CORAZONCITO
MÍO
POR:
JAVIER BARRERA LUGO
*Se recomienda leer este
artículo con “Lágrimas de amor”, interpretada por Olimpo Cárdenas, como música
de fondo.
La anciana de noventa años logra lo
que hasta ese momento el pudor decretó
como imposible. Imitando el esfuerzo de
una heroína griega llamada a inmortalizar en piedra la historia épica que sólo
será recordada por aquellos que tienen altas dosis de cianuro y crudeza en las
venas, acogió la perseverancia como escudo y logró materializar su deseo: sin
mayores escrúpulos seduce a su vecino adolescente, el objeto del que será su último deseo lúbrico. Las tardes en
el balcón mostrando lo que quedaba de
sus piernas llenas de várices y suspendidas entre medias de lana que imitaban
las extremidades de un bufón, las arrugas apetitosas para los ángeles del
tiempo, las miradas profundas que auscultaron la lascivia mezclada con asco y
pizcas de ternura que se dibujan en las muecas del muchachito, dan fruto cuando el joven lleno de miedo, placer
y culpa y ganas de morir por un instante, baja la cremallera de su pantalón
para permitir que aquella mujer, que puede ser la abuela de su mamá, le
practique sexo oral.
Esta es la trama del cuento Bésame
otra vez forastero, del escritor chileno Pedro Lemebel, representante de
ese estallido literario pos dictadura en el que la libertad de
criterio salió de su madriguera para
encontrarse con un sentido trastocado del honor en el cual la modernidad no
estaba regida por temas de inclusión, sentido común o una mancha palpable de
tolerancia. Las bestias estaban guardadas en los cuarteles, pero las mentes de
gran parte de la sociedad anhelaban los
golpes y la carga de miedo que prodiga la adopción de estándares en principio
inmodificables. Esa fue la herencia funesta
que dejaron los militares en el inconsciente colectivo, el testamento podrido
de Pinochet y su corte de ladrones asesinos que portaron mentirosos un uniforme
ganado por hombres de verdad. El joven Pedro, escritor novel, Pedro Mardones
Lemebel el hijo del panadero, el artista de performance y travesti que tiene la literatura como religión, le
escupe a sus paisanos que los tiempos de horrorosa oscuridad se acabaron para
siempre jamás.
Sus apariciones se fueron haciendo
cotidianas. Iracundo y maquilado de forma estrafalaria se desnuda frente al
Congreso de la República, besa en la boca a candidatos a la presidencia de
Chile y hasta se prende fuego, amparado por trucos teatrales, en un mitin
político organizado por los miembros del partido comunista de Chile, quienes en
un acto impensado comparten la fobia de la derecha para con este personaje
cargado de tristeza chabacana y un ácido sentido del humor. Cada grano de arena
de su creatividad es lanzado directamente a los ojos que no alcanzan a
cerrarse. Llega la libertad; Pedro lo
que quiere es libertinaje, impregnar de candela el futuro intelectual del país,
tan obtuso y pacato como los dueños de las industrias, las esposas de los
políticos, ellos mismos, y la clase
media enfrascada en sus patéticas taras burguesas.
En 1.983 comienza a trabajar en dos liceos
ubicados en la periferia de la capital, donde muta como profesor de artes
plásticas. Los compañeros de docencia lo ayudan a sacar a patadas de las
instituciones. Su pecado: ir a impartir conocimientos vestidos de flores,
pañoleta carmesí cubriéndole el cabello, largos tacones y sin afeitar. Una
humillación calculada de la que saca los mejores réditos, evidencia ante todos
los ojos y oídos que las izquierdas y las derechas de su país son homofóbicas,
estúpidas, una sarta de melancólicos anacronismos dispuestos a pulverizar
líneas que dividan la tierra. “¡No te van a esperar!” “¡No te quieren!” Le
gritan las paredes de su habitación, lo sabe, le gusta tener esa certeza metida
en cada glóbulo de la sangre, lo suyo es el escándalo sustentado por conceptos;
todos sus detractores no hacen sino ponerle el trofeo en bandeja de plata.
Le desagradan los incipientes grupos
de protesta LGTB, su maniquea forma de actuar, de victimizarse y atacar como
perros, sólo rabia y cero discurso; la iglesia, todo lo que le sepa a
militancia ciega. Él protesta brotando sus ojos, quitándose la ropa y
pintarrajeándose de forma indecente.
Para él (ella), la sociedad se cuece en su mediocridad cuando hay que
tomar una trinchera ideológica para defender lo que por naturaleza se
establece. Mientras, la olla se ve grande, pelada, la subsistencia pega
pellizcos y se esconde, camina dos pasos atrás de su sombra y no se deja ver de
lleno el rostro. No está solo, la voz interna se lo dice, los apoyos se ofrecen
discretos, sirven cuando se es consciente que la guerra es de uno contra el
mundo. Se concentra en dictar talleres de crónica y cuento, la literatura le
reclama tiempo de calidad y la “maricona” se pone seria dejándose seducir por
su nueva ama.
Obtiene el primer premio del
concurso organizado por la caja de
compensación Gaviera Carrera, con el cuento “Porque el tiempo está
cerca”, un relato casi biográfico en el que narra las vicisitudes de un
joven, que además de a la pobreza, debe hacerle frente a su homosexualidad
prostituyéndose en sórdidos bares del centro de Santiago.
Continúa escribiendo, realizando crónicas. Su primer libro, Incontables, es publicado en 1.986. Bautizo de fuego, el escándalo lo ayuda a
llegar a puerto. Desde ese momento la
deuda queda apuntada en su orgullo, debe demostrarse que no sólo es un gay que
escribe sobre gays y sus desventuras, debe ser un escritor, quitar de las
mentes el rótulo de autobiógrafo de escasa envergadura que le talla en la
frente.
En el transcurso de su carrera
aparecerán ocho libros de crónica, una
novela, cuatro antologías, hasta un guión para novela gráfica en las cuales la
temática transgénero se aborda a la par del quehacer político chileno (tan
travestido como Pedro, aunque más carcomido por sí mismo), la dictadura y su
posterior caída y hasta el SIDA como tema fundamental para un segmento de la
población. De hecho en 2.011 de tanto
pensar en la plaga lo que se le terminó jodiendo fue la laringe. Un cáncer le
quitó parte de la voz, “justicia poética” debieron cantar aquellos a quienes el
verbo volcánico de Lemebel les quemó el culo.
A Pedro se le debe la descripción de
la marginalidad desde un punto de vista extraño. La evocación de lo popular como un estilo válido
culturalmente hablando, es la piedra maestra donde yace el sentido de su obra.
El homosexualismo y su ejercicio son bastiones de su oficio de narrador, pero
sondeando más profundo, los conflictos de clase, la autoridad mal detentada, la defensa de lo
individual y el poder, están inmersos en la grasa de sus relatos. Utilizando la
palabra como una lija repleta de gránulos de acero muestra que los humanos
sentimos igual, nuestros miedos son tan parecidos que por eso la enemistad
entre pares es lógica, que los otros son espejos en los que no nos queremos
ver, que ser gay y pobre, propenso a la nostalgia en una sociedad abiertamente
desigual, es clavarse un puñal por puro placer, que las ropas y sus géneros son
patentes en las cuales nos refugiamos para sentirnos buenos niños que se
uniforman. Corazoncito mío,
decimos cada vez que amamos, cada vez que los impulsos de la biología
nos llevan a lo querido o lo fornicable,
ese placer nos iguala sin distinciones de género ni mentalidad, estas verdades
están pegadas con candela en los textos de Lemebel, sus entrevistas y puestas
en escena. La legalidad es la negación de los actos nobles, también su
sustento, es tanto el miedo a fallar que todo lo que nos parece raro debe ser
destrozado a batazos, esa es la médula que mantiene viva la literatura del
hombre-mujer-transgénero-”loca”, a quien
están dedicadas estas palabras.
Abrir la boca para respirar en medio
de la muerte, hundir las uñas en el yeso de las paredes que encierran el
espíritu y sus palabras... Pedro Lemebel utiliza el asombro para demostrarnos
que deberíamos escandalizarnos por el hambre, la miseria, el asesinato que
derrite las vísceras de la humanidad y no por una jauría de mariposas con
colmillos de plata que todos los días en los barracones llenos de mierda y
basura de las grandes ciudades le dicen
muy quedo a los transeúntes molidos por el tedio: “Corazoncito mío, ¿quieres
una “mamada” para que esta muñequita tuya tan vieja y cansada no muera de
hambre o física vejez?