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domingo, 25 de enero de 2015

ESA SEÑORA TAN BUENA

ESA SEÑORA TAN BUENA


Lucía Donadio Copello


Llevo 27 años trabajando en esta casa. Desde el primer día, cuando llegué de aplanchadora, vi en las manos blancas de la señora una pulsera con brillanticos.

Es lo único que la señora cuida y quiere. Es lo único que ha conservado con devoción en estos 27 años que llevo aquí. Nunca la ha dejado tirada ni se le ha perdido como la argolla de matrimonio, el vestido lila de fiesta, las toallitas de mano bordadas, el mantel de rosas en punto de cruz, las palomitas de cristal de las fuentes de la sala, los mamelucos del niño, la pulsera de oro de la niña, los cubiertos, y tantas cosas que ella tiene y que se le olvida que tiene. Y uno tan necesitado y tan pobre y viendo que aquí sobra la plata y la comida. La primera vez que fue al mercado trajo tanta carne y tanto pollo que no cabía en la nevera. Era un mercado muy grande, yo nunca había visto tanta comida junta, ni en toda la tienda de don Camilo. Viendo que no le cabía en la nevera y que yo miraba y miraba tanta cosa, la señora me regaló unas pechugas de pollo que le pedí con los ojos para hacerle un caldo a mi niño enfermo. Mi niño estaba en la cama enfermo del corazón. La señora fue a visitarlo al hospital y le llevó piyama nueva y pantuflas y una cobija azul. Todas las semanas me daba diez mil pesos de más para las necesidades del niño, y me regalaba ropa vieja casi nueva de sus hijos y me daba un mercadito básico: frijoles, arroz, chocolate, aceite, panela y huevos.

Era muy buena la señora. Yo nunca tuve una patrona tan generosa. Ella tenía los ojos para adivinar lo que uno necesitaba y las manos para dar y dar. Pero tenía las manos torpes para lo de ella y todo se le caía o se le olvidaba. Ella por atender el teléfono y consolar a la hermana que siempre estaba enferma y sin plata, dejaba todo lo de ella tirado. Y nos ayudaba a nosotras y a los mendigos que tocaban a la puerta.

Yo veía tantas cosas que sobraban en esa casa. Un día me llevé unos tenedores que nunca usaban. Cuando los usé en mi casa pensé que los tenedores solitos no servían para nada, que lo bonito era el juego y empecé a llevarme todos los sábados, en el fondo de la bolsa del mercadito, los cuchillos y las cucharitas, de a uno o de a dos para que no se dieran cuenta... Luego me echaba la bendición para que el señor no me fuera a revisar el bolso, él sí es patrón, él sí manda, pero se mantiene ocupado en el trabajo o viajando. Un día vi la pulsera de oro de la niña a la orilla de la piscina y dije se le cayó al agua y me la eché en el bolsillo del delantal. Y la señora cada vez más buena conmigo, ella se encariñaba con uno y lo trataba como a uno de la casa. Me regalaba sus vestidos viejos y sábanas y toallas. Pero yo lo que soñaba era que me regalara la pulserita de brillanticos que llevaba en su mano derecha y los mamelucos del bebé. Me llevé tres o cuatro de los mamelucos que ya le iban quedando estrechos al niño. Seguro que la señora me los iba a regalar después, pero yo los necesitaba para llevárselos a un ahijado muy pobre que tenía. A veces en las tardes la señora se recostaba en su cama y, aunque no se dormía, parecía ida de este mundo. Yo iba y le preguntaba si necesitaba algo, si le traía una pastilla para el dolor de cabeza, le dolía mucho la cabeza, y ella me daba las gracias hasta cinco veces. Entonces yo bajaba a la sala y veía esas palomitas de cristal, pequeñitas y hermosas, y si no había nadie en la casa me sentaba en la silla de la señora, y un día sin pensarlo siquiera cogí las palomitas para mirarlas y las vi tan bonitas que no pude devolverlas, me las llevé y cuando el señor preguntó por ellas, muchos días después, le dije que uno de los niños se las llevó al patio y las metió en el arenero y yo no pude quitárselas ni encontrarlas. Todavía las tengo en mi mesa de noche. Después el señor le preguntó a la señora por las palomitas y ella dijo que no sabía, que seguro se habían roto, que ese era un adorno muy viejo y quitó la base donde estaban las palomitas y me la regaló. Así complete el adorno. Era muy buena la señora. Todos la queríamos mucho. Y me regalaba muchas cosas, pero el mantelito blanco con rosas de punto de cruz que más me gustaba nunca me lo regaló. Cuando mi niño se recuperó y pudo hacer la Primera Comunión, yo necesitaba un mantelito para la torta y se lo iba a pedir prestado a la señora, pero me dio pena y mejor me lo llevé. Hasta pensé en devolverlo después de la fiesta, pero lo vi tan bonito y ella tenía tantos manteles. Como dos años después de la Primera Comunión preguntó por el mantel y yo le dije que ella me lo había regalado, que estaba manchado, que si no se acordaba, que hiciera memoria y ella dijo que sí, que claro, que se le había olvidado. 

A la señora se le olvidaba lo que tenía y lo que regalaba. No le gustaba arreglar los closets. A mí sí. Cuando arreglé por primera vez el de la ropa de cama que era grandísimo, me encontré en el fondo unas toallas bordadas preciosas, que ella nunca usaba. Un sábado me llevé una y otro sábado otra y así hasta que se desaparecieron todas y nadie las extraño. Siempre que me llevaba alguna cosita, pensaba en la pulserita de brillanticos de la señora, pero sabía que esa sí era del corazón de la señora: se la había regalado la mamá. Los sábados cuando iba en el bus veía la mano de la señora entregándome el sueldo y veía chispear esos brillanticos. A veces me quedaba dormida en el bus y soñaba que me regalaba la pulserita.

Cuando se me casó la hija, la señora me regaló un corte de tela de flores, pero yo quería era el vestido lila que ella estrenó cuando los quince de la niña. Ese sábado ella me dejó ir tempranito para organizar lo del matrimonio. Y yo entré al closet de ella a guardar unos vestidos que le había planchado la noche anterior y por mi Dios bendito vi que el vestido lila de fiesta estaba ahí de primerito, y lo cogí y lo doblé rapidito y lo metí en una bolsa. El señor estaba desayunando cuando baje y me vio pasar con el paquete y me llamó y me preguntó que qué era eso y me hizo abrir el paquete y la señora contestó que ella me había regalado ese vestido porque ya no le servía, y él se puso bravo y empezó a discutir con ella. Y yo salí feliz con mi vestido regalado. Esa señora tan buena. Mi casa es tan bonita como la de la señora. Tengo tantas cosas que ella me ha regalado. Pero el señor no entiende que ella sea tan buena y ahora viven peleando. Y ella en cada pelea deja la argolla de matrimonio ahí en el borde del lavamanos. Él la regaña y le dice que se le va a perder. Y cuando el niño se me volvió a enfermar y la señora me consiguió el especialista y los remedios y piyamas nuevas y sábanas y cobijas, le agradecí mucho. Pero me daba pena pedirle el televisorcito a color que era lo único que el niño quería. 
Ese sábado, cuando arreglé el baño de ellos, vi la argolla de matrimonio al borde del lavamanos y le eché mano. “Seguramente se me cayó por el lavamanos que le faltaba la rejilla”, dijo ella, cuando el señor le preguntó y la regañó. Y como seguían peleando tanto, yo creo que ella descansó de cuidar esa argolla, le hice un bien y además le compré el televisor a color de muchas pulgadas a mi niño enfermo.



Cuando la señora se enfermó y trajeron a la enfermera me dio mucha rabia, porque yo quería cuidarla. Primero dejó de caminar, luego casi no hablaba y un día ya ni comía ni bebía nada y siempre con los ojos alelados. La hospitalizaron unos días y luego la trajeron a la casa y le montaron una cama de enfermo y suero y llegaron todos los hijos.
Un miércoles se nos murió a las doce del día. Se fue quedando fría y más quieta. Estábamos el señor y las hijas y la enfermera y yo pegadita a su mano derecha. Llorábamos y rezábamos y en un descuido le quité la pulserita de brillanticos y me la metí en el delantal. Cuando el médico llegó y le abrió los ojos, le vi los ojos reclamándome la pulserita. En un descuido la saqué del delantal y la tiré detrás de la cama y luego traje la escoba para barrer y arreglar el cuarto mientras llegaban los otros hijos y dije que me había encontrado la pulserita ahí tirada, era verdad.




LUCIA  DONADIO COPELLO

Es Antropóloga de la Universidad de Los Andes. Hizo un diplomado en Literatura del Siglo XX en la Universidad Eafit. Se desempeña como editora de Hombre Nuevo Editores. Dirige el Grupo Literario Letras de la Universidad Eafit y el Taller Literario para Adultos Mayores de la Biblioteca Pública de Medellín. Ha publicado poemas y cuentos en revistas. Sol de Estremadelio es su primer libro de poesía.

domingo, 18 de enero de 2015

BLANCA PALOMA

EL INSTINTO CREADOR
Emilia Vásquez, bogotana, profesora, escritora prolífica y amiga de esta casa editorial, presenta hoy en Idiota Inútil, uno de sus poemas más ricos y generosos, un verso de aquellos que nos ayudan a despertar de la pesadilla cotidiana, de la tragedia que parece comer y vomitar su carga de horror sobre las mentes y sueños de quienes habitamos un mundo hastiado de tanta intolerancia.
A Emilia y su obra las caracterizan la profundidad de conceptos, su alegría realista, sus ganas de contar una versión propia de este cuento al que llamamos vida. Ama profundamente las letras, lo que ellas brindan,  las barreras que destruyen cuando los días carecen de sol. El instinto creador que no se doblega ante las circunstancias, debería ser el lema que resume el brillante ejercicio intelectual de esta joven. “La literatura es siempre una expedición a la verdad,” dijo Kafka y eso en la existencia de nuestra invitada parece ser axioma. 
Sin más preámbulos los dejamos con “Blanca Paloma”, una muestra del talento y la entereza de esta creadora que lucha y seguirá luchando por tener voz propia en un mundo que se hunde en un mar de confusiones.


BLANCA PALOMA


Orgullosa e indolente,
se posó La Muerte sobre su blanca figura
A metralla y bombas le arrancó sus alas
cosió su pico con hilos de indiferencia
con suave hipocresía extirpó sus ojos
Libertad, Igualdad y Fraternidad se bañaron en su sangre
¡Inocente! ¡Víctima de ambiciones!
Sin misericordia, fueron sus plumas arrancadas
para adornar la vanidad de falsos ideales
Con nostalgia recordábamos como rauda rompía el viento
Los que antes, bajo su dócil ala descansábamos;
ahora sobre su tumba devoramos nuestros hijos
¡Día sin luz! ¡Eterno dolor!  Es su vuelo ausente
Más fuerte el machete que el calor de sus polluelos
No bastaron sus agudos chillidos
para que la angustia de volver la hubiera liberado
esta vez no hubo magia… fue real…
Buitres encontraron sus polluelos
Alimentados con resentimiento
Y bajo desperdicios abrigados

Aún esperan que Alguien les enseñe a volar

domingo, 11 de enero de 2015

2015-CON LA CRUZ A CUESTAS

CON LA CRUZ A CUESTAS
David W. Martínez

Haciendo la señal de la santa cruz sobre la cabeza del muchacho, doña María, entristecida por lo sucedido a Juan Carlos su hijo mayor, le bendice y despide. Él, campesino de oficio jornalero, enfermo y abatido parte de su rancho, cargando como posesión personal una botella de plástico llena de agua, pantalón roto, camisa desaliñada, y los zapatos, por el uso que les da los tiene tan desgastados que las suelas presentan agujeros. Junto a su madre y seis hermanos menores, Juan Carlos vive en un rancho escondido de la civilización moderna. Caminará ocho kilómetros, desde la Cooperativa Los Horcones, lugar de donde procede hasta el caserío San Simón, esperando llegar a tiempo a donde el promotor de salud para ser tratado de una infección bacteriana de su pierna derecha. La enfermedad se le desarrolló de una herida que se hizo con el machete al cortar caña de azúcar.
Es jueves y de costumbre, en la asamblea, los legisladores seguramente aprobarán el aumento al presupuesto general de la nación. Se habla de una cifra astronómica, más de dos mil millones de dólares, y ningún partido político, dizque representantes del pueblo quiere quedarse sin su tajada. Harán cualquier tipo de componendas con tal de lograr sus objetivos financieros... Los hermanos menores de Juan Carlos, de muy de madrugada se hallan pescando en las riberas del río Lempa. Posteriormente, cercano a la carretera Panamericana, venderán al más bajo precio lo pescado.
En el botiquín del promotor de salud del caserío no hay medicina para el tratamiento de la infección que padece Juan Carlos, solamente le higienizan la parte afectada, pues la cruel infección le carcome los huesos y se le ha metido por un costado, y como una dama implacable le acompañará hasta la muerte. Desde el lugar donde se encuentra, Juan Carlos emprende una caminata de otros ocho kilómetros para arribar a la autopista principal. En la carretera busca abordar el primer medio de transporte a su vista, desplazándose a la clínica del pueblo más cercano. En el momento que parte a buscar la clínica, el presidente de la república, sin nada de gracia y con un discurso politiquero que aprendió en las escuelas de alta gerencia estadounidense, justifica en una improvisada conferencia de prensa que del aumento al presupuesto nacional una gran parte será para incrementar en un cien por ciento la partida secreta de casa presidencial a más de ochocientos millones de dólares... A los hermanitos de Juan Carlos les han pagado un dólar por todo el producto que pescaron en el transcurso de la mañana
En la clínica del cantón no pueden hacer nada por Juan Carlos, repitiendo el tratamiento que antes hizo el promotor de salud del caserío. De tomar le dan antibióticos para tratar de detenerle la fiebre. Por la tarde, la flamante esposa del presidente de la república, celebrará un aniversario más del parque tristemente llamado De la Familia. Solamente al gobierno se le ocurrió hacer un parque pequeño, donde hoy se paga por entrar, en medio de un bosque inmenso, donde antes paseaban gratuitamente los capitalinos. Para su construcción, equipamiento y mantenimiento, se desembolsaron veinte millones de dólares, sin tomar en cuenta lo gastado ocultamente... Con el dólar que han ganado sus hijos menores, la señora se alista para ir a la tienda del cantón a realizar sus comprados.
Del lugar en el que se encuentra, Juan Carlos aborda con dificultad un camión de carga, viajando diez kilómetros en calles empedradas hasta el pueblo de Mercedes Umaña. Al llegar a la Unidad de Salud presenta más de cuarenta grados de temperatura. Aunque intentan auxiliarle, los enfermeros del lugar no pueden hacer nada por él y se limitan a entregarle una referencia para que sea atendido de emergencia en el hospital San Pedro de la ciudad de Usulután. En esa misma localidad, la Asociación de Ciudadanos Distinguidos de Usulután, inaugura la primer feria nacional de caninos. Hay exhibición de las más vistosas razas de perros del mundo, desfilarán especies caninas del tamaño de caballos, sólo que mejor cuidados que cualquier compatriota campesino. El gobernador de la ciudad, gerente de tal asociación, en su discurso se jacta que para ejecutar tan magno evento no han gastado demasiado dinero, únicamente requirieron de cien mil dólares... El perro aguacatero de Juan Carlos, al que ya se le contaban las costillas, se murió de un bocado que ingirió al vagar por las callejuelas del caserío. El Ministerio de Salud se ha dado a la campaña de eliminar a todos los perros aguacateros que deambulen por las calles, pues según el señor ministro del ramo, tales perros no van con la imagen de ciudad moderna que quieren presentar para los XIX Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, evento que se realizará prontamente. Son los juegos deportivos más importantes de la historia del país, se manipularán más de ochocientos millones de dólares en préstamos, dinero que los mismos paisanos pagarán a cincuenta años plazo.
En el hospital San Pedro, Juan Carlos es atendido por una amarga secretaria, quien lo manda a esperar a la sala de pacientes externos. Después de minutos de espera, un ordenanza le dice que donde se encuentra no es el sitio, que mejor se vaya a la unidad de emergencia, que en ese lugar tal vez le atiendan. Al estar en la sala de emergencia, una enfermera al verlo con el rostro demacrado y con la cabeza baja, se muestra un poco condescendiente y le toma inmediatamente sus datos personales. Enseguida le explica que tendrá que esperar mientras el médico en turno se desocupa. Desconsolada le confiesa que por falta de un adecuado presupuesto al hospital, solamente tienen un doctor para atender todos los pacientes de la unidad de emergencia... A la madre de Juan Carlos, no le alcanza el dólar para pagar todo lo que debe en la tienda y regresa a su rancho con las manos vacías. Volverá a cocinar sopa de hojas de mora para sus hijos.
La sala de emergencia se halla repleta de personas gravemente enfermas esperando ser atendidas. Juan Carlos se sienta al lado de un señor maduro, que lee el periódico del día y que afanadamente busca los resultados del fútbol español. En una de las páginas principales de la sección deportiva se lee que el representante legal de la federación de fútbol, informa que la selección nacional ha batido el récord de gastos en su preparación y mantenimiento de los jugadores, ciento noventa millones de dólares aproximadamente fueron los desembolsos incurridos. Concluye diciendo que a pesar de no haber clasificado a nada, han ganado otra nueva experiencia... Como no tienen nada que comer, los hermanitos de Juan Carlos se entretienen jugando fútbol con una pelota de trapo que ellos mismos han elaborado. Momentáneamente tratan de olvidar el hambre.
El señor que se encuentra al lado de Juan Carlos es llamado para ser atendido. Al levantarse para acudir al llamado deja olvidado el periódico en la silla. En el delirio de fiebre alta que Juan Carlos tiene, escucha a lo lejos una emisora que anuncia la desaparición más de mil quinientos millones de dólares. El comentarista afirma que el principal dirigente empresarial del partido político gobernante, con un grupo de confidentes amigos, ha sido descubierto desfalcando al sistema financiero nacional tal cantidad millonaria... Doña María, como suele hacer todos los días, corta hojas del huerto casero vecino, pues en el patio suyo ya ni hojas hay. Preparará un plato de sopa, así engañará a las tripas un día más, pues éstas ya comienzan a devorarle partes internas de su cuerpo.

Desde el lugar donde se encuentra sentado, Juan Carlos puede leer claramente en la portada principal del periódico, que al banco principal del país se le conceden de parte del gobierno de la república doscientos millones de dólares para su recuperación financiera. Eso le llama la atención y coge el diario que el señor olvidó en su asiento y comienza a hojearlo. Pero las fuerzas de sus manos se desvanecen y convulsiona todo su cuerpo. Sus ojos se le apagan para nunca más volvérseles a animar. Con los ojos abiertos su cabeza se dobla sobre la silla que está al lado. El periódico queda entre sus piernas, desplegado exactamente en las páginas científicas que anuncian un aniversario más de la entrega del Premio Nobel de Medicina al científico inglés Alexander Fleming, por su aporte a la ciencia y por haber descubierto hacía muchas décadas la vacuna contra el bacilo que produce la infecciosa enfermedad de la que Juan Carlos falleció. Al momento, la enfermera llama a gritos a un tal Juan Carlos, para atenderlo de emergencia... Mientras tanto, doña María, que nada sabe de lo ocurrido a su hijo mayor, prende una vela a la imagen de la Virgen de la Paz, patrona de los desamparados, rogándole que le dé fortaleza para sobrellevar la cruz que diariamente lleva a cuestas.