CUANDO FUIMOS HEROES
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IMAGEN
IDEA CREATIVA Y ORIGINAL
ANDRES BARRERA LUGO
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En su alma era de noche, aunque
afuera el sol resplandecía con fuerza. El jardín de su alma se encontraba
hollado y marchito, y, en su inconmensurable soledad revivía a diario la pompa
y el fulgurante candor de su existencia.
La fama y el éxito habían llegado
temprano, pero con ellos la frustración y la tristeza.
Conocido por todos, era sin embargo
un completo extraño para él mismo. El dinero y las comodidades económicas no
habían alcanzado para conseguir su mejor y más anhelado sueño: la siempre
inigualable compañía de otra persona. Muchas mujeres exuberantes y hermosas se
enredarían entre sus sabanas y al final de estas faenas amorosas solo el vacío
y la desesperanza le acompañaban.
El pent-house donde vivía cada vez se
hacía más pequeño, pues su solitaria personalidad cobraba a diario la mayoría
de su espacio. Nunca se refugió en el alcohol, tampoco busco consuelo entre las
drogas; tan solo hallaba quietud en el inmenso y verde panorama que le brindaba
uno de los inmensos ventanales de su apartamento. Pero las noches eran todas
iguales, y, los días, perfectas copias uno del otro.
Claro que se enamoró, y muchas veces,
pero siempre sus ilusiones quedaron truncadas por inmensas agonías, y, un día
de tedio maldijo el amor y sus desdichas. Nada, absolutamente nada cobraba
importancia en su lúgubre existencia: ni sus autos de colección, ni su inmensa
fortuna, mucho menos el afable pero siempre falso abrazo de la fama.
Todo era frío en su apariencia, y tan
solo un pequeño brillo de esperanza se paseaba de vez en cuando tranquilo en
sus recuerdos.
Recordaba su niñez y el abrazo tibio
de su madre, un abrazo que nunca le pidió nada a cambio y por el contrario
entregaba todo en cada ocasión. Era un héroe en aquel humilde barrio enclavado
en la montaña, donde en el fútbol y las carreras en carros de balineras, así
como en el trompo, el “cinco huecos”, el Valero y en fin, cuanto juego infantil
recordemos, nadie le ganaba.
Evocaba con nostalgia y algo de
cariño al flaco Ortiz, a Juanito, el de las empanadas, a Rosita, la pelirroja
de trenzas y cara salpicada de pecas que una tarde viendo el Chapulín colorado
le robara un beso en la mejilla para luego esconderse cada vez que lo veía.
Todos ellos eran los amigos infantiles de aquel héroe y todos, cada uno de
ellos aún vivían tranquilos en las calles polvorientas de aquella barriada. La
ironía de la vida le había permitido salir de la pobreza, pero también y al
tiempo le arrebataba sin anestesia lo mejor de su humilde inocencia.
Inquirió en su pasado un poco más y
recordó a su viejo y sus hermanos, dando brincos, vivas, porras; dejando su
garganta en cada grito, cada vez que él tomaba el balón en las canchas
desniveladas y poco asfaltadas de su villorrio. Los aplausos y la salida en los
hombros de sus compañeros hacia la panadería más cercana para refrescarse después
de cada enfrentamiento, eran comunes, al igual que el orgullo inocultable de su
padre cuando tomado, lo acercaba y lo sentaba sobre sus rodillas para sacar
pecho y mostrarlo con un orgullo que rallaba en la arrogancia ante sus
compañeros de trago.
Del héroe ya no quedaba nada, se
había empezado a desvanecer el día que (y a diferencia que los demás del
barrio), logró su título universitario y desaparecería por completo uno o dos
años después cuando fue catalogado por los medios como el arquitecto más joven
y de mayor proyección en América latina. Se olvido por completo de su pasado,
la gaseosa fue remplazada por el whisky y el champán y aquellas calles
polvorientas se convertirían de pronto en salones de lujo y recepciones de
ensueño.
Quiso recompensar a su familia y ya
con el rey dinero de su parte, los traslado a una hermosa quinta a las afueras
de la ciudad, pero ellos prefirieron las escarpadas laderas de su montaña de
siempre, donde el calor humano hacia olvidar las necesidades existentes a aquel
derroche de lujo que nunca les pertenecería por más que su hijo el Doctor así
les insistiera. Desde aquel día y preso de la arrogancia, jamás volvió a
visitar a su familia, se encerró en su mundo de banalidades y utopías.
Solo la verde extensión de la sabana
lo acompañaba aquella noche de recuerdos, y en medio del llanto y la congoja
salió apabullado por sus sombras.
Después de dos horas de constante
corcoveo, llegó por fin a su destino. Descendió lentamente del alimentador en
medio de empujones y reclamos. No quiso, o mejor sintió vergüenza de dar la
cara ante aquellos que alguna vez y por orgullo despreciara. El barrio seguía
igual, algunas casas más, la pavimentación de varias calles, pero en el fondo,
igual. Dio un giro de 360 grados y aspiro profundamente como para volver a
recargarse del heroísmo de antaño, pero hasta el aire de aquella montaña ahora
le era esquivo, así lo sintió y aún más desconsolado dirigió sus pasos a un
lugar donde muchas veces ocupó las rodillas de un amado, pero la vieja tienda
con mostrador de madera, cinta y bolsa de agua para los moscos y orinal de
pared, se había transformado en un tomadero de rockola, velas en las mesas y
mini pista de baile.
Sintió la mirada de todas y el
comentario de todos, era nuevo para los presentes ver a un hombre de punta en
blanco: vestido Armani, zapatos Capriani, gabardina, colonia Renoir numero 2. .
., Sin embargo decidió entrar y de su
reluciente billetera repleta de tarjetas de crédito, sacó el dinero suficiente
para conseguir algo que sabía era popular en las celebraciones y despechos
populares, pero que él como buen abstemio de la pobreza, no conocía.
Cuando se sentó en las viejas gradas
de la cancha de microfútbol de su pasado, el aguardiente ya dominaba sus
sentidos. Se veía así mismo corriendo tras su pasado y a su lado, la familia
que su dinero había alejado. Rió y lloro como un loco y al final el desconsuelo
gano aquella triste despedida. Un ruido se escucho en la madrugada, pero solo
los perros con sus tristes aullidos
fueron testigos cómplices de la detonación final del heroico pasaje.
Es de madrugada y en la cuesta de una
ciudad, de un país cualquiera, yace un hombre vestido de Armani, y gabardina,
zapatos capriani y olorosa fragancia. Su vida escapó volando por un pequeño
orificio de su heroica cabeza.
JACK
FERNANDO VANEGAS MORENO