INFLUENCIA DE LA LUNA
Entonces, tomé el cuello monumental del caballo que
flotaba sobre la superficie húmeda del asfalto y tatué colores de tu piel en
ese océano oscuro que cubría la electricidad de unos músculos fabulosos.
-Ella entenderá el mensaje
cuando te vea-le susurré al oído y permití que volviera a la anarquía de luces
hechizadas e insomnes, alargadas por ondas del agua que escapaban del encierro
líquido hacia los ojos de quienes apostaban sus restos a la hipnosis de la
futilidad congénita.
Seguí buscándote en los sonidos de la lluvia, con la
imagen de tus pies como fetiche congelado en mis pensamientos, triste porque la
ausencia de tu vida hacía de la mía un resumen de hechos inconexos, pétalos
llevados hasta el infierno del silencio por una sucesión de abriles que dejaron
de latir en el pecho helado de dios.
Te busco, te seguiré buscando. Es una promesa. Lo único
que sé de ti es que existes. Eres una sensación clara que vibra en los puntos
cardinales de mis obsesiones. Las historias se basan en desencuentros que le
van dejando cicatrices al rostro espiritual de la verdad.
Cuando llego a donde estuviste, en ese mismo instante
usurpas esquinas opuestas a la ansiedad de mi sed, tierra de por medio que
separa la paz y su frenesí de los
cuerpos hastiados de amar tan poco.
Imágenes angustiosas hacen pactos suicidas con la idea de
pecar y pecar es resignarse a existir sin causas mínimas, es obstinarse en no
escapar del laberinto por miedo a ser devorado en batallas que dividen claridad
y tinieblas, por mostrarse sumiso ante las urgencias propias de la esperanza.
Buscarte es la mayor prueba de delirio; eso me llena de
orgullo. Esperar tu diáfana mirada, sus exquisitez, es recluirse en los
pasillos que comunican el edén con la bondad de la sensualidad. Buscarte es
encontrarme y hacer que lluevan bendiciones de fecundidad sobre la cara del
desierto en cuyos tejidos carcomidos por el olvido reinan las traiciones de los
seres humanos. La flaqueza es una regla inherente a nuestra condición de
verdugos.
Cae la noche sobre mi universo. Juntar la maravillosa
estela de imágenes desgastadas por la belleza es una costumbre perturbadora;
pero también un paliativo que compensa el vacío de imaginarte extraviada de mi
camino. Sigo tu olor a través de todas las realidades de las que soy prisionero
tocado por desvaríos, sólo te encuentro al final de los sueños y cuando el
cerebro trata de grabar tus facciones en la dilatación de mis pupilas,
desapareces, dejas para los cuervos un rastro de perfume mezclado con el plasma
amarillento del liquen, un puñado de frases sin dolientes, ninguna otra pista a
la cual aferrarse o endilgarle culpas.
Los eventos centrales de mi vida futura tienen un mapa
grabado en las entrañas: cuando te vea, voy a desentrañar la margarita
gigantesca que decoré tus zapatos. Curioso, trataré de intuir los paisajes que se le pegaron a
tus raíces trashumantes, la sinuosa estructura de las tierras donde incubaste
embriones de fe liberadora y anarquía que siga nuestro juego de extremas
consecuencias. Beberé preguntas imposibles de resolver, pero valiosas como la
densidad mística del cielo que no puede quedarse quieto en una sola boca. Los
retos que siembre la energía curiosa de la atracción, serán el principio de
nuevas aventuras y tormentas que reclamen la paternidad de sus espejismos.
Seguiré las instrucciones del mapa. Ni por un segundo
dudaré. Mostraré cautela a la hora de
quitar las tinieblas de la sangre, grises retazos del hombre que fui a las
malas, del patán que todos sacaron a golpes del mundo con motivos de sobra. Te
entregaré palabras unidas entre sí por la inocencia: te amo con urgencia. Sobra el
paraíso si están tus ojos el día de la muerte. Adiós a los aullidos diversos
del enemigo. ¡Estoy vivo! Le diré jamás al silencio de los deseos o a los
límites impuestos al vital accionar del cuerpo que anhela descifrar las claves
del tuyo.
No podré ser asesino de nuestras ilusiones. Sepultar las
ganas de ti equivaldría a desperdiciar las opciones de la propia dignidad. Lo
que se persigue en un torbellino de
orfandad es el chispazo sorpresivo de la alegría.
Cuando te vea por primera vez, recitaré versos que censuran ejércitos de ángeles
drogados por la tristeza. Las estrofas que repetías desde niña y tratas de
olvidar por pudor, servirán como escalones iniciales que conecten los
tentáculos diminutos de las estrellas a la timidez atrayente de tu espíritu.
Las estrofas que pulvericé en instantes de agonía cuando
fui viejo, las que hablan de soñar e inculparse, de obtener como premio a la
testarudez del que abre otros caminos en los caminos señalados, las llamas del
destierro, llenarán de sangre nueva las paredes de mi corazón y de vigor la
eterna limpieza del juramento.
Las estrofas restantes, los poemas sin dueño, las sílabas
que invitan a descarriar la razón, que estorban y enseñan trascendencia y
sopor, irán a amamantar la ceguera de quienes se conformaron con amarnos por
hacerlo.
El día que intuya tu llegada, desconocida de mi reino en
cenizas, cesará el influjo visceral del eclipse, porque ese estertor vacío que
llena de líneas incandescentes los momentos sin ti, mis extremos, es una
barrera que esconde el poder de los soles que cabalgan. De nada valen las
sonrisas amables cuando los lobos buscan
cebar su poder acariciándome el lomo herido y llenando de basura la creación.
Te propondré un encuentro sin pretensiones. Subiremos al
techo de tu casa y desde allí contemplaremos
extraños ojos endemoniados en el horizonte hechizado por la música.
Abrirás los brazos para que los vientos recién nacidos se lleven las alas rotas
que te aferran a las mazmorras. Alucinada, intentarás preservar la cordura,
asirte a las cosas que conoces; pero de eso se trata esta prueba: dejarte
llevar sin preguntar, acabar de golpe con lo que tanto hace daño, lanzarte
contra filones oscuros como si fueras un ave de fuego que reclama su esencia en
el Hades.
Quiero cambiarte la existencia así como la tuya cambió el
eco transparente de mis miedos por la colérica emancipación de las dudas.
Desbordar mares estelares con sólo
nombrar el instinto que domine tu racionalidad, pensamientos violeta
encadenados a los haces rojos con los que la electricidad premia la naturaleza
de tu carne. Desbordar aguas para lograr la purificación de esta ciudad que
pretende endosarse nuestro renacer como suyo. Desbordar líquidos para hacer
cercana la regeneración primaria de cientos de quimeras. Desbordar será
quitarle la capa de nácar, la fisonomía de muerto al tiempo que tantas cosas se
apresura a quemar.
¿Cuánta fe es necesaria para mover el universo unos
centímetros? ¿Le tienes confianza a los manotazos del sonámbulo que a tientas
recorre el laberinto trabajoso del amor? ¿Dónde queda la marginalidad de la
sensación que carece de espectro? ¿Llegaré al final del día con algo concreto o
cada paso que recorra sobre el aire es un simple eslabón en la caída cuyo final
se prolonga? ¿Te amaré como te amo cuando te materialices?
Tantas preguntas y un cúmulo de respuestas escabrosas.
Tengo claro, eso sí, que no es estéril esta lucha. Soy un hombre volcán y no
puedo quejarme de inconstancia o mala leche. Hay cosas que se deben hacer sin
dubitar, hay gente que vale la pena así no la conozcas y tú haces parte de ese
axioma. No me conformo con lo poco que me dan, rechazo lo fácil por indigno,
por cruel y egoísta. Existes y mis corazonadas pocas veces fallan. Existes y
por eso te busco hasta debajo de las piedras. Existes y esa certeza hace que
toda esta locura tenga dignidad, amaneceres y atardeceres para compartirte,
brumas que me tornan nostálgico, pero
también le pican los costados a
las ganas inmensas de triunfar a pesar del dolor de estar sin ti.
Llevo aferradas a las meninges tus características: la cadencia de tus
pálpitos, las tardes escuchando noticias de los lugares que desististe de frecuentar
a través de los murmullos, la tibieza de tus miradas penetrantes hastiadas del
cansancio que produce la sobrevivencia. De eso se trata, niña, de aguantar como
las heroínas del cuento que le cortan la cabeza al dragón: libre de llanto y
neurosis.
Ronda esperanzada
las calles de tu infancia. Encuentra al caballo que deambula por charcos
cromáticos recién formados en la dermis del suelo. Cada mancha, cada sombra,
cada poro y cada sonoridad pegada a su sudor tienen claves que me identifican.
No descartes un encuentro próximo, una repentina sucesión de sorpresas que te
hagan flotar entre las carnosidades de las nubes anaranjadas. No subestimes al destino. A lo mejor un amigo
mutuo conecte tu realidad con alguna de mis dimensiones; quizás seas la vecina
que no he visto salir cinco minutos antes que yo del edificio o el espíritu
celeste que me salve de la anunciada
sobredosis. Mantén los brazos arriba, no te rindas, las buenas acciones
nos darán independencia para amarnos, criterio para olvidar, sentidos para
fornicar, para amarnos como se debe, para crecer y ser individuos atados al
diluvio de la entrega. Ten fe.
Guardo silencio esta noche. Mañana repetiré este mantra
antes, durante, al término del sueño, es ese un lugar propicio, el tiempo, la
estancia donde el temblor del encuentro se hace una causa. Cierra los ojos y
tócame, abre las piernas para sentirte y hacerme sentir, muestra el corazón
para volverlo un refugio digno para la
poesía y su grandeza particular.
Somos mañana, futuro, pronóstico, quietud, nuevo
comienzo. Somos el último pensamiento antes que la tristeza sea ley, huellas
labradas en una caverna, hojas que llenan de belleza el otoño, somos nada más y
todo.
Duerme, duerme y sueña, que la noche bendice a los que se
dejan influenciar por la luna.
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