UNA CIUDAD RUMBO AL OLVIDO
POR: MUNEVAR
CARLOS EDUARDO RODRÍGUEZ
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IMAGEN
IDEA CREATIVA Y ORIGINAL
ANDRES BARRERA LUGO
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La
diatriba de todos los candidatos para hacerse elegir es prometerle al elector
ciudades utópicas, libres de problemas. El votante, en muchas ocasiones “idiota útil” del aspirante de
turno, ingenuamente cae en la falacia de las soluciones mágicas, sin tener en
cuenta que a veces está la presencia nefasta de un tamal para lograr el
preciado voto, la venta de su alma.
¡No!,
solucionar los problemas de Bogotá, no se logra sacando palomas de un sombrero
o una cantidad ilimitada de pañuelos de una manga; tristemente la ciudad desde
la administración de Luis Eduardo Garzón (2.004 – 2.007) comenzó una caída
libre que a la fecha continua como si no existiera piso que la detenga.
La
administración de Samuel Moreno (2.008 – 2.011) “apague y vámonos”, respetado
lector, salto mortal hacia el inmoral carrusel de la contratación, una obra de
horror en la que presuntamente un Congresista, al propio Alcalde, miembros del
Consejo, los celebres Nule, y muchos
Contratistas de la ciudad resultaron implicados en solicitud de coimas,
peculados y todo tipo de delitos contra la administración pública. Estos hechos
terminaron de sumir a la ciudad en la incertidumbre incalculable del futuro
empeñado.
Vivir hoy
en Bogotá es ponerle la otra mejilla al caos, y es gracias a las
administraciones pasadas y a una falta de presencia del Alcalde actual, que el
ciudadano de a pie, tiene que soportar a diario el traumatismo vehicular, un
transporte público que adolece de humanidad (El nunca bien ponderado Transmilenio),
inseguridad creciente, robos y asesinatos cual pueblo del viejo oeste. Hoy
cuatro de mayo, la ciudad amanece con la noticia del asesinato de otro taxista: nuevas
protestas del gremio por este crimen colapsaron la ciudad al amanecer afectando
la vida diaria y el libre desplazamiento.
El problema de la inmovilidad
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FOTO:
Camilo Pabón
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Siguiendo
una lógica extraña, la
Administración hereda los vicios de las anteriores alcaldías,
su lentitud e indolencia. Esta tendencia histórica no es excusa para obviar los
correctivos que deben tomarse de inmediato. Por ejemplo, a hoy, la movilidad se
torna inmanejable, obras inconclusas y retrasos en las mismas causan
congestiones que atentan contra la salud de los ciudadanos, su dignidad y la
viabilidad económica de Bogotá. Casi
cinco meses después, el problema del hundimiento de la Carrera 11 con 98 no tiene
una solución clara, si bien el estudio de la Universidad Nacional
responsabilizó a la Constructora Pijao
y su operación de construcción en este sector, por dicho
hundimiento. El Gerente de la firma se comprometió públicamente a acatar los
resultados de dicho estudio, pero todo se quedó en buenas intenciones, las
evasivas continúan, el carril sigue cerrado y este neurálgico punto de la
ciudad continúa colapsado.
Transmilenio o “Transmilleno”
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FUENTE
FOTOGRAFIA: EL MURO DEL
BARRIO
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El
Sistema de Transporte Masivo, en su momento orgullo de la capital, tiene al
borde de la histeria a sus usuarios (o sus dolientes, según la óptica del
afectado). Intentar tomar un articulado en horas pico es una odisea. El usuario
se ve obligado a soportar no sólo una flota de buses escasa ante la demanda y frecuencias
inadecuadas, sino también la incomodidad de las aglomeraciones, el carterista
de turno, malgenio e intransigencia del compañero ocasional de viaje.
No sé si
la Administración
se habrá tomado la molestia de entre tantos estudios que contrata, llevar a
cabo uno que mida el nivel de ira e intolerancia que maneja el capitalino promedio.
La Bogota Humana
parece no haberse detenido a cuantificar las repercusiones que tiene la
situación actual de la ciudad en sus habitantes, no sólo las económicas,
también las mentales.
No es
con paños de agua tibia que se soluciona la situación actual, ni con medidas
dictadas a través de un twitter, porque con el respeto que se merece el Señor
Alcalde, cuando era aspirante a la
Alcaldía de Bogotá, mostró la cara a sus futuros electores.
Ahora que es un funcionario al servicio de los ciudadanos debe dar respetuosa gratificación al voto de
confianza que le fue entregado. Es frustrante, ver como muchas de sus
decisiones se hacen públicas por ese medio, ejemplos claros, el caso de la destitución del
Alcalde de los Mártires o las medidas tomadas en torno a la situación de orden
público que afecto al Sistema Transmilenio en días pasados, por mencionar
algunas.
La
ciudad requiere un liderazgo presencial y firme, una política y una estrategia
clara de trabajo que involucre, como es obvio, el compromiso ciudadano. Si no
estamos dispuestos a comprometernos la ciudad continuará sumida en el desorden.
Las
medidas de hecho, tan populares hoy por hoy forjan un retroceso en los procesos
de crecimiento de la ciudad. Grupos de vándalos sin Dios ni ley pretenden tomar
la vocería de la gente a través de la violencia y la patanería, afectando el
diario vivir de la ciudad. Por cualquier motivo se bloquea Transmilenio, deplorando
la libre movilidad de las personas, vulnerando así los ya deteriorados derechos
ajenos.
Estos
ingredientes afectan el cotidiano fluir de la ciudad, capital de un país que no
merece la suerte que está padeciendo y que reclama de sus dirigentes acciones
oportunas para corregir el camino, y que demanda además de sus ciudadanos
protestas pacíficas como forma de reclamarle a sus dirigentes por la ineficacia
de sus mandatos, sus actos corruptos y las consecuencias que estos han traído.
Bogotá
es la casa de todos, ciudad que ha alberga a propios y extraños, una ciudad que
le brinda oportunidades de crecimiento a cualquiera sin discriminación, una ciudad
que merece el respeto de quienes la conducen y habitan.
El 07 de
Febrero de 1948 Jorge Eliécer Gaitán encabezó la marcha del silencio,
multitudinaria concentración organizada para protestar por la violencia
generalizada, un ejemplo de manifestación popular que se debería imitar para
recordarnos a nosotros mismos que no debemos ser los “idiotas útiles” de una
sociedad y su clase política, sino que como ciudadanos nos obligamos a vencer
la indiferencia, a recordar que tenemos la responsabilidad y el deber de velar
de manera respetuosa por la ciudad que nos invita a vivir 2600 metros más cerca
de las estrellas.