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domingo, 19 de abril de 2015

PUNTOS S.A.

PUNTOS S.A.

Por: Jaime Castaño




Aunque vivíamos en el país de las líneas teníamos una fábrica de puntos. Los producíamos contra pedido: en series, docenas, gruesas y pacas. Claros y oscuros. Grandes y chicos.

Pero también hacíamos, y éste era uno de nuestros fuertes, puntos especiales.

Fabricábamos puntos en el vacío para los locos, puntos suspensivos para los cabizbajos y meditabundos, puntos atractivos para los adolescentes sin gracia. Algunas empingorotadas señoras nos exigían incesantemente finos y sexis puntos para sus medias veladas. Contábamos con puntos nostálgicos: para los que llevan largos años de casados, puntos candentes: para los amantes en disputa, y en común para los que apenas comienzan.

Algo exclusivo: creábamos puntos débiles para hombres y mujeres. Lo importante aquí eran los planos donde cada sexo los llevaba, éstos constituían uno de nuestros éxitos: los vendíamos por millares!

Producíamos puntos muy disimulados para los hipócritas, puntos de justificación para los procaztinadores, puntos imposibles para los utópicos, puntos de esperanza para los escépticos, y para los excéntricos: puntos a parte. A los amigos de la prisa les arreglábamos sus relojes para que siempre tuvieran la hora en punto. Para los hiperactivos: puntos seguidos. Para los glotones una pequeña variación: punto y coma. Para los arquitectos: medios puntos, muy prácticos en la construcción de arcos de iglesia. Los congresistas nos pedían, con bastante frecuencia y pagando bien nuestro trabajo,  que les desarrollásemos con sumo cuidado diversos puntos de vista. Concebíamos notables puntos luminosos para los que pasan por inteligentes. Los filósofos nos reclamaban a gritos profundos puntos de reflexión. Los matemáticos, puntos lógicos y exactos. Contábamos con puntos realistas y maravillosos para los artistas. Puntos sobre las “íes” de los letrados. Puntos de acuerdo para los huelguistas. Puntos humanos para los filántropos. Puntos verdes, por los que claman a pulmón entero los ecologistas. Y, para que no se nos escapara la vida, los imprescindibles puntos quirúrgicos...Alcanzamos a lanzar hasta puntos muertos para las funerarias.
Para llegar a las masas y acabar un tanto con la competencia desleal, y del todo con la especulación, resolvimos crear los famosos puntos de fábrica. ¡Otro de nuestros éxitos!

También producíamos puntos de otras índoles: puntos rígidos para los conservadores, flexibles para los liberales, neutrales para los conciliadores, y puntos dinámicos para otros grupos. No podemos negar que se nos escaparon algunos puntos de mira que fueron a parar a manos de asesinos a sueldo. ¡Una verdadera lástima!

Hacíamos puntos para todo el mundo, pero teníamos nuestras reservas. Para los desamparados verdaderos puntos de apoyo. Puntos cardinales para orientar, en las noches de altamar y en las oscuras bocas de los ríos, embarcaciones con cargamentos sospechosos. Para los guerrilleros estudiábamos puntos estratégicos. Para sus ataques puntos débiles en sus enemigos y puntos clave en su retaguardia par su defensa. Además desarrollábamos, en forma clandestina, otros puntos. Unos cuantos militares de avanzada nos solicitaron, no sin marcadas reservas y precauciones, puntos de acuerdo para lograr una paz duradera –nuestro deseo-. ¡trabajábamos entonces con empeño y alegría!...  Pero también había, por desgracia, un gran número de belicosos extremistas y reaccionarios que nos amenazaban con un grosero y simple “alto en el punto” si no les inventábamos puntos de provocación, saboteo y discordia!


Un día alguien. –no se supo nunca quién era pero si a que intereses representaba- nos paso la orden de un punto... Misteriosamente uno solo. Orden que no reclamó –que jamás lo haría-. Cuando cumpliendo con su pedido –ingenuidad la nuestra!- lo fabricamos, nos dimos cuenta, tarde ya, que habíamos cometido nuestro máximo y último error: nos había encargado hacer un fatídico punto final.               

domingo, 5 de abril de 2015

EL LOCO EMPELOTO

EL LOCO EMPELOTO
Por: Javier Barrera Lugo

En Ciudad Jardín, mi barrio, había una fascinación atávica por los locos que llenaban de barullo las calles con su mera presencia. Una comunidad obrera marcada por la veneración a lo extraño, les colocaba el rótulo de “celebridades oscuras” a  aquellos seres desquiciados. Los choferes de bus les jugaban bromas, las señoras escondían a los niños porque en sus crisis, abofeteaban a quienes portábamos el saco azul oscuro de la escuela distrital. Eran figuras relevantes.
En los años 80 dominaron la parada “la loca Beatriz”, acumuladora de basura que alegaba con el fantasma de su madre y lanzaba piedras a los curiosos, “el loco Galvis,” que fritó con bazuco su cerebro, “el vecinito,” lleno de mocos, pestilencia y don de gentes, y el “loco empeloto”, quien andaba calato por las aceras recitando versos eróticos y suicidas del masón José María Vargas Vila, produciéndoles, como es lógico, ataques de horror a las beatas. 

Una vecina chismosa (como casi todas en el city), nos comentó a mis hermanos y a mí que el “loco empeloto”, había perdido la razón por leer en exceso. A los diez años, siendo alumno de una escuela pública, con un respeto bobalicón por los adultos metido en los huesos, la conclusión a la que me llevaron fue evidente: jamás tocaría un libro.
“Era un médico acertadísimo, pero el vicio de la lectura le llenó de cucarachas los pensamientos…Tanta universidad pa` terminar mostrándole las “mochilas” a la gente. Ni “puel chiras” estudien tanto. Si hacen tareas y les duele el “celebro”, vean televisión y “descansen.” Pobrecitos sus papás; ellos matándose trabajando y ustedes en riesgo de terminar en un manicomio… ¡Virgen Santísima!” Una dama cruel le colocaba la primera zancadilla a nuestra razón.

Afortunadamente mi profesora de quinto grado, la Sra. Ligia Ruge de León, me enseñó que locura, es dejar pensar a otros por uno. Todavía conservo el primer libro que me regaló cuando aprobé el año, “Las aventuras de Tom Sawyer”, de Mark Twain, un acercamiento inicial a los secretos del universo sin intermediarios. El “loco empeloto”, se suicidó debido a un trastorno bipolar sin tratamiento. Lo supe años después, cuando me encontré a su cuñado en la Biblioteca Nacional y me lo contó todo.