HISTERIA
DE KAUIL
SEMPER
SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
TARDE DE FRÍO EN CERETÉ
POR: JAVIER BARRERA LUGO
Para:
Motas.
"En
vano golpea a las puertas de la poesía el que está en sus cabales", dijo no sé si Sócrates o Platón, allá en la noble
Grecia, el centro del universo hace cuatro mil años y no se equivocó al
proferir esta sentencia. Quien se compromete con el acto poético, con la poesía
pura y cruda, hacerla, destruirla y vivirla, tiene la capacidad de subvertir la fealdad de un
mundo hecho para el deleite de pocos. Raúl, el poeta, el marica, el loco,
camina las calles de Cereté, tarareando como poseso una canción de Orlando
Contreras, la que le dedicó a Isabel, la del verso, la noche en que se casó con
el inagotable alcalde del pueblo. Camina y está feliz como siempre lo fue, a su
manera.
Pese a que está muerto, me reconoce. Levanta la mano
izquierda y me llama. El pavimento de las calles arde, como si de un horno
industrial de fundición en plena producción se tratara. Me recibe con un “quiubo”,
Barrera, que es como mis buenos amigos suelen matizar nuestros encuentros.
-Está
fresco Cereté hoy y eso que no está corriendo brisa-, me dice, y continúa con
las palabras que juzgo quieren salírsele descarriadas de la boca-: parece que
por fin nos vamos a parecer a la Europa que estos paisanos sarracenos, negros e
indios siempre han añorado. ¿Conoces Bruselas?
-No
la conozco, Raúl, jamás he estado allí, de hecho nunca ha llamado mi atención-
le contesto animado.
-Allí
los niños mean en las fuentes de agua fresca, sus padres se lo permiten porque
dicen que los anticuerpos de la orina poseen características terapéuticas que
deben ser compartidas con los habitantes de la ciudad. Es algo maravilloso.
Sus
ojos se pierden en la inmensidad del Sinú. Ya no poseen el brillo que la locura
les impregnaba cuando trasegaba por el presente, son mansos, carecen de
visceralidad, es un estado semejante al de la paz el que se funde en los
colores que brillan sobre la superficie de sus pupilas. Lo interrumpo con una
pregunta que por la cara que me hace, fue inconveniente hacer.
-No
sabía que habías ido a Bruselas. Sé que Borrás el poeta comunista estuvo allí
en los sesenta, pero de ti no lo recuerdo, ¿cuándo asomaste por allá?
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Milcíades Arévalo y Raúl Gómez Jattin |
-Jamás
he estado allí, lo vi en un documental medio “maluco” de esos que le prestaban
las embajadas a INRAVISIÓN en los ochentas. Una belleza, Barrera, una belleza
que ahora que estoy muerto no me interesa comprobar. Sabes, la imagen la
trajeron a mi mente dos chiquitines que estaban haciendo lo mismo en el río,
meaban como dioses valones buscándole la fecundidad a las aguas… De eso parece
tratarse este cuento de la muerte, señor, añorar lo que no se alcanzó a ver,
asumir el silencio y no sentirse jodido por ello. Que tarde entendemos las
cosas los maricas que aún creemos en el amor- sentenció, no dolido sino
buscando hacer encajar un sueño en las lágrimas que los fantasmas no pueden
sacarse de lo que les queda de alma.
Le
invito un trago de aguardiente y lo bebe despacio, varios sorbos y una mueca
que me desconcierta. Busco un tema que no lo haga divagar entre los recuerdos
de vida, pero me quedo callado, no sé de qué diablos puedan hablar los muertos.
Pido dos copas más y me siento en uno de los escalones de acceso al local.
Raúl, acaricia mi cabeza y me suelta una de esas frases con las que siempre me
deja hecha trizas la conciencia:
-¿Te
atemoriza la idea de la muerte, dejar de respirar, no volver a ver a los que
amas?
-Claro,
Raúl, mucho. Alguna vez deseé que pasara, pero cuando pensé que la “pelona”
estaba cerca se me vinieron a los sentidos demasiadas miradas, el deseo de
sentir pieles que no conozco, ambientes en los que me sentí feliz así hubiese
sido una vez. Llámalo cobardía, no me ofendo si lo dices, pero todavía tengo
ganas de hacer vainas.
-Yo
también, poeta varado, yo también. Creo que los dioses me jugaron sucio y me fui
mucho antes de lo debido. Tanta vaina para nada, tanto verso que la gente
olvidó antes de que me echaran encima la primera palada de tierra, tantos
hombres y mujeres que amé contando cosas inapropiadas, que eran sólo de
nosotros, la escritura de poemas con popó sobre las paredes blancas del
sanatorio, las comilonas de huevos fritos con helechos, la pobreza a la que
ellos le dieron el talante de vergüenza, cuando para mí fue el espacio en el
que fui libre… Morí antes de tiempo, la gloria me llegó después de muerto,
valiente pendejada…
-¿Fuiste
feliz? ¿Eso bastó?-pregunto compungido.
-Bastó,
marica, pero los de nuestra calaña no nos conformamos con la probadita, tú lo
sabes, es todo o nada hasta el hastío. No somos normales, nos limpiamos el culo
con la plata que hay que guardar, amamos a muerte, nos volvemos un ocho en
felicidad o tristeza. Bastó y no fue suficiente, ¿me entiendes?
-Claro
que te entiendo, Raúl. Lo peor es que también empecé a entenderme.
-Vamos
a caminar. Es la primera vez que en Cereté,
a esta hora de la tarde hace un frío tan bestial. Disfrutemos de la temperatura
glacial en la imperfección del paraíso.
Caminamos
hasta que el cielo desapareció y Raúl, de a poco, se hizo silencio. Volví a la
pensión, saqué los últimos billetes que me quedaban y salí a la cantina del
frente a emborracharme. Una mujer de ojos verdes y piel morena se sentó a mi
lado y me pidió un aguardiente. Le dije que me iba a emborrachar en silencio,
que no la molestaría, que me acompañara. Encendió un cigarrillo y me sonrió
antes de servirse el segundo de la noche.