HISTERIA DE KAUIL
SEMPER SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
POR: JAVIER BARRERA
LUGO
NEREO, LOS NIÑOS NUNCA
SONRÍEN PARA LAS FOTOS
Foto:
bahíanoticias.com
Un
hombre con noventa y dos años de existencia expresó hace un lustro una
conclusión cargada de sutileza que terminó moviendo mi cerebro. Nereo López,
fotógrafo barranquillero, luchador, un tipo pegado a la lúdica de las cosas que
no son fáciles, dio a Heriberto
Fiorillo, en un documental que éste último le hizo para la televisión pública,
una explicación poética sobre la felicidad y la esencia entreverada de esta :
“Los niños no sonríen para las fotos”. Esa sentencia, emanada de la mente ágil
de un hombre que se especializó en Nueva York, precisamente en retratar
infantes, resulta paradójica a
primera vista, pero si se va al
meollo del asunto, la cosa no es tan descabellada.
Nereo,
uno de los artistas gráficos más importantes de Colombia, sólo igualado por el
virtuosismo de creadores como Leo Matiz, Manuel H Rodríguez y Ruven Afanador,
dejó plasmado en una oración sencilla el instinto que late en los buenos
artistas: más que talento mecánico o conocimientos técnicos, prima en ellos la
observación. Una cosa es mirar, otra
observar; un axioma lógico, pero nunca aplicado con la rigurosidad del caso.
Los
adultos siempre estamos a la caza de sonrisas, de momentos pletóricos con
amaneceres, hadas, casas estilo californiano, hijos rubios, esposas de cuarenta
años con cuerpos de veinte y dos carros parqueados frente a la visión idílica
del suburbio de clase media gringa puesto por la mente falaz en la realidad de
nuestras semidestruidas vecindades suramericanas. Para nosotros, como especie
en plena evolución, la felicidad, más que un estado del alma se nos volvió
necesidad o necedad, según el cristal con que se mire.
Para
los niños en cambio, la existencia es presente, lo tangible, lo susceptible de
ser disfrutado. Lo digo con conocimiento de causa, yo también hice parte de ese
clan con tanta voz y poco voto. El instante debería imperar sobre la
suposición, por lo menos la frustración de la que tanto nos quejamos en los
bares con nuestros amigos cansados de escucharnos el mismo discurso cada
viernes, estaría parcialmente controlada, evitaríamos por simple previsión una
que otra riña de esas en las que uno no se explica, después de tener la ceja
rota, por qué se metió.
Foto:
Mateu Carrió
Tal
vez, sólo tal vez, nos baste observar y tener el valor de aceptar que lo que se
tiene puede ser mejor a lo que se podría tener. ¿Quién lo sabe? O niegue usted
amable lector, que la vida es una ruleta bastante alocada en la que una frase
coloquial puede definir el mañana: “Hoy estamos, mañana no sabemos”. “La felicidad es pasajera”, dice otra máxima
y así hay mil ejemplos que no consideramos poner en práctica. Asumo que la edad nos vuelve
temerosos, nos da miedo mirarnos al espejo, el futuro parece ser nuestro escape
para enmendar lo que no nos atrevemos a hacer en el instante preciso. ¡Chanfle,
que filosófica me salió esta reflexión!
No
digo que ser feliz esté mal, de hecho siempre he creído que lograr este estado
de plenitud, o por lo menos intentar lograrlo es un derecho inalienable; lo que
sí me parece es que el concepto está sobrevaluado. Ser feliz es un evento no
una un fin tácito. Si no fuese por personas infelices la literatura no se
hubiese estremecido con las historias de Proust, los desgarradores poemas de Rimbaud, los
textos de la generación perdida, o
los versos de Vallejo, para citar algunos integrantes de la tribu aciaga.
Repito, no me malinterpreten, el concepto de felicidad al igual que el de amor,
libertad o justicia son el norte al cual los anhelos deben dirigirse, hay que
intentarlo, claro está, pero no jugarse los restos a lo factible sino a lo
concreto. Si queremos ser felices debemos serlo hoy; por lo menos sudar en el
intento.
Nereo,
en esa charla con Fiorillo, dijo cosas importantes, contó fragmentos de su
vida, recordó a sus padres, su orfandad, las ganas y el empeño que le puso a
todas las actividades que desarrolló en su vida, cómo las sintió y vivió sin
abstenciones ridículas, sin importar el qué dirán. Me enseñó a ver a los niños
como elementos de anarquía y cruda verdad necesaria. Actúan por instinto, viven
con intensidad, para todo tienen un tiempo y espacio y no se desgastan forzando
las situaciones, o buscando explicaciones que llevan a ningún lado, simplemente
iluminan su realidad, existen.
Tiene
razón el viejo fotógrafo, los niños nunca sonríen para las fotos, bueno, por lo
menos los niños de antes no lo hacíamos así nos obligaran, el malestar no podía
maquillarse y en el papel revelado sólo quedaban muecas hipócritas. Ahora, con
padres caprichosos que quieren llenar
los espacios grises de su vida a través del mentiroso facebook, las cosas para
los “chinos” ya no son tan fáciles.
¡Miren
el pajarito, sonrían para la foto…!
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