NOCHE DE VICTORIAS SIMPLES
POR:
JAVIER BARRERA LUGO.
Tal vez los sueños se cumplían
demasiado rápido. Tal vez los dioses eran felices tratando de madurar a golpes
los pensamientos de Mayer Rosales, “Pinturita bogotana”, como fue bautizado por
Darío Grajales, el “Narrador de Colombia” cuando se supo que Boca Juniors,
desembolsó los cinco millones de dólares que el Independiente Santa Fe, cobró
en retribución al mítico club argentino, por los derechos deportivos de aquel
muchacho díscolo que todos en el barrio conocimos desde siempre como “El ñerito
Rosales”.
Tal vez los sueños de Mayer eran tentados
por la pereza y las costumbres callejeras, la buena vida y el estilo de los que
cuando ven a dios se asustan (aprovecha lo que te llegue, llénate rapidito,
disfruta mientras puedas). Y aquella noche de un Buenos Aires sumido por las
lluvias de julio, la tendencia se volvió ley: Giunta, perdió el balón en la
mitad de la cancha y el tridente de Independiente: Garnero, Pizutti y
Serrizuela, corrieron como una tromba al encuentro del balón. Embriagado por
los recuerdos de ser figura en un estanque chico, “El ñerito”, ni siquiera
intentó meter la pierna cuando vio como el gigante Serrizuela, hacedor de
viudas y seis de sacrificio, tiró la plancha y ganó la bola sin despeinarse.
-¡Colombiano conche’ tu
madreeee!- vociferó Giunta-¡Metele la patita, boludo…! ¡El cabro no te va a
partir el orto...Te lo voy a partir yo, desgraciado…!
El “ñerito Rosales”, herido en su amor
propio trato de seguir a la bestia roja y negra que se preparaba para patear el
cuero hacia el arco defendido por el “colorado” Navarro Otoya, pero una mano
pesada lo tomó de la melena y le hizo doblar el cuerpo hacia atrás. En un
segundo besó el barrizal que cubría la superficie de la Bombonera, donde tantas
veces se graduó de genio díscolo. “Si hubiera sido Maradona, estos maricas no
me tratarían así”, pensó lleno de ira.
La doce comenzó a putearlo con la misma
intensidad con la que Blas Armando Giunta, capitán, insignia, carbonero, dios y
cinco de la Boca, lo increpaba por “la falta de sacrificio”, por lo “corto de
tu espíritu de lucha”, por “la estupidez del directivo que te sacó de la selva
donde jugabas fútbol con mil monos igual de chorros a vos, pedazo de bosta…”.
-¡La doce…! ¡Me echó encima a la doce…!¡mucha coscorria”- me dijo
borracho y pletórico la noche de navidad que me ofreció un trago y me contó
esta historia que yo había testificado por televisión y que ahora les cuento.
Pero la vida da revanchas. De eso pudo dar
fe el “ñerito” que le embadurnó la cara con atrevimiento al heroísmo. Siguiente
jugada. Templa un centro klinembaum desde la izquierda y Rosales se zambulle
entre Housemann y el “Mono” Gamboa…
¿De dónde salió aquello? No lo sé. Pero fue
una de esas joyas que se quedan pegadas a la memoria sentimental del hincha que
sabe construir los cimientos de las leyendas.
“Pinturita Rosales”, Nuestro “Ñerito
Rosales”, arqueó el cuerpo y metió de “escorpión” el gol más lindo que se haya
anotado en la catedral del espíritu
argentino. La doce estalló. De inmediato, los insultos fueron
reemplazados por un sonoro: ¡COLOMBIANO, COLOMBIANO, COLOMBIANO…!
Giunta, el “capo” del equipo se acercó para
cobrar su pedazo de gloria en la historia azul y oro: -¡Sos un grande,
Cheeee!-le dijo casi llorando.
El “ñerito lo abrazó humilde, gambeteó
a los demás compañeros y le cogió el culo al patrón del medio campo xeneixe con
la templanza que un ídolo de verdad merece y le dijo al oído:
-¡Este “pepino” que acabo de
meter se lo dedico a su madrecita, “lámpara”. Y le voy a puntear uno así hasta
que se lo aprenda “pichurria”...-le dijo mientras los diarios tomaban las fotos
de la noche épica en que un aguerrido colombiano y un “sorprendido dios
boquense” lanzaban sus camisetas hacia la barra mítica que hizo de América el
fortín de los que sueñan con noches de victorias simples.
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