Pena capital
Por: Guillermo Quijano Rueda
Desde que inventaron los relojes,
todos marchamos aprisa,
con la fatiga al hombro;
esos engendros del demonio
sometieron el espíritu al oprobio,
lo encarcelaron,
como la sanguijuela aprisiona
la piel joven de la rosa.
Quien dio vida a estos autómatas voraces,
los hizo dominantes,
ministros de la impaciencia:
cinco minutos para levantarse,
siete para vestirse,
diez para hacer el amor
y tres para deshacerlo poro a poro;
uno más para acallar el silencio de la despedida.
Pido la pena capital para tan ruines esclavistas.
¡Que caigan las cadenas que nos atan a su tiempo!
¡Que quiebren sus manos para que la libertad
vuelva a surcar los aires
con alas de mariposas nuevas!
todos marchamos aprisa,
con la fatiga al hombro;
esos engendros del demonio
sometieron el espíritu al oprobio,
lo encarcelaron,
como la sanguijuela aprisiona
la piel joven de la rosa.
Quien dio vida a estos autómatas voraces,
los hizo dominantes,
ministros de la impaciencia:
cinco minutos para levantarse,
siete para vestirse,
diez para hacer el amor
y tres para deshacerlo poro a poro;
uno más para acallar el silencio de la despedida.
Pido la pena capital para tan ruines esclavistas.
¡Que caigan las cadenas que nos atan a su tiempo!
¡Que quiebren sus manos para que la libertad
vuelva a surcar los aires
con alas de mariposas nuevas!
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