LOS
HUESOS DEL BOSQUE
Por Manuel Espitia
No sabemos por qué, pero
vivimos con la tentación de escaparnos, tampoco sabemos a dónde. Tengo 10 años
y no me gusta estar en casa, prefiero salir a correr por el bosque y respirar
aire puro de los árboles, lo disfruto más cuando llueve. Vivo en Chile al lado
del mar, estoy rodeada de naturaleza, tengo cómo sentirme libre y aun así me
siento encerrada, encerrada en una libertad extraña. Cuando voy al bosque suelo
llevar un libro para leer, pero hoy solo quiero correr, es verano y ya empieza
a oscurecer, mis padres ya están dormidos, tuvieron un día pesado. No sé
porque, pero una fuerza rara quiere lanzarme al bosque. Tengo dos Dobermann que
siempre me acompañan para protegerme. Son las 21:35 y el sol empieza a
ocultarse, es hora. Salgo en silencio de casa, libero a Eros y a Thanatos de
sus jaulas y me los llevo sin collar a al interior del bosque.
Río y corro, ellos están felices, sacan la
lengua, juego a las escondidas y siempre me encuentran y ahora yo los busco,
pero se pierden. Me detengo y escucho ruidos, las hojas secas se quiebran por
lo que parecen ser pasos de algún humano. Miro a los lados y no veo nada, la
sangre se me congela, la respiración se acelera, quiero gritar, nunca me había
pasado algo así, los pasos se acercan, no veo nada, hasta que una sombra me
asalta por detrás, volteo y veo a un hombre de ojos rasgados, que se bota
encima de mí, sus ojos dejan adivinar sus instintos. Está feliz de encontrarme
sola y me lleva por el bosque como a un costal en sus hombros, asumo que es un
secuestro. Llegamos a la orilla del mar y me bota a la arena, se quita la
camisa y se agacha, saca unas sogas para atarme y cuando lo hace, le da la
espalda a la vida y a la muerte. Eros y Thanatos se tiran sobre él quien ahora
es el que siente lo que sentí. Tirada en la orilla del mar veo la escena: mis
dos perros masacrando al hombre, lo desmiembran y ponen sus costillas en la
espalda, como las alas de un ángel.
Me pongo de pie y sigo viendo cómo el ser
infame se desangra, no aguanto la risa, mis guardianes devoran la carne, lo
dejan en huesos y me alcanzan algunos, yo juego con ellos a tirárselos y ellos
me los devuelven, cuando se cansan los entierran como si fueran ramas secas.
Eros y Thanatos me presentan el cerebro del criminal, lo elevo al cielo y rezo
por el sacrificio, me unto de su sangre y la riego en la tierra. Somos la luna,
mis tres ángeles y la naturaleza. En un hueso largo entierro el cerebro,
hormigas y otros insectos empiezan a recorrer el laberinto se pierden y se
insertan en él.
Nos limpiamos en el mar
helado para regresar a casa purificados. Eros y Thanatos ya cenaron, espero a
que reposen y emprendemos la marcha hacia la casa. Mis dos amigos fieles están
alegres y satisfechos mueven sus colas, tal vez por eso siempre me acompañan,
porque los llevo a cazar, los llevo a su naturaleza, a su libertad y a la mía.