EL
PUEBLO SIN NOMBRE
Jeackson Antonio Vargas Benítez, El salvador.
El resplandor del sol iluminaba el día. En el
cielo se observaban pocas nubes. Una brisa cálida y suave atravesaba las hojas
de aquel pequeño árbol de jocote que media poco menos de dos metros.
La mano de don Víctor lanzaba puñadas de
maicillo, que recogía de un pequeño guacal de morro que tenía sujeto con sus
piernas. Las palomas armaban un alboroto para poder agarrar un poco.
Ya acabado el grano, en un pequeño guacal de
plástico color rojo, don Víctor colocaba agua fresca para las pequeñas
avecilla, para que introdujeran sus diminutos y delicados picos, con los cuales
absorbían casi gota a gota aquel limpio líquido, obedeciendo a su instinto
natural acudían en pequeños grupos.
Don Víctor acostumbraba luego de esta rutina,
a tomar una taza de café. Le pedía a su esposa aquel pequeño antojo. Ella le
observaba el rostro fijamente, con una inmensa ternura, con aquellos ojos
grisáceos, que parecían brotes de agua zarca. Con una sonrisa en su boca,
aquella bella mujer de tez morena se dirigía a la cocina por la taza de café. Sabía
que a su esposo le gustaba el café hecho en hornilla de barro, para beberlo
recién sacado del fuego. El rico aroma se expandía por cada rincón de la casa.
Cayó la tarde, las aves anunciaban la noche.
Don Víctor y su esposa sentados en la mesa, uno frente al otro. Ella dijo:
“Gracias señor por este alimento, bendícelo y te pedimos que se convierta en
alimento para nuestros cuerpos”. Amén – terminaron los dos-, comenzaron a
comer. Don Víctor le sonrió a su esposa y le dijo con vos tierna y suave “Te
amo, muchas gracias por la cena”. Ella sonrió y lo miro lleno de ternura.
Terminaron la cena. Ambos se levantaron. Don
Víctor se dirigió a la sala, y observaba fijamente la foto que estaba colocada
en la pared blanca. Era de uno de sus hijos, fallecido en la guerra. Una
pequeña lágrima atravesó su mejilla. Pensó en ese instante, “Señor estoy seguro
que lo tenés gozando de tu gloria, vos sabes que el dio la vida porque sus
hermanos tuvieran un lugar mejor donde vivir y también los Quería proteger”.
Luego de eso se fueron a acostar. Antes de
dormir don Víctor comentaba lo bueno que había sido su hijo, los sueños que
tenia, las grandes ilusiones. No quería que sus hermanos vivieran en un lugar
lleno de odio, soñaba con un lugar más justo. Ahora está en un lugar mejor-
dijo su esposa-. Aquí fue su primer paso, allá es el segundo, en el cielo le está
pidiendo a Dios por ese lugar más justo y mejor para nosotros. Luego de esta
conversación se durmieron.
Don Víctor comenzó a soñar. Iba caminando por
unas montañas. Se oían ruidos de helicópteros, de un lado hacia otro. Él se
asustó pues también se escuchaban disparos, muy cerca de él. Comenzó a sudar, a
desesperarse. El corazón le latía cada vez más fuerte. Un escalofrío le
recorría todo el cuerpo, y corrió muy rápido. De repente a lo lejos vio sentado
a un grupo de niños muy tranquilamente. En el centro estaba un joven de tez
morena, cara pequeña, cabello negro y brilloso, muy liso. Su nariz era muy
escasa, pero muy fina. Don Víctor lo reconoció de inmediato, era su hijo,
sentado al centro.
Junto a él, estaba otra persona que lo miraba
atentamente y se sonreía. Como se notaba el cariño que aquel hombre le tenía a
su hijo. Un hombre barbado, moreno – igual que su hijo-, de mediana estatura,
que denotaba paz y serenidad.
Don Víctor se acercó más, para escuchar mejor
lo que su hijo decía. Cuando se acercó pudo escucharle contando una pequeña
historia:
Crecí en un pueblo que lleva un nombre muy peculiar,
y contradictorio a su realidad. Hace alusión a un bosque que no existe, a un
río, hoy contaminado, su nombre es río boscoso. Alejada de la modernidad, la
gente de mi pueblo se levanta muy temprano. A veces salen antes que el sol. Nos
gusta ver las estrellas, y soñar cosas bonitas cuando las vemos. No podemos
pasar por alto tan bella creación. Imaginen un mundo donde nadie las vea, que
extraño sería, pero eso no pasa en mi pueblo. Nos bañamos con agua muy helada
de nuestras pilas, a guacaladas como comúnmente decimos por aquí.
Después del baño, ponemos un poco de café al
fuego, para tomarlo luego bien calientito y así opacar el frío y pegamos la
corrida al cuarto, porque en la madrugada uno sí que se caga del frío. El humo
del café se mezcla con la neblina de la madrugada, es rico beberlo en un
pequeño guacalito de morro y acompañarlo de un pedacito de pan dulce. Entre
soplo y trago se va acabando. Llega la hora de irse a trabajar, para nosotros
esto no es molestia, el trabajo es bien remunerado y con lo que se gana alcanza
para cubrir los gastos necesarios. A mi gente no le da miedo salir de sus
casas, pues no hay peligro alguno – aun siendo de madrugada y bien oscuro-.
Antes de salir nos despedimos de los que quedan en el hogar y le damos las
gracias a Dios por un nuevo día regalado. Caminamos un poco para tomar los
autobuses que nos llevan hasta la capital, donde está el medio de trabajo más
grande de la región. Se puede observar mucha gente en la calle que van también
a sus trabajos. La brisa helada de la madrugada nos cubre todo el rostro.
Salta el primer rayo del sol por encima de
las copas de los árboles, esta suave luz ilumina volcanes, sueños, ilusiones,
esperanzas, nubes, las cuales se ponen amarillitas como yemas de huevos. Esto
solo dura unos instantes por que luego se pone bien clarito. Los pájaros salen
cantando de entre las hojas verdes y frescas de los árboles, empapadas del
rocío de la madrugada. Gota a gota cae el rocío en el verde pasto, donde solo
se ven filas de hormigas trabajando.
Al llegar al trabajo, todos somos bien
recibidos por sus compañeros y hasta por el jefe del lugar, mi gente no conoce
de injusticias, las personas con cargos importantes no se aprovechan de sus
cargos pues ellos saben que es por nosotros que ellos están ahí, trabajan muy
bien, no se aumentan los salarios injustificadamente, pues ellos siente que
esto es incorrecto, y un grave irrespeto para mi pueblo y ellos respetan eso,
aunque aumentarse el salario no es malo cuando uno se lo merece, mi pueblo así
los premia pagándoles y aumentándoles cuando es necesario, hay un equilibrio en
mi sociedad. Aquí se nos respeta nuestra dignidad, no se burlan de nosotros, no
nos engañan. Si una de estas personas comete algo malo o no está haciendo bien
su trabajo, no se siente digno de estar más ahí, delega su puesto a otro que lo
desempeñará mejor, están conscientes de eso.
Volvemos a nuestros hogares, satisfechos de
un día de labor más. Llegamos a descansar para el día siguiente.
El joven pone punto y final a la historia.
Una sonrisa aparece en su rostro. Don Víctor se pregunta, ¿De qué lugar estará
hablando mi hijo? El joven dice a los niños. “voy a confesarles. Que en esta
historia solo hay dos verdades. La primera, el lugar si lleva el nombre de un
bosque que no existe y de un río que está contaminado. La segunda, mi gente aun
en su mala situación, en sus miserias, injusticias, inseguridades da gracias a
Dios por la vida, guardan la esperanza de un futuro mejor. Un niño se pone de
pie rápidamente. Don Víctor se impresiona al ver al muchachito preguntarle a su
hijo, si en la historia hay solo dos verdades y las demás no, ¿qué nos querías
decir? Don Víctor ve como su hijo se sonroja, lo que quería enseñar es que
tratar de ocultar las verdades no es bueno, dejar pasar de largo o esconder las
injusticias, la realidad y no luchar por un lugar mejor, también quería
enseñarles lo bueno que es soñar con lugares tan bellos como este, es un regalo
de Dios. Para que nosotros trabajemos por este lugar. Don Víctor salto de
inmediato muy asustado y se dio cuenta que estaba soñado, rápidamente se
dirigió hacia la sala. Se sentó en un sofá azul muy cómodo, a ver la foto de
marco ocre que colgaba en aquella pared blanca. Absorto en la cara de su hijo.
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