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lunes, 26 de octubre de 2015

UN DÍA DE ESTOS

A propósito de Alcaldes, Alcaldías y alcaldadas…,

UN DÍA DE ESTOS
[Cuento. Texto completo.]
Gabriel García Márquez

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí.
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que sí estás porque te está oyendo.
El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.
Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un absceso.
El alcalde lo miró en los ojos.
-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.
Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas -dijo.
El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo.
-¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.
-Es la misma vaina.

FIN

jueves, 22 de octubre de 2015

PROMESAS

PROMESAS
Por: Javier Barrera Lugo


A todos nos prometieron lo mismo hace dos años: si apoyábamos al actual alcalde para que no lo destituyera la Procuraduría, nos darían a cada uno, tras un par de meses, un quiosco metálico y los documentos de propiedad del mismo para que nunca más la policía nos jodiera con el decomiso de las chucherías que vendemos en la calle. Nos reunieron aquí en la plaza, vinieron unos “doctorcitos” de la alcaldía, “mamertos” arrogantes que ni siquiera se molestaron en hablarnos a la cara. Los acompañaban unas niñas “todas lindas y uniformaditas” que nos dijeron que la “política de la administración distrital era la de formalizar nuestra actividad para que los habitantes de la ciudad comenzaran a generar en su mente la dignificación de una actividad que es soporte fundamental para la economía de la ciudad.” Repetían como loritas lo que esos manes les decían al oído y que debieron memorizar de algún libro de Foucault que medio leyeron. Todo un montón de mierda bien elaborada que hasta hoy es físico humo.
Le ruego no interprete este relato como una maniobra de propaganda de un miembro de la oposición al régimen “progresista” que dirige de mala manera la ciudad, un panfleto elaborado por un oscuro personaje que asesora a uno de los candidatos  que prometen el oro y el moro, y al final sólo esperan sacar su tajada de este circo al que llamamos democracia, mucho menos un mafioso que vende espacio público a precios de centro comercial. Este tampoco es un ataque personal hacia unos concejales que se acostumbraron a ganar plata por hablar basura e inventarse logros. No. Es simplemente una narración escrita por un hombre, un ciudadano que se gana la vida en la calle, así como lo hacen las putas, los barrenderos, los mensajeros, poetas y ladronzuelos, los mendigos, la maldita base que hace funcionar el delicado mecanismo que sin querer, arrastra la prosperidad en una ciudad llena de injusticia.
Mi nombre es Gabriel Barreto, filósofo egresado, por obra y gracia de la divina providencia, de la Universidad Nacional a finales de los noventa. No tengo hijos, ni mujer; tampoco soy marica, si eso le viene a la cabeza como primera conclusión. Digamos que soy bastante complicado, eso es todo. Mi familia me odia; que venda galguerías en la calle los llena de vergüenza y me lo dicen.  Mis hermanos son profesionales exitosos que viven fiando en todo lado y no se ruborizan cuando les presto plata para irse de vacaciones a Europa y todos esos lugares plagados de glamour y donde las compras absorben las mentes de los más cautos. (En esos momentos dejo de ser una sombra para volverme el adorado “integrante chiflado de una banda de excéntricos,” como la que siempre hemos sido) No los juzgo por eso, al contrario, hasta ternura me producen…

Ellos jamás asumirán que en un país donde las promesas son leyes que nunca se cumplen haya tenido una revelación, que me hubiese dado cuenta que vendiendo cigarrillos al menudeo, chicles, minutos a celular, caramelos de todos los pelambres y hasta empanadas, gane más plata al mes que un profesional posgraduado como los que pululan en las oficinas devengando miserias y aguantando humillaciones de jefes que tienen la décima parte de su intelecto y veinte veces más pelotas.
¿Culpa de quién? De los hijueputas políticos y grandes empresarios que ven en los trabajadores un medio de llenarse la panza. ¿Culpa de quién, querido amigo? De la gente que por guardar las formas se alquila por migajas y aguanta, vive alcanzada, llena de créditos que ni sus nietos podrán pagar. Culpa de aquellos que cumplidos, como borregos al matadero, van y le colaboran al sistema empeñando votos, conciencias y el futuro de sus hijos.
Que la casa, que los dos carros, que los colegios carísimos, que la ropa de marca, el “¿qué dirán nuestros conocidos?”, los que no los conocen, los “indios” que los admiran y envidian, qué… qué… ¡Las malditas apariencias! Ojalá los diplomas, las plaquitas metálicas con nombre y cargo que colocan sobre sus escritorios, la dirección donde viven, les ayudaran a pagar las deudas. ¡Ni modos! Los huevones son ellos y no me creo mejor o peor; mis problemas son otros, tantos o más graves que los de ellos, la ventaja es que no me quejo en público.
Aproveché lo valioso que me dio la academia. A mí, en la universidad, me enseñaron a razonar. Entendí que en un país como el que me tocó, en una urbe ahogada por rutilancias y servidumbres, un tipo como yo debe influir de otra manera. La idea es buscarse la forma cómoda de vivir. Esa la considero mi única obligación, así como tratar de ser feliz. El trabajo es una imposición anti natura, así que entre más fácil sea la vaina, mejor. Que el resto se meta el dedo ya sabe por dónde sino les gusta como mato mis pulgas.
A esto nos llevó el neoliberalismo, la rapiña disfrazada de triunfo. A todos nos gritaron en la cara las pocas ventajas de este sistema, nunca sus inagotables perjuicios, la distribución de las pérdidas, la exclusión de las utilidades, que una centena de tipos desde Nueva York o Londres condenen al hambre a millones de personas en el resto del mundo, que los países se vuelven despensas, fábricas sin alma, cunas para gente desesperada que sueña con largarse para Miami a fregar baños porque aquí su dirigentes los venden a negociantes extranjeros con bandera e himno nacional de fondo para hacer más patético el crimen.
Soy consecuente con lo que pienso, la pobreza es mental, el costo de las posesiones relativo, ¿no fue eso lo que dijo el presidente Pepe Mujica, que el valor de las cosas lo determina la cantidad de tiempo que trabajaste para conseguirlas? Ese viejo es un verraco, lástima que aquí nunca nos va a tocar uno de esos. Lo más cercano que tenemos a ese genio uruguayo es Petro, (¡qué tristeza!) una bofetada para mentes inteligentes.
Promesas, sólo promesas y decepciones en una metrópoli llena de gente fea y triste. Se acercan las elecciones y los ambulantes volvemos a ser el centro de atracción. El alcalde que termina su mediocre administración se escuda con nosotros; los rebuscadores callejeros somos un botín para salvar gestión y justificar su ineptitud: “Que gestionó programas a favor nuestro, que nos volvieron una fuerza central del nuevo socialismo latinoamericano,” dice en la tele cada vez que lo ataca la oposición, cuando lo único que hicieron fue censarnos, ponernos a marchar como micos e inscribirnos de mala manera a la empresa de salud del distrito, en la cual aportamos un poco menos que un empleado formal, o una millonada, si se compara con el aporte que hacen los subsidiados por el distrito. Bueno, al menos sirve para que nos saquen una muela sin tener que hipotecar la casa.  En Bogotá parece ser más lógico pedir regalado, así toque votar por algún ladrón que no conocemos, que trabajar todo el día como hacemos mis compañeros y yo.
Y ahora los candidatos de oposición, los “fachos,” sobre todo, que en público nos satanizan como expendedores de drogas, ladrones, hampones de la peor calaña, ponen a sus “mantecos” a llamarnos a los dirigentes del comercio informal para pedirnos apoyo: “Vea Barreto, la vaina es sencilla, organice su plebe, dígales que voten por mi jefe, el doctor “enano mental” y nosotros les arreglamos definitivamente el problema de la formalización. ¡Hágale hermano, la idea es ayudarle a su gentecita y a usted lo nombramos de algo en la nueva administración!” Lo dice con todo el resentimiento posible, con el clasismo que le cabe a ese cuerpo deforme, regordete y pequeño que imita a la perfección el de su jefe, el doctor ex vicepresidente.
Iragorri, se apellida el imbécil. Compañero de la Nacional. Un idiota con abolengos y sin dinero que le vende el alma al diablo y ha vivido siempre chupándole la teta al estado a través de los trúhanes a los que apoya en cada elección.
Pero no es el único. A los miembros de la asociación nos han llamado los candidatos de izquierda, de derecha, los de centro, los que se presentaron con firmas, los reformistas y godos,  los chistosos, los atarbanes, los que nadie conoce… ¡Pobres hijueputas! Todos dicen lo mismo, prometen lo mismo, la misma vaina siempre… Nos creen ignorantes, huevones; no saben que descubrimos nuestra parte de la torta en este desorden y no vamos a renunciar a ella, no la entregaremos por fotos y tamales hechos a la carrera.
Yo, Gabriel Barreto, les prometo en nombre de los trece mil vendedores ambulantes de la ciudad que si no nos arreglan el problema, sea quien sea el que gané la alcaldía o maneje ese relajo llamado concejo, si no nos dan el estatus que merecemos, saldremos a las calles a hacer ruido. Cada palo, revólver, navaja y varilla que tenemos para defender nuestras chazas, será utilizado para despertar a la ciudadanía. Si nos ven como ralea, lo descartable, no tenemos mucho por perder y sí bastante por conseguir.
Y esta, respetados amigos, no es una promesa. Como escribió el Nobel: esta es una ciudad de espejos y espejismos. Aquí nada es lo que parece y es gracias a las palabras ociosas que no se traducen en hechos. Este no es un juramento vacío, repito, es una amenaza directa. La violencia en un lugar como el que habitamos dinamiza las cosas, abre piernas… No me creen: vean lo que acaban de firmar el gobierno y los putos farcos en Cuba.

No nos busquen con ilusiones, lleguen con resultados, señores candidatos. Nada más para decir desde esta orilla. Mil gracias y ojalá gane su candidato, cumpla sus promesas y no nos condene a muchos más años de atraso y miseria. Tenemos ganas de hacer sonar las campanas de la libertad verdadera…

domingo, 4 de octubre de 2015

METAMORFOSIS

METAMORFOSIS
Por: Javier Barrera Lugo. 

I

Sintió como el espinazo se le
Fue despegando del resto
De la carne herida.
Una música trémula
Se apoderaba de su racionalidad;
Verde y negro
Dominaban la viscosidad del espectro
Que se metía en las presurosas
Ondas cuando la conciencia
Decidió traicionarla:

-Recuerda
Las circunstancias de tu nacimiento:
¿Cuántas manos le arrebataron el frío
A tu espíritu?
¿Fueron cien o doscientas tus primeras
Muertes certificadas,
O le abriste con las garras
Las entrañas a tu madre para salir
A respirar?
Cerciórate de tomar el camino contrario
Sin buscar sacrificios o ardides
De falsa piedad.

Disfruta tu poder.
Por primera vez
Abrirás los ojos para ver-


Cada célula asumió el nuevo rol;
Sus mecanismos se sincronizaron
Con el frenesí de las pulsiones,
La esclavitud fue reemplazada por hartazgo
Y las cavilaciones estacionadas
En el centro de las noches menos afortunadas
Fueron perdiendo materia
Hasta reducirse a una mancha acre
Plegada a las sustancias inertes del vientre.

 II

La belleza es un incidente que escapa
A las veleidades del entorno.

Cuán parecida es tu voz
A la simetría de la naturaleza
Que se entrega al regocijo
De la extinción por propia mano;
Cuán difícil determinar la duración de la felicidad
En un sueño que trata de llevarse
A buen puerto,
Cuán intrincado resulta el tramo de gloria
Que separa lo que fuiste de aquello
Que terminarás por ser.

Una tenue línea dividida por mil cortes precisos,
Cada uno sustentando una respuesta
Formada por millones de preguntas
Derivadas de certezas imposibles de contar.


Amanece para tu sublime expectativa:
Dejas de ser lo que no sentiste ser
Y te entregas al libertinaje
De una búsqueda estéril.
De taciturna mujer
Pasas a ser voracidad curiosa,
Una serpiente que acorrala a sus antiguos
Predadores,
Juegas con su miedo
Porque reconoces tu propio temor disfrazado de luz,
Engulles cada latido que grita
Su infortunio maquilado:
Ya estás al otro lado
De tu nueva tragedia.

Los músculos toman nuevas formas;
Tienes el alma de ave,
El silencio del felino cuando caza,
La suntuosa figura de la utopía,
El sentido penitente que vuelve inmune
Cualquier acción o tentativa…
Ya eres la bruja que nunca pensaste ser
Y te sientes bien y grandiosa,
Parte de esa fulgurante verdad
Que por siglos y milenios
Otros escondieron para la deshonra de tu ceguera.

Vuela por las pesadillas de quienes guardaron
Silencio en tu desventura.
El amo ha cambiado y sólo los latidos
De tu conciencia anestesiada
Serán capaces de truncar
El nuevo orden de las cosas,
El reciente imperio de la razón,
Las nuevas normas que impondrás
Por la sal de tu nueva potestad.

Ya eres una criatura mítica,
Reclama los beneficios de tu nueva condición:
El honor que niegan los omisos, las sonrisas
Que abandonan los bucólicos honores sin estupidez,
El beneplácito de todos aquellos hechos enemigos
Por la virtud de su dudosa estirpe.

Habita los límites de tu convicción primaria,
Lleva altiva la fatalidad, el compromiso de ser
Dueña sin dueños llena de cadenas,
Rostro repetido a perpetuidad
En espejos de plomo y humos narcóticos,
Valquiria que husmea la putrefacción
Y saca destellos a la divinidad
Cuando la muerte camina entre sus hijos.

Ronda los escombros de tu acorazada quimera,
Llena de tintes apócrifos las entrañas
Del dragón que cada noche llevará
La esencia fulgurante del poder,
Ese infundio del que todos hablamos,
Y nadie tiene certeza…

Empiezan tiempos de terror e iluminación.