LAS MUJERES MÁGICAS
TERESA LÓPEZ OLIVERA, MÉXICO
Hace miles de luces del
tiempo, cuando solía vagar creyendo que sabía de la vida, iba desde las costas
a las montañas.
Las montañas son las más
misteriosas y embrujadoras geografías donde se encuentra el alma de una misma y
aprende a respetar las luces y sombras de las demás personas, a las razones de
la vida y las sinrazones de las luchas por la vida sin muerte.
En esas montañas hace
miles de años y hace unos segundos, las conocí a ellas, las mujeres mágicas,
las de las fuerzas incontenibles, que te traspasan con su horror y su esperanza
inaudita.
Conocí a muchas pues mi
ignorancia era muy grande, gracias a que al menos tenía ojos claros, un poco de
oído y pies ligeros; pero sólo te hablaré de algunas: las de Tonantzin y las de
Raramuri. Eran señoriales sin lujos ni poderes conocidos, es decir sin dinero
ni honores ni prestigio, aquello por lo que hay tantas guerras y desgracias
sangrantes en el mundo. Solían caminar mucho a pie, hacer tortillas y lavar en el
río, cantar en lenguas antiquísimas y amar con pasión todo lo que implicara la
vida.
Las de la arena fina, eran
madres, hijas y nietas. Lupe, la hija, fue a la fiesta patronal de San Juan
Bautista y el borrachito le llamó, un perro estaba a punto de comer a la bebé
que habían tirado en la madrugada porque era fruto de una relación sin
matrimonio. Lupe la levantó le quitó la placenta y la calentó con agua
hirviendo, en botellas para devolverle la vida, ese día la bautizaron y la
llamaron Reina Guadalupe, porque estaba mandada por Tonantzin, como regalo.
Lupe tenía una vida de penurias y compartía la leche de su hija de sangre con
su hija de magia, se llevaban cinco meses. Se la pidió regalada una mujer rica
y no la dio, se la pelearon los parientes y pronto la registró a su nombre. Esa
magia de la misericordia fue invencible, sin precio, el amor nunca se puede
comprar ni destruir, sólo ancharse como el mar. Allá quedaron en el pueblo
náhuatl dando luces y luces.
Las otras mujeres que me
dejaron la vida cambiada y la mente azuzada fueron las de raramuri. Fui cuando
no pensaba. El terror llegó primero y les arrebato los hijos, los maridos y los
yernos, los papás y familiares y algunas hijas. Les arrebato por medio de los
sicarios, esos que se dicen hombres y están muertos en vida, sin corazón ni
entrañas. Los cielos estaban negros mucho tiempo, solo veían las luces de las
balas y las veladoras. Era como la peste de la muerte que dice el éxodo o el
apocalipsis. Ellas agonizaron, un día enloquecieron y los fueron a buscar a las
montañas, sus ojos eran más que lámparas, sus corazones bombearon la fuerza de
las caminatas infinitas en búsqueda de sus muertos y desaparecidos, por ahí
encontraron a un esclavo de crimen, quien se hizo tonto y caminó al monte para
que ellas buscaran. Encontraron la fosa con cientos de asesinados y sus
pulmones iba a reventar del olor a podrido, sangre y quemado, muchos huesos con
carne agusanada, otros cuerpos, la mayoría jóvenes, asesinados, torturados y
algunos desnudos otros aún con ropa…vieron…vieron…pero no estaban los suyos.
Entonces lloraron largamente por todas las familias que no encontrarían nunca a
sus seres amados porque estaban en esa fosa frente a ellos, oculta en
raramuri…y se volvieron. Se murieron un mes, de llanto, no quisieron comer, no
podían cerrar los ojos pues los de la fosa se levantaban ante ellas. Cuando
paso el mes de la muerte se levantaron, iluminaron sus comunidades y trabajaron
sus siembras, sus comidas, sus sonrisas. Cuando las conocí me invadieron con su
luz y su horror, cambiaron mi vida, las de otros y otras, me arrancaron el
mundo de consumismo, de ignorancia, de mediocridad. Allá están en las montañas,
ya no mueren, viven en el cosmos manteniendo la esencia de la luz, de la magia
invencible que hace crecer los bosques, los ríos y alimenta el tiempo de los
relojes de la justicia.
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