191
Ella amaba al fantasma
porque sus palabras eran dulces y a veces, cuando hablaba de amor, estas se
encendían como brasas. Ella le escribía poemas y le confiaba su deseo de que
estuviera ahí, en carne y hueso, para que probara su carne. Con frecuencia,
ella hablaba de él con sus amigos como si en verdad estuviera a su lado, pero
al final del día, cuando desconectaba facebook, ella se iba a dormir. Sola,
como siempre.
192
“Pregunta lo que quieras”,
dijo el maestro. El discípulo, pregunto entonces sobre la vida y la muerte,
sobre la realidad y la no realidad, sobre el amor y el odio, sobre los alcances
del bien y del mal; pero a cada pregunta, el maestro respondía con un: “No lo
sé”. El discípulo calló por fin. “¿Tienes más preguntas?”, “No, contestó el discípulo.
“Entonces lo has captado todo muy bien”
193
La plaza estaba a reventar
cuando salió al ruedo con ese garbo y empuje que lo había acompañado toda la
vida. Cuando el bicho se le puso al frente, él hizo lo que sabía y enseguida le
pareció que el aire se humedecía con una lluvia de aplausos. A la hora de
matar, apuntó bien y pincho en las costillas. El bicho dio una voltereta y cayó
sobre la arena con el traje desgarrado.
Edgar
Allan García, (Ecuador 1959- ), de su libro 333
MICRO-BIOS
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