EN VACACIONES
Por: Jaime Castaño
Mi
entusiasmo esperaba las vacaciones. Tus costumbres sin anuncio, cualquier
mañana por el oriente que nos enseñaban en el colegio, arribaban tus manos y tu
grito sobre la puerta de la carretera, para que amarráramos los perros. Luego,
en estampida de risas, por el hilo de pasos entre el potrero y el monte, nos
escapábamos hasta el pueblo. Copitos de nieve hirviendo de colores y abejas
junto a las misas que nunca escuchábamos. Comíamos con tu bocaza de sabroso
sol. Un brazo de hombre sobre mis hombros.
Entonces
los vestidos me quedaban ya muy cortos. Aún no tenía las palabras para decirte
de los hornos en mi cara, cuando descubriste mis auto caricias donde todo era
apenas asomándose a través de la blusa rota del uniforme. Ni supiste del resto
del día huyéndote por la casa.
Esa
noche mi sobresalto mudo no tocó el sueño de los demás. El aguacero, concierto
de puntillas sobre el techo de zinc que le hacía agujeros al silencio, te había
levantado descaro asustado. A mí me mostraría esa fuerza nueva: miedo-galope-de-emociones.
La presencia invisible eras tú. Cercanía. Nada más.
Martha
me regalo la camiseta: grande en mi cuerpo, exacta a mi ausencia de lenguaje.
Tejido cómplice ante tus ojos en el inicio del verano. En esa temporada, sin
explicaciones, me negué a llevar más ropa. De repente me hacía interesante para
los muchachos, eran los años de los primeros besos de parque.
En
nuestra siguiente ida al río la intuición se volvió verdad: las piedras, tú,
los árboles también, estaban desnudos, limpios como el agua. Al final esa
revelación, paisaje de conocimientos, hasta ahora vedados, terminó por
arrebatarme el mínimo traje de baño.
Partir de ese momento hubo un antes y un
después. Las noches tomaron forma. La indiferencia tan marcad parecía cancelar
el juego. Desde la rivera de los sueños esperabas que el silencio fuera oscuro
profundo y nacieran esos remolinos devoradores, los mismos que adiviné en el
río. Los demás habitantes de la casa haciendo burbujas con sus gargantas
extraviadas. Y aún no tenía las palabras para leer tu respiración y tu pulso
anclados en el borde de mi cama pero que se deslizaban hacia mí como nítidas
cometas nocturnas. Tú desnudes contra la ventana al asecho de otra nube que
vistiera la luna...
No volvimos a saber de ti.
Ahora,
casi en mi medio día, tengo las palabras. Conozco de tus naufragios entre los
lechos de la noche, y escucho esas nubes inflando recuerdos entre un arrecife
de sábanas.
Ya no
espero temporadas de vacaciones. No hay perros furiosos. Ni existe” la pieza de
los muchachos”. Tampoco voy al río, y se derritieron los alegres copitos de
nieve. Pero estoy yo, habitada de mares desvelados. Si regresaran tus manos y
tus voces, por el oriente que nos enseñaron, te mostraría con estos lenguajes
sin prólogos, esta sensación de naves rojas que fondeaste en mis puertos
blandos.
Si
regresaras.
Más
ahora sé, me han contado, que en tu mundo, en el que parecías de paseo, el
tiempo con su obligado viaje no volverá a darte vacaciones.
JAIME
CASTAÑO: Escritor de
la calle y de la vida, famélico de tristezas, apabullado de alegrías, juglar de
barrio empobrecido, trovador enriquecido de ciudades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario