domingo, 26 de abril de 2015
domingo, 19 de abril de 2015
PUNTOS S.A.
PUNTOS S.A.
Por:
Jaime Castaño
Aunque
vivíamos en el país de las líneas teníamos una fábrica de puntos. Los
producíamos contra pedido: en series, docenas, gruesas y pacas. Claros y
oscuros. Grandes y chicos.
Pero
también hacíamos, y éste era uno de nuestros fuertes, puntos especiales.
Fabricábamos
puntos en el vacío para los locos, puntos suspensivos para los cabizbajos y
meditabundos, puntos atractivos para los adolescentes sin gracia. Algunas
empingorotadas señoras nos exigían incesantemente finos y sexis puntos para sus
medias veladas. Contábamos con puntos nostálgicos: para los que llevan largos
años de casados, puntos candentes: para los amantes en disputa, y en común para
los que apenas comienzan.
Algo
exclusivo: creábamos puntos débiles para hombres y mujeres. Lo importante aquí
eran los planos donde cada sexo los llevaba, éstos constituían uno de nuestros
éxitos: los vendíamos por millares!
Producíamos
puntos muy disimulados para los hipócritas, puntos de justificación para los
procaztinadores, puntos imposibles para los utópicos, puntos de esperanza para
los escépticos, y para los excéntricos: puntos a parte. A los amigos de la
prisa les arreglábamos sus relojes para que siempre tuvieran la hora en punto.
Para los hiperactivos: puntos seguidos. Para los glotones una pequeña
variación: punto y coma. Para los arquitectos: medios puntos, muy prácticos en
la construcción de arcos de iglesia. Los congresistas nos pedían, con bastante
frecuencia y pagando bien nuestro trabajo,
que les desarrollásemos con sumo cuidado diversos puntos de vista.
Concebíamos notables puntos luminosos para los que pasan por inteligentes. Los
filósofos nos reclamaban a gritos profundos puntos de reflexión. Los
matemáticos, puntos lógicos y exactos. Contábamos con puntos realistas y
maravillosos para los artistas. Puntos sobre las “íes” de los letrados. Puntos
de acuerdo para los huelguistas. Puntos humanos para los filántropos. Puntos
verdes, por los que claman a pulmón entero los ecologistas. Y, para que no se
nos escapara la vida, los imprescindibles puntos quirúrgicos...Alcanzamos a
lanzar hasta puntos muertos para las funerarias.
Para
llegar a las masas y acabar un tanto con la competencia desleal, y del todo con
la especulación, resolvimos crear los famosos puntos de fábrica. ¡Otro de
nuestros éxitos!
También
producíamos puntos de otras índoles: puntos rígidos para los conservadores,
flexibles para los liberales, neutrales para los conciliadores, y puntos
dinámicos para otros grupos. No podemos negar que se nos escaparon algunos
puntos de mira que fueron a parar a manos de asesinos a sueldo. ¡Una verdadera
lástima!
Hacíamos
puntos para todo el mundo, pero teníamos nuestras reservas. Para los
desamparados verdaderos puntos de apoyo. Puntos cardinales para orientar, en las
noches de altamar y en las oscuras bocas de los ríos, embarcaciones con
cargamentos sospechosos. Para los guerrilleros estudiábamos puntos
estratégicos. Para sus ataques puntos débiles en sus enemigos y puntos clave en
su retaguardia par su defensa. Además desarrollábamos, en forma clandestina,
otros puntos. Unos cuantos militares de avanzada nos solicitaron, no sin
marcadas reservas y precauciones, puntos de acuerdo para lograr una paz
duradera –nuestro deseo-. ¡trabajábamos entonces con empeño y alegría!... Pero también había, por desgracia, un gran
número de belicosos extremistas y reaccionarios que nos amenazaban con un
grosero y simple “alto en el punto” si no les inventábamos puntos de
provocación, saboteo y discordia!
Un
día alguien. –no se supo nunca quién era pero si a que intereses representaba-
nos paso la orden de un punto... Misteriosamente uno solo. Orden que no reclamó
–que jamás lo haría-. Cuando cumpliendo con su pedido –ingenuidad la nuestra!-
lo fabricamos, nos dimos cuenta, tarde ya, que habíamos cometido nuestro máximo
y último error: nos había encargado hacer un fatídico punto final.
domingo, 5 de abril de 2015
EL LOCO EMPELOTO
EL LOCO EMPELOTO
Por: Javier Barrera
Lugo
En Ciudad Jardín,
mi barrio, había una fascinación atávica por los locos que llenaban de barullo
las calles con su mera presencia. Una comunidad obrera marcada por la
veneración a lo extraño, les colocaba el rótulo de “celebridades oscuras”
a aquellos seres desquiciados. Los
choferes de bus les jugaban bromas, las señoras escondían a los niños porque en
sus crisis, abofeteaban a quienes portábamos el saco azul oscuro de la escuela
distrital. Eran figuras relevantes.
En los años 80
dominaron la parada “la loca Beatriz”, acumuladora de basura que alegaba con el
fantasma de su madre y lanzaba piedras a los curiosos, “el loco Galvis,” que
fritó con bazuco su cerebro, “el vecinito,” lleno de mocos, pestilencia y don
de gentes, y el “loco empeloto”, quien andaba calato por las aceras recitando
versos eróticos y suicidas del masón José María Vargas Vila, produciéndoles,
como es lógico, ataques de horror a las beatas.
Una vecina chismosa
(como casi todas en el city), nos
comentó a mis hermanos y a mí que el “loco empeloto”, había perdido la razón
por leer en exceso. A los diez años, siendo alumno de una escuela pública, con
un respeto bobalicón por los adultos metido en los huesos, la conclusión a la
que me llevaron fue evidente: jamás tocaría un libro.
“Era un médico
acertadísimo, pero el vicio de la lectura le llenó de cucarachas los
pensamientos…Tanta universidad pa` terminar mostrándole las “mochilas” a la
gente. Ni “puel chiras” estudien tanto. Si hacen tareas y les duele el
“celebro”, vean televisión y “descansen.” Pobrecitos sus papás; ellos matándose
trabajando y ustedes en riesgo de terminar en un manicomio… ¡Virgen Santísima!”
Una dama cruel le colocaba la primera zancadilla a nuestra razón.
Afortunadamente mi
profesora de quinto grado, la Sra. Ligia Ruge de León, me enseñó que locura, es
dejar pensar a otros por uno. Todavía conservo el primer libro que me regaló
cuando aprobé el año, “Las aventuras de Tom Sawyer”, de Mark Twain, un
acercamiento inicial a los secretos del universo sin intermediarios. El “loco
empeloto”, se suicidó debido a un trastorno bipolar sin tratamiento. Lo supe
años después, cuando me encontré a su cuñado en la Biblioteca Nacional y me lo
contó todo.
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