ROSA
Y LEÓN DESPERTARES
Me estoy volviendo loco. Resulta que estoy en
la biblioteca de una casa muy antigua de mi ciudad, donde vivieron una pareja
de ancianos que se encargaban de limpiar todos los días, una esculturilla de un
caballo que se encuentra en un parque muy cerca de la casa. Al decir que se
encargaban me quedo corto, porque esto no era un trabajo ni mucho menos para
ellos. Inexplicablemente para mi entender, esto se trataba de una misión
sublime y trascendente sin comparación alguna que justificaba la vida misma
para estos dos personajes: Rosa y León Despertares.
Suelo ir a ese parque frecuentemente. Una
noche en las que estaba ahí, me llamó la atención la pareja de ancianos que
estaban limpiando la estatua; las veces que los había visto también era
haciendo lo que hacían en ese momento. Lo extraño y fascinante es que no
recuerdo haber estado en ese parque sin verlos cerca del caballo; ellos ya eran
parte y fundamento esencial de ese lugar. La luna resplandecía en el cielo, me
acerqué a la pareja; sin mirarlos a los ojos esto es lo primero que les dije.
- Felicitaciones, el caballo se ve bien-:
Nunca había visto algo comparado a la reacción que tuvieron aquéllos
personajes, la señora Rosa
Abrió esos ojos miel, tan mieles que yo digo:
esto es tan miel como los ojos de la señora Rosa. Después de mirarme con una
expresión descomunal de sorpresa, miró a su amado señor diciéndole.
- ¡Escuchó papito!-. -¡Sí mamita!-: Le
respondió don León con una voz gruesa y ronca; se dieron un abraso tremendo,
tan sentido que yo me estremecí profundamente, estaban tan alegres que no había
necesidad de hablar o preguntar para darse cuenta. Inmediatamente pensé. ¿Pero
qué les dije? Sin
darme cuenta, los dos viejitos estaban cerca de mí, ofreciéndome una sonrisa.
El resto de la noche la pasamos en la casa de Rosa y León Despertares: hablando
sobre el pasado, el amor y la vida. No hablamos nada sobre el tema del caballo.
Después de esa noche, ésta es la segunda vez
que vengo a la casa de los Despertares; ayer pasé por el parque como solía
hacerlo frecuentemente, -ya no como antes-, por pasar y nada más, ahora era por
saludar a la pareja. No se encontraban allí esos dos viejitos, que con esmero
cuidaban de ese caballo de piedra oscura, de mirada triste y presencia
melancólica. Me sorprendí muchísimo al no encontrar la pareja en un momento del
día en el que siempre estaban. Me dirigí a la casa con el motivo de averiguar
qué era lo que les había pasado. Cuando llegué, la puerta estaba abierta, paré
un momento en la entrada timbrando unas cuantas veces sin recibir contestación.
Entré, dirigiéndome rumbo al segundo piso;
atravesando un pasillito que llaman el “hall” e inmediatamente después, unas
escaleras que dan la curva hacia la izquierda. Al subir por las escaleras
despacio y sin hacer ruido, vi una aglomeración de señores todos viejitos, unos
hombres y otras mujeres, vestidos de negro y en profundo silencio. Casi me
muero. Guardé silencio, sin darme cuenta una de las hermosas señoras de
cabellera plateada, rostro gastado y ojos profundos, puso su mano en mi hombro
halándome hacia un sitio de la sala donde se encontraba una silla apartada de
todas las demás; involuntariamente me senté.
Donde me encontraba sentado, veía a mi
izquierda a un espacio considerable, al grupo de viejitos que vi al entrar; al
frente mío había más hombres y mujeres sentados con el rostro pétreo. A mi
derecha veía el pasillo, un largo pasillo en el cual dos cuartos se encontraban
de frente. Observé de nuevo para encontrar a quién le podía preguntar por los
señores Despertares. Me dirigí sin inmutarme hasta donde la señora que me había
recibido; cuando iba en camino, ella me miró. Al ver que yo estaba a punto de
hablarle, levantó muy suavemente su mano colocando su dedo índice en el medio
de sus labios.
Ya era suficiente, así que me dirigí hacia la
salida con toda la intención de marcharme de ese lugar tan desquiciado; al dar
los dos primeros pasos rumbo a mi liberación, una de las puertas de los cuartos
del pasillo se abrió. Yo quedé expuesto por ser el único personaje que estaba
parado, miré de reojo y observé que dos personas salieron del cuarto. Al
principio no los distinguí, en seguida descubrí que se trataba de don León y
doña Rosa; ¡que alegría! Porque debo confesar que en ese momento, después de
ver a todos esos viejitos, pensé que esto era un velorio y que los señores
Despertares se habían muerto; lo que pasó después confirmo el pálpito.
Los ancianos me hicieron un gesto para que me
acercara. Cuando entré a la biblioteca, don León se sentó junto a doña Rosa,
esperaron a que yo hiciera lo mismo. El que habló fue don León.
- Todas las personas que has visto hoy
en la casa, ya estamos muertos. Cuando éramos más jóvenes tuvimos que salir de
nuestras casas porque los militares nos iban a matar. Recorrimos las montañas
llegando a la ciudad después de mucho tiempo. Lo único que trajimos del antiguo
hogar, fue el caballo al que llamamos “pálido”. Él nos salvo la vida. Cuando
murió, con su cuerpo hicimos la escultura que está en el parque. Ahora hijo, te
lo recomendamos.
Al terminar, doña Rosa se levantó de la silla
acercándose a mí; me paré, nos dimos un fuerte y sentido abrazo. Salí solo de
la biblioteca, sin entender lo que pasaba, cuando llegué a la sala, ya no había
nadie; revisé toda la casa con el mismo resultado, tiempo después regresé a la
biblioteca. Han pasado muchas horas desde que vi a los ancianos despertares,
ahora me encuentro acá solo escribiendo con la intención de convertir en real
lo que he vivido. Voy a dejar de escribir para ir al parque; ahora estoy
tranquilo. Estaré al lado del caballo, seguramente tendremos mucho sobre qué
hablar.
Jorge Alfonso Manrique Varela, Bogotá, Colombia
cual es la biografia del autor?
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