EL
DESIERTO
Yolanda Chávez, Los Ángeles, California
Debía faltar poco para amanecer, hacía mucho frío en aquel
desierto que por vergüenza, no aparecía con su nombre en ningún mapa; Elena,
tirada boca arriba en la arena helada, miraba hacia el infinito, tratando (casi
sin lograrlo), de mover sus dedos entumidos para apartar el cabello que cubría
sus ojos…quería poder ver las estrellas que se desvanecían, el cielo completo,
quería ver a Dios completo.
“¿Donde estás?”
Pensaba…
No podía hablar, tenía la garganta hinchada por haber llorado sin
gritos.
“¿Me vas a dejar morir aquí? … Quiero ver a
mis hijos otra vez…
¿Esto es un castigo?”...
El grupo de personas con el que salió de la frontera, se había
desbaratado con la persecución de la patrulla. Vio correr a hombres uniformados
de rostros similares a los perseguidos, golpeando e insultando a los que
lograban alcanzar, ella y otro, habían caído en un agujero tratando de ponerse
a salvo.
Ahí estaba, inmóvil, casi sin respirar para no ser vista. Ya
habían pasado muchas horas y no escuchaba ni un solo ruido, trató de
incorporarse, y al apoyar su mano sobre la arena tocó otra mano fría, inmóvil,
tiesa…era la del muchacho de catorce años que había viajado desde el Ecuador
para ver a su mamá, él quería llegar hasta Canadá.
Lo reconoció cuando los primeros rayos del sol comenzaron a
iluminar aquel desierto que siempre estaba triste…
Elena se arrodilló, y comenzó a hacer una oración por la mamá del
muchacho, le arrancó el rosario del cuello, se lo metió en la boca muerta y le
cerró los ojos.
“En los primeros catorce años de vida, la
palabra que más se pronuncia es: “Mamá” debe ser horrible no estar ahí para
escucharla”.
Era parte de aquella oración a Dios que se fue tornando en quejas
al cielo abierto....
“¿Cómo se sobrevive con el alma dividida por
fronteras?”
Susurraba Elena entre sollozos enojados, cortitos, que le cortaban
el pecho como pequeños cuchillos.
“¿Como se sobrevive sin poder mirar todos los
días a tus hijos? … ¿Por qué no se puede vivir cuando tus hijos lloran de
hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca se puede encontrar empleo? ¿Cómo
demonios se sobrevive en países donde el secuestro, la corrupción, los
asesinatos, las violaciones a los derechos humanos son el pan nuestro de cada
día?” ¡Contéstame! ...
El desierto conmovido, levantó un poco de polvo para acariciar la
cara de Elena, quería consolarla; Cuantas veces había escuchado esas oraciones-
reclamos. Cuantos cuerpos de madres, hijos, padres, hermanos…cuantos cristos
guardaba en su vientre de arena, ahí se habían deshecho, ahí conoció los anhelos
de pretender comer todos los días, ahí enterradas estaban las almas con
conciencia que querían no solo sobrevivir ¡ellas querían vivir!, ahí estaban
sepultados muchos últimos pensamientos, de vez en cuando, el desierto los
dejaba asomarse convertidos en diminutas florecillas blancas debajo de los
arbustos enanos.
“Por lo menos dame un poco de agua”
Gritaba Elena a Dios mientras escarbaba en la arena con sus manos
para hacerle sepultura a los anhelos sin cuerpo. El desierto se apresuró a
dejar que brotara un charquito de agua helada, fue lo bastante para beber y
lavarse la cara, para retirar la arena de la nariz y de entre sus dientes,
suficiente para ponerse de pie y buscar un punto que le indicara una dirección
a seguir.
Un destello llamó su atención a una distancia que calculó, podía
llegar antes de que el sol quemara más, dio una última mirada al dolor de una
mamá con hijo muerto, y comenzó a caminar…acompañada sin notarlo, por el
desierto.
“¿Y aquellos cuentos de que abriste el mar
rojo, de que libraste de la esclavitud a un pueblo, de que los alimentaste en
el desierto?”
Elena pensaba que Dios era más bueno antes que ahora,
“A Abraham le diste descendencia tanta como
las estrellas del cielo, a mi por lo menos déjame ver a mis hijos otra vez… ya sé
que dicen que no soy una santa, pero sigo creyendo en ti, lo sabes, ¿verdad?”
De pronto, el desierto la sacó de su particular oración hundiendo
uno de sus pies, al tratar de no perder el equilibrio, miró hacia el norte: un tráiler
de compañía cervecera se acercaba a gran velocidad, Elena impulsivamente sacó
la fuerza que da el coraje y la impotencia, apretó el estómago, y comenzó una
loca carrera agitando las manos levantadas al cielo para que el chofer pudiera
mirarla, el hombre del tráiler la divisó al pie de la autopista y comenzó a
disminuir la velocidad, hasta parar frente a ella.
Una nube de polvo envolvió a la maltrecha Elena, el desierto quiso
despedirse, la abrazó en medio de un viento arenoso donde flotaban las almas y
los anhelos que se habían quedado a vivir con él.
“¡Gracias, es usted un ángel!”
Pudo decir Elena.
“Y usted es un milagro, pocos sobreviven en
este desierto”
Le contestó el ángel blanco, en inglés
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