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viernes, 4 de enero de 2013

LOS HÉROES SON PARIDOS EN LA DERROTA


Semper simul, Semper carmina.

LOS HÉROES SON PARIDOS EN LA DERROTA
(Un homenaje a los boxeadores con o sin lustre)

POR: JAVIER BARRERA LUGO


La histeria de la gente se queda clavada en la memoria de los golpes que se dan y se reciben. La adrenalina, poderoso estimulante, invita a ir de frente al peligro, a no esquivarlo sino a estrellarse a toda velocidad contra él, guarecer vísceras y  mentón, buscar el espacio y lanzar puñetazos como una fiera ansiosa por obtener lo que las circunstancias se empeñan en negar. Una pelea pareja es en esencia el encuentro de dos necesidades, de dos talentos, dos preparaciones similares, que desnuda más las falencias que los atributos, porque el boxeo es un deporte en el que se cobran las debilidades sin importar el nombre, donde el hambre, entendida como una fuerza primordial encaminada al logro, endurece el carácter y en muchos casos pasa por encima de la técnica como factor  de desequilibrio.
El que menos necesita pierde, el que menos sufre pierde, el que tiene grandes los escrúpulos pierde. Un torbellino de sueños mutilados se aferra a la oportunidad que en la mayoría de los casos no vuelve a presentarse. Es matarse y matar, defender lo poco o mucho que se quiere. Una realidad de vida,  oportunidad de seducción, axioma puesto en práctica cada día y eso no aguanta mayores análisis. ¿Hay algo más parecido a la existencia que al boxeo?
No parece ironía mejorar la vida destrozando parte de ella. En un cuadrilátero se salvaguarda la libertad del individuo por procurar ser el mejor. Los accidentes y tentaciones en los que se puede caer son sólo el precio que paga quien ambiciona, porque la lucha no se limita al otro, el verdadero combate es el que libra cada pugilista con sus miedos, con las carencias que le fueron volviendo piedra los instintos. Este deporte, como ninguno otro, confronta el horror de ser poderoso a punta de golpes e inteligencia con la aplastante realidad de vagar como un desconocido. Carlos Monzón, la leyenda argentina y referente heroico de Don Héctor, mi padre, lo resumió todo: “Cuando comencé en el boxeo, no tenía botas, y entrenaba solo descalzo hasta que me dolían los pies, por las astillas clavadas en la piel en el piso de madera; eso es el boxeo, y con tal de boxear lo hago de cualquier manera y con quien me pongan en frente”.
Y no enfoco esta reflexión hacia boxeadores llenos de fama y medios de comunicación pisándoles los talones, esculcándoles la intimidad, buscándoles el quiebre. No escribo sobre Floyd Mayweather HBO, Óscar de la Hoya, el Golden Boy versión ridículo sueño americano logrado, ni de Marvin Hagler, el calvo dinamita, tampoco de Tommy Hearns y su fantástico afro semi caído, o del “canelo” Saúl Álvarez y sus demoledores golpes rojos peso wélter. No relato la vida de “Pambe” el ídolo de Andrés, con más vidas, contradicciones y situaciones neuróticas que un cimarrón fanático de degollar amos españoles. De quienes quiero contar algo es de aquellos hombres que con menos estrella mediática, por pocas monedas y mil desafíos, se suben a un tinglado para resguardar el honor y las cosas importantes en las que creen. Los verdaderos mártires en una historia plagada de intrepidez, excesos, traiciones y un silencio en extremo brutal cuando la ferocidad de nosotros, la plebe, es saciada.
“El paraíso es una jungla enmarcada con mierda”, me dijo, a propósito de esta columna, el ilustre boxeador aficionado en su juventud,  recalcitrante militante de izquierda, poeta esencial, el gran y desconocido Retador, Señor Don Florentino Borrás, amigo personal de este escribidor, relatando la sensación de estar parado en un ring esperando la campana para salir a dejar la piel. Y es así, por más pobre que sea una comarca, un par de minutos hacen la diferencia en el alma de un hombre que entrega el pellejo y reclama el del contrario buscando la atención del público, que excitado apuesta lo poco que tiene (sobre todo las esperanzas) en un par de bestias que desean atrapar una centésima de inmortalidad.
Los héroes son paridos en la derrota”, comenta el poeta Borrás, y continua desarrollando su punto: “Los que se arriesgan no tienen cartel, la mínima opción. De doscientos mil pendejos ávidos de triunfo sobresale uno, el más salvaje, el que más pelotas tiene, el que más aburrido está de comerse las sobras del banquete. Porque esa es otra cosa, muchos de los pretendientes se conforman con tomar trago, acostarse con una fulana y aparecer fotografiados en alguna revista como la tuya, Barrera, una que nadie lee…” Dice en medio de carcajadas.
“Pero ese orgullo de estar en el centro del universo es adictivo, sabes. Cada puño lo recibes con cariño, te enervas, te ciegas. Cada golpe es un seguro porque sabes que el próximo te va a doler menos, lo vas a aguantar. Por lo general el que pierde toma su mochila, los pocos pesos que le dan y se va de juerga con los que apostaron en su contra. En cambio el que gana empieza a soñar, a atormentarse, a ver Las Vegas, el Madison o Mónaco, demasiado cerca. Pero para llegar hasta allá no sólo tienes que ser superdotado, además, te tienen que creer;  eso es lo jodido. Yo conocí de trato a los hermanos Cardona, grandes campeones mundiales, creídos, unas “mulas” para dar “coñazos” y recibirlos. Su cuento era fundamental y sencillo: no tenían ataduras, eran carismáticos. A ellos se les notaba el hambre de ser, lo trasmitían, eso ya no se ve hoy. Ahora los boxeadores son modelitos, tienen la carita intacta, sus apoderados saben que un rostro limpio vende lo que sea. Como dijo no sé quién, desconfío de los boxeadores con la jeta deforme,  se nota que no paran un verraco golpe… Y hasta razón tiene”. 
Cuando le pregunté su opinión sobre las penurias económicas de muchos  de los boxeadores, famosos o no, me lanzó otro sermón: “En el caso de los que no sobresalimos te digo que uno no extraña lo que no ha tenido, te conformas porque sientes que llegaste a tu límite ganando veinte pleitos, perdiendo diez  en un pueblo o una liga departamental, o te das cuenta que eso no es lo tuyo, que tienes que alquilarte de obrero o de pronto estudiar. El problema es para los que llegan alto y ganan: se acostumbran a lo bueno, aparecen los carros lujosos, las mujeres caras, el trago fino, los presidentes, la gente que no los deja ni caminar…Ya sabes, se vuelven huevones, hipnotizados a los que se le llenan las tinieblas de leche. Cuando vuelven a entrenar para defender lo que consiguieron, les duele todo, todo les molesta y para no perder el negocio, los promotores les ponen “embuchados”, algún don nadie que quiere asegurarse un dinerito o un vago con ansias de fama y se confían. Vuelven a pelear rechonchos, arrogantes, les habla el diablo al oído, se embelesan con la fama y cuando empiezan a decirse “por qué no entrené, por qué trasnoche, por qué tantas vainas, van de culo para la lona, se les esfuma el espejismo que compraron sin protestar…”
“…Así es hermano, le pasan por encima a doscientos mil pendejos y se noquean ellos mismos. Eso sí que duele. Si eres “Mano de Piedra” Durán, vas y vuelves, ganas, pierdes, te engordas como un cerdo y unos meses después apareces como un dios griego a reclamar lo que te quitaron, pero ese hombre es único, otro enchape, poeta, es Baco y Apolo en una sola mente, tiene amor propio. Los demás agarran lo poco que les dejaron sus malas juntas y se devuelven a su tierra a ser deidades pequeñas que esperan que los malditos políticos les cumplan con la pensión que en una campaña les prometieron y los noticieros se acuerden de ellos cuando piden limosna en alguna calle de la costa… Es asqueroso”.
Florentino, en un acto de buen narrador, deja el tema ahí, sin más análisis para que mi cerebro pueda trabajar la historia y el influjo de las musas sea cambiado por trabajo honesto. Ahora le preocupa la métrica de uno de sus versos convulsos y fascinantes. Margot, su esposa, lo llama al celular y él sale disparado; ella es el único amo que reconoce este creador de caos. Pero yo sigo sacando conjeturas, envenenándome de historias con protagonistas sin rostro que forman un monstruo gigantesco cuando se unen. Todo lo narrado por Borrás, suma a la mitología, le pone el tono de patetismo necesario cuando se pretenden crear leyendas fundacionales. La falta de recursos no es pobreza, eso lo sé, pero como hace de falta esta palabra en un relato como este. Y niego colocarla porque el valor es para rebelarse y estos hombres en pequeña o gran medida lo hacen, le ponen la cara a los guantes  ajenos, al egoísmo y a la falta de fe, algo que por pudor estúpido o simples conformismos algunos desechamos y hasta de indigno lo clasificamos.
El boxeo es inocencia y ésta siempre será el objetivo perseguido por los ladrones que guían el mundo. La violencia es sólo una forma de decirle Ya basta a la imposición, y como en todos los aspectos de la vida unos logran más cosas que otros y lo hacen de frente, ante miles de ojos y por un breve espacio de tiempo  logran que su nombre sea coreado por gentes tan parecidas a ellos que asusta. Una apuesta fuerte hace la diferencia en una sociedad donde es más fácil quedarse callado y hacer espacio.
Las luces del bar se apagan y todo vuelve a ser lo que jamás ha dejado de ser pese a las cálidas palabras del amigo. Me dirijo a casa y pienso como titular esta reflexión. Un par de negros jóvenes y cuajados atraviesan la calle y un supuesto inevitable para el prejuicioso que habita en mí, cruza rápido la mente: “Por más ganas que le pusieras nunca le sacarías la madre a un gorila de estos, Borrás”. No puedo dejar de sonreír como un mentecato.  Inmediatamente borro la broma y entiendo lo que Florentino, quiso decirme todo el tiempo: que un boxeador honesto no se arruga, nunca subirá al ring teniendo la certeza de perder, así en el séptimo le machaquen la cabeza y la lona sea el destino temporal de un ángel caído.
Antes de entrar a la urbanización fumo un cigarrillo. A la imaginación se me vienen algunos combates épicos en honor a la lealtad: Florentino “Charalá” Borrás vs Rodrigo “Rocky” Valdez/ Javier “el loco” Barrera vs. Manny “Pac-Man” Pacquiao/Poetas Varados vs tecnócratas de porra… Bueno, creo que esos combates serían de pronóstico reservado y muchos besos al piso de la ambulancia… ¡Te quiero Stallone!
Bogotá, 03 de enero 2013

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