribientes; un
llamado interno, llámenlo premonición, le garabatea en las obsesiones este
deseo que luchará con tesón.
En
1961 ganó el premio ESSO de novela por La
Mala Hora. Vivió en Nueva York, donde fue corresponsal de Prensa Latina, agencia de noticias del
régimen cubano. Este encargo le granjeó fama de comunista en infinidad de
círculos de “inteligencia” y termina exiliándose voluntariamente al sur de la
frontera gringa cuando elementos
reaccionarios lo amenazan con represalias legales y gansteriles. Es un hombre místico que cree en los anuncios que le
dispara la intuición en ayunas. Hace rato la diosa fortuna le escupe acertijos
y respuestas desde la montaña: “¡Haz caso, camina hacia mí!”, cacarea en
insomnios. Otra razón para emigrar, una de estas elucubraciones a las que asigna
el poder de la causalidad le dicta entreverar la novela que le cambiará de manera
tajante el curso de la vida.
El
tipo soñador dispone sus recursos escasos para los siguientes seis meses de
manutención y designa albacea del pequeño tesoro a su esposa: le entrega cinco
mil dólares y se sumerge disciplinado en la materialización codificada de las
cosas, los espectros olorosos a sudor, los hechos que como pájaros siniestros
canturrean de noche sobre la cabecera de la cama, enjornadas de medida
privación, escasas luces materiales que terminaron cambiadas por chorros
burbujeantes de creación palpitaban como caldos primigenios que atravesaron la corteza
de la tierra y se regaron sobre el limo para instituir la vida, tareas que iniciaban
temprano en la mañana y fenecían con la noche en pleno furor; semanas de
berenjenas al almuerzo, a la comida, como “calentado” para el desayuno; triste
pasta sin sabor por dieciocho meses que duró la redacción de su obra cúspide,
del capitel dorado en el que se sustentó la “mierda de la gloria”, como lustros
después el costeño bigotón bautizó la celebridad; pero me adelanto a los
hechos.
Durante
el proceso todas las obsesiones de un hombre adicto a la ensoñación parecen
salirse de la reminiscencia para colorear los cristales de la casa. Como
serpientes sembradas aun muñón, los dedos no cesan de teclear, cada personaje
cuenta su historia mil veces, le escudriña el ADN a García Márquez, le recuerda
que alguna vez estuvo vivo, que lo conoció, que sus reflexiones hicieron parte
de esas memorias sentimentales a las que son propensos los creadores y los
asesinos, si no es que en el fondo son la misma cosa. Los coroneles, los
Aurelianos, los Arcadios, Remedios y Memes, los Mauricios de las mariposas, los
Melquiades, en mi concepto el alter ego del escritor, pulsan las garrapatas metálicas
que zurcen de leyenda casi seiscientas cuartillas que redefinen el panorama de
la literatura. Sin quererlo, un autor que tuvo que vender su carro para
financiar el año de trabajo que no presupuestó porque el libro se le salió de
las manos para su suerte, le otorga la mayoría de edad a la primera escritura
Latinoamericana que se desliga del tedioso acervo español que a los revoltosos
geniales del continente nuevo les parece caduco y limitado.
Una
mañana de agosto de 1.966 la esposa y el escritor llevan el manuscrito hasta la
oficina postal para jugarse los últimos restos. Consagración u olvido: la bala
de plata da vueltas en el tambor. Fue necesario que Mercedes, la compañera
fiel, empeñara en el monte de piedad
su secador de pelo, la batidora y un calentador de ambiente para conseguir el
valor del envío postal hasta Buenos Aires, donde Francisco Porrúa, funcionario
de Editorial Suramericana, esperaba
la nueva obra de un prometedor narrador a quien convenció de enviarle el
material. El costo de despacharla resma era de 82 pesos, ellos sólo contaban
con 53, así que tomaron la decisión de remitir la mitad de las hojas. Para su
sorpresa, cuando llegaron a casa, se dieron cuenta que habían enviado la mitad
final, no el inicio de la obra. Sus expresiones, mezcla de hilaridad, horror,
pizcas de solemnidad, esperanza, cerraron el capítulo donde los sacrificios por
un sueño fueron las arras de la inmortalidad para el periodista-escritor y
cineasta caribe, y desde ese momento, de ningún lugar.
Semanas
después llega un cheque por 500 dólares como anticipo de los derechos de autor.
Porrúa quiere el manuscrito completo, publicarlo; algo le dice que se encontró
de frente con un monstruo ansioso por comerse la historia y pintar una nueva
cicatriz en la cara ajada de la realidad. No se equivocó. En 1967 el mito comienza
con ocho mil ejemplares impresos, hoy el dragón de fuego expele por su
mandíbula la copia cuarenta millones y asumo que una cantidad similar vomita la
piratería. Cien años de soledad, se
vuelve un referente para todo el que asume el reto de describir lo que ve. Es raíz
para una nueva forma de contar las cosas, su presencia afirma o revoca, le
llena de sangre los ojos a puristas y reformistas, muchos la llaman biblia,
otros pasquín, la valoran, quieren chamuscarla en las hogueras, inician una
idolatría estúpida, juzgan la obra y a su autor, quien busca sin éxito escindirse
del trabajo materializado, pero la gente no necesita ídolos y milagros por
separado, así que lo cocinan a fuego lento, le echan en cara su amistad con el
Castro mayor, su patriarca carente de otoño, con Clinton, el embajador que roba
el mar para que se lo coman sus paisanos.El hombre serio termina siendo un
monigote para la gente de una aldea y sus pensamientos aldeanos que juzgan sin
conocer, sin leerlo siquiera. “Que se
jodan los cataqueños, los colombianos, son ellos quienes eligen a los ladrones
que no les colocan agua, luz y servicios. Limosneros, hermano. Gabo no tenía por qué arreglar los problemas
que otros generaron. ¡Tierra de ignorantes, republiqueta de mierda…!”
Borrás, mi amigo, el gran poeta de Charalá, expresa en voz alta la verdad que
nadie quiere enfrentar: Gabriel José también era humano, egoísta, omiso como
cualquiera de nosotros.
Para
mí, García Márquez fue rehén de soledades
propias y sus virtudes terapéuticas, de
sus azotes, un hombre obsesionado con el amarillo, de los pocos colombianos
famosos que ha sido ejemplar (y miren a quién elegimos el año pasado en History Channel… Merecemos la suerte que
tenemos, no hay duda), un hombre que le dio más a esta tierra comparado con todos
los políticos, castas religiosas o sus millonarios obtusos. Un hombre que nos
mostró la verdad que escuece, de cómo repetimos las guerras intestinas, la
codicia, los amores sin pasión. Un ser tan común que lo único diferente que
hizo fue utilizar su genialidad diciendo lo más importante sin palabras.
Duerme
poeta, ya lo tuyo quedó hecho, de malas quien no quiso entender. Hay cosas que
no se venden, que no nos pueden comprar, que no permitiremos que nos quiten,
hay sueños que son sagrados y deben cumplirse a cualquier precio…
Este escrito basó algunos datos en un artículo de Winston
Manrique Sabogal.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/04/20/actualidad/1397951177_520783.html