¿EL ORIGEN DEL MAL?
Por: Javier Barrera Lugo
A
cada uno el demonio nos saluda con amabilidad cada vez que estamos en la mina o
en la chacra haciendo lo que el amo y sus secuaces nos ordenan. Pregunta por aquellas
familias que se borran de la memoria, el calor de la selva que queda al otro
lado del mundo y tenemos tatuada en el iris, por las palabras que dejamos
pegadas al amamba, el agua, cuando el
hombre que dice ser nuestro propietario nos adornó los tobillos con fríos
grilletes de hierro y nos trajo hasta su reino de niebla y sal, para trabajar
bajo una lluvia que no deja de llorar.
No sé si este demonio, una metáfora de
alas inmensas que mueve las hojas pardas de nuestros espíritus, sea más
despiadado que el hombre que intenta robarnos la transparencia del corazón con
oraciones recitadas a un todopoderoso que nunca quiere hablarnos, mientras con
el látigo nos deja la espalda en carne viva.
El demonio no quiere doblegarnos el
espíritu, al contrario, invita a cantarles a los dioses bantú (pueblos e ídolos
son lenguajes), sus hermanos, para que no se sientan olvidados, que nos abramos
el pecho con la punta de un rayo de plata y dejemos que las flores se escapen y
lleguen a la montaña sagrada donde nacimos, morimos, volvemos a nacer, a morir,
y le aullamos a la luna un universo entero de metáforas porque los ciclos son perpetuos.
Todas las mañanas el dueño del mundo que
caminamos, pequeño como una lágrima, nos dice que el mal se mide en desnudeces,
insurrecciones y libertades. Yo no le creo. La naturaleza es sabia, venimos con
lo necesario. Si la ropa fuese primordial, naceríamos vestidos; si de callar hablara
el acertijo, no tendríamos boca; si fuésemos esclavos, nos quedaríamos
encerrados en el útero de la madre.
El demonio es poesía, hablar duro, pero
con respeto; nunca he escuchado un insulto de su parte hacia mí. El origen del
mal es el silencio, su apostolado, perpetuarlo o conformarse con soportarlo. ¡Hoy tengo ganas
de cantar y ser magia! Aprovechando que el amo tiene una gripa cerrera, te
hablaré bajito de la verdadera cara del diablo, joven Abeeku, de
los espíritus errantes que somos todos los que alguna vez implantamos en el
corazón la certeza de caminar por la tierra sin que nadie nos indicara una ruta
a seguir.
Los defensores de una fe minúscula, basada
en las enseñanzas de un hombre al que crucifican con cada delito que cometen; los
defensores del ultraje, que con palabras bellas y actos contrarios dicen
preservar la verdad, tienen la misma lógica de los paganos a quienes temen y
han perseguido por mil siglos, de los herejes como nosotros, pueblos unidos al
atavismo hacia el fuego que honramos porque además de calor brinda luz, un
elemento primario que utilizamos los personas para no sentirnos solos.
Tras descubrir el fuego, la humanidad
inventó a sus dioses, a los honestos, a los díscolos, dio vida a los rebeldes
amándonos con la misma intensidad con la que nos odia. Los amos y sus amos,
sintetizaron el cúmulo de miedos que los atormentaban en sólo dos deidades
principales: dios y el diablo, a quien llamaron Luzbel, el portador de la luz.
Y ese nombre es paradójico. Sus leyendas
cuentan que antes de hundirse en la oscuridad del inframundo, este demonio fue
el ángel más bello del cielo, pero sus ansias de poder lo llevaron a generar
una rebelión contra la supuesta bondad de dios que casi acaba con la lógica del
cosmos y terminó por condenarlo al más cruel de los exilios desde donde,
supuestamente, tienta y convence a los hombres para cometer fechorías tan
atroces como la insurrección, la libertad de conciencia, el sexo o las ganas de
conocer.
Los amos de los amos disfrazaron la
naturaleza de su alma, el miedo que se tienen, su propensión al crimen y a
atormentar al débil, creando una caricatura que genera histerias con la sola
mención de su nombre, con la aparición de unos cuernos, un tridente, alas
negras y hasta genitalidades erectas o mezcladas con características femeninas,
como si la sexualidad y la fecundidad fuesen faltas contra el orden dado por la
naturaleza.
Demiurgo, Satán, “el patas,” “el putas,”
anticristo, Baal, Asmodeo, son los otros apodos con los que se identifica al pobre
Luzbel en estas tierras donde se cocina a fuego lento el horror. Lo llaman los señores
con tantos apelativos que ya ni nosotros sabemos quién es. Es una dolorosa
verdad.
Los más viejos me contaron que en una
tierra que se conoce como Roma, los reyes se sentaban a ver arder las casas de
los pobres y sacrificaban, por creer en otro dios que no era el de ellos, a los
ancestros de nuestros amos. Hoy, los blancos que poseen el mundo, hacen lo
mismo con los que adoramos a la naturaleza, la verdadera luz, la auténtica e
irrefutable verdad de la vida.
Sabes, pequeño Abeeku, nunca entenderé cómo esta gente que se nos
come el alma, el cuerpo y cree que sólo somos cosas, ve con malos ojos la música, de la que dicen es un atentado a
la moral. Detestan nuestros tambores, las flores que salen de la garganta de
mamá Nosipho cuando el calor que tienen sus entrañas se mezcla con el de esta selva infecta a la
que llamaremos por siempre hogar. Pecado es abstenerse de disfrutar los dones
de la madre, del suelo, del cielo, la tierra roja de esa África ausente que
tememos aún bajo las uñas, de los diluvios que duran un suspiro y llenan de vegetación
la esencia de las cosas que existen. El diablo son ellos, por eso lo nombran
tanto y le temen cuando se ven las caras reflejadas en el agua, cuando sus
cuerpos están desnudos, cuando cierran puertas, ventanas y corazones mientras copulan.
Te prometo una cosa, amigo, desde hoy
seré un demonio. Ya estoy cansado de implorarle favores a unas estatuas que
siempre están sufriendo y jamás me responden, a una masa de yeso, madera y
pintura demasiado triste. Los demonios, los que nos describen los amos, no agreden, no violan a las esposas de otros,
no dicen ser mejores que otros cuando el pánico los doblega y se pegan del
color de su cuero pálido para imponerse.
Soy negro, no idiota. Mi historia es
igual que la de muchos, sólo que se ha desarrollado en otros lugares, en otras
circunstancias. ¡Sí, seré demonio! Demonio unido a más colegas que queremos
cambiar las cosas, los que vemos siempre belleza en el mundo y sus seres, los
que no nos limitamos a ser simples monstruos que acumulamos piedras, tierras
que son de todos, leche que regalan las vacas. ¡Sí,
seré demonio!
Seré dueño de supuestos pecados y
sismas, leeré las intenciones en el viento cuando corra a través de los árboles,
sin inocencia malsana o infame cursilería. Escucharé aleteos mínimos en la
penumbra, de colores disímiles, míos a perpetuidad. Renuncio a la miseria del
corazón, a pensar como mezquino ángel que sea cómplice de las cosas brutales
que hagan otros.
Demonios somos los hombres dispuestos a
salvar del hambre espiritual a quienes desesperados, transitan como sombras por
las paredes de calicanto que levantaron los amos para encerrar el alma de otros.
Escribiré sentencias de vida en las
nervaduras de los músculos de los dioses muertos esperanzado en que nadie las
lea. Un día toda mi retahíla, la que has escuchado con paciencia, respetado
Abeeku, será patente cuando los hombres como tú y como yo, como los amos, no nos
limitemos a pensar que el demonio es malo y el resto, la cara linda de un
paraíso que anhelan y nunca tendrán para sí.
ESCRITO INSPIRADO POR EL DEMONIO DE LAS LETRAS. BUENO EL APORTE JAVI. SALUDOS. MARIO DIAZ
ResponderEliminarun cuento deldemonio.
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