EVA
PRIMA PANDORA DE LOS MALENTENDIDOS
POR: JAVIER BARRERA LUGO
Escrito
para Emiglia, la artista de la familia.
El gran logro de los pintores del
renacimiento europeo fue otorgarle personalidad, desnudeces, humanidad -con todas
las atribuciones que el término posee-, a los rostros y ambientes de las cortes
monárquicas que un par de siglos después fueron decapitadas en la plaza de la
concordia de París, diezmadas o proscritas gracias a las revoluciones gestadas
por sus súbditos, seres hastiados de los caprichos de unos soberanos y sus
lambiscones de oficio, que con sadismo impusieron la miseria de las masas como
principio de sumisión en tierras que sus antepasados conquistaron a punta de
espada.
Los hombres que a través de la imaginación, la maestría de su oficio
artístico y los descubrimientos, retrataron una época contradictoria de la
historia (la exaltación de los valores individuales y la inteligencia humana,
patrocinada por quienes se autoproclamaban elegidos del Todopoderoso), pusieron
en primer plano la creatividad como factor de desarrollo de una especie que
para su desgracia, era adoctrinada por la élite que se amparaba en el temor a
los designios de un dios “que sólo le hablaba a algunos elegidos,” para
realizar su voluntad.
En un período de incompatibilidades
conceptuales, el naciente sentido de veneración por las nuevas ideas cohabitó
con los sanguinarios apetitos de dominio en el propio corazón de Europa. En el
período inicial de las reivindicaciones hechas por estudiosos de las artes,
ciencias y letras, hizo su aparición la violencia en todo su esplendor:
tortura, censura, destierro, inquisición, guerra. Reyes y clérigos utilizaron
el poder para mantener a raya cualquier atisbo de sedición.
Peor suerte corrieron los habitantes de las nuevas tierras descubiertas
o inexploradas. África y América, llenas de recursos naturales, les dieron a
las monarquías agonizantes el aire necesario para salir del ostracismo. La
bonanza de la aristocracia que decía acercarse al humanismo se pagó con
crueldad, racismo y la peor de las esclavitudes resumida en el miedo que
dejaron plantadas las masacres en la conciencia colectiva de unos nativos que
fueron considerados como inferiores.
Pintores, poetas, filósofos, dramaturgos e inventores, encontraban
evasión transitoria de los tentáculos del poder que compraba su tiempo y
talento, en cuchitriles donde la sensación de libertad se pagaba generosamente.
Miles de monedas que sus mecenas les proporcionaban para que desplegaran sus
saberes con sentido estético más que como instrumentos de revolución espiritual,
llenaron las arcas de prostitutas y taberneros. Corrieron el vino, los excesos
que la carne pedía a gritos, hasta las peleas con las cuales se desfogaba la
rebeldía que latía y era tímida, pululaban en el ambiente.
Muchos optaron por el camino provechoso de la rendición a cambio de fortuna
y gloria, otros usaron el sistema a su favor, generaron ideas, pero tuvieron la
precaución de mimetizarlas delicadamente en sus obras, muchas de las
cuales fueron pagadas por el mismo patrono,
que enfocado en el presuntuoso vicio de la apariencia y la ruindad patológica,
fue incapaz de detectar el sentido profano de los trabajos que aún hoy adornan
palacios y muchos de los rincones Vaticanos, la fosa corrupta donde fueron
lapidados herejes y santos.
Hijo de su tiempo, Jean Cousin, “El Viejo,” que fue geómetra en Sens
antes que pintor, logró hacerse favorito de Enrique II, monarca de Francia,
cuyo logro destacado de gobierno fue desposar a Catalina de Médici y sellar como
consecuencia una poderosa alianza con la realeza florentina. La soberana,
protectora irrestricta al igual que su familia de los artistas que le caían en
gracia, ejerció mecenazgo a favor de “El viejo,” quien tuvo la sagacidad de arrodillarse primero que todos
para hacerse un espacio en la nómina de pintores apoyados.
Aunque no formó parte de la corte, fue tenido en cuenta por su sentido
estético y maestría técnica para realizar pinturas, vidrieras y grabados que
aún hoy decoran lugares como los
Museos de Louvre y Montpellier, la National Gallery de Edimburgo y la Biblioteca Nacional de Francia.
Su trabajo se desarrolló sin novedades por varios años; pero con un
encargo hecho por Catalina ocurrió algo que le costó el privilegio de ser un
artista mimado. En 1550 cuando ella contaba con 31 años, “El Viejo” presentó su
obra, Eva Prima Pandora, -óleo sobre
tabla- considerado el primer desnudo de
la pintura francesa. Muchos de quienes detallaron por primera vez la obra,
según versiones de historiadores del arte, no pudieron eludir el parecido de la
protagonista con la consorte del monarca
francés. Según los expertos “la corte se llenó de silencios, extraños silencios
para una turba acostumbrada a la algarabía y el exceso. Sólo cuando Enrique
esbozó una sonrisa, más de compromiso
que de satisfacción, los rostros se relajaron, aunque fueron incapaces de mirar
a la Médici a los ojos por temor a delatarse.”
Tan extraño comportamiento, tibia reacción de un monarca de la época
frente a tamaña alevosía, me abrió las venas de la curiosidad. Por eso llamé a
mi amigo Mario Díaz, vago de profesión, célebre escritor inédito y enamorado de
las bellas artes, quien entre sus extensos conocimientos pictóricos guarda un
vademécum de chismes que la propia Negra Candela envidiaría, y le comenté lo
que acababa de leer. Díaz me pidió unas horas para sustentar lo que su memoria
ya tenía perfilado: “He escuchado superficialmente lo que pudo suceder ese día;
pero deme unas horas y le cuento el cuento como es.” Dijo utilizando un
melindroso tono de experto.
Al día siguiente la historia del pintor francés del renacimiento que
humilló en público a la primera reina Médici de Francia, brotó de los labios de
Mario como un torrente de veneno con sabor a cereza:
“Cuando se empezó a construir el
palacio de las Tullerías, residencia
que se levantó como maison de
plaisance para la reina Cathérine de
Médici, Cousin “El Viejo,” acostumbraba visitar a una hermosa mujer llamada
Dominica, vecina de la obra. Una hembra un tanto “rellenita” que además de
tener una belleza plácida, pequeños ojos fríos como de huérfana y labios
delgados de traidora, era confundida no pocas veces con la esposa de Enrique II.
Jean “le hacía antesala” hasta cuatro veces a la semana, siempre de noche, cargando
bajo el brazo una cajita de madera con los trebejos propios de su oficio.
La cosa era vista con cierta naturalidad por las vecindades quienes no
ocultaban sonrisas llenas de envidiosa lujuria y desinterés. De ahí no pasaba
el asunto, París estaba lleno de concubinatos. Pero una de tantas noches “El Viejo”
abandonó presuroso la morada de su amante y se fue directo a una cantina, pidió
licor, una mujer para pasar el rato. En medio del desorden comenzó a cantar con
varios borrachines que le dieron cuerda. En el momento culminante del jolgorio solicitó
un poco de atención a la
concurrencia. El silencio se hizo. Apenas si recordó la agria discusión que
acababa de tener con su amante antes de empezar el espectáculo.
Tomó del rincón donde dejó sus cosas un retablo cubierto por una sábana
amarillenta y elevó para quien quiso escucharlo una lapidaria consideración:
“He aquí la obra maestra de mi corazón. Eva
Prima Pandora, se llama, hecha en honor de una arpía que al igual que la
primera mujer moldeada del barro por Yahvé en la biblia y la fémina inicial creada por Zeus,
introdujo su maldad en la vida de un hombre.”
Atónitos, los testigos callaron por pudor. Presa de los efectos del
ajenjo, “El Viejo” se fue de culo y quedó dormido sobre una silla. Los
ronquidos superaban por poco la estridencia de su talento. La mujer del cuadro,
desnuda del pecho y apoyada sobre una calavera, completaba la escena de estreno
en un burdel de una obra realizada para Catalina de Médici.
Cinco días después “El Viejo asistió a la cita en palacio para entregar
el encargo. Catalina se acercó para ver de cerca la obra de su protegido. “Es
exacto a como lo describieron quienes lo vieron por primera vez en la cantina
donde osó exponerlo, querido Cousin. Y es evidente el parecido de la protagonista
conmigo… Lo más probable es que a su majestad no le guste mucho ver la cara de
su esposa pegada a un cuerpo que tiene belleza superior al de su reina.
Pero…”
Jean Cousin “El Viejo,” sudó como loco, intentó buscar una excusa
coherente para algo que era evidente para todos, menos para él, un anciano
enamorado -que su mente trasportó la cara de su protectora hacia el cuerpo de
su amante-, pero fue infructuoso. Catalina de Médici pidió la mayor reserva el
día de la presentación de la obra a los miembros de la corte, “cero palabras,
algo muy rápido,” le ordenó, y él sólo asintió como si fuera un niño que acaba
de regar la leche en el piso recién lavado.
La tarde de la presentación estuvo plagada de rumores que “El Viejo” no
pudo ignorar. Catalina cumplió rápidamente con el ritual, nada de halagos para
el pintor o su creación. Los cortesanos reprimieron risas y comentarios, se
limitaron a mirar hacia otros lugares de la sala cuando la sábana fue retirada
del retablo. La ceremonia duró menos de quince minutos.
Cuando Jean se disponía a desaparecer, el asistente de Enrique II le
pidió que lo acompañara hasta los jardines de palacio. El monarca, recio, mirándolo con todo el
rencor posible mientras se alisaba barba y bigotes, le dijo en su estilo:
“Maestro Cousin, detesto su obra; pero
retirarla o destruirla, que es lo que se merece, sería darle insumos a los
cotilleos de la maldita corte que me sigue. Todos saben que el retrato es de
Dominica Levesque, una de
mis amantes ocasionales, y para mi sorpresa, amante suya. No quiero verlo en
ningún espacio de esta casa magna, ni cerca de la reina o de la corte. Ha
llenado de bochorno la cotidianidad del reino de Francia.”
“El Viejo,” fue comisionado para llenar de vitrales iglesias y palacetes
del sur de Francia hasta su muerte. Ese fue su castigo. Extraoficialmente se dice que su carrera, en
represalia, fue opacada y casi fusionada con la de su hijo Jean Cousin, “El Joven,” cuya obra, similar en estilo a la del
padre, fue comparada y estuvo a la
altura de los portentos de su contemporáneo alemán Alberto Durero.
La leyenda de “El Viejo,” cuenta que unos días después del incidente de
la Eva Prima Pandora, recibió un mensaje de Dominica en el que la aturdida
amante sellaba la suerte pasional del pintor con una sentencia lapidaria: “Una
buena forma de confesar tu amor por la reina a través de una pintura que
dijiste que era sobre mí. Fui un molde en el que vaciaste el amor por la
florentina soberana de Francia. No nos volveremos a ver.”
El relato de Mario, tóxico hasta la médula, lleno de referencias,
conocimiento y mucho de fantasía, me conmovió. Rematamos nuestro paso por el arte
francés del siglo XIV con la promesa de averiguar más sobre la vida de
Dominica, la protagonista de una de las miles de situaciones que alimentaron
con morbo el desarrollo del renacimiento francés y la historia universal de los
malentendidos. Estamos en esa tarea.
El sentido humano, sus pasiones, empezaron a hacerse patentes en un
período que albergó el inicio formal de la contradicción humana. En el fondo
los hechos se repiten hoy, la lucha de los hombres por tener una voz que rebase
las circunstancias de sus liderazgos políticos, sociales y económicos aún es
tenaz y parece perdida gracias a la comercialización dictatorial de la creación.
En un período histórico en el que los medios de expresión abundan, la
comunicación real brilla por su ausencia. Los creadores parecen estar
condenados a ser los nuevos Jean Cousin,
“el Viejo.” Espero que las circunstancias por venir me hagan comer las palabras
que aquí escribí.
**Si
este escrito le genera alguna sensación puede escribir al correo: baluja74@hotmail.com o dejar un
comentario en nuestro blog idiota Inútil. Lo responderé con mucho gusto.
GRACIAS POR LA COMPARACIÓN LA NEGRA CANDALA... ECHÓ MIS ESTUDIOS PAL CARAJO BUEN AMIGO.
ResponderEliminarM DIAZ. HISTORIADOR CHISMOSO