LA REALIDAD DE UN SUEÑO
Juan Hasty González, Cuba
Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se
llenan de flores y el sol resplandece en el alba, un niño llamado Chefi,
despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni con su familia - ¿Dónde
está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue entonces cuando se
decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su paso, todo lo
que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por qué
estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo:
- Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente
tu corazón?
Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy
aquí? ¡No sé quién me habla! ¡Muéstrate! ¿Dónde estoy?
Sigue caminando y al rato se encuentra con el
mar, deseoso de sentir el fresco aire del mar y ver su color verde y azul, abre
sus brazos, respira profundo, sopla la brisa suave en su piel, detenidamente
observa las aguas; agua de siempre, agua con vida, aguas extendidas, aguas
dormidas.
El niño Chefi sigue sin entender y una vez
más la voz le dice:
- Ahora no es necesario que entiendas nada,
sino que comprendas que debes de crecer y seguir adelante, caminando sin mirar
atrás
Siendo obediente a la voz, se desplaza por
toda la orilla del mar, las olas bañan sus pies una y otra vez, de pronto
comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene y se da cuenta que se
encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y comprende que
estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño.
Chefi se había quedado acostado en un
parquecito de la escuela. Camino a su casa, las flores que se desprenden de los
árboles le caen a cada paso que da como si fuera nieve del cielo, flores
hermosas, rosadas y blancas.
Muy contento con el sueño que había tenido
exclama:
¡Voy para mi casa que está en mi pueblo, que está
en mi tiempo!
¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar
el cielo!
FOTOGRAFÍA
Por: Javier Barrera Lugo
Algunas noches extraño –aún
para mi desaventurada ventura- el calor de tu calor cuando estás ausente. Tan
cercana al infinito es la felicidad que nos permitimos cuando todo parece estar
llegando a su fin y es sólo un nueva trampa para que nos sigamos buscando y
encontrando breves momentos que valen el aroma de la vida…
Muchas veces te extraño con
dolor sincero y limpio, pero la mayoría del tiempo eres tú dormida a mi lado,
por la eternidad en mi memoria, la que reconforta este espíritu confundido
hasta la médula y recalca que los instantes de felicidad tuvieron la
pureza de lo efímero, que todo lo prometido fue cumplido al menos un instante:
el amor fue amor, el placer una fuerza revitalizante y deliciosa, la espera una
ama implacable, el dolor un sello, pero no un imposición perpetua, los
encuentros después de tanto tiempo, una dulce resurrección en medio de un mundo
sordo que subvertimos apenas días en los que fuimos los seres más felices que
jamás hayan pisado un planeta de papel.
MUJER
Por: Sandra Sandoval, SanLiSan
Vuelvo a ser mujer, de ojos temerosos, de silencios compartidos, de
quejas y reclamos que se desvanecen con un beso.
Vuelvo a ser mujer de aspavientos matutinos con hileras
interminables de sueños vividos, de amor vehemente que no se cansa de quererte.
Vuelvo a ser mujer de pliegues suaves, de senos erguidos al amor que se
enfilan al más pequeño roce de tus dedos.
Vuelvo a ser mujer de mil sabores, de besos llenos del amor del mundo,
de miradas que agravan los silencios libidos de nuestras conversaciones.
Haces que mi mujer, la que llevo adentro, renazca cada día en mí, en
medio de la fiesta de todo lo que has traído para mí en este tiempo.
Y quiero volar a tus recuerdos, saber todo lo que quieras que sepa, conocer
tus oscuras libertades, tus pecados más profundos.
Te llenaré de besos nuevos cada luz de día, refrescaré tus mares
de deseo dejándome ser todas las diosas coronadas de tu sexo.
Y me regalaras esas plegarias de amor a la luz de cualquier estrella, en
medio del diluvio o el calor más intenso en nuestras pieles.
Vuelvo a ser mujer, con deseos nuevos, desviviéndome en tus ojos claros
que me ciegan, en tus labios que se cruzan con los míos temerosos, húmedos.
Vuelvo a ser mujer, con sueños ávidos como mil tormentas de una sola
vez, de espasmos grandes y serenos estallados con tu amor.
Vuelvo a ser mujer de búsquedas, con ganas de caminar y descubrir de
nuevo el mundo y entregártelo para que lo hagas a tu antojo.
Vuelvo a ser mujer, de cálidos abrazos, de amor por todas partes, de
manos suaves que se pierden para lograr una caricia, de ilusiones grabadas con
tu nombre.
Crónica
Inútil
LA
NOCHE ES DE COLORES
Por:
Fernando Vanegas Moreno
Esta noche salgo queriendo que fuera ayer. Hace frio, anoche estuvo un poco más
agradable. El paseo que me proponen me llama la atención, sin embargo, no puedo
evitar sentirme nervioso, la espalda se me eriza y comienzo a sudar. La
aventura me llama y me gana, y un leve “vamos”, se escapa de mis labios. Hoy
como ayer, han existido parias, antes como ahora, se agolpan en su mugre, aquí
y allá son olvidados, los más rechazados, por algo se llaman ellos mismos “desechables”.
Son las 7 y 30 de la noche y salgo de mi casa con el pensamiento al lado de una
cuota pendiente por pagar al banco. Me voy…., se a donde….., no sé el cómo.
La
“ELE” no es una calle, más bien es un sector. El centro quizá más grande de
consumo de sustancias psicoactivas en Colombia. La indigencia, la marginalidad,
el delito, y la indignidad son sus habitantes desde siempre. Ubicarse es muy
fácil, solo basta tomar un bus articulado del sistema Transmilenio hasta la
estación de la Jiménez y se llega…., bienvenidos al mercado más grande de alucinógenos en la ciudad. En la parte
posterior de la dirección general de reclutamiento del Ejercito Colombiano, en
pleno centro de Bogotá, se cocina toda la tristeza, toda la agonía y el
sufrimiento de una cantidad indeterminada de personas que un día llegaron a
este sitio y ya no pudieron partir. Cruzamos la plazoleta de los Mártires, a
paso lento, despreocupado. “El flaco” ya conoce la rutina, es su calle hacia el
escape, su surtidor inagotable de alegrías, su casa…, su olla. Nos observan;
los habitantes de la calle que fingen dormir a esa hora en medio del frio de
las noches capitalinas son los vigías a la entrada del averno, manejan sus
propios códigos y señales, tendidos en el pasto, sus miradas pueden comunicar
muchas cosas. Por ejemplo, conocen muy bien al “Kolino”, al consumidor, y por
ende visitante habitual. También saben identificar a la policía encubierta…”es
que su forma de andar y de moverse es muy boleta…, miran pa’ todo lado con el
miedo en la cara”, explica “El flaco”.
Ir
“bien” vestido, limpio o con algo llamativo es impensable. Se corre el riesgo
de perder…, de perder la ropa, de perder lo suntuoso, de perder la vida. Aquí,
todo tiene precio, todo se vende y todo se compra, por eso tal vez, las calles
no están señalizadas, no tiene dirección; las placas metálicas que marcaban
estos sitios hace rato se fueron en algún “sopladero” o casa alquilada por
ratos para drogarse tranquilamente, si drogarse es tranquilo, claro. Mi guía y
acompañante (es necesario ir con alguien reconocido, de lo contrario es
peligroso y casi imposible manejar el gueto), me ubica en la primera esquina,
huele a indigencia, a triste, a mierda, a orines…, me dan náuseas, siento ganas
de vomitar…., debo aguantarme, no puedo mostrarme débil ante el barrio, me dice
mi lazarillo. Pasan diez minutos, empiezo a acostumbrarme al hedor; alguien se acerca, siento miedo, “que quieren
los niños”, pregunta. “todo bien, nada por el rato”, contesta el flaco; busca a
su jibaro o expendedor de siempre.
Empezamos
a entrar en la comuna. Cientos de plásticos sirven de techo momentáneo a otras
tantas almas que sentadas en el piso o recostadas contra las paredes, buscan con
mirada perdida ese momento mágico que los libere por un rato, parece una zona
de guerra, miles de huecos se dibujan en los muros, son las ventanas hacia el
vicio, por estos pequeños agujeros se suministran las dosis necesarias para
pasarla “bueno”, aunque sea solo momentáneamente. Todo cambia, ahora solo unos
pocos nos miran, cada uno está en lo suyo, unos consumiendo como es lógico,
otros, revolcando sus costales, buscando probablemente algo que vender o que
cambiar por una “vicha”, por la dosis personal de esa noche. Otros hablan y
pelean a madrazo limpio. Allá hay algunos jugando parques, un juego de mesa
popular en el país, que aquí tiene otra connotación. El tablero, los dados y
las fichas, son diseñados por ellos e implican una suerte de pitonisa o adivinatorio…,
cada lanzada tiene un significado y puede definir el día siguiente: zonas para
reciclar, la pérdida o la ganancia de una dosis, el cambio de unos “pirrieles”
o zapatos por otros mejores, etc. El flaco sigue buscando, parece preocupado...,
son las 9 de la noche y su “amigo” de confianza no aparece. Aunque suene
paradójico o hasta ridículo, la confianza sí que es importante en este
submundo. Cada expendedor tiene su clientela, y la ata a él con paquetes más
grandes, con mayor calidad del producto, con cien o doscientos pesos menos en
el precio de cada tamalito. Nada sobra, nada se pierde.
Me
duele un poco la cabeza. La preocupación de mi “amigo”, da paso a su mal genio.
Llevamos más de media hora y nadie da razón de su mercachifle. Otro más se
acerca, ya no siento miedo, entro en confianza y pregunto que hay: “pues pa’
las ideas hay surtido, hay hachecita pero esta cara, le tenemos su periquito,
que si su cilantrito, unas roquitas de seis, sus maduros…, en fin eso no es
sino que me digan que quieren que se les tiene”. El flaco se chancea con el
tipejo (bajito y sucio hasta el espíritu, yo creo), y después de unos minutos y
cuando ve que somos solo preguntones, nos da una mirada de bacteriólogo, nos
regala un hijueputazo y se aleja.
Existen
también los “chichipatos”, los “pailas”, los más pobres entre los pobres, los
que no consiguieron para la “traba”, para el viaje de esta noche y se apilan en
los cambuches con el “chamber o pipo” en una botella (alcohol industrial
mezclado con un refresco de preparación casera), de la cual beben todos hasta quedarse
dormidos por efecto del alcohol (algunos han muerto producto de esta mezcla), a la par, fabrican sus
propios cigarrillos hechos con polvo de ladrillo, éter y telarañas. Sí, esas
que usted ve en los lugares más oscuros de su casa, esas que usted desecha,
aquí son apreciadas, repito, nada se pierde.
Una
voz suave llama mi atención. Volteo, es un viejecito, que como todos los de
aquí está sucio…, miento, algo en él lo hace ver más limpio, más digno. El
flaco lo conoce y lo saluda efusivamente. Habla despacio, pausadamente, con la
tranquilidad que le han dado los años y las calles. Se nota que todos lo
respetan. Tiene un discurso elaborado, es inteligente, recordatorio imborrable
de tiempos mejores. Tal vez fue un profesional prestigioso, quizá un gran
medico…., habla de todo, no mira a nadie, sabe mucho. Deja en la mano de su
cliente un paquete, es casi imperceptible esta transacción, se miran a la cara.
En ningún momento desvían su mirada…, de igual forma se hace el pago. Las ansias
no esperan, el flaco prende un “maduro”, un cigarrillo de bazuco, y lo aspira
como si fuera el último. Pese a esto, luce calmado, relajado. El mal genio se
fue. Yo también me pierdo en la labia del anciano, es mi forma de drogarme….,
nos habla de la Bogotá de ayer, del cartucho (el antiguo lugar de
concentración, que fue derrumbado y dio paso al parque Tercer Milenio), de los
de antes, del ahora…, del peligro social y de salubridad del micro tráfico…, (jajajaa
me rio interiormente, este viejo la vende y la crítica); que guevon cavilo un
rato. Regreso. Ya el anciano se despide…, los ojos del flaco lo delatan, ahora
son rojos, adormecidos. En la boca calle se detiene una moto, son un par de
policías; lanzan una mirada de reojo y
se van, es territorio vedado para ellos, entrar los dos solos es un suicidio.
Siempre que hay operativos, no menos de cien agentes son los encargados. El
viejo me observa de arriba abajo, me da una palmada en el hombro y se va. Me
acuerdo de la cuota del banco y me rio…., a mi alrededor esta la gente que de
verdad tiene problemas, que no come, que no tiene un techo, que han sido
discriminados y arrojados a la basura del olvido…., estoy rodeado de un adiós y
un hasta siempre.
Son
las diez de la noche, huelo a mugre, a humo, a vicio, a acera. Salimos. El
flaco se sienta un momento en las escalinatas de la iglesia del Voto Nacional…,
necesita aire. Yo también. Los ñeritos han cambiado, los que estaban cuando
llegamos ya se han ido, ahora son otros los vigilantes mudos, repetimos las
miradas, las señales, los saludos. El flaco se incorpora, me dice cualquier
cosa, me agradece la compañía, me da un abrazo y partimos….
Otro
sitio, otro lado de la ciudad…, atrás dejamos la oscuridad y la tristeza. El
flaco cierra los ojos; lo siento triste, melancólico y solo una frase acompaña
su nostalgia…”si ve por que la noche es de colores”.