SEMPER SIMUL, SEMPER CARMINA, CATA
¿EL ARCO ME QUEDA GRANDE?
(Historias
de los arqueros de la promoción 1991 del COLSES)
POR: JAVIER BARRERA LUGO
(Número
4 de la lista de alumnos)
La mitad de los 80, ese período fascinante plagado de inocencia, obsesiones y leyendas para quienes ahora cruzamos el umbral de los cuarenta años. Cuántas cosas para recordar: una lista selecta de niñas lindas a las que amamos desaforadamente en minitecas y fiestas de casa donde los más adelantados aprendieron a beber, fumar y besar, la invasión del merengue dominicano por parte de Don Juan Luis Guerra y sus 4:40, Jossie Esteban y su nefasta patrulla 15, el rock de Mateos, Charly García, Compañía Ilimitada y su éxito La calle, aquella canción cuyo estribillo pegajoso decía: “en la calle, algo bueno va pasar...”, y que pasó a ser: “en la calle, algo horrible va a explotar”, gracias a los actos demenciales de Pablo Escobar y su corte de matones a sueldo. Ese fue el entorno que aún se añora en silencio, el que el mundo de hoy tilda como “debilidad de marica” (porque según sus gestores es el lucro lo que importa) y muchos vemos como la necesaria oportunidad de evadirse en recuerdos vivificantes.
En 1986 junto a mi hermano Andrés,
ingresamos al Colegio Seminario Espíritu Santo de Suba para iniciar nuestra
formación media vocacional (bachillerato en castizo, “deformación”, en jerga de
la calle). Niños de Ciudad Jardín Norte, Suba y sus veredas, de los 200 Prados
(Jardín, Veraniego, Pinzón, Spring, etc) y hasta de Villa del Prado
(Cabiativa), iniciamos el conocimiento de la vida, construimos sueños, inventamos
la amistad a prueba de fuego, el amor, representado en esa noviecita que pagaba
mal y de la que muchos ahora somos buenos amigos, aprendimos que la literatura da
libertad, la música alivio; pero por encima de cualquier cosa, cimentamos el
honor de caminar el mundo como personas libres.
Mi co-equipero de Idiota Inútil, Fernando Vanegas, ya ha sacudido el avispero
en varios artículos con anécdotas de vida de muchos de nuestros compañeros y
amigos de promoción. Hoy, el homenaje es al fútbol y específicamente a los “legendarios”
arqueros de nuestra generación que con su “talento” a prueba de todo, llevaron a sus equipos de los campeonatos
internos y a la selección del COLSES
(infantil y junior) a victorias pírricas, empates desabridos y fracasos
monumentales gracias a
sus “gracias”, que aún hoy recordamos con altas dosis de mamagallismo.
Colombia siempre ha tenido grandes
hombres defendiendo la portería: Pedro Antonio Zape, Efraín “caimán” Sánchez,
Rene Higuita, Eduardo Niño, Farid Mondragón, Miguel Calero, Óscar Córdoba,
David Ospina, Juan Carlos Henao. El COLSES, en nuestra época, se preciaba de
tener las mejores gelatinas con guantes “defendiendo” su arco, adolescentes que
se hacían goles increíbles y al minuto sacaban balones que el mismísimo Gian
Luigi Buffon daría por perdidos. Igual, eso no era lo importante, eran íconos
insustituibles a los que la afición reclamaba como un rebaño de chivos
drogados. Si en esa época el mercadeo hubiese tenido el grado de desarrollo
actual, serían figuras a la altura de Iker Casillas, guardadas las proporciones
y pasándome de generoso.
Roger Alvarado, Helberth Rache, “el
gordo Granados”, Leonardo “mono” Miranda, titulares indiscutibles en sus
equipos de curso, la tenían cara peleando y perdiendo la titular con los
protagonistas de este escrito, guardametas que contaban con todo el andamiaje a
su favor: profesores amigos, compañeros que cargaban tambos, “amansalocos” y
revólveres descargados del abuelo para amedrentar a la competencia y su combo,
otra patota de camaradas “mamagallistas” que los imponían como pálidas
estrellas fugaces, y un amor propio, un ego descomunal que comparado con el de
los otros pretendientes los ponía en el top de la lista: ¡se creían la locura!
Giovanni Tibasosa “el gato”, Rafael
“el marrano” Cotrino y Gerardo “Carrabs” Motta, eran la tripleta de goleros
responsables de proteger las redes de los equipos del curso: Gerardo como
arquero de Racing y Giovanni de
Cavernícolis, una engendro de escuadra creada por “el negro” Arévalo. Del de
Rafa no recuerdo el nombre; pero siempre ganaban y “muendeaban” a sus rivales con
el pensamiento, la palabra, la obra y la poca omisión. Era una formación con
promedio de estatura de 1.90, 120 kilos y una fe en sí mismos que casi tumba el
telescopio espacial Hubble. Su crueldad es legendaria.
Capitanes y técnicos sabían que con
ellos en el arco se iba perdiendo uno a cero antes que el árbitro anunciara el
inicio del juego. Su falta de seguridad, de reflejos, de la mínima capacidad de
coordinación ojo-resto del cuerpo, los convertía en la peor amenaza para el
rendimiento de sus equipos y las selecciones. Ante un panorama tan oscuro, eran
los delanteros los llamados a salvar la nave del desastre, y ellos tampoco eran
el mesías anunciado en las escrituras del fútbol juvenil del colegio. Raúl
Motta debió hacer de tripas corazón para no enloquecerse con esa “inundación de
talento”. Y todavía preguntan por qué tenía úlcera…
Esta historia tiene unos
antecedentes que el lector merece conocer. En el COLSES, al mismo nivel de las letras
o las matemáticas, el fútbol tenía importancia suprema. Maestros entrando a la
edad que muchos tenemos hoy, se vestían de cortos para jugar el clásico de la
semana amigoniana: “Profesores versus Resto del Colegio”. Enrique Torres (¡Qué
le pasa, “granpendejo”!), Iván Lara (¡Quibo chino!), Manuel Buenaventura (A ver
el amigo…), Silvestre Rodriguez, Humberto Beltrán (maesstroo..), Carlos Efraín
Ruiz Suárez (la mosca), Leonardo Torres (prática), José Munca, Eliseo, Raúl
Motta, Guillermo Quijano (la nana), Orlando Damián (el sicoloco) y por supuesto,
Germán Solano (el gamín), conformaban una plantilla de lujo, que reforzada con
algunos “embuchados” proporcionados por los Terciarios Capuchinos, daban el
espectáculo más esperado por el alumnado cada octubre.
Eran partidos jugados al límite del reglamento
(ni profesores ni alumnos se arrugaban, daban zapato por parejo), cada rival
era objetivo militar, toda rencilla se arreglaba a través y gracias a los
taches de acero, a una patada bien dada en una pantorrilla sin canillera o un
codazo a traición en los tiros de esquina. Prueba de esta fogosidad en el juego
fue el brazo izquierdo de Germán Solano, a quien Gacha, el hermano mayor de
Walter, se lo fracturó tras una entrada al “bulto” y con toda la intención de hacer
doler. El yeso fue, en esa época, un símbolo de venganza para los alumnos que
vivíamos el régimen draconiano del prefecto de disciplina con estoicismo de rufián.
Hoy, creo que ninguno de nosotros deja de agradecer el esfuerzo del profe
Germán, quien puso su grano de arena para que lográramos ser hombres de bien.
El fútbol era la segunda religión en
el COLSES. Hasta el Padre Camilo Tobón, como cualquier barrista de corazón,
presenciaba y apoyaba la realización de los encuentros. Su rectoría parecía la
DIMAYOR, allí se limaban asperezas, se hacía la paz tras una riña propia del
juego y hasta se fraguaba la polla del mundial de fútbol que el viejo sabio
administraba con honradez. Era un entorno bacano en el que cada quien asumía su
rol con tenacidad, con verdadero amor. Los defensas afilábamos los taches, los
delanteros se ponían doble canillera, los mediocampistas rezaban para que el
talento se les viera, los arqueros... ¡Ay, Dios…! ¡Los arqueros! Hincados, le
pedían a su santo favorito que el gol bobo no apareciera tan seguido.
El final de la jornada escolar, en
época de campeonato, era un acontecimiento sagrado. Los jugadores nos
cambiábamos a velocidad de “raponero”, las barras listas y en posición,
observaban atentas sí había algún posible malentendido para arreglar con los
contrarios a golpes cuando el central decretara el tiempo cumplido. Los
árbitros (Parrita, Cotrino cuando no jugaba, Mauricio Cercado, el ahora propietario
de New Soccer) con la seguridad de un viaje en SITP, daban la bienvenida a las ansias
de grandeza, las lesiones que acababan carreras sin empezar (¿por qué creen que
a Lucho Mendez le dicen Robocop?), a los marcadores abultados, los 16-14 / 12-1
/ 6-6 / a los 14-8 que siempre se presentaban. No recuerdo un 0-0.
De estos torneos se nutrían las
gloriosas selecciones del COLSES (uniforme: camiseta verde con franja
horizontal roja, pantaloneta blanca, medias rojas. La ropa se heredaba año a
año. -Raúl Motta, al final del curso, no firmaba paz y salvo si algún
integrante del máximo equipo no devolvía lavada y planchada la implementación-).
La cancha del colegio, pelada, ondulante, una ciénaga caribe en invierno y en
verano un filón de polvo, era Old Trafford, nuestro Teatro de los sueños, donde se conservó el invicto en
intercolegiados a las buenas o a las patadas. La selección era la cara
orgullosa de la comunidad amigoniana ante el mundo, siempre apoyada por la
hinchada, salvo si jugaba de visitante; tocaba ir hasta el carajo para
acompañarlos y no había plata para los buses… En esas ocasiones sí estaban
solos.
Peñuela, Lucumí, Piñeros, “Garrincha”,
Elkin, El “gato” Buitrago, eran ídolos del equipo; pero una vez desaparecieron
del espectro (se graduaron, los echaron, se fueron, dejaron a la novia en
embarazo y les toco “echar rusa”) el turno le tocó a nuestros compañeros de
curso. Apareció el recambio: Fernando Ramirez, Andrés Barrera (el mejor si me
lo preguntan), Fabio Cardozo, El “Cabezón” Andrés Corredor, Óscar “Scooby”
Páez, “Chucho” Gaviria, Carlos Julio
“Toché” Corredor y una decena de muchachos emergieron como la nueva camada que
tomaba las banderas del cambio, la ilusión: ganar los intercolegiados región
Bogotá por primera vez.
Como selección organizada y de
respeto, se convocaron tres arqueros, tres fortines de la portería, que
“coincidencialmente” y gracias a las “buenas relaciones” con el seleccionador,
eran de nuestro curso: Tibasosa, Motta y Cotrino (los dirigentes de FIFA copiaron
el modelo y miren cómo andan por estos días). A Rojas, arquero de otro curso,
un hombre que lloraba mucho porque era “nervioso”, lo sacaron de taquito. Los
nuestros estaban volando.
No recuerdo mucho el desarrollo de
los partidos en la fase de grupos; aunque sí el resultado final del campeonato:
no se clasificó al cuadrangular final. Otro fracaso. Pero la fase de
preparación para el reto, en la que se escogería al arquero titular para
enfrentar el torneo, fue lo mejor de aquel proceso. Para nadie fue secreto que
Rafa sería el 1, era el menos malo. Jugó en el Olaya, era el consentido de Raúl
Motta, atarban de postín que no jugaba con los pies, bajo de estatura, se
“encandelillaba”, según sus palabras, cuando salía a cortar centros y dejaba
vivo el balón para que los delanteros rivales marcaran a placer. Lo que llenó
de morbo al camerino y la hinchada fue la lucha por la suplencia.
Motta, barranquillero, inventor del
“diezzz… diezzz… diiiezzz”, que tantos “admiradores” le hizo ganar entre sus
compañeros que reprobaban álgebra, era
una copia al carbón del gran Hugo Orlando Gatti, titular en Boca por 10 años,
aunque sólo en lo físico. Sus condiciones: sacaba mal, salía mal, ayudaba a
descuadrar la defensa, la estrategia la
dejaba en el ajedrez, en el campo de juego se le nublaba la mente; pero era
jodón, buena gente, se le metía a los balones divididos con la entereza de
quien sabe que todo está perdido y persevera. Sus señas particulares: tenis Fastrack blancos, pelo desarreglado y
una balaca rojo sangre que fijo, se colocaba en honor al Junior de su tierra. Un
atleta de cartulina que descrestaba por su falta de motricidad gruesa.
El segundo postulante: Tiba, el
legendario “Gato” Tibasosa. Un portento de desubicación. Sus reflejos de felino
disecado le sacaron canas a más de un técnico. Si se regalaba un balón y nos
metían un gol, todos sabíamos que era gracias a su “talento”. Portero de
carácter, eso sí, más de una vez le arreó la madre a cuanto árbitro y rival se
le metió por el camino, aunque para su desgracia, nunca le hicieron el favor de
cuadrarle la cara de un golpe. Su personalidad en la cancha, semejante a la de
Chilavert, rayaba en el trastorno esquizoide de la personalidad. Sus señas
particulares: guayos marca copa (imaginen la calidad) que tenían
unos tachecitos de goma que parecía fideos, sudadera gris, un buzo anaranjado
acolchado en el pecho, un acné bárbaro. Era una montaña de humo sin músculos.
La lucha por la suplencia terminó de
facto. Raúl Motta jamás definió la cuestión porque sabía que al titular no lo
sacaba así se le fracturaran las manos. Cotrino atajó en todos los partidos,
todos los minutos, hasta los tortuosos segundos de la eliminación. “¡Rafa es
una güeva!” Ese fue el estribillo que al unísono le cantamos los de la barra al
“marrano”, cuando nos sacaron por enésima vez de un torneo gracias a su trabajo
bajo los tres palos. El arco del COLSES siempre estuvo resguardado por la
Divina Providencia y la Virgen de los Dolores; aun siendo agnóstico reconozco
esa verdad. Si hubiera sido sólo por las “virtudes” de Cotrino, Motta y Tiba, la
historia sería peor.
“Tocó esperar para la otra”, dijo un apaleado
Raúl, tras el descalabro del equipo que dirigía. La amargura duró poco, aunque los
reproches siguen vivos, prueba de ello es este escrito. ¡Nos rompieron el
corazón, muchachos! Lo único que hizo bajar la espuma del chocolate amargo de
la derrota fue que el fin de semana
siguiente hubo fiesta en la casa de Fernando Ramírez con las niñas del
Instituto, así que la testosterona cambió de objetivo…
Próximos a graduarnos, la selección
se volvió recuerdo funesto para muchos. Los ídolos colgaron los guayos. Una
nueva generación pedía pista: Alejo Barrera, Juan Pablo Congote, Alex Pulido,
Mauricio Cercado, Medellín, un puñado de infantes a quienes apenas les comenzaba
a salir bozo, se tomaron por asalto un terreno de gloria que fue desperdiciado
por la promoción 91. Altaneros, prometieron títulos, pundonor deportivo,
orgullo a raudales… Dos años después salieron con el “mismo chorro de babas”, eliminación
en primera ronda.
La vida en el colegio llegó a su
fin. Nunca volví a ver
tapar tan mal a nadie: Cotrino, Tibasosa y Motta, dejaron la vara muy alta. De
los futuros Willington Ortiz, Valderrama y compañía, quedaron un grupo de
bohemios, de profesionales, de trabajadores y rebeldes, de padres de familia, unos
tipos que pelean la vida y se reúnen de vez en cuando para ser los adolescentes
que crecieron juntos y aman a su noble claustro grandioso, ese templo santo de
ciencia y virtud al que se le cantaron en su nombre cientos de derrotas
deportivas y muchos triunfos de vida. ¡Que viva el fútbol, la amistad, el
Colegio Seminario Espíritu Santo, la época feliz!
Agradecimientos y saludos fraternos a:
R.P. Samuel Camilo Tobón Betancur
(Q.E.P.D.). A las señoras: Graciela
Barreto, Esperanza Ramos, Amparo Rodríguez, Martha Diaz, Martha Parra, Inés de
García (Inesita), Darcy García, Miriam Castellanos, Rosario Rojas. A los señores: Germán Solano, Carlos
Efraín Ruiz Suárez, Henry Ríos, Iván Lara, Raúl Motta, Humberto Beltrán,
Orlando Damián, Enrique Torres, José Munca, Leonardo Torres, Silvestre
Rodríguez, Eliseo (no recuerdo su apellido), Guillermo Quijano, Manuel Buenaventura.
A los compañeros y amigos: Raúl
Arévalo (Rapero), Jorge “negro” Arévalo, Andrés Barrera (BLA), a los hermanos
Javier y César (palomo) Martinez Becerra (Los Becerrita), Ángel Rivelino
Becerra (Rivelo), Carlos Andrés “Cabezón” Corredor, Carlos Julio Corredor
(Toché), Óscar Páez (Scooby), Andrés Mendez, Javier Díaz Espinosa (El mono),
Óscar Javier Cabiativa (Cabia), Juan Carlos Devia, Gerardo Muñoz (moños),
Freddy Moreno, Guillermo Quintero, Ángel Torres, Ítalo Javier Eduardo Ríos, mi
padrino Fernando Vanegas Moreno (Gafas), George Rafael Zerda, Gerardo Motta,
John Piracún, Ernesto Jimenez (Vico), Luis Antonio Mendez Vega (Lucho-Robocop),
Carlos Eduardo Rodríguez (Casallas-el gordo), Pedro Pastrán (Pepe), “Negro”
Rojas, Alexander Sánchez (Pirulo), Giovanni Tibasosa (El negro), Vladimir
Rincón (Vlaky), Victor de Jesús Gaviria (Chucho), Jorge Enrique Bonilla
(campanas), Joaquín Fernández (conejo), Rafael Cotrino (marrano), Fabio Ricardo
Cardozo, Juan Pablo Pachón, Héctor Garzón, Alfredo Betancur (mi vecino-el
capo), “su reverencia” el padre Jaime Iván Sánchez (Guillo), Fernando Ramírez
(chiquilladas), Wilson Pinto (Topin), Juan Carlos Suárez (vaquero boyacense), Hamilton
López, Willington Cucunubá (embale Cucunubá), Rosmiolimpo (Romito), Joaquín
Martínez (el negro), Alejandro Barrera (Alejo), José Casallas (ex alumno
honorario), Alex Pulido, Reinaldo Guerrero, los hermanos Congote, Edwin Barreto
(Mico), Ricardo Forero (papayuela), a los que omito por escasez de memoria, no
por falta de corazón, a todos y cada uno
de los integrantes de la gran familia Colegio
Seminario Espíritu Santo de Suba, COLSES.
CRÓNICA
SOBRE LOS GOLPES
Por
Fernando Vanegas Moreno
La alarma del reloj, hoy no
es tan tediosa e inoportuna como siempre, son las 4 AM, y aunque la ansiedad no
me ha dejado dormir, ese ruidito repetitivo y agudo me indica que debo
levantarme, que me espera un reto enorme y que los miedos no son excusa en ese
momento. Cuenta la leyenda que el café, esta mañana no tiene el mismo sabor, es
más fuerte que de costumbre, las botas me quedan holgadas y el beso de “La
Mona” al despedirme, guarda todo el amor y los buenos deseos que su alma
transparente puede regalarme ante lo que se aproxima…, un “buena suerte, sé que
te va a ir bien”, son, junto a mi maletín de fatiga, la compañía más grata al
salir hacia la incertidumbre.
Hoy esperaba que los
trancones propios de la ciudad, me permitieran en el trayecto sosegarme un
poco, pero al parecer, todo está dado…, un recorrido que por lo general es de
una hora, hoy lo cubro en 20 minutos, y así, a las 7AM en punto, me encuentro
en el escenario del enfrentamiento más tenaz para cualquier ser humano:
vencerse a sí mismo. Ya no hay tiempo para quejas, ni lugar para
arrepentimientos, para esto me he preparado por más de un año, solo espero que
las lesiones no estén en la orden del día, y que mis compañeros más jóvenes y de
mayor nivel se ausenten y no acudan a la cita con el “abuelo”, como suelen
decirme; será más fácil, así pienso, pero me equivoco.
Un calentamiento suave
tratando de recordar todo lo visto en 13 meses, despejar la mente para tratar
de convencerme que “si puedo”, y que venga lo que venga, el reto será cumplido.
Me siento un momento y entro en estado contemplativo, orando y apegándome a mis
creencias más fuertes, continuo mi rutina…, en la distancia, veo acercarse a
uno de mis mayores miedos, Mario, uno a los que imagine y quise lejos este día,
excelente compañero, mejor peleador; menos, mucha menos edad, deportista por
naturaleza, de entrenamiento diario, preparado en “Muay Thai” en Europa y un verdadero peligro con las piernas, en
fin, ya está ahí después de cuatro meses de ausencia y obvio, lo saludo como se
saludan los grandes amigos, con ofensas: “usted
es mucho perro, ¿no viene en cuatro meses, pero el día de mi examen de ascenso
si aparece?, claro, quieren matar al anciano”, le digo, y solo una sonrisa
es su respuesta (afortunadamente para mí, Eldar, Jorge, Edison , Daniel, David
y otro séquito de excelencia no asisten, respiro profundo).
7:30 de la mañana, aparece
nuestro instructor en jefe, Daniel Santos, viene sonriente, mal augurio, la
exigencia va ser total. Saludo cordial y a trotar por todo el parque
metropolitano Simón Bolívar, esto hasta ahora empieza, me digo, y me hundo en
las palabras de Mario, en los paisajes del sitio y en el resto de personas que
a esa hora practica o intentan realizar algún deporte.
Volvemos al sitio de
partida, Marina ya está presente. Su condición de fémina no la hace menos
peligrosa que los demás, al contrario, es de más cuidado…, experta en golpear
testículos y abrirse paso a dentelladas, es, fuera de entrenamiento, amiga leal
y mejor compañera, su presencia me complica más las cosas, no importa, ya no
puedo dar reversa. Empieza la fiesta, golpes vienen y van (en tres años, me he
lesionado varias veces, costillas hundidas, manos y rodillas dislocadas, una
que otra cortada; normal, nada que el tiempo y un poco de cuidado no curen), poco
a poco, practicantes recién ingresados van copando el sitio, y mientras Daniel
les da indicaciones, yo voy quemando energía, sintiendo más presión y
transpirando más de lo acostumbrado (claro que yo sudo comiéndome un helado, lo
confieso), los ojos de mi instructor, y a pesar de estar en varios lados, no se
despegan de mí, me evalúa cada movimiento, me corrige en la marcha, me exige
cada vez más.
Debo parar un momento, estoy
combatiendo contra dos personas y, contrario a lo que piensa el profe, no paro
por agotamiento o por estar recibiendo demasiados golpes, no, me detengo pues
siento que impacté muy duro en la cara a Mario, y esa no es la intención del
entrenamiento, y en este caso de mi exámen. Mi esposa, mi adorado “Monacho”,
siempre me cuestiona sobre el motivo por el cual practico Krav Maga, se le hace
demasiado violento para una persona que se prometió hace más de 20 años no
ejercer ningún tipo de violencia, “a ti te gusta que te peguen”, dice, y yo
solo puedo responder con la frase más cliché que conozco en este tema: “es
mejor tener las herramientas y no usarlas, que necesitarlas y no tenerlas”,
dicho esto, doy por terminada la conversación, me siento más sabio que el señor Miyagi, doy media vuelta y me
voy.
La verdad, al comienzo,
asistía por acondicionamiento físico…, un cuarentón, fumador fuerte, cuyo
deporte extremo era tomar tinto, y con un sobrepeso de 15 kilos, necesitaba
algo de deporte para no dejar, o mejor, para no permitir que la máquina dejara
de funcionar por descuido; pudo ser el atletismo pero no me gusta correr, pudo
ser el baloncesto, pero salta más un Alka-Seltzer entre un yogurt, en fin,
por necesidad y curiosidad llegue al Krav Maga, y me quedé. Hoy la motivación
es otra, es la interrelación tan bonita que existe con los muchachos y niñas
que me acompañan en esta aventura, es el poder aprender de ellos y regalarles
algo de mí, ese es mi motivo actual, sin mayor pretensión o exigencia, no busco
ser instructor, o permitirme licencias güevonas como creerme más que alguien,
no pienso cambiar mi voto de no violencia y salir a darme en la cara con el
primer “ñero” que encuentre, si algo he aprendido, si algo me ha dejado este
cuento, es que la prevención y la inteligencia, nos pueden alejar de muchos
peligros y dificultades, es nuestra base, y nuestra norma, “si sabe que por ese
sector atracan, pues no se meta por ahí”, fácil y sencillo, en fin, estaba
hablándoles de vacas y termine evocando a Blanca Nieves. Retomo.
Ya estoy en el punto de
agotamiento extremo, son las 11:30, llevo cuatro horas de evaluación y no tengo
mucho que ofrecer, Mario ya se ha marchado, pero el profe convoca a los demás
compañeros a que “colaboren” conmigo en esta prueba, eso significa, que ya no
tendré dos personas encima, ahora serán cuatro o cinco, y aunque principiantes,
no tengo fuerza y eso, eso es para ellos tener un saco de arena que camina, hago
acopio de fuerza y algunas técnicas de entrenamiento mental vistas con
anterioridad, eso me permite seguir de pie, ya sin aliento, pero guerreando,
estoy recibiendo de todo, por momentos me desespero y golpeo con fuerza a los
chicos, Daniel me baja la intensión, combinando, este tipo de presión, con
respiros momentáneos para observar técnicas específicas y obvio, con tandas no
muy agradables de abdominales, sentadillas y flexiones de brazos, en mi
interior puteo mil veces mi hábito de fumar.., debí empezar hace muchos años a
entrenar, me afirmo; recuerdo a mi mamá, a mi esposa…, pienso ya no de manera
tan grata en los que me están “abusando”, tomo aire y continuo resistiendo, en
algún momento tendrá que acabar esto, nada es eterno, Daniel hace una señal con
las manos…., todo termina.
1:30 PM, seis horas después
de comenzar, ha culminado el castigo, la prueba, el exámen, la evaluación,
cualquier sinónimo que le dé, no le va quitar lo pesado al esfuerzo, en el
ambiente se respira expectativa, fueron varias las correcciones, además que no
siempre se pasa: hay grandes practicantes que presentaron hasta tres veces su prueba
de ascenso para nivel 1 y no lo lograron, yo, estoy para nivel 2 y la verdad me
doy por bien servido al haber terminado sin rendirme y sin lesiones, el Profe
tiene la última palabra…., como buen conversador, dilata el veredicto, habla de
muchas cosas, hace un llamado a próximos eventos, a la disciplina y
constancia…, algo en su discurso me da a entender que fue una “prueba NO
superada”. Ya tranquilo me digo que “otra vez será”, que hay que entrenar más
duro y que siempre habrá una circunstancia por superar, tomo aire y espero con
paciencia una posible negativa, tengo hambre y quiero salir ya de eso,
desespero propio de la falta de energía.
Por fin me llama frente al
grupo, me felicita y en nombre de “KMG Global”, me da la bienvenida al nivel
P3, prueba superada, el corazón palpita muy rápido, estoy feliz, doy gracias a Dios,
a la vida, a los compañeros, a mi esposa, al instructor, a Marina, a Mario, al
señor de los helados, al árbol, al perro…, estoy tan satisfecho que le
agradezco a todo. La vida, es algo más que “nacer, crecer, reproducirse y
morir”, siempre habrá nuevos retos, nuevas expectativas, la fiesta no puede
acabar antes de que yo no haya bailado,
el retorno a casa me espera con la satisfacción del deber cumplido, Marysol
estará esperando con confianza y un “te lo dije”, la noticia que ella intuía
desde siempre, su Fe en mí es inquebrantable: sí, soy un P3.
En un año, si Dios lo
permite, de nuevo el café sabrá más amargo, la ansiedad tal vez no me dejará
dormir, La Mona me dará su mejor beso, el transporte estará excelente, Daniel
será aún más exigente, y la vida seguirá siendo amable, en un año, el “abuelo”
será más abuelo, mientras los niños, van a ser siempre niños.
Me retiro, ya terminó el
esfuerzo; me reconcilio con el señor Marlboro, fumo como si fuera el primero en
mi vida, con pasión y ganas…, me voy. En un año lo puteare de nuevo.
Histeria de Kauil
Histeria de Kauil
Semper Simul Semper Carmina, Cata
NO
OLVIDAR ES MI MANDAMIENTO
POR: JAVIER BARRERA LUGO
“Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se
contenta con haberla perdido.”
Pablo Neruda.
Ella es ese lugar del planeta donde las influencias nefastas de la sociedad
no son capaces de perseguirme. Ella,
Catalina, Mi Filipina, desde el primer
momento que la vi, se volvió el espacio de paz indicado para un espíritu
ensimismado que temía a las sombras que él mismo creó. Sus ojos, su rostro, su
carisma a prueba de cualquier mala actitud, llenaron de gozo los eternos grises
de mi jaula literaria. Puede decirse que por culpa de Cata, tuve que aprender a
escribir con optimismo en el corazón, la crudeza quedó para los textos ansiosos
que permanecen amontonados en una gaveta, para las “tomatas” con los amigos o
los partidos del cardenal. Gracias a esa dama onírica fui un espíritu emancipado
que amó los parámetros impuestos por su lógica, las llegadas temprano los
viernes para “envenenarla” con mis pastas y salsas de paquete. Con ella,
amigo, viví el amor de verdad, sin
estupideces, totalmente libre y eso no me lo quitará nadie.
Un mañana de octubre sucio todo eso acabó, se empañó la felicidad, el
futuro comenzó a estar más extraviado que siempre, mis hijos, los viajes, la
estabilidad, la pasión, todo lo que soñamos, la inocencia, gran parte de lo que fui, terminó sepultado
en el norte de la ciudad, por lo menos es lo que siento desde aquel domingo que
no podría volver a vivir otra vez. Ha pasado tiempo y algunos de los que
tuvieron el privilegio de conocerla la habrán borrado ya de su cotidianidad. Lo
dijo el Nobel: “La muerte empieza cuando somos olvidados” y yo jamás podré relegar
a Catalina, mi Filipina, y sólo porque sé que si intercambiáramos lugares, ella
tampoco lo haría. Así de fuerte es nuestro asunto, nuestro karma, nuestra existencia.
Este texto no está cargado de tristeza, ésta existe, ronda ciertas líneas,
late furiosa y achicharra, pero ya hicimos un pacto para que no me destruya de
un solo envión. Quiero resaltar cómo las acciones de las personas esenciales
nos cambian la vida, nos vuelven fieles y felices de serlo, someten lo primario
que controla esa estría de apetencias que nos bifurca el camino y convencen a
ese yo que se esconde por prudencia para lograr lo que en anhelos se vuelve
conversación propicia para cantinas a media luz cuando no confiamos. Cata logró
eso, me movió cabeza, cuerpo y corazón, me hizo fuerte, mucho más
independiente, siempre estuvo para mí cuando la necesité y eso no lo ha hecho
nadie jamás, salvo mis viejos.
Por eso celebro lo que viví y me da, no lo que ya no tengo. Sigo
recorriendo el camino trazado por los astros, lanzo dentelladas frenéticas
sobre las cosas edificantes que el mundo tiene a bien proveerme, atardeceres,
la mar, Doña Tere, el compromiso sagrado
de ir a Cuba para gritarles nuestras verdades a los dioses mediocres que todo
creen saberlo. Mi Filipina, Doña Vulcano, es una presencia constate que no me
deja renunciar por difíciles que sean los sucesos que se presenten. Muchos
dicen que las cosas pasan porque debemos aprender algo, que debemos aceptar los
designios de dios, que hay que superar los malos momentos… Agradezco esas
frases de buena fe, sé que tienen esa connotación, pero ya no estoy en posición
de hacerle caso a nadie. Su ausencia es una cortada en la cara que no
cicatriza, nunca será así, vivo este dogma porque tengo la certeza que la
volveré a ver, a estar con ella recuperando lo que es imposible dejar de ser.
Dos años marcan la etapa feliz de lo que germinó. Sólo gratitud para ti, “La Música que Serás”, te agradezco la confianza
en lo que quiero, en mis palabras sueltas, los poemas, la radicalidad de mis
escritos. Eres culpable de lo bueno que tengo en el pecho, jamás morirás
mientras respire, esa no es una promesa, es un hermoso mandamiento que cumplo
todos los días. Gracias por hacerme una mejor persona, Filipina de mi alma. ¡Gracias
por ti!
LA BOLA DE CRISTAL
Por: ESTEBAN ESPITIA
ESTEBAN
ESPITIA Nació en Cali, Valle del Cauca, el día 19 de Agosto de 1993. Se graduó
de bachiller del Colegio Santo Tomas de Aquino en el año 2010. Es estudiante de
Publicidad Profesional, cursa su Diplomado en 'Conceptualización estratégica de
comunicación' en la Corporación Universitaria Unitec. Ha participado en
diversos concursos literarios, entre ellos la antología de micro-relatos ‘Pluma
Tinta y Papel’ en el cual fue publicado uno de sus relatos. Amante apasionado
del arte, el deporte y la vida. La filosofía, es su doctrina preferida y la
fotografía, la música, la literatura, el fútbol y el ejercicio, conforman sus
actividades favoritas. Le encanta escribir, leer, dibujar, e interpretar el
piano.
Alguna de esas
noches alucinantes, mientras regresaba ebrio de un lugar recóndito, tropecé y
caí sobre un monje de barbas blancas y ojos grises en una calle desolada. Yo
vivía solo y no sentía miedo, pues no tenía mucho que perder, así que le invité
a la casa.
Su cabeza
sangraba, y de sus manos se podía leer el misterio que inspiraba, aquella
historia que supongo nadie me creerá, pero al fin y al cabo, ¡qué interesa! Es
un relato más.
"Cuando
solía ser joven y saludable, no era un niño, entonces me faltaba imaginación.
Dejé de soñar. Mi familia no me dejó solo, fui yo quien se marchó.
No dormí, no descansé un segundo en aquella aventura. ¿Cómo iba a
perderme semejante osadía? La verdad fue que sin perdérmela, me perdí.
Fue demasiado extraño el hecho de poder respirar bajo el agua y más aún,
el de encontrar una deleznable ciénaga tan honda.
Esa tarde
llovía, de acuerdo a la lógica del clima invernal, la ciudad debía inundarse
debido al diluvio. No volví a casa, pero había regresado a mi antiguo hogar.
Espeluznantes criaturas hallé debajo de aquella pequeña laguna, miedos
profundos erizaban mi piel, las olas traslucidas eran espejismos, a través de los
cuales veía mis vetustas escamas.
Me convertí en
un espécimen terrorífico, podía nadar en el oasis a una velocidad inimaginable.
Mientras más descendía, encontraba nuevas razas de peces, nuevos seres y
especies modificadas por el efecto de una radiación más peligrosa que la
nuclear, una energía volcánica que emergía de las profundidades más abismales y
lúgubres.
En cada
siguiente nivel, los organismos se perfeccionaban, los cuerpos se hacían más fuertes,
era como un videojuego. ¡Cuántos entes raros no me figuro destruir! Ya no era
un hombre, era un brutal asesino, un guerrero, uno de esos villanos tenaces, un
héroe inmenso.
Empecé a creer
en los mitos y las leyendas de los gigantescos engendros: El Leviatán, El Kraken, El Monstruo
del Lago Ness; pero esas banales historias, ni se le parecían. ¿Cómo
podrían ellos llegar hasta la tierra? – me pregunté, ni a la superficie
siquiera. Pensé entonces, que en algo se habían basado para inventarlas,
quizás visiones, o lo que yo tuve, que era de hecho tan verdadera que parecía
una grotesca fantasía, una sublime pesadilla.
Me hacía más
grande en la medida en que mis oponentes eran voluminosos. Todo el
entorno iba a mi favor, así fuera yo contra la corriente, como si mi organismo
se adaptara inmediatamente al medio, una evolución inminente, como la
devastación que se presentaba.
Pronto iba a
cesar la violencia, porque los poderes de todos comenzaban a ser nivelados.
Pude ver al fin como mi esencia era igualada a la de los Dioses Majestuosos, ya
no existían esos horripilantes endriagos.
Resultó entonces
un aburrido lugar, ya no quería ir ni al infierno y ya estaba cansado del
paraíso; pensé en excavar, pero la arena era demasiado férrea. Debía encontrar
ese valle donde la tierra me enterrara y me absorbiera al punto de hacer parte
de ella. Esperaba entonces ser sembrado por el Dios del fango. Necesitaba
ensuciarme, ya estaba demasiado limpio, tanto que mi existencia carecía de
diversión. Nunca entendí porque los dioses no quisieron escapar conmigo.
Jamás encontré
aquella región en la cual me sería posible huir de la hostil ostentación que me
pertenecía, aquella petulancia de los Dioses, menos del hastío que embargaba mi
soledad, aquella necedad del nihilismo inconsciente. Siempre quise seguir
el instinto de mi obstinación. Así que intenté superarles, pero también fue en
vano; el hecho de haberles alcanzado, ya era en sí una gran hazaña.
A veces los
Dioses cargaban una gran esfera
de vidrio (vulnerable a la furia del gran mago encolerizado por la
insensatez de los risueños Dioses) en la cual veían cómo la
humanidad demacrada se aniquilaba entre sí, con las armas que le sobrepasaban.
Sentían envidia
por no ejercer voluntad, ni profesar el poder; tenían fuerzas, pero de nada les
servía. Entonces discutían sin palabras ni gestos, solo miradas amenazantes que
hechizaban a los más débiles, pero cuyas brujerías eran apariencias superfluas
y encantos efímeros, nada de ellos era eterno, únicamente ellos y la apatía de
aquel mundo.
Me fueron dados
por el habitad nuevos
oídos para la supervivencia y para comprender el nuevo lenguaje. Era una
música asimétrica, nada común, compuesta por micro-tonalidades, diminutos sonidos
casi imperceptibles, agudos estruendos, rozando la gravedad de lo radical.
Era un invento
de los Dioses matemáticos, en un mundo repleto de dimensiones imposibles de
describir, un lugar plural, un multiverso,
un océano de soles, una
galaxia encerrada en un recinto de cráteres y desiertos húmedos.
Poco a poco fui
hallando mis propias esferas,
entonces practicaba el lenguaje en soledad. Aquellas resonancias evocaban mi
vida de hombre, cuando aprendí a interpretar ese instrumento llamado Theremin. El viento también
cantaba en un idioma diferente, universal y tirano.
Me acariciaron
los jardines fastuosos, y el éxtasis del aroma de cada arbusto, escuchaba los
colores del caballero de la
noche que junto al roció de
la luna, respiraban aires de intensos arreboles. Las Auroras Boreales eran nubes que danzaban por doquier, adornando
el océano blanco y helado.
El universo se
compaginaba como una orquesta declamando la sinfonía de la inmensidad, la
armonía de los horizontes magnificentes. Aquel último instante en el que
aprendí a observarlo todo con gran detalle, fue cuando perdí la conciencia,
terminó la fascinación, rompí en delirio y me fugué del misticismo”.
Desperté en el
asfalto de la misma calle que estaba desamparada, mis audífonos aún servían,
pero la colección de obras de Bach había finalizado, el ambiente estaba
colmado de sirenas ambulantes.
El desperdicio
de sangré fue alarmante, hubiera preferido que me hubiesen dejado allí tendido.
Pero al final de la noche, terminé en casa de un anciano psiquiatra que trataba
de adivinar mi enfermedad examinando una bola
de cristal. El efecto de mi medicamento, había culminado al fin.
SOBRE AQUELLOS QUE RECORREN LAS
ESTRELLAS
Por: Javier Barrera Lugo
Dedicado a los armeritas, sus
familias y sus sueños de reencuentro.
A mi mamá, Teresa Lugo.
Sandra, Yaneth y
Leonardo Díaz, los niños que aparecen en la foto que apoya este escrito, perdieron
la vida en la tragedia de Armero. Aquel
13 de noviembre de 1985, sus sueños adolescentes, sus risas, los deseos que
sólo se le cuentan a la almohada por las noches, dejaron de latir.
Mi
hermano Andrés y el Idiota Inútil que
escribe estas palabras (el “mechudito que completa el cuadro”), conocimos a
Sandra, la más alta en la imagen, en unas vacaciones de fin de año en las que
estuvo varios días hospedada en nuestra casa del “city”. Recuerdo su ternura, su
espontaneidad, respeto y paciencia con un par de “bellacos” que desde el
principio dieron señas de atorombolamiento. Aún sentimos por ella un cariño
profundo. Mis hermanos Alejo y Lili eran muy pequeños, no creo que la
recuerden.
Esa fatídica noche millones de toneladas
de hielo mezcladas con vegetación, rocas de increíble tamaño y escombros
variados bajaron por las laderas de la cordillera, se hicieron un torrente con
el caudal del río lagunilla y el resultado fue una avalancha que borró de la
faz del mundo a una prospera ciudad que fue sostén de la economía del Tolima
por más de un siglo. Un tufo azufrado, que poseía el lodo estacionado, le puso
olor al concepto de muerte que Dante en su Divina Comedia asocia con el
infierno. La gente de Armero me ha referido el impacto de esta fetidez en sus
recuerdos.
25.000 almas quedaron sepultadas allí.
Otros miles, deambulando como fantasmas que hubiesen salido de un una mala
película de terror, llenos de barro, con la mirada baja, no podían creer lo que
acababa de pasar. Lo que fue una fértil población inundada de árboles y algarabía,
el 14 de noviembre, con los primeros rayos del sol, se convirtió en un desierto
gelatinoso que se tragó entero la felicidad.
En minutos, cientos de niños quedaron
huérfanos. Un estado golpeado por la violencia política y de la mafia arregló
de manera absurda, a través del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF,
el problema que él mismo generó por su falta de piedad.
Sus representantes organizaron “adopciones
exprés”, que sin metáforas quiere decir, adelantar procesos de adopción
sospechosamente rápidos. Gracias a este mecanismo, muchos menores fueron
entregados a familias del exterior y perdieron todo contacto con su historia de
vida. Nunca se cotejaron antecedentes, no se hizo lo adecuado para atajar las
separaciones, se destruyeron familias,
lazos sentimentales y de sangre. El daño estaba hecho. Fundaciones como
“Armando Armero” y el mismo ICBF, luchan por encontrar la verdad y enmendar
tamaño error propiciado por la burocracia.
No creo que la intención de los
funcionarios haya sido criminal y premeditada; pero a todas luces, los modos
demostraron una precipitud que rayó en el facilismo cínico.
El volcán, treinta años después, aún
sigue martirizando a cientos de armeritas y como por variar, nadie responde. Los
estamentos del gobierno central se conforman con realizar homenajes bobalicones
y todo queda ahí. Las responsabilidades
se evaden, la verdad está escondida y es un deber ciudadano exigir
aclaraciones.
En los días posteriores a la catástrofe testifiqué
como mi madre, desesperada, recorría hospitales buscando a mi abuela Ana Rosa,
a su tía Elvira, a su primo Ezequiel y a más de dos docenas de familiares y
amigos que desaparecieron del mundo, jamás de su corazón.
En la Hortúa, La Samaritana, el infantil
Lorencita Villegas de Santos, en la Cruz Roja, los heridos se contaban por
miles, la mayoría con la piel quemada, golpeados, desorientados en ciudades
frías y extrañas. Acompañé a mi mamá en estas búsquedas sin resultado, compartí
su desasosiego, el horror. Nunca olvidaré los lamentos a lo largo de pasillos
atiborrados de víctimas preguntando, en medio de sus delirios, por los hijos,
las mamás, la familia que vivía cerca a Telecom, sobre todo por qué dios se
había olvidado de ellos.
El desorden era patente, listas de pacientes
que aseguraban la presencia de un sobreviviente en tal o cual clínica no eran confiables.
Por arte de emergencia el paciente aparecía en otra, o nunca llegó. La
catástrofe desbordó las posibilidades de los servicios de socorro y sus
integrantes, verdaderos héroes en esta historia.
La nación estaba en caos, en una semana
el M-19 se tomó el Palacio de Justicia, la naturaleza borró del mapa a la
población de Armero y las circunstancias desnudaron la mediocridad de los
dueños del poder. El gobierno de la República, maniatado por los militares,
evitó realizar grandes movilizaciones de ciudadanos o crear zozobras que
afectaran el orden público. Omisión y negligencia jugaron en contra de los
armeritas.
Esos días marcaron mi vida, fueron el
final de la inocencia. Ver los estragos de la muerte, el sufrimiento ajeno, arrugó
mi alma. Entendí que las cosas buenas se acaban, que mi mamá, aquella mujer
hermosa y con carácter, no era invencible, que la muerte nos doblega, aunque
ella, una guerrera vital, superó la desesperanza. Sé que todos los días, además
de por sus “pollos”, “zurrones”, por Don Barrera, las amigas, huérfanos y todo
el que tenga una dificultad, Doña Teresa
ora por el alma de los paisanos que descansaron en paz y los sobrevivientes que
aún buscan a sus niños (hoy adultos) en todo el mundo.
Prueba de fe, que la vida sigue y da
alegrías en medio de la desdicha, son su prima Consuelo, Ernesto su esposo y sus hijos, quienes milagrosamente
sobrevivieron a la avalancha. Para ellos también es este homenaje.
Armero vivirá en
ellos, es la marca de su nuevo nacimiento. Insisto, mientras las personas estén
en nuestra memoria, no han muerto, sólo están recorriendo las estrellas hasta
que nos volvemos a encontrar. Un beso a Sandra y sus hermanos, ángeles desde
que estaban vivos.
LAS MUJERES MÁGICAS
TERESA LÓPEZ OLIVERA, MÉXICO
Hace miles de luces del
tiempo, cuando solía vagar creyendo que sabía de la vida, iba desde las costas
a las montañas.
Las montañas son las más
misteriosas y embrujadoras geografías donde se encuentra el alma de una misma y
aprende a respetar las luces y sombras de las demás personas, a las razones de
la vida y las sinrazones de las luchas por la vida sin muerte.
En esas montañas hace
miles de años y hace unos segundos, las conocí a ellas, las mujeres mágicas,
las de las fuerzas incontenibles, que te traspasan con su horror y su esperanza
inaudita.
Conocí a muchas pues mi
ignorancia era muy grande, gracias a que al menos tenía ojos claros, un poco de
oído y pies ligeros; pero sólo te hablaré de algunas: las de Tonantzin y las de
Raramuri. Eran señoriales sin lujos ni poderes conocidos, es decir sin dinero
ni honores ni prestigio, aquello por lo que hay tantas guerras y desgracias
sangrantes en el mundo. Solían caminar mucho a pie, hacer tortillas y lavar en el
río, cantar en lenguas antiquísimas y amar con pasión todo lo que implicara la
vida.
Las de la arena fina, eran
madres, hijas y nietas. Lupe, la hija, fue a la fiesta patronal de San Juan
Bautista y el borrachito le llamó, un perro estaba a punto de comer a la bebé
que habían tirado en la madrugada porque era fruto de una relación sin
matrimonio. Lupe la levantó le quitó la placenta y la calentó con agua
hirviendo, en botellas para devolverle la vida, ese día la bautizaron y la
llamaron Reina Guadalupe, porque estaba mandada por Tonantzin, como regalo.
Lupe tenía una vida de penurias y compartía la leche de su hija de sangre con
su hija de magia, se llevaban cinco meses. Se la pidió regalada una mujer rica
y no la dio, se la pelearon los parientes y pronto la registró a su nombre. Esa
magia de la misericordia fue invencible, sin precio, el amor nunca se puede
comprar ni destruir, sólo ancharse como el mar. Allá quedaron en el pueblo
náhuatl dando luces y luces.
Las otras mujeres que me
dejaron la vida cambiada y la mente azuzada fueron las de raramuri. Fui cuando
no pensaba. El terror llegó primero y les arrebato los hijos, los maridos y los
yernos, los papás y familiares y algunas hijas. Les arrebato por medio de los
sicarios, esos que se dicen hombres y están muertos en vida, sin corazón ni
entrañas. Los cielos estaban negros mucho tiempo, solo veían las luces de las
balas y las veladoras. Era como la peste de la muerte que dice el éxodo o el
apocalipsis. Ellas agonizaron, un día enloquecieron y los fueron a buscar a las
montañas, sus ojos eran más que lámparas, sus corazones bombearon la fuerza de
las caminatas infinitas en búsqueda de sus muertos y desaparecidos, por ahí
encontraron a un esclavo de crimen, quien se hizo tonto y caminó al monte para
que ellas buscaran. Encontraron la fosa con cientos de asesinados y sus
pulmones iba a reventar del olor a podrido, sangre y quemado, muchos huesos con
carne agusanada, otros cuerpos, la mayoría jóvenes, asesinados, torturados y
algunos desnudos otros aún con ropa…vieron…vieron…pero no estaban los suyos.
Entonces lloraron largamente por todas las familias que no encontrarían nunca a
sus seres amados porque estaban en esa fosa frente a ellos, oculta en
raramuri…y se volvieron. Se murieron un mes, de llanto, no quisieron comer, no
podían cerrar los ojos pues los de la fosa se levantaban ante ellas. Cuando
paso el mes de la muerte se levantaron, iluminaron sus comunidades y trabajaron
sus siembras, sus comidas, sus sonrisas. Cuando las conocí me invadieron con su
luz y su horror, cambiaron mi vida, las de otros y otras, me arrancaron el
mundo de consumismo, de ignorancia, de mediocridad. Allá están en las montañas,
ya no mueren, viven en el cosmos manteniendo la esencia de la luz, de la magia
invencible que hace crecer los bosques, los ríos y alimenta el tiempo de los
relojes de la justicia.
A TODOS LOS AMIGOS DE IDIOTA INÚTL, A FERNANDO VANEGAS, GRACIAS POR EL ESFUERZO DE ESTOS AÑOS. SEGUIREMOS TRABAJANDO ESTE SUEÑO Y CONTAMOS CON SU PRESENCIA EN ÉL.
ResponderEliminarPÁSENLA BIEN. MUCHO DESCANSO Y AMOR POR TONELADAS EN ESTAS FECHAS.
JAVIER BARRERA LUGO