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lunes, 25 de agosto de 2014

PREMONICIÓN

HISTERIA DE KAUIL
SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA



PREMONICIÓN

POR: JAVIER BARRERA LUGO

Las manos se le adormecieron. No era el dolor regular que aparecía después de los entrenamientos el que inundaba los centros de sufrimiento del cerebro; en ese momento un tibio palpitar tomaba posesión de coyunturas, huesos, tejidos, carne, tendones y los volvía masas sin autonomía incapaces de unirse para producir movimiento. La defensa del título mundial fue salvaje. Las culpas nadaban bajo la rutilancia del coliseo y el silencio del cuarto ayudaba a hacer punzante esa sensación.
Ella dormía desde las nueve; la contemplaba con un dejo de ternura mientras frotaba entre sí los amasijos de dedos anestesiados intentando hacerlos reaccionar. Por entre las rendijas de la persiana la luz se colaba grisácea y resaltaba facciones de ese rostro lleno de detalles pulcros: nariz rara pero hermosa, párpados lisos, boca pequeña, barbilla afilada, pómulos discretos. El insomnio, el sufrimiento y la belleza, trilogía nefasta, rompieron la poca cordura que sobrevivió al combate, que entendía, le cambió una vez más la vida.
Calculó siete horas más de suplicio individual; ella no despertaría antes de las ocho. Se levantó con cuidado tratando de no apoyarse sobre las palmas hinchadas. Las doscientas malditas abdominales que realizaba desde que tenía memoria cada mañana, le ayudaron a lograr su objetivo. Del gabinete del baño sacó los analgésicos y tomó dos de un sólo envión. Fue todo un karma lograr colocar el par de pastillas bajo la lengua. Se tiró sobre el sofá. A la lista de incomodidades se sumó el asfixiante calor que envolvía la sala; el ventilador estaba apagado y así se quedó. Encender el cigarrillo fue una prueba para su persistencia: con el muñón derecho aprisionó la cajetilla y con el izquierdo deslizó el pucho hasta la tapa de la mesa. Paciente, se arrodilló, hizo rodar el cilindro de papel, lo sujetó con la boca, fue hasta la cocina, accionó la hornilla de la estufa y se acercó a la llama. La bocanada primera fue un acto de conquista que perduró hasta que consumió el último gramo de tabaco.
El dolor de las manos cedió veinte minutos después. Sintió que ese avance en su problema era un logro menor. La falta de sueño la producía aquella charla que tuvo con Maidana, su empresario, su amigo, antes de la pelea.

-Todo está listo, hermano. Te caes entre el quinto y el noveno. La idea es que los “simios” del público tengan tiempo de emborracharse. Ya mi gente cuadró las apuestas. De lo tuyo “metí” cuatrocientos mil… Imagínalo, cinco “palos verdes” que te pagaron por subirte al ring y por perder, te ganas casi la misma cantidad… Negocio redondo, buen retiro, plata en el banco… Nunca digas que no te cuido.


Pensó que la paradoja es el alimento que mueve las cosas en el mundo. No es que dejarse ganar fuese un asunto que atentara contra sus valores; en un gremio lleno de trampas se había sacado la lotería con su representante, el único tipo honesto, según las proporciones, que puso siempre su integridad, su futuro, por encima de cualquier consideración ética;  pero lo que sucedió unas horas antes rompió los límites de su coherencia. Asumió el arreglo como una actitud lógica para un hombre de treinta y cinco años que estaba a punto de retirarse después de veinticinco años entregados a destrozarse el lomo contra otros tipos igual de pobres a él. Sus carros, casas y lujos no se pagaban solos. El bendito cuento del honor, esa vaina que aparece en la mente cuando se ha comido debidamente por varios años, complicó una ecuación sencilla que había aprendido a resolver desde que tenía uso de razón.
 “El macho” Álvarez, sobre el papel, era uno de esos aparecidos acostumbrados a que les desintegraran la cara por unas cuantas monedas, un bruto que desaparecía sus bolsas de sparring con la rapidez de una esnifada de cocaína, su amor certificado. Nueve a uno marcaban  las apuestas; el negocio era demasiado rentable para decir que no. Los “patronos” de la asociación de boxeo estaban de acuerdo, su representante actuaba, los jueces fueron arreglados, su rival salía del gimnasio para los burdeles que eran su casa y donde era tratado con los mimos propios de un hijo pródigo. Ser noqueado por un tipo así era humillante, pero como dicen los gringos, “Business are Business”.
La pelea se desarrolló según el libreto: jabs, cruzados al aire, mucho de provocación ficticia, un campeón en problemas, guardia baja. ¡Estúpido!… Dolor, mucho dolor. Knock-out en el sexto round que a los ojos del público fue legal. Un plan llevado hasta el final con todo el decoro, aunque la realidad le escupió feo en el rostro: los puños de “El macho”, parecían forjados en plomo y su cuerpo sintió el castigo. Aquel hijo de la vagancia fue más rápido, contundente, lo venció sin atenuantes; sólo él lo supo y eso le bastaba para sentirse mal. El miedo se instaló en su cabeza, su libreto se consolidó como dolorosa verdad. Le dolió ver celebrar sin convicción a un idiota engañado en el propio engaño. “La perra suerte de una pandilla de tramposos”, concluyó para sí. En el camerino recibió los agradecimientos de sus cómplices, de Gina, su mujer, y la tentadora propuesta de una revancha millonaria antes de seis meses.
No resistió el calor. Entró al baño y preparó la ducha. Ella ni se inmutó, era prisionera de sus sueños. Recordó, después de mucho tiempo, que la amaba de verdad; era el árbol que hacía viable la vida en su desierto. No buscó el imposible de desnudarse por su cuenta, así que entró a la ducha con la pantaloneta puesta. El agua le calmó los dolores del cuerpo, el pómulo suturado, los moratones del tórax, el ojo cerrado. Sintió que los años le mordían el lóbulo de la oreja. “Eres un hombre millonario”, se dijo, “además de un cobarde que fue consciente de su necesidad de perder y perdió descubriendo su debilidad. Valiente ex campeón sin lustre”.

Cerró el grifo y se quedó varios minutos con la puerta cerrada esperando a que el calor del ambiente le secara el cuerpo. Se miró las manos y no pudo contener la lágrima que le rajó como una cuchillada lo poco sano que le quedaba a su mejilla derecha.

lunes, 18 de agosto de 2014

PRIMER INTENTO DE VUELO

PRIMER INTENTO DE VUELO
POR: JAVIER BARRERA LUGO

Es feo el centro de Bogotá a las ocho de la mañana cualquier sábado. Los rezagos de las fiestas de la noche anterior, la fetidez de la orina fermentada y pululando desde cada escondrijo, la gente de rostros humildes y verdes que denuncian con sus muecas lo incompleto que quedó el paraíso, conspiran con las paredes heridas de la vieja arquitectura para revelar el patetismo de una ciudad que se quedó inmóvil en la línea del tiempo.
Flor Alba es inmune a cualquier consideración, al miedo que producen los indigentes que se pelean por un hediondo cuncho de aguardiente y levantan a gritos las cuadras donde los vigilantes de los almacenes se limitan a verlos y aguantar, por conveniencia, las ganas de darles un balazo y librarlos del problema de estar vivos. Ella, imitando un loto en medio de un mar de sangre,  centra sus pensamientos en la realización del plan que ha estructurado desde que tenía siete años. Su andar decidido deja atrás el Jorge Eliecer Gaitán, Terraza Pasteur y su tufillo a mariconada, el Planetario, el Museo Nacional y la estación de Transmilenio.
La recepcionista del edificio no ve inconveniente en que la hijita del Doctor Pasos, la “monita”, flaquita, de gafas, “la calladita esa que hasta bobita parece”, entre a la oficina de su papá para recoger unos papeles que se le quedaron la tarde anterior. “Eso sí, mamita, trate de no demorarse; los sábados la administradora nos tiene prohibido dejar entrar gente…”. Flor Alba asiente, pulsa la cuadrada tecla de uno de los ascensores y espera el molesto sonido de la campanilla que anuncia la llegada de aquella cajilla no apta para claustrofóbicos como ella.
Siempre le gustó la vista del occidente de la ciudad que brinda la inmensa ventana del piso catorce. Tubos de luz sepia se filtran por los cúmulos grises de las nubes, como si debajo de aquella cantidad de agua condensada que amenaza con descender, estuviese instalado el escenario más grande del mundo. “Las casas, los carros, los problemas, se ven diminutos. Es el único lugar del mundo donde sólo importan los sueños”, decía a quienes tenían la vergüenza de no considerar un pecado mortal hablar con una adolescente rara.

Se dirige al despacho de su padre y abre de par en par la ventana. Una ráfaga de viento frío le quema las membranas de los pulmones. Los cerros orientales le dan la bienvenida. “La Macarena, La Perse, El parque Nacional, se ven hermosos; la magia del silencio, llamaría a esta visión algún poeta varado en el ridículo”, piensa. Sonríe como lo hace regularmente.
Acerca la silla roja de rodachinas donde tantas veces dio vueltas buscando marearse. Se quita los tenis amarillos, las medias multicolores, la ropa que le incomoda; masajea uno a uno los dedos de los pies. Respira profundo. Se para sobre el cojín del asiento… Pierna izquierda, pierna derecha, firmes y llenas de energía…, sus manos sujetan el marco de la ventana…, comienza su tarea. La piel desnuda de las plantas permite que la sensación de frío metálico le colme la espalda con electricidad. Recuerda la historia de Ícaro, el segundo hombre en la historia  que asistido por plumas enlazadas y grumos de cera construyó unas alas que lo sacaron volando del laberinto de Creta. “Yo también me arriesgo a levitar”, dice para sí. Mientras da el paso al vacío recuerda a Roberto, el único novio que ha tenido. “Que susto le voy a dar cuando me vea aterrizando desnuda en el tejado de su casa. Volar con ropa no se puede, le diré…, es muy raro el sentido de pudor ajeno que sienten los hombres.” Un gesto pícaro, decora su primer intento de vuelo.


5/08/2014

lunes, 11 de agosto de 2014

ELLA

ELLA


A mi esposa, quien me dijera alguna vez que ya no escribía para ella…, escribo es por ella.



Hoy lo hago público: no sabe cocinar; si hablamos en términos gastronómicos, más allá de un arroz, es impensable…, y sin embargo; el café que me brinda cada mañana, es el mejor que he probado en mi existencia, siempre está acompañado de ese amor que da aroma y vida a todo lo que toca. Recuerdo esas primeras mañanas de unión, cuando en su afán de verme sonreír y darme el “buenos días” con esa taza de café del que les hablaba, confundió el azúcar y la sal, provocando en mí, a lo largo de aquella jornada, interminables dolores estomacales y sonrisas cómplices al recordar esa inocencia. Como no amarla si he sobrevivido 13 años a sus intentos amorosos de complacerme.

También hoy lo confieso: detesta las labores de la casa, para ella es un suplicio abrazar una escoba o dedicar dos horas a cuidar una lavadora; no, no va con ella. La academia, el estudio, su profesión; esas son realmente sus pasiones, lo que hace que cada día me sienta más orgulloso de su historia, de su obrar. Con el tiempo deje de pensar en mi vida para apoyar incondicionalmente la suya, y es que lo merece…, a ver me explico: no proviene de una familia adinerada, ni lleva a cuestas apellidos rimbombantes, es de universidad pública, se endeudó con el Estado para sacar su carrera adelante, su posgrado y maestría también es fruto de su esfuerzo, nadie le regaló nada, ni papi, ni mami, ni hermanos pudieron o quisieron apoyarla, se ha hecho a pulso y cada batalla la ha ganado; otra razón para amarla y dejar de lado su pequeña flaqueza ante lo doméstico, además, es muy cumplida con la dotación laboral, y durante  estos años me ha obsequiado  unos delantales “diiiiviiinos”.

Tiene una pelea casada con el deporte y, aunque paga puntualmente su mensualidad en el gimnasio, sé que lo hace más por callar mi perorata que por convertirse en una supermodelo de curvas marcadas y labios que digan “cuchucou”, nada de eso, su deporte extremo es dormir, y aunque come sanamente, no cambia el chocolate por más cantaleta que yo le dé. Yo sé que detesta el ejercicio; ella sabe que mi preocupación, más allá de su figura, es su salud y entonces ese tema lo hemos convertido en pacto silencioso…, yo no molesto mucho y ella, bueno ella, va de vez en cuando. Tercer punto para la Mona. Como no enamorarme si ella misma lo describe cuando me exalto: “yo no estoy gorda, estoy rellenita de amor, así que no molestes”  y me deja en silencio, y empiezo a compartir su congestión romántica.

Es de mal genio mi Monacho, bastante…, pero nunca dejo de repetirlo, ella es la parte seria de este matrimonio, no es tan afable como yo, mejor, no es tan pelota como este servidor, y aclaro, no es que yo sea un pelele, pero si hablamos de madurez, uy, hay si nada que hacer, me lleva (en ese sentido), 20 años o más. Es la combinación perfecta; lo amargo y lo dulce, lo claro y lo no tan claro, el sol y la lluvia. Y esa es mi cuarta razón “los polos opuestos se atraen”, nadie puede cambiar eso, es una ley física.

Hemos viajado, si, varias veces, pero también hemos descubierto lo simple y hermoso que puede ser caminar por cualquier calle comiendo helado, como un par de estudiantes de colegio, como empleada en permiso dominical, como todos nosotros en algún momento lo hemos hecho (y no se sonrojen, que lo he visto en personajes que hoy están muy encumbrados). El dinero que para ella es tan supremamente importante, para mí solo es eso, dinero, y es ahí, en esa dicotomía, donde volvemos a ser uno, pues hasta el momento ninguno de los dos ha tenido la razón absoluta. “El dinero no compra lo esencial, pero sin plata no se consigue lo básico”, y recuerdo en esos momentos a mi viejo profesor de sociología Pacho Rocha y su premisa invariable: “la riqueza aísla, la pobreza excluye, hoy el poder y el tener valen más que el ser”…, aplauso fuerte Mona, apretón enorme para el viejo maestro Rocha.

En fin, me aparte unos momentos; volvamos a mi esposa: “suele ser violenta y tierna, no habla de uniones eternas”…, y me disculpa Pablo, pero aunque cité esa frase, mi esposa no es violenta, si es tierna y si habla de unión eterna y tal vez por eso siempre anda pendiente de mis cosas, de mi salida, de mi llegada, de mi alegría; de mi tristeza…, hoy puedo asegurar que nadie, absolutamente nadie me conoce tan bien como ella. Una más a su favor.

Le encanta el rock, pero no de cualquier tipo: el clásico, (y la vieja sabe), el que nació acompañado de psicodelia, LSD y libertad, no el de los pseudo grupitos y artistas de hoy que basan su fama en sus escándalos y no en su talento musical. Puede durar horas eternas escuchando un buen riff, y si le pido el nombre de una canción, grupo o vocalista, la repuesta es inmediata…. jajajaja y no fue nunca (ni siquiera lo soñó), a un concierto de Samantha Fox, ¿verdad Cervantes?

Ya llega. Estas pocas líneas son una sorpresa, ojalá le gusten. Pero antes de poner punto final, les voy a  abrir mi corazón, les voy a contar el porqué diariamente revivo mi amor hacia esa gigante de ojos verdes: ella (aquí entre nos), ella hace mi mundo mejor, me alegra, me divierte, me entristece, me sube, me baja, me llena. Y la mejor razón, la más grande, (es un secreto, aquí, en vos baja), tomados de la mano, no envejecemos los dos…, simplemente ella acompaña mis canas.

Fernando Vanegas Moreno

Un día pintado de gris en la calle y de alegría en su corazón.

lunes, 4 de agosto de 2014

TARDE DE IDIOTAS

HISTERIA DE KAUIL
SEMPER SIMUL SEMPER CARMINA, CATA

TARDE DE IDIOTAS
POR: JAVIER BARRERA LUGO



Era fácil para nosotros llegar a conclusiones básicas. Unas cejas pobladas, un puñado de jetas pálidas a las que no les cabía un milímetro más de tejido labial y babas, miradas extraviadas entre las ventanillas del bus como marco para quienes nada podían decir en su defensa, nos hicieron creer que el abuso era tolerable. Todos los días desde que tengo memoria, el vehículo dejaba junto al colegio parroquial a los alumnos de aquella fundación que atendía a personas con discapacidad cognitiva y de los cuales mis amigos y yo nos burlábamos hasta el hastío. (No por un acto de maldad sino de ignorancia, si  podemos asumir este argumento como defensa)
“Esa peladita no deja de mirarlo, poeta”, gritaba con sorna mi amigo “el diseñador”, y yo sólo atinaba a buscar una ofensa peor que mitigara la vergüenza infundada que quemaba mi interior. La mujer, de unos dieciocho años, trigueña, escasa estatura, gorda, bigote poblado y una parálisis cerebral que la hacía moverse con dificultad, me miraba y se carcajeaba hasta mucho después de que el auxiliar de la ruta la retiraba de uno de los puestos cercanos a la puerta y lograba que se agarrara del caminador de aluminio. Preso por la mediocridad, cumpliendo una rutina vil, levantaba el brazo y le decía abusivo: “cuídate, mi amor”, y volteaba para darle una sonora palmada en el pecho a mi amigo, el bromista “tiralíneas”. Así, con un acto canalla, encontraba la aceptación de un grupo pasado de revoluciones.
El “pelacables” era el más radical a la hora de burlarse tanto de los alumnos como de nosotros, los que con una cerveza en la mano celebrábamos la majestad de ser unos simples vagos sin oficio o utilidad. Imaginaba las clases que tomaban los muchachos cada mañana, a la profesora llena de amargura enseñando a doblar papelitos que sus alumnos escarbarían como a animalitos de colores sin entrañas y que terminarían comiéndose por instinto, los eternos gruñidos para hacerse entender, la maldita anarquía que reinaría en el pedazo de isla donde los “idiotas” eran normales, corrientes, iguales por una horas. 

Tanto tiempo hablando de ellos, de cómo serían, qué harían para provocarnos risas cuando los bajaran del bus y se los devolvieran a sus padres. Eso sí, nunca se nos ocurrió pensar en las ideas que rondarían sus mecanismos internos; qué les pareceríamos nosotros ahí, parados mientras el atardecer se volvía historia, siempre en el mismo orden, con la misma curiosidad infantiloide y esa sensación de superioridad que denunciaba nuestro patetismo espiritual. Sus caras llenas de ángulos y circunferencias prominentes, aquellos jadeos impotentes, nos decían sin hacerlo, que algo malo teníamos en el corazón para desperdiciar los pocos talentos que la naturaleza nos otorgó con inconcebible generosidad.
“El bobo del palo”, aquella criatura enfundada en una ruana, sombrero de fieltro, temperamento violento, -que recordaba las descripciones que los viejos hacían de la patasola- ojos bizcos, y que sólo se hacía entender a punta de onomatopeyas y señalando las cosas; aparecía como referencia de lo que considerábamos extraño. Que la familia no lo quería, que le levantaba las enaguas a las tías cuando estaba “cachondo”, que era el personaje al que todo el barrio le jugaba bromas cuando se formaba en la fila para reclamar los cinco galones de cocinol que de mala gana el gobierno de la ciudad vendía en los barrios populares y tantas desfiguraciones dejó. Los cerebros reverberaban con las especulaciones. Aquel personaje desentonaba, según nuestro concepto, en un barrio donde fuimos jóvenes y nos enamoramos de las madres de nuestros hijos reales y ficticios… Ese era nuestro deporte favorito: denunciar con comentarios rastreros a los “idiotas” que nos dañaban el paisaje y la uniformidad dudosa.
Ese viernes el sol de julio carbonizaba cualquier intención. El“pelacables”, “el diseñador”, “Don aerolínea” y mi amigo el “periodista”, pasaron por el almacén de mi viejo y me invitaron a mitigar el bochorno con unas cervezas frías. En la noche iríamos de cacería, las vendedoras de zapatos del Bulevar no daban espera. Don Santafé destapó las primeras y nos lanzó su acostumbrado latigazo: “¿Y sí saben, no…?” El viejo siempre con sus comentarios indirectos, con su malicioso tonito de chismoso inocente, nos llevó hasta el centro de la exasperación. “¿Y ahora qué pasó, “cuchito”?”, preguntó “el periodista”, más como protocolo que con curiosidad.
El viejo, sabio perro acostumbrado a latir echado, se fue hasta el mostrador y me pasó la edición del día del periódico amarillista de los Ardila. Con estupor y un sentimiento de rabia contra mí mismo, leí en voz alta el titular que mis escrúpulos aún procesaban:

¡SE ACHICHARRARON!
BUS ESCOLAR QUE LLEVABA NIÑOS DISCAPACITADOS DESPUÉS DE CLASES, SE INCENDIA POR ACTO IMPRUDENTE DEL CONDUCTOR. 12 MUERTOS. LUTO EN EL BARRIO CIUDADELA FLORIDA

Nos miramos con espanto. Sinceramente conmovidos, vapuleados, despachamos los cunchos de las cervezas más culposas que alguna vez tomamos y decidimos irnos temprano para la casa. Por el camino le dije al “pelacables”, lo único inteligente que me salió de la cabeza en años: “Tarde de idiotas la que empezamos a soportar.”

31/07/2014

**TODOS LOS DERECHOS RESERVADO PARA EL AUTOR.

Foto tomada de: http://biblioalange.wordpress.com/author/peferova/