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domingo, 9 de diciembre de 2018

TESTAMENTO


TESTAMENTO



Por: Javier Barrera Lugo
Ayer      los mares anegaron recuerdos que la enfermedad intentó desaparecer
Nieblas    espacios de desnudez que nos involucraron     piedras en las palmas de las manos dispuestas a herir      veneno para el olfato despistado      cuchicheos hechos fuego al amanecer cuando nos deshicimos los cuerpos en la posesión última antes de renunciar a soñar          mientras solicitábamos ingreso al imperio de los vampiros        La vida en silencio cuando todos hablan de nuestra cobardía

Caminamos rutas pavimentadas con alquitrán
Dimos cara a la muerte y ella  nos sonrió como diciéndonos: “les doy ventaja maricas       ¡Corran!”
Y nosotros pegados al cigarrillo le hicimos una venia
Para que nos mordiera          y la muy puta se negó porque se acababa de lavar los dientes.


Ni muertos ni vivos nos arropa la felicidad       pequeña niña sin ojos
Acostumbrados estamos a hablar sobre lo que pudo ser y jamás será
Grande es     muy grande     el limbo para los nautas acostumbrados a odiar las rutas plagadas de naufragios
Soledades que marchitan las ganas de escribir historias
                                       O leer las estrellas en el iris desconocido de un tirano

Los héroes fornican con su tartamudez
            Mientras son espiados por una multitud ansiosa de perfección
                                           Eso les da confianza
Canallada es el premio que otorgan a los sumisos por su idolatría
A las imágenes, a los bultos, a la socarrona idea de superioridad
           Que camina a nuestro lado con sutileza de mariposa.

Terrible castigo el silencio, más aún si fue el amor quien precedió
Los escarceos entre lo erótico y la costumbre de ser individuo;
La resaca entre estos eventos se nombra desencanto, se masculla como pérdida,
Se atesora como un hilillo de agua dulce cuando se está a la deriva                                                        En el océano

Mil besos para ti         que empiezas a ser anécdota,
Mucha suerte me deseo ahora que añorar es un acto  subversivo
La fina línea que separa lo debido de lo conveniente         luz de  penumbra
Este acto de confesión vergonzante que es el testamento para mi vida.






domingo, 28 de octubre de 2018

LOS HUESOS DEL BOSQUE

Octubre, mes de brujas, de miedo..., de espanto




LOS HUESOS DEL BOSQUE


Por Manuel Espitia


No sabemos por qué, pero vivimos con la tentación de escaparnos, tampoco sabemos a dónde. Tengo 10 años y no me gusta estar en casa, prefiero salir a correr por el bosque y respirar aire puro de los árboles, lo disfruto más cuando llueve. Vivo en Chile al lado del mar, estoy rodeada de naturaleza, tengo cómo sentirme libre y aun así me siento encerrada, encerrada en una libertad extraña. Cuando voy al bosque suelo llevar un libro para leer, pero hoy solo quiero correr, es verano y ya empieza a oscurecer, mis padres ya están dormidos, tuvieron un día pesado. No sé porque, pero una fuerza rara quiere lanzarme al bosque. Tengo dos Dobermann que siempre me acompañan para protegerme. Son las 21:35 y el sol empieza a ocultarse, es hora. Salgo en silencio de casa, libero a Eros y a Thanatos de sus jaulas y me los llevo sin collar a al interior del bosque.

 Río y corro, ellos están felices, sacan la lengua, juego a las escondidas y siempre me encuentran y ahora yo los busco, pero se pierden. Me detengo y escucho ruidos, las hojas secas se quiebran por lo que parecen ser pasos de algún humano. Miro a los lados y no veo nada, la sangre se me congela, la respiración se acelera, quiero gritar, nunca me había pasado algo así, los pasos se acercan, no veo nada, hasta que una sombra me asalta por detrás, volteo y veo a un hombre de ojos rasgados, que se bota encima de mí, sus ojos dejan adivinar sus instintos. Está feliz de encontrarme sola y me lleva por el bosque como a un costal en sus hombros, asumo que es un secuestro. Llegamos a la orilla del mar y me bota a la arena, se quita la camisa y se agacha, saca unas sogas para atarme y cuando lo hace, le da la espalda a la vida y a la muerte. Eros y Thanatos se tiran sobre él quien ahora es el que siente lo que sentí. Tirada en la orilla del mar veo la escena: mis dos perros masacrando al hombre, lo desmiembran y ponen sus costillas en la espalda, como las alas de un ángel.

 Me pongo de pie y sigo viendo cómo el ser infame se desangra, no aguanto la risa, mis guardianes devoran la carne, lo dejan en huesos y me alcanzan algunos, yo juego con ellos a tirárselos y ellos me los devuelven, cuando se cansan los entierran como si fueran ramas secas. Eros y Thanatos me presentan el cerebro del criminal, lo elevo al cielo y rezo por el sacrificio, me unto de su sangre y la riego en la tierra. Somos la luna, mis tres ángeles y la naturaleza. En un hueso largo entierro el cerebro, hormigas y otros insectos empiezan a recorrer el laberinto se pierden y se insertan en él.

Nos limpiamos en el mar helado para regresar a casa purificados. Eros y Thanatos ya cenaron, espero a que reposen y emprendemos la marcha hacia la casa. Mis dos amigos fieles están alegres y satisfechos mueven sus colas, tal vez por eso siempre me acompañan, porque los llevo a cazar, los llevo a su naturaleza, a su libertad y a la mía.

domingo, 14 de octubre de 2018

SIETE





SIETE





Evocar un viaje y las ausencias que trajo consigo, el olor de la piel quemada en octubre del año en que desencarné; fuego hecho trozos puntiagudos y grises que un niño buscó en la desazón de su noche infernal para sentir miedo de morirse por primera vez.

       Dejó desnudos los huesos e inutilizada el alma ciega, cero bendiciones, nulos ofrecimientos fáciles de cumplir: “No sufrir es una demanda absurda, hacerlo sólo, un asunto cuya planificación jamás existió, pero igual se hizo. Nadie lo entenderá, a nadie le interesó, a nadie le importó… Es jodido y alucinante ser libre.

       Hace tanto sucedió aquel lunes de mierda en el que las certezas se volvieron el mal chiste que se llevó un rosado viento, y aún te busco entre las hojas que caen de los almendros, tu esencia es vegetal, pura, curativa.

       Eres viento que recoge ilusiones y las encripta en los corazones de quienes se atreven a soñar. Todo de ti en mi cabeza acostumbrada a extrañarte; sólo de mí el amor que te susurra versos mientras observas el mundo desde las venas del bosque donde aprendiste a volar.

       Proclamo la belleza de tu existencia que no se agotará nunca. Lates, militas en las palabras, llenas mis pulmones con la índole del luchador y eso no te lo dejaré de agradecer. Me diste todo con una generosidad que nadie ha replicado nunca; ¿Imaginas cuánto de agradecimiento para ti hay en mi alma que hoy nadie conoce?

      Vuelve a visitarme de madrugada y ayúdame a no despertar, hace rato no veo tu sonrisa. La luna apuñala mi esencia de lobo. Siete años después los sentires no dejan de crecer (los buenos y los malos).

       Te amo y eso no lo cambiará nadie jamás, Catalina de mi alma, angelito mío, la única con derecho a juzgarme; lo que vivimos nos hizo inseparables y cumplimos nuestra promesa.

lunes, 1 de octubre de 2018

IDEAS SOBRE EL CICLO DE LA POBREZA


IDEAS SOBRE EL CICLO DE LA POBREZA
Por: Javier Barrera Lugo


La pobreza es un acto mental que se crea, impone y acata. Cada uno de los pasos citados es sazonado por la miseria intelectual y sentimental que una mayoría afronta ciega, beneficiando a una élite  mezquina que se llena los bolsillos con esta. ¿Argumento comunistoide? ¿Bala de plata disparada por el sistema “capitalistasalvaje” al corazón de la humanidad como concepto? ¿Situación de conveniencia? No, es la realidad que simple, estalla en la cara de cualquier ciudadano con dos dedos de frente.
       Si algo queda claro para cualquier mente con algo de claridad, es que el mejor negocio es la pobreza perpetuada; obviamente no para el que la padece,  sino para el que de ella saca  tajada, el que corrompe en su nombre, el que roba o especula con la necesidad del otro, sale limpio y ante los ojos de los demás es un mártir que lucha por causas nobles.
       Este héroe marchito hará todo lo posible por mantenerla eterna: a la gallina de los huevos de oro no se le puede torcer el pescuezo. Pero es sólo un engranaje girando dentro de un sistema perverso hecho con manos tacañas lanzando maíz y aves sin lustre peleándose por los granos que caen.
       El ciclo de la pobreza es simple:
·         Gente que detecta una necesidad.
·         Gente necesitada.
·         Gente que  aprovecha la necesidad ajena.
·         Gente que se enriquece implementando soluciones sin fuerza real de cambio.
·         Gente que se beneficia con migajas de las soluciones.
·          Necesidades que se mitigan con paños de agua tibia y se reciclan.
·         Gente que detecta una necesidad…
       Aseguro que  pobre es el falto de escrúpulos (delincuente), quien no genera ideas, (ignorante), aquel que mama la teta  avara del amo (servil), al que nada le importa (indolente). El hombre está hecho para cazar, recolectar, no para sentarse a llorar y esperar que a través de interpuesto papá, el “benefactor,” le esquilmen un hueso, una teja, o la contaminada limosna como pago a un truco que le mandan realizar.
       Pero esa parece ser la mentalidad que se basa en la pobreza para reproducirse. La ley del menor esfuerzo condena a las mayorías, para quienes es más fácil la satisfacción de urgencias que la obtención del bienestar como recompensa al esfuerzo.
       Del otro lado, los “salvadores,” lobos disfrazados de ángeles, crían una colonia de marginales para servirse de ellos, chuparles el tuétano y desecharlos como  subproducto vergonzante cuando sus apetitos menos presentables quedan saciados. Son líderes que guían hacia el matadero, la inconsciencia del rebaño olvidado por su pastor.
       Una simbiosis macabra hace infinita la línea  productora de horrores. Parecen necesitarse los opuestos: pide rejo la piel y la piel dolor para disfrutar de la brisa que llega desde un mar de fuego tras el castigo. La pobreza es un tributo de sumisión a las pulsiones atávicas de la mente humana,  juego de roles que parece ganar la iniciativa egoísta y no el bienestar común.
       Estamos condenados al fracaso como especie porque se nos empieza olvidar la lucha. Imitamos a obesos anclados a la cama, y no nos sirve sólo comer, debemos atiborrarnos de vanidad, de miedo y conformismo suicida para que el cerebro nos brinde chorros de dopamina.
       La pobreza no es falta de insumos materiales, es pusilanimidad de un alma que olvidó escuchar su propia música. Si Dios existe, que nos salve de nuestros salvadores.

lunes, 17 de septiembre de 2018


LA MALDICIÓN DEL BURRO

Por: Javier Barrera Lugo

No pidas que sea un caballero si me pones
a comer mierda por mero gusto.
Atte.: La base.


Hasta para ser un tirano apenas respetable se necesita estilo. Este no se compra, ni tiene valor de cambio porque es condición inherente a la templanza del espíritu. El personaje con estilo es quien cierra la boca y analiza  las causas de un problema mientras una turba grita; deja que la gleba actúe cegada por sus pasiones menos nobles y saca rédito cuando la tragedia es consumada.  Y es irrelevante si reviste maldad o bondad el propósito que lo impulsa. Lo valioso es que la razón tenga, al menos, un ápice de repercusión positiva para quienes terminen siendo beneficiarios o víctimas de ella.

       La vulgaridad, la persona vulgar, en cambio, estima su impertinencia como virtud suprema ya que es la majadería del ego quien le aconseja. Nada es gris, siempre defiende hacer lo correcto cuando es lo que le conviene a sus proyectos. Pasa los días imitando a Narciso frente a un espejo empotrado en su imaginario, aún sin tener belleza o al menos una pizca de inteligencia que sustente su apreciación.

       Al no tener criterio propio, imita actitudes de sus amos (a quienes aspira cortar la cabeza y reemplazar en algún momento), cree a sus iguales jerárquicos, seguidores nacidos para “mamársele” la idiotez y aguantar los puntapiés en el estómago que les da cuando tienen la desgracia de caer malheridos por alguna trampa que fraguó… Pobres personas, pobres propósitos, pobres ideas las de la gente sin cualidades... Hasta para ser tirano se necesita estilo, algo de inteligencia, hilar un par de ideas, así parezcan descabelladas o huérfanas de propósito.
  
       Creyó que tratar con insufrible zalamería a quienes besaba el culo como ritual de sumisión, maquillar la ansiedad de conseguir sus intereses bobalicones a través de nosotros, sus iguales en la jerarquía, la harían dominante en la selva burocrática donde nunca pasamos de ser prisioneros sin rostro o sombra.

       Estaba convencida que humillar a quienes habitábamos la base de la pirámide le daba poder, que nuestro aguante era sumisión y no conspiración  (venganza es un plato que se come frío), que éramos idiotas útiles centrados en ganar el pan y no tipos heridos en su honor que anhelábamos una oportunidad para machacarla a golpes… Lo único infinito, además del universo, es la estupidez humana; no hay duda de esto.

       Un día, sus protectores, sus dueños, se hicieron estatuas de sal que le dieron la espalda. Ella lloró sus ojos frente a nosotros, la base que despreciaba. Nos insultó, pataleó como posesa, nos dijo hasta misa. Entendiendo su propio ridículo, que estaba sola en medio de una jauría con sed de sangre traidora, intentó convencernos de hacer  “borrón y cuenta nueva,” de ayudarla “ante una situación injusta que no merecía alguien que sólo siguió ordenes…”  Lo único infinito…

       Cuando la voz de la verdad le ganó el pulso a la arrogancia en aquella mente cerrada, cuando leyó desdén en las miradas, la tipa se desplomó cuan pesada era. Acudió a la súplica como último recurso del cobarde. Nosotros, silentes por naturaleza, conspiradores de oportunidad, la miramos con asco mientras cavábamos la fosa donde sus antiguos dueños ordenaron enterrarla.

       ¿La vida enseña? ¿Castiga? Eso no es relevante para la historia. Juicios éticos de ese calibre son entendidos por mentes brillantes y ese no fue el caso de la protagonista de este relato, ni de nosotros, “la masa” que se preparó para actuar.

       La echamos al hueco de un empellón. No hubo remordimientos. Con las fuerzas que sobrevivieron a la sorpresa de ya no ser la mascota de sus amos, trató de escapar. Uno de la cuadrilla,  matarife inescrupuloso que la odiaba más que el resto, clavó la punta de su bota en aquel estómago adiposo. Sin aire en el tórax fue más fácil disponer del cuerpo.
       La última palada de tierra trajo consigo una sentencia que alguno recitó como plegaria: “La maldición del burro: con la vara que mides serás medido.”

       Nadie dijo nada. Alguno de nosotros sería el próximo en la lista…  ¡Era seguro!

domingo, 26 de agosto de 2018


EL MECANISMO

Por: Javier Barrera Lugo


I

Cada elemento encaja con naturalidad en el soporte del mecanismo. La milimetría de las piezas al unirse se confirma perfecta: hojas de metal pulido y con leve coloración rojiza, flejes que pese a su grosor se estiman resistentes, tornillos diminutos, muelle sólido, resortes y engranajes bailando una danza que habla sobre el tiempo que se deja medir para esfumarse, resucitar, expandirse y contraerse infinitesimal. Esa es la naturaleza de los hechizos que trasiegan por el universo. Todo lo anteriormente descrito, se acopla  en una caja que encarcela un disciplinado corazón artificial, que al final de la cuenta, asemeja una cebolla metálica que compró un hombre rico por puro capricho o tal vez queriendo reforzar su puesto de gregario en una sociedad jerarquizada a la que nada ni nadie parece importarle.
     La idea es que el dispositivo ensamblado iguale la contundencia de los estribos que lo soportan, ese es un principio del oficio; pero como era de esperarse, el Maestro privilegió la belleza sobre la estabilidad en el diseño. Arte es el  sello de esta casa artesana en la que por medio siglo se ha fraguado una tradición de pulcritud que a mí, francamente, me parece superficial.
       Lo que tengo permitido hacer y debo hacer, quedó finalizado. La primera virtud que debe trabajar un aprendiz es la humildad. El Maestro ordena que me acerque para observar. Sus manos grandes como de estrangulador, llenas de vellos entrecanos y venas gruesas marmoladas, toman con delicadeza las herramientas que parecen de juguete, ajustan, atornillan, remueven las imperfecciones que aparecen traicioneras a última hora. “Siga durmiendo, pendejo…” me enfatiza el viejo  balbuceando molesto. El rubor cubre mis mejillas y el corazón se achicharra. El látigo de la corrección ante una falla  evidente que yo mismo generé y no detecté, es peor que la puñalada por la espalda de una mujer.
      Los ojos del Maestro brillan con mística. Un leve toque a la rueda dentada exterior y el mecanismo empieza a latir. El soplo inicial sobre la cabeza de Adán emociona. El flujo de la vida y su electricidad, su irremediable extinción,  es ahora  manifiesta.
       “Haga el recibo y entrégale el reloj al Doctor Albarracín. Hoy los aguardientes los invito yo.” Me dijo tras salir del trance creador.

II

La muchachita se cansó de rogarle que la llevara para la pieza. “Estoy cansado, hoy no tengo ganas de empelotarme o de empelotar a nadie… Sírvame un trago, mamita, tómese uno y váyase. Aquí ya no hay plata.” La puta lo miró con desprecio y se le “pegó,”  segundos después, a otro anciano cascarrabias  que tarareaba tangos de Alberto Podestá.
       “Sabe, Floro, el de hoy fue el último reloj que voy a ensamblar. Me cansé de esta joda... Le vendo el negocio, quédese con él, acábelo, quémelo… ¡Haga lo que quiera!” Cinco segundos después la borrachera lo estampillo contra la mesa.
       Roncancio, el dueño del café, me ayudó a subirlo al taxi. Sacó  del delantal un reloj que el Maestro le dejó como prenda por el valor de una cuenta  noches atrás. “Cuando se despierte,” me susurró, “dígale que esas cervezas de la vez pasada fueron por mi cuenta, que no se preocupe y guarde su reloj en un lugar seguro.”
      Saqué del bolsillo unos billetes y le dije que se pagara. El gordo me miró con un dejo de lástima y me aconsejó: “guárdelos Florencio, de pronto le hacen falta… y más con lo que sabemos.”
       Asumo que mi cara de sorpresa ante el comentario le hizo confesarme lo que sucedía, porque era el único que, al parecer, no estaba al corriente de los hechos: “¿El viejo no le contó lo del cáncer? Se lo confirmaron hace poco,  le quedan  meses, pocos, eso sí, ¿me entiende?… ¡Uy, hermano! Discúlpeme, pensé que don Poncio le había… eh… pensé…
       Ahora que soy un viejo relojero en tiempos de relojes chinos, vulgaridades de plástico plagadas de ordinariez, porquerías sin mística, entiendo que todo pasa, que los mecanismos asombran, funcionan, desaparecen. Lo único infinito parece ser  el tiempo, ese padre sádico que  contempla necedades mientras nos volvemos polvo en la eternidad sin siquiera notarlo.

domingo, 19 de agosto de 2018

UNA VEZ MAS



UNA VEZ MÁS.




Fernando Vanegas Moreno.


Hace frío, ¿Verdad?..., la forma más estúpida para abrir conversación, pero la única que se me ocurrió esa mañana. Sin embargo, ella, hizo lo que hace toda mujer cuando un desconocido la aborda; apretó muy fuerte el bolso..., bueno, me sonrío y, creo que un imperceptible "tiene razón", se escapó de su boca.
La había seguido con la mirada varias mañanas, me parecía angelical ese rostro; esa mirada, me mataba...,

Hace un buen tiempo, había decidido que la soledad también es una opción, que a veces, se camina mejor en ausencia de todos, que el aire no es necesario compartirlo, en fin, que a nadie me entregaba..., muchas rosas tomé, todas, dejaron espinas a su paso.

Pero ella tenía algo, no sé, despertaba en mí una combinación rara entre gusto y curiosidad..., siempre la vi sola, en los momentos en que se debía socializar, siempre se apartaba, se aislaba, bueno, no estaba del todo sola, llevaba un libro (siempre el mismo), que la seguía a todas partes, raro pero me intrigada.
Mi personalidad siempre tímida, formaba una muralla infranqueable que no me permitía hablarle, me intimidaba, me repelía. Ya no recuerdo cuantas veces intenté acercarme, las mismas, que faltando un metro para ella, me hacían entrar en pánico y devolverme como un idiota al lugar desde dónde había arrancado mi intención..., bueno hasta esa mañana.

Luego de vencer mil miedos y medio y tras lanzar aquella frase tan profunda y tan poco utilizada sobre el clima, me animé a seguir hablando: — te he visto varias veces aquí, ¿Enseñas? Me observó cual bacterióloga y contestó: —No, tan solo me gustan los espacios tranquilos para leer, y aquí he encontrado los mejores.

En esos días, dictaba yo una electiva los sábados en la mañana sobre Krav Maga a los primíparos de la universidad Manuela Beltrán, arriba, por la circunvalar, pegada a los cerros orientales de Bogotá, y bueno, ella leía.

¿Puedo sentarme?, continúe..., —si quiere—, murmuró..., y me acomodé. Por otros mil miedos, juntos permanecimos mudos mirando a Chapinero, el barrio tradicional que se extendía a nuestros pies, y que enmarcaba en ese instante, lo patético de un sábado mañanero de conquista.

Luego, todo fluyó y hablamos como viejos conocidos, la charla nos fue acompañando calles abajo hasta encontrar la simbólica carrera séptima, también nos llevó de la mano hasta "Anacaona", un añejo sitio salsero por la 47, ahí en ese lugar no pude callarla..., el silencio y la timidez del comienzo, dieron paso a un torrente de anécdotas y de historias de su vida, de su permanencia en Europa, de su deseo de volver a Italia, de su razón de estar en Colombia..., solo estaba aquí para encontrar a un alguien, a un ser, que el destino y un sueño, le habían dictado que encontrara..., eso y nada más, luego, estaría completa y su existencia sería plena..., (está loca), pensé yo; creer en sueños, en el destino..., en fin, esperemos a donde llega esto...,

Me sorprendió de pronto con un beso, me asombró más mi corazón: ya la amaba sin siquiera proponérmelo; alumbraba de nuevo mi razón..., la tarde pasó, la noche se fue y la madrugada nos espantó.

Las sorpresa más grande llegó cuando, luego de pagar la cuenta regrese a nuestra mesa y ya no estaba; en la carrera interminable de su labia, nunca inquirí su nombre o acaso, el lugar donde soñaba, se había ido, nunca más la volvería a ver..., solo encontré una nota en una servilleta que aún guardo y que decía: "eres el sueño y el destino que me faltaba"..., le estoy muy agradecido, me partió el alma..., pero tuvo la bondad de dejarme las dos partes.

sábado, 4 de agosto de 2018

HAZ LO CORRECTO


HAZ LO CORRECTO

Por: Javier Barrera Lugo


Los pecados escriben la historia, el bien es silencioso.
Johann Wolfgang Von Goethe  





Los humanos tenemos la capacidad de demostrarnos en los momentos menos pensados de qué estamos hechos, de echar a la basura las voces que invitan a despedazar lo que nos importa, de cumplir lo que, en circunstancias duras o llenas de placer, prometemos; de hacer lo que debemos. La vida y sus escenarios son batallas que se pelean a diario y las decisiones que se tomen, buenas o malas, hacen la diferencia. Hombres nobles son aquellos que se sacrifican en pos de la felicidad de los otros, sobre todo si son sus hijos. El siguiente relato describe sobre la honestidad de un gran padre, un gran tipo…

       Al padre le gusta jugar tejo los fines de semana, tomarse sus cervezas, charlar con colegas de oficio sobre la cotidianidad de las obras de construcción donde trabajan de sol a sol poniéndole color a las paredes de unas casas donde personas como ellos sueñan el futuro. Tanta es su afición al deporte nacional, que patrocina un equipo en su barrio del cual es capitán y el mejor jugador. La camiseta que los identifica es blanca, ribetes negros contrastan el cuello y las mangas. “Decoraciones xxxx” se llama la escuadra que posee un récord de imbatibilidad en campeonatos del sector. Más de una docena de trofeos engalanan la sala de su casa: copas, bandejas, pequeños jugadores de estaño empotrados en tablillas de madera y detenidos en el tiempo a punto de lanzar el disco de metal que hará explotar mechas imaginarias, hacen parte de la colección de laureles con los que sus cuatro hijos de entre 5 y 10 años juegan a cualquier cosa, sobre todo, a destruirlos de a poco. Son niños obstinados y bastante fastidiosos, si se me pregunta.

       El padre tiene 37 años, mediana estatura, bigotes y cabello mostrando las primeras canas. Fuma mucho. Preocupado por cómo este vicio lo afecta, decide comprarse una bicicleta de carreras para entrenar y mejorar su estado físico. Aprovecha cualquier rato libre para salir a pedalear. A las canchas de tejo llega en bicicleta y se devuelve a la casa, algo entonado, en bicicleta. Va a las ferreterías a comprar pintura para las obras, imaginándose una etapa de la Vuelta a Colombia en la que se pelea la punta de una etapa eterna con Ramón Hoyos, “Pajarito” Buitrago, Alfonso Flórez y Rafael Antonio Niño, ciclistas colombianos con chapa de héroes. Su afición guarda respeto a estos hombres de metal y corazón henchido, porque también él se considera un luchador.

       Es poco dado a atesorar bienes superfluos, salvo su bicicleta. Ama aquel armazón de metal y caucho; la limpia cada vez que puede, compra aditivos especiales para engrasarla, monta, desmonta, vuelve a montar, piñones y platos como los ingenieros soviéticos lo hacían con las piezas de sus cohetes espaciales. El universo de sus fantasías, las pocas que se permite y le permite su realidad, giran en torno a la sencilla máquina roja cromada. El resto del tiempo aparecen obstáculos por superar y superados, como es obvio, con mucho trabajo y sacrificio silencioso.

       El 24 de diciembre de 1.984, el padre es de nuevo puesto a prueba por la vida. Completa meses sin trabajar, su mente, lo que queda de esperanzas, están cansadas. Gracias a las medidas tomadas por dirigentes ineptos, políticos ladrones (es redundancia, lo sé), la usura de los banqueros internacionales y locales, el país enfrenta una cruda recesión. Los sectores productivos no cuentan con fuentes de financiación que revitalicen su vapuleada necesidad de capital de trabajo. El de la construcción, mayor empleador de la ciudad, es el gremio que más siente el frenó económico. Los clientes del padre se quedan, al igual que él, con los brazos cruzados viendo como el humo cubre las salidas. Llegan las verdes tras un período de maduras que el padre aprovechó para comprar y adecuar la casa familiar y guardar un remanente para emergencias; pero la crisis es profunda y los ahorros se acaban.

       La costumbre colombiana de beber todos los santos días del último mes del año mientras se juega tejo debe esperar. No hay con qué patrocinar el equipo victorioso esta vez. Canastas llenas de cerveza se dejan en las neveras, la prioridad es que la esposa y los hijos coman bien. “Un “chino” con hambre no estudia, se enferma,” le dice a los “amigos,” que le increpan la negativa a invitar unas agrias para evadir la puta realidad.

       El padre no les hace caso. Tiene su bicicleta para salir a rodar las calles destartaladas de la ciudad y desahogar la impotencia de no poder trabajar teniendo salud y ganas. Por dignidad desperdicia su talento, su tiempo valioso, pasando cotizaciones de obra que, a la larga, sabe no le van a aprobar, “hay que intentarlo,” se repite buscando apalear la ansiedad.  Sólo el biciclo lo escucha llorar (los hombres de su generación no lloran jamás y menos en público), ayuda a esquivar por instantes la presión de ser “la cabeza del hogar,” como lo considera la esposa.

       Todo el mundo se prepara para celebrar nochebuena. Es época triste para la comunidad trabajadora del barrio, poca plata, caras largas, regalos que el niño Dios no entregará por más bien que se hayan portado quienes le escribieron la carta de pedido. Los hijos sueñan con una pista de carros y un balón para los tres; una bebé de plástico con pelo rubio de nailon es anhelo para la más chiquita de la casa. En su inocencia lo dicen fuerte, como dando órdenes, hacen planes, recrean partidos en los que el “Nano” Prince, Falcioni y Gottardi, juegan a su lado un campeonato del mundo donde son figuras por añadidura y hasta la muñeca que orina “si le das agüita con el tetero,” levanta la copa FIFA.

       El padre los escucha y se llena de dolor, de ira por lo injusto de la situación. No hay con qué comprar nada. Quiere explotar de una buena vez; sabe también que no debe hacerlo, esas son las reglas de la vida y sus niños no tienen por qué pagar las consecuencias. La esposa observa silente y con los ojos encharcados. Conmovida, le dice que salga y se tome unas cervezas con los vecinos que desde temprano acaban con el acopio de la cantina. A regañadientes le hace caso, toma la bicicleta, se va.

       Pasan unas horas. El padre entra con sigilo, le pide a la esposa que aleje a sus curiosos hijos de la puerta y así lo hace. Entra como una exhalación y se encierra junto con ella en el cuarto matrimonial. Demoran varios minutos y como si nada hubiese pasado, salen a cocinar el ajiaco con el que se celebrará el nacimiento del Cristo que tanto se añora. La mujer sonríe. De los niños, sólo el mayor se da cuenta que algo inusual sucedió, pero calla; con diez años entiende que todo terminará por saberse y es mejor no tantear los secretos de papá y mamá.

       La media noche llega con su carga emotiva. Siguiendo su costumbre, la esposa llora recordando a los familiares que ya no están, mientras abraza con fuerzas a sus “pollos,” que brinconean de lado a lado como voladores sin palo. El padre toma el teléfono anaranjado y llama a su hermana, quien tras la felicitación de rigor le pasa a Josefa, su mamá, y la viejita, tras un corto saludo, traslada la comunicación a su cuñado que tiene fama de hablar mucho de nada en particular. Todo es paz, respeto, la comprobación de que no se necesita mucho para sentir alegría.

       Los niños reciben regalos que no tienen forma de balón, de muñeca de pilas u óvalo de carreras. Son pequeños, se doblan apenas los toman. Rompen el envoltorio y se encuentran con camiseta tipo polo y pantaloneta para cada uno. El niño Dios estuvo “escaso”, pero no los olvido, ese es el aliciente; muchos de sus amiguitos ni cena tenían esa noche. El padre los observa y se nota que los ama; se los demuestra, no se los dice (la maldita masculinidad actuando de nuevo), asume que lo saben o lo sabrán algún día, a lo mejor cuando sean tipos de casi cuarenta años como él.

      Al día siguiente el padre se despierta y lleva a los niños a un parque donde no se ven muchos carritos, patines o balones nuevos. Los hijos, unos privilegiados en medio de la tormenta, estrenan ropa y juegan hasta el cansancio. Nuevamente en la casa, el hijo mayor se da cuenta que la bicicleta del padre no está, tampoco la herramienta para acicalarla, mucho menos los neumáticos de repuesto y a su viejo eso parece no molestarle, pese a que esa máquina es su tesoro. Intenta preguntar, pero se queda callado otra vez al entender que las pantalonetas y camisetas tipo polo no las regalan “peladitos” rubios, crespos, vestidos con túnica rosada que nacieron en Belén de Judá, ni un gordo noruego vestido de rojo, sino un hombre bueno que al hablar con su yo interior sobre si beber para olvidar o hacer felices a cuatro culicagados muy cansones y una esposa frenética, se dijo: Haz lo correcto.

miércoles, 27 de junio de 2018


UN LARGO ADIÓS








Por Fernando Vanegas Moreno

Tú tienes, para mí, todo lo bello que cielo, tierra y corazón abarcan.
Bonifacio Palacios

Me despedí de Suba, una mañana fría de mayo, iba humillado, cansado, triste…, en una palabra, derrotado. Mi esposa, quizá con los mismos sentimientos, hacia acopio de voluntad y trataba de infundirme confianza, es muy fuerte su corazón, es más grande su alma. La madrugada de aquel día, un troglodita, borracho, sin educación, y tal vez drogado, nos había amenazado de muerte y ante eso, ante lo inminente del peligro, lo mejor era resguardarse y pelear después, mi esposa, mi mona, era lo único que me importaba en ese momento.
En el camión de mudanzas sin embargo, los recuerdos afloraron y de pronto, sin proponérmelo, sin buscarlo, sin llamarla; una lagrima asomó …, llegué a ese pueblo en el año del señor de 1977, a un barrio polvoriento  llamado Villa Elisa, un villorrio de casas apretadas, sin alcantarillado, que cuando llovía, y dada su cercanía con los cerros del sector, se inundaba, provocando dolor de cabeza en los adultos, pero convirtiéndose en motivo de jolgorio entre los más chicos. Improvisábamos canoas con las bateas, hacíamos barquitos de papel, “nadábamos”, en medio de esas corrientes insensibles…, en varias ocasiones me gane una fuetera por parte de mi padre por ese motivo, por creerme el Acuaman de esa barriada, pero no importaba, otro invierno vendría y la diversión continuaría, hoy, obvio, es distinto, el asfalto y la modernidad borraron por completo los improvisados ríos de antaño, los conjuntos cerrados y las nuevas normas urbanísticas, sepultaron para siempre esas épocas difíciles que para nosotros fueron las más fáciles.
En esos tiempos, comencé mi escuela primaria, inicialmente en un colegio de garaje del barrio la Chucua llamado San Gabriel, posteriormente conocido como Alafas del norte y luego con las hermanas de ASOCIERVAS, allí transcurrieron mis primeras letras, mis primeros juegos, mi primer amor…, Cecilia se llama, aún hablamos, obvio, la madurez toco nuestras puertas y hoy, cada uno con su hogar, compartimos lo emotivo de esa edad, cuando una chocolatina Jet de las pequeñas, fue la manera más cercana que encontré para decir: te quiero. Inocencia en todo sentido. Quedaron eso sí, amigos para siempre, compañeros de camino con los cuales, aún hoy, de vez en cuando, compartimos un saludo y un abrazo: mi eterna Lilali (Idali), Rosita, John Piracún, Luis Alfredo Betancourt…, los dos últimos, habrían de acompañarme en mi viaje hasta culminar el bachillerato.
Al entrar a mi adolescencia, y luego de haber peregrinado por el sector de Villa Catalina, nos ubicamos por fin y por 26 años en el barrio San Jorge de Suba, una comunidad de pensionados, de una manzana de extensión, donde los recuerdos quedaron anclados…, en 1986, inicie mis estudios de bachillerato en el glorioso colegio Seminario Espíritu Santo de Suba, hoy, universidad Católica Luis Amigó, sí, ahí, cerca de Bulevar Niza (un lote del BCH, para entonces), y fui feliz, y la vida fue buena y Dios, luego de ubicarme en ese sitio, al sexto año, descansó.
Dicen que solo se puede amar una sola vez en la vida…, yo no creo en esa constante, me enamoré como nunca, con el alma, con el corazón, con cuerpo y espíritu en 1989, pero solo dos años después y ayudado, fui capaz de confesárselo…, se llama Alix Nidia y aún hoy, la quiero. Hablamos  cada vez que el tiempo, los hijos y la vida  lo permite, y es tradición no faltar nunca a nuestra llamada el día de cumpleaños respectivo, hemos compartido triunfos y derrotas, me ha visto llorar y he secado sus lágrimas, nos queremos con la confianza que nos da, saber todo uno del otro, amo a mi esposa; quiero a esa niña de Jardinera gris y buso verde que aún vive en mis nostalgias, (soy claro), mi desidia e intensidad mandaron al traste esa relación, pero la vida nos ha unido desde siempre. De esa época quedan eternos también, eternos que siempre han estado ahí, y que, aunque no nos vemos, llevamos un cordón umbilical común que nos junta, retiene, permea cariño y respeto: Vladimir, Oscar, Italo, Ricardo, y un largo etcétera de 53 santos (jajajaja).
Luego del colegio, todo cambio, ya nada era fácil ni sencillo, empecé a trabajar en la clínica Corpas y comencé la carrera de administración de empresas en la universidad Santo Tomas, carrera de la que deserte luego de tres semestres por ser muy, pero muy malo para los números y las cosas cuadriculadas…, el despecho y la bohemia se apoderaron de mí, y años oscuros rodeados de excesos llegaron a mi vida, mientras, Suba dejo de ser el pueblo bucólico de antaño y la ciudad se la fue tragando lentamente…, los problemas propios del progreso llegaron de la mano del concreto, las vías, los centros comerciales, la “peruabolica” y la constante llegada de gente del resto del país, sin arraigo ni sentido de pertenencia; infortunadamente es así y no se puede tapar el sol con un dedo.
Luego de la redención, de romper mi corazón una y tres veces, cuando ya había decidido que la soledad también es una opción, que se puede vivir sin tener nadie al lado, cuando ya había (por fin), encontrado mi norte y al haber culminado con éxito mi carrera de comunicación, cuando ya me había especializado, aparece ella…, mi mona, la grandeza de ojos verdes…, nacida y criada en el Barrio san Francisco de Suba, entra en mi vida, rompe todos mis esquemas, me hace cambiar decisiones ya tomadas y acepta con prevención, asumir el reto de compartir a mi lado nuestras existencias, de eso ya 16 años, de lucha, de amor, de sentimiento, de problemas; en fin, de convivencia y matrimonio, con ella, y desde el 2011 y hasta el fatídico mayo de este año, compramos y nos establecimos en el sector del Pinar, pero la vida nos tenía preparadas sorpresas y amarguras que durante esos años y a pesar de lo adverso, supimos capotear y esquivar de la mejor forma…, pero era mi pueblo, mi terruño y verlo pasar frente a mis ojos, dolía, dolía como una circuncisión sin anestesia, apretaba el alma y exprimía el corazón…, mis momentos más felices, los más tristes y mi vida, se estaba alejando detrás de ese camión.
Obvio que puedo volver, y lo he hecho, pero ya no es lo mismo, me siento extranjero y visitante de mi pueblo…, la mayoría de mis amigos, la casi totalidad de mis recuerdos están en esas calles, mi existencia quedó prendida a la grandeza de sus cerros, y a la amabilidad de sus raizales.
Es un largo adiós…, Me voy de Suba…, Suba Hoy…, se fue conmigo.

domingo, 17 de junio de 2018





 SUPERVIVENCIA DE LA FE

Por: Javier Barrera Lugo



Anhelos que se difuminan en el trasegar de los espectros.
Los ejércitos muerden el vientre de Zeus en venganza
Por los crímenes que justifica en el fragor de su poder ebrio,
Ante esos esbirros y cortesanas amaestrados para llamar
Con dulzura a los hombres que con frialdad apuñalarán.

Cansado de estas tierras y de las piedras,
De las voces que tritura la indolencia,
Tomo mi hoz, la cizalla, la cimitarra heredada
De viejos héroes desprestigiados para decapitar los egos
que se camuflan a cada lado del sendero envenenado para emboscarme.

Desafortunado de mí. Son muchos, se defienden y resucitan,
El cansancio llena de nubarrones mis músculos, eclipsa la fe,
El único tesoro que no pude desperdiciar un hombre como yo.
Se reproducen por diez como las infecciones
Con cada exhalación vestida de potestad.

Avanzo dos pasos, me devuelvo uno… algo he de lograr.
Sonrió por inercia así el rostro se desfigure.
No renunciar es el legado que le dejo al silencio,
La ignorancia domina el mundo por centurias;
Una flor en el fango es inteligencia latente que seduce.