LA
VENTANA
Por
Fernando Vanegas Moreno
La memoria es mi único tesoro...,
Oscar era un rogado…, cada
vez que había fiesta donde Ramírez, nos sumergía en sus cavilaciones,
nostalgias y desvelos, nos involucraba por dos horas o más, en su bohemia
infinita, para al final, sacarnos el cuerpo y decir, no, yo no voy…, hombre,
no joda, porque no dijo desde el comienzo, explotaba Vlas…, los demás,
seguíamos el juego y nos apartábamos en paz; luego, la noche continuaba y lo
que ocurriera o dejara de ocurrir, siempre llegaba a la ventana.
“Los Ritos” (Rito y Rita), era
como cariñosamente conocíamos a los padres de la familia Páez Pinilla, gente
divinamente, arraigada en Ciudad Jardín norte, uno de los muchos barrios de la
capital colombiana. Tenían más por tradición que como medio de sustento, una
pequeña miscelánea, que para nosotros, impúberes currinches, se convirtió en el
punto de encuentro y de “cónclave” adolescente; en la ventana de ese comercio,
se ennobleció el dulce trasegar de estos polluelos.
Jorge, Chepe, Nano y
Adriana, son los hermanos mayores de esta historia, entonces eran nuestros
héroes; ya eran “grandes”; profesionales o en camino a serlo, tenían relaciones
adultas, hablaban con madurez…, nosotros todavía, nos emocionábamos con
“profesión peligro y los magníficos”, series televisivas de la época, y que
bueno, hablan bien de nuestra seriedad infantil.
Como decía, esa ventana era
punto de encuentro, de salida, de llegada, de anécdotas, carcajadas, chistes,
bromas, y muchas veces, testigo mudo de dolor y lágrimas, la ventana era un
parcero más en ese parche.
Fue también celestina y
alcahueta: muchos nos reunimos ahí con nuestras
tiernas amantes de jardinera gris y saco verde, las siempre presentes
niñas del Instituto Ciudad Jardín del Norte. -¿Lalita nos vemos a la salida del cole?, claro, ¿Dónde?, -ya sabes, en la ventana, ahí te espero-.
Y no fui el único, todos geo referenciamos el lugar, como punto romántico de
amores inocentes, primeros besos, chocolatinas, esquelas, credenciales,
solitarios, poemarios, peluches…, despedidas, llanto, promesas vanas. Alix, Adriana,
Diana, Viky, y por supuesto, Monika (así, con K), fueron nombres recurrentes en
el viejo dintel.
Casi todas las tardes, Andrés
“el cabezón”, “Chucho”, Ernesto, Vladimir, el señor Oscar, en algunas ocasiones
Italo Javier, y obvio, este servidor, y previo a nuestro “voluntariado”, como
alfabetizadores nocturnos, nos reuníamos allí para corregir exámenes, sacar
notas, preparar clase, hacer demagogia…, carreta…, solo hablábamos mierda,
(fumábamos algunos), arreglábamos el colegio, programábamos salidas, fútbol,
baloncesto; nos hacíamos matoneo y nos sacábamos los trapos al sol, lo normal a
esa edad. Madreábamos a los de décimo, y trazábamos tácticas y estrategias para
las contiendas, fuimos malos de novela, los perversos de los pitufos, los
malandros de mi pequeño pony.
También en aquel entrañable
vitral, planificamos sin éxito, grupos de estudio pre ICFES, pre
universitarios, pre…, presuntuosos, era lo que éramos…, tales grupos siempre
fueron una disculpa para el desorden y la juerga.
“Que es lo que pasa
camaleón, calma la envidia que me tienes, que aunque tu cambies de color, yo sé
muy bien por dónde vienes”…, Nano trato de mil formas,
de adentrarme en el son, la salsa, el guaguancó, la charanga y todos estos
ritmos caribeños…, no lo logró, yo iba por otro lado, sin embargo, lo entendió,
y entonces, apoyado en la calma inquietante de nuestra ventana, me hablaba de
sus experiencias en el ejército, me regalaba consejos y palmadas en la espalda,
me obsequio en una hoja cualquiera, la letra de “pedro navajas”, esa
canción de calle, de putas y borrachos, el tema aquel que nos trae sorpresas,
todo, porque mi adorada niña, necesitaba ese poema urbano para algún deber
escolar, así era Nano, un bacán, desprendido, generoso, grande, inmenso…,
El arrabal sigue ahí,
estoico, nuestra ventana por el contrario, ya no está, al igual que varios de
los protagonistas de esta historia…, sin embargo, cada vez que retorno a aquel suburbio, visito el sitio, vuelvo a
atrás en mi memoria, rebobino el casete, y siento que el tiempo se detuvo,
entonces, recuerdo al viejo Nano de nuevo, su sonrisa despidiéndome con esa voz
eterna que me susurra al oído:
Ay
ya tú ves
como
el que no sabe,
conoce
más
que
aquel que cree que sabe.
Y
aunque pagué
por
mis viejos errores,
aún
guardo en mí,
Amargos
sinsabores.
“El
pasado no perdona”
Del
álbum: el que la hace la paga, Ruben Blades, 1983.
No hay comentarios:
Publicar un comentario