NO DIGAS QUE LE TENGO MIEDO
Por: Javier Barrera Lugo
Las cinco de la tarde es la hora que más le gusta a
Ramón. En invierno, el cielo se llena de visos metálicos que parecen fundirse
con el horizonte y en verano, la fosforescencia naranja se estrella contra su
piel y lo llena de placer. Por escasos minutos al día, sin importar la época
del año, siente cómo la alegría le permite evadir sus circunstancias y se le
mete profundo en el tuétano de unos huesos que sostienen setenta y dos años.
Es lo
único que lo emociona de este país. Hace cinco años sus hijos lo trajeron para
que disfrutara de la jubilación y estuviera cerca de la familia, al menos ese
era el plan. No resultó como esperaba. Ya al segundo día de estar aquí tuvo que
trabajar y asumir una nueva realidad. “Las cosas no son como en el pueblo… Tienes
que moverte, haragán, las deudas nos parten el espinazo, ¿sabes? Tenerte cerca
no compensa el cerro de facturas que hay que pagar por tu estancia. Cometimos
un error, eres un problema”. Esas son las frases que usa Roger, el menor de sus
vástagos, cuando le cobra su parte de la renta.
“No
digas que le tengo miedo. Prefiero soportar a este caballero acá en el taller
que a mis hijos fastidiando porque no hay dinero y soy una carga,” repite cada
vez que nos tomamos el cafecito durante el descanso de la mañana y le insisto para
que no se deje tratar mal del abusivo de García, el supervisor. Lo tiene entre
ojos; disfruta insultándolo, sabe que Ramón no va a contestarle. “Lento,
estúpido, viejo insoportable, estorbo…”. Cada día la misma retahíla de ofensas
sin sentido.
De
Ramón sé pocas cosas. Fue maestro por cuarenta años en una escuela rural, tiene
cuatro hijos, enviudó joven y no se volvió a casar. Un hombre cariñoso, por eso le duele que sus hijos lo traten como
si fuera basura. Las veces que ha ido a mi casa se la pasa jugando con mi hija
Lili… Los ojos se le llenan de regocijo y tristeza cuando está con ella… Es
difícil de explicar.
Entramos de almorzar. García nos asigna el trabajo de la tarde. Debo
pintar unos listones de madera; Ramón, barrer la bodega. “Si te pido hacer algo
con máquinas terminarás rebanándote una extremidad o dañando el material. En
este lugar si no tienes manos no sirves, viejo bruto”. Cobardes, los presentes
bajamos la mirada. Necesitamos el trabajo, esa es la excusa. Busco sus ojos,
deseo que la rebeldía le incendie la mirada al menos; pero él, concentrado, realiza
la labor. Su actitud es una proclama: “No digas que le tengo miedo”.
Minutos
después, un grito nos saca de la monotonía. García, lívido, con la mano derecha
bañada en sangre, con la izquierda sosteniendo tres falanges, pide auxilio.
Dudamos. El silencio y la apatía prueban que ninguno de nosotros quiere ser el
héroe que socorra a un patán. “No lo merece, que se las arregle,” pienso. Tibias
sonrisas evidencian el gusto de la venganza.
Sin
aspavientos, Ramón va hasta el botiquín, saca una bolsa de suero fisiológico y
deposita los dedos cercenados en la solución. Toma una toalla, corta la
hemorragia, conforta a un García que testifica cómo su autoridad en un taller
donde se trabaja con las manos, desaparece. “Llamen una ambulancia, este hombre
está sufriendo,” nos implora el viejo.
Los
paramédicos trasladan al herido hasta el Hospital. Por hoy el trabajo ha
finalizado. El señor Gibbs, gerente del taller, me dice con frialdad extrema: “Eres
el nuevo supervisor, García ya no sirve para nada… El dinero que ganaron hoy
sin hacer nada no voy a perderlo. Mañana empezamos una hora antes. Avísales a tus
compañeros”.
En el
parqueadero me encuentro a Ramón. Sin esperar, pregunto: ¿por qué lo hiciste? No contesta. Señala el cielo que tiene una
dinámica extraordinaria: cientos de tonos naranjas, azules y violetas llenan de
vida esta tarde de verano.
RARO ESPACIO EL DE ENVEJECER, HIJOS DESAGRADECIDOS, GENTE LLENA DE RESENTIMIENTO QUE SE CREE MEJOR QUE EL ABUELO, TANTAS COSAS QUE SE DICEN Y LA VIDA DEVOLVIÉNDOLAS. UN ESCRITO REVELADOR Y MUY CIERTO.
ResponderEliminarFLORENTINO BORRÁS.
FLORO, AMIGO, GRACIAS POR LAS PALABRAS. ¿CUÁNDO ENVÍA ALGO DE POESÍA AL BLOG?
ResponderEliminarSALUDOS,
JAVIER BARRERA LUGO