CUENTOMETRAJE
Alejandro
Arciniegas Alzate, Bogotá.
La escena ocurre conforme
a un desarreglo en la conciencia del sujeto que la encarna. Los analistas
emplean el término psicosis para designar los movimientos alterados que ejecuta
una mente fuera de la realidad. El personaje va caminando por una calle a las
cinco de la tarde. La cámara lo sigue por detrás en un primer plano cerrado
sobre los hombros, el cuello y la cabeza. La cámara debe repetir el ‘tumbadito’
del hombre; el movimiento desacordado que producen los pasos cuando uno va
caminando. El personaje voltea la esquina de la casa en la que vive con su
novia. He conocido sicóticos y muchos tienen obsesión por la línea recta. Los
he visto dibujar cuando están ansiosos. El pentagrama y la cuadrícula son sus
favoritos. Imagine que la inteligencia haya trazado una retícula en el cerebro
sobre la cual aparece el mundo percibido. Cuando el trastorno hace presa en el
sujeto y la agitación sicomotora va en aumento, ese conjunto de las apariencias
sensuales amenaza desbordar los límites dispuestos por la mente. Ej: el
colorete de una mujer se corre desfigurándole la cara. La recta significa un
deseo manifiesto de ordenar. Es el regreso de todo lo inconexo a una estructura
definida y regular.
Por eso, cuando el
personaje voltee sobre sus pies para alcanzar la cuadra en la que vive con su
novia, la cámara se detiene un instante sobre el paisaje que deja la ausencia
del sujeto en la pantalla y -acto seguido- ejecuta un giro más o menos rápido,
más o menos brusco, cerrando un ángulo de 90°. El personaje vuelve a la
pantalla. A partir de entonces ha de mantenerse estático el encuadre. Empuja la
puerta; arrastra con el pie una caja de herramientas que está en el corredor;
le pone un pie sobre la tapa mientras saca una pipa del canguro que tiene en la
cintura; prende un fósforo y le mete dos pitazos bien calados expulsando afuera
todo el humo. El personaje se agacha, abre la caja, toma un destornillador y
empieza a desprenderle una por una las bisagras a la puerta; la coge con las
manos y la tira en el jardín. Arranca unas begonias, las siembra en unos tenis
y los pone con cuidado en una mesa. Atraviesa el corredor; sube las escaleras
que están a mano izquierda; la cámara lo sigue, entra al baño y enfocando la
tina aparece una mujer, anémica, llevada, perdida. El personaje le arroja un
Alka-Seltzer que trae en el bolsillo y luego otro; le arroja todos los que
encuentra hasta llenar la tina de Alka-Seltzer y le dice: “borracha”. La escena
se apresura. El personaje sale de la casa y echa a andar por la avenida,
anochece, dobla la esquina y escucha carcajadas que provienen de alguna
alcantarilla, se asusta y de acuerdo al cuadro clínico, también se desorienta.
Y corre.
Prefiere un taxi, lo llama con el dedo, el taxi para y lo conduce
hasta la casa de su madre, entra, le pide plata, ella protesta, se para de la
cama en una bata vuelta nada y con el pelo hecho un desorden busca la alcancía
(marrano de barro que sirve para ahorrar monedas), la levanta con esfuerzo
mientras su hijo encuentra coca cola en la hielera; se sienta con el cerdo
entre las piernas y lo rompe a martillazos; agarra suficiente en un puñado y se
lo mete a su muchacho en los bolsillos; él da un paso aparte, llega hasta la
calle, va... y le alega al taxi “ estos hijueputas se ganan la vida fácil”.
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