Semper simul,
Semper carmina.
LOS HÉROES SON PARIDOS EN LA DERROTA
(Un homenaje a los boxeadores con o sin
lustre)
POR: JAVIER BARRERA LUGO
La
histeria de la gente se queda clavada en la memoria de los golpes que se dan y
se reciben. La adrenalina, poderoso estimulante, invita a ir de frente al
peligro, a no esquivarlo sino a estrellarse a toda velocidad contra él,
guarecer vísceras y mentón, buscar el
espacio y lanzar puñetazos como una fiera ansiosa por obtener lo que las
circunstancias se empeñan en negar. Una pelea pareja es en esencia el encuentro
de dos necesidades, de dos talentos, dos preparaciones similares, que desnuda
más las falencias que los atributos, porque el boxeo es un deporte en el que se
cobran las debilidades sin importar el nombre, donde el hambre, entendida como
una fuerza primordial encaminada al logro, endurece el carácter y en muchos
casos pasa por encima de la técnica como factor
de desequilibrio.
El
que menos necesita pierde, el que menos sufre pierde, el que tiene grandes los
escrúpulos pierde. Un torbellino de sueños mutilados se aferra a la oportunidad
que en la mayoría de los casos no vuelve a presentarse. Es matarse y matar,
defender lo poco o mucho que se quiere. Una realidad de vida, oportunidad de seducción, axioma puesto en
práctica cada día y eso no aguanta mayores análisis. ¿Hay algo más parecido a
la existencia que al boxeo?
No
parece ironía mejorar la vida destrozando parte de ella. En un cuadrilátero se salvaguarda
la libertad del individuo por procurar ser el mejor. Los accidentes y
tentaciones en los que se puede caer son sólo el precio que paga quien
ambiciona, porque la lucha no se limita al otro, el verdadero combate es el que
libra cada pugilista con sus miedos, con las carencias que le fueron volviendo
piedra los instintos. Este deporte, como ninguno otro, confronta el horror de
ser poderoso a punta de golpes e inteligencia con la aplastante realidad de vagar
como un desconocido. Carlos Monzón, la leyenda argentina y referente heroico de
Don Héctor, mi padre, lo resumió todo: “Cuando
comencé en el boxeo, no tenía botas, y entrenaba solo descalzo hasta que me
dolían los pies, por las astillas clavadas en la piel en el piso de madera; eso
es el boxeo, y con tal de boxear lo hago de cualquier manera y con quien me
pongan en frente”.
Y no
enfoco esta reflexión hacia boxeadores llenos de fama y medios de comunicación
pisándoles los talones, esculcándoles la intimidad, buscándoles el quiebre. No escribo
sobre Floyd Mayweather HBO, Óscar de la Hoya, el Golden Boy versión ridículo sueño americano logrado, ni de Marvin Hagler,
el calvo dinamita, tampoco de Tommy Hearns y su fantástico afro semi caído, o
del “canelo” Saúl Álvarez y sus demoledores golpes rojos peso wélter. No relato
la vida de “Pambe” el ídolo de Andrés, con más vidas, contradicciones y
situaciones neuróticas que un cimarrón fanático de degollar amos españoles. De
quienes quiero contar algo es de aquellos hombres que con menos estrella
mediática, por pocas monedas y mil desafíos, se suben a un tinglado para resguardar
el honor y las cosas importantes en las que creen. Los verdaderos mártires en
una historia plagada de intrepidez, excesos, traiciones y un silencio en
extremo brutal cuando la ferocidad de nosotros, la plebe, es saciada.
“El paraíso es una jungla enmarcada con
mierda”, me dijo, a propósito de esta columna, el ilustre
boxeador aficionado en su juventud, recalcitrante militante de izquierda, poeta
esencial, el gran y desconocido Retador, Señor Don Florentino Borrás, amigo
personal de este escribidor, relatando la sensación de estar parado en un ring esperando
la campana para salir a dejar la piel. Y es así, por más pobre que sea una
comarca, un par de minutos hacen la diferencia en el alma de un hombre que
entrega el pellejo y reclama el del contrario buscando la atención del público,
que excitado apuesta lo poco que tiene (sobre todo las esperanzas) en un par de
bestias que desean atrapar una centésima de inmortalidad.
“Los héroes son paridos en la derrota”,
comenta el poeta Borrás, y continua desarrollando su punto: “Los que se arriesgan no tienen cartel, la
mínima opción. De doscientos mil pendejos ávidos de triunfo sobresale uno, el
más salvaje, el que más pelotas tiene, el que más aburrido está de comerse las
sobras del banquete. Porque esa es otra cosa, muchos de los pretendientes se
conforman con tomar trago, acostarse con una fulana y aparecer fotografiados en
alguna revista como la tuya, Barrera, una que nadie lee…” Dice en medio de
carcajadas.
“Pero ese orgullo de estar en el centro del
universo es adictivo, sabes. Cada puño lo recibes con cariño, te enervas, te
ciegas. Cada golpe es un seguro porque sabes que el próximo te va a doler
menos, lo vas a aguantar. Por lo general el que pierde toma su mochila, los
pocos pesos que le dan y se va de juerga con los que apostaron en su contra. En
cambio el que gana empieza a soñar, a atormentarse, a ver Las Vegas, el Madison
o Mónaco, demasiado cerca. Pero para llegar hasta allá no sólo tienes que ser
superdotado, además, te tienen que creer; eso es lo jodido. Yo conocí de trato a los
hermanos Cardona, grandes campeones mundiales, creídos, unas “mulas” para dar “coñazos”
y recibirlos. Su cuento era fundamental y sencillo: no tenían ataduras, eran
carismáticos. A ellos se les notaba el hambre de ser, lo trasmitían, eso ya no
se ve hoy. Ahora los boxeadores son modelitos, tienen la carita intacta, sus
apoderados saben que un rostro limpio vende lo que sea. Como dijo no sé quién,
desconfío de los boxeadores con la jeta deforme, se nota que no paran un verraco golpe… Y hasta
razón tiene”.
Cuando
le pregunté su opinión sobre las penurias económicas de muchos de los boxeadores, famosos o no, me lanzó otro
sermón: “En el caso de los que no
sobresalimos te digo que uno no extraña lo que no ha tenido, te conformas
porque sientes que llegaste a tu límite ganando veinte pleitos, perdiendo
diez en un pueblo o una liga
departamental, o te das cuenta que eso no es lo tuyo, que tienes que alquilarte
de obrero o de pronto estudiar. El problema es para los que llegan alto y
ganan: se acostumbran a lo bueno, aparecen los carros lujosos, las mujeres
caras, el trago fino, los presidentes, la gente que no los deja ni caminar…Ya
sabes, se vuelven huevones, hipnotizados a los que se le llenan las tinieblas
de leche. Cuando vuelven a entrenar para defender lo que consiguieron, les
duele todo, todo les molesta y para no perder el negocio, los promotores les
ponen “embuchados”, algún don nadie que quiere asegurarse un dinerito o un vago
con ansias de fama y se confían. Vuelven a pelear rechonchos, arrogantes, les
habla el diablo al oído, se embelesan con la fama y cuando empiezan a decirse
“por qué no entrené, por qué trasnoche, por qué tantas vainas, van de culo para
la lona, se les esfuma el espejismo que compraron sin protestar…”
“…Así es hermano, le pasan por encima a
doscientos mil pendejos y se noquean ellos mismos. Eso sí que duele. Si eres
“Mano de Piedra” Durán, vas y vuelves, ganas, pierdes, te engordas como un
cerdo y unos meses después apareces como un dios griego a reclamar lo que te
quitaron, pero ese hombre es único, otro enchape, poeta, es Baco y Apolo en una
sola mente, tiene amor propio. Los demás agarran lo poco que les dejaron sus
malas juntas y se devuelven a su tierra a ser deidades pequeñas que esperan que
los malditos políticos les cumplan con la pensión que en una campaña les prometieron
y los noticieros se acuerden de ellos cuando piden limosna en alguna calle de
la costa… Es asqueroso”.
Florentino,
en un acto de buen narrador, deja el tema ahí, sin más análisis para que mi
cerebro pueda trabajar la historia y el influjo de las musas sea cambiado por
trabajo honesto. Ahora le preocupa la métrica de uno de sus versos convulsos y
fascinantes. Margot, su esposa, lo llama al celular y él sale disparado; ella
es el único amo que reconoce este creador de caos. Pero yo sigo sacando
conjeturas, envenenándome de historias con protagonistas sin rostro que forman
un monstruo gigantesco cuando se unen. Todo lo narrado por Borrás, suma a la
mitología, le pone el tono de patetismo necesario cuando se pretenden crear leyendas
fundacionales. La falta de recursos no es pobreza, eso lo sé, pero como hace de
falta esta palabra en un relato como este. Y niego colocarla porque el valor es
para rebelarse y estos hombres en pequeña o gran medida lo hacen, le ponen la
cara a los guantes ajenos, al egoísmo y
a la falta de fe, algo que por pudor estúpido o simples conformismos algunos
desechamos y hasta de indigno lo clasificamos.
El
boxeo es inocencia y ésta siempre será el objetivo perseguido por los ladrones que
guían el mundo. La violencia es sólo una forma de decirle Ya basta a la
imposición, y como en todos los aspectos de la vida unos logran más cosas que
otros y lo hacen de frente, ante miles de ojos y por un breve espacio de
tiempo logran que su nombre sea coreado
por gentes tan parecidas a ellos que asusta. Una apuesta fuerte hace la
diferencia en una sociedad donde es más fácil quedarse callado y hacer espacio.
Las
luces del bar se apagan y todo vuelve a ser lo que jamás ha dejado de ser pese
a las cálidas palabras del amigo. Me dirijo a casa y pienso como titular esta
reflexión. Un par de negros jóvenes y cuajados atraviesan
la calle y un supuesto inevitable para el prejuicioso que habita en mí, cruza rápido
la mente: “Por más ganas que le pusieras nunca le sacarías la madre a un gorila
de estos, Borrás”. No puedo dejar de sonreír como un mentecato. Inmediatamente borro la broma y entiendo lo
que Florentino, quiso decirme todo el tiempo: que un boxeador honesto no se
arruga, nunca subirá al ring teniendo la certeza de perder, así en el séptimo le
machaquen la cabeza y la lona sea el destino temporal de un ángel caído.
Antes
de entrar a la urbanización fumo un cigarrillo. A la imaginación se me vienen
algunos combates épicos en honor a la lealtad: Florentino “Charalá” Borrás vs Rodrigo
“Rocky” Valdez/ Javier “el loco” Barrera vs. Manny “Pac-Man” Pacquiao/Poetas Varados
vs tecnócratas de porra… Bueno, creo que esos combates serían de pronóstico
reservado y muchos besos al piso de la ambulancia… ¡Te quiero Stallone!
Bogotá, 03 de enero 2013
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