Conversando con el Hombre de Cobre
Autor: Andrés
Díaz Campe (Chile)
Corre el año 2100, hacen 93 años del
cierre del campamento de Chuquicamata, no queda ninguno de esos habitantes de
aquel entonces, sólo los descendientes de los descendientes, yo soy uno de
aquellos, mi Bisabuelo, se encargó de dejarme el legado de ésta hermosa
historia, crecí mirando, las fotografías de todas sus calles, sus historias y
tantas otras cosas, estoy muy lejos de aquel lugar, creo que visitaré aquello
que mi Bisabuelo tanto quiso.
Después de muchas horas de viaje, estoy entrando, a la ciudad de Calama, me llama la atención, la gran tranquilidad de sus calles, consulto por la salida hacia Chuquicamata, la gente me mira como queriéndome decir algo, en fin sólo quiero llegar a mi destino. Al cabo de unos minutos estoy entrando a dicho campamento, no me he cruzado con ningún otro vehículo, un escalofrío recorre mi cuerpo, al estar en el lugar donde mi Vice abuelo nació y creció, no hay ningún letrero, sólo árboles viejos y secos, que dificultan su ingreso, a medida que avanzo hacía lo que era el centro, no veo más que ruinas, si sólo ruinas, nombres de algunos negocios, esparcidos por el suelo, detengo mi vehículo y saco mi álbum fotográfico para ver donde estoy, me encuentro frente al lugar que llamaban “Oficina de Pagos”.
Este silencio no me deja tranquilo, miro la hora y son las once de la mañana, ni siquiera quiero moverme, de repente un ruido rompe este silencio sepulcral, dirijo mi mirada hacia un costado de éstas oficina y alcanzo a ver un hombre, que sale de entre las ruinas, con la voz entrecortada le grito ¡He Señor, a Ud. Le digo!, el hombre levanta su mirada y se dirige hacia mi diciéndome, ¿En qué puedo ayudarlo señor?.
Bueno verá Ud. Vine a ver este lugar porque mi Bisabuelo nació y vivió acá, toda mi familia siempre supo de este campamento y yo vengo a conocerlo pero, acá sólo hay ruinas, puede decirme Ud. ¿Qué pasó aquí? pero, antes que nada ¿Quién es Ud. y por qué está aquí? Déjeme decirle señor que, yo estoy acá desde antes del año 1899, cuando tantos hombres andaban en busca de cobre, al que yo llamaba “El Oro Rojo” en aquel entonces yo era un mozuelo, vine con otros hombres pero, un día encontré la muerte a temprana edad, ya no recuerdo cuantos años tenía, quizás veinte ya no importa, tampoco recuerdo mi nombre, aquí todos me llaman el “Hombre de Cobre” ¡Todos lo Llaman dijo Ud. es que hay otras personas que viven aquí!, mire me dice porque no me acompaña a mi casa y allí conversamos, por un momento, no sé qué pasa pero, éste señor me da cierta tranquilidad y despierta mi interés por saber más de este campamento. Unos cuantos pasos y ya estamos en su casa, miro un número sobre la puerta que dice; “B-201”, reviso mis fotografías y corresponde a la población “Los Adobes”, tan pronto estamos en el living de su casa, continuamos la conversación, él me cuenta diciéndome que, hacen alrededor de treinta años se acabó toda la riqueza de este enorme yacimiento, me pide que le muestre las fotos, al ver una foto en donde se ve la “Población el Bosque” tapada con mineral, me dice que eso ya no existe, porque los hombres sacaron todo el cobre posible hasta el último gramo, fue una locura, todos los acopios que habían fueron procesados, las ruinas del hospital se pueden ver a simple vista, el campamento americano y su entorno, allí están. Interrumpo su relato y pregunto, como fue aquel final, me cuenta que la primera área de trabajo en cerrar fue la Refinería y la Fundición de Concentrado, luego siguió la Mina y lo último, la Concentradora, sacando su última tonelada de concentrado, sus hombres ponían así término a una enorme historia, el último bus con estos mineros bajo a las veintiuna horas de ese día jueves, colocándose candado a la “Puerta número Dos”, todas las instalaciones fueron rematadas, bastante movimiento por un buen tiempo, hasta que no quedo nada. Sabes me dice, salgamos a caminar para que veas todo lo que te he contado, te contaré un secreto me dice, mira por esas ventanas de estas oficinas y dime que ves, a lo que no puedo creer lo que estoy viendo, gente trabajando en su interior, no digas nada me dice, ellos siempre han estado y estarán allí, son los “Chuquicamatinos”, que al igual que tu Bisabuelo viven acá conmigo, donde tu vayas veras a uno de ellos, no puedes hablarles, sólo yo puedo hacerlo.
Por un momento no se si este hombre está loco, quizás yo lo estaré, sus palabras interrumpen mi pensamiento, sé que te asusta todo esto, los pueblos fantasma son así, sigamos caminando me dice, miro al que llamaban “Cine Variedades” no le queda ninguna calamina, todo fue sacado, aprecio los árboles de la plaza totalmente seco, el monumento a “Ohiggins”, ya no existe, sólo está su base, miro hacia la Iglesia, su cruz esta tumbada, quizás por el viento a punto de caer, por detrás de ésta, las casas sin sus techos, las corridas están incompletas.
Miro hacia el que era el “Auditorio Sindical”, el “Hombre de Cobre” me dice, sabes aquí siempre se escuchan discusiones, aplausos y gritos, yo le llamo “El Templo de las Esperanzas y los sueños jamás Realizados”, llevan años sin ponerse de acuerdo, caminamos hacia el gran “Club Chuqui”, no me atrevo a entrar, escucho balones dando bote en su interior, el “Hombre de Cobre” me dice, aquí los entrenamientos son a diarios, siempre están preparados. Continuamos nuestra caminata, nos acercamos hacia el “Club Obrero”, no hemos hablado palabra alguna hasta que, gritos de euforia desde el interior de éste recinto quiebran el silencio, mi amigo exclama, ¡Un buen juego de boliche seguramente!, no sé qué hora es pero, el sol parece acostarse, alcanzo a divisar la población “Las Normac”, muy poco de ella queda, el viento y la tierra se han encargado de sepultarla, el cementerio muestra algunas tumbas abiertas, sus árboles; solo crujen con el viento, parecen que estuviesen hablando y gritando esta historia. Iniciamos el regreso hacia mi automóvil, el “Hombre de Cobre” a esta altura se ve como acostumbrado a mi presencia, quiere mostrarme todo este pueblo pero, creo que es suficiente, ya casi oscurece y pasamos hacia su casa, al llegar a ésta me pregunta ¿Qué te pareció todo esto?, no sé qué decirte, quizás sea un sueño, tal vez una pesadilla, mientras compartimos un café, me has contado la historia mejor que un libro, pero; no entiendo porque no te asustaste cuando me viste, la forma de recibirme en tu casa y ¿Por qué ? compartiste esta historia. El “Hombre de Cobre” se quiebra y con sus ojos llorosos me dice; los mineros de Chuquicamata siempre fuimos generosos, lo dimos todo por este país, sus hombres mujeres y niños recibían al visitante como uno más de esta tierra, hoy te he recibido a ti, mañana lo haré con el que venga y volveré, a contar la historia de esta tierra una y otra vez y así será por la eternidad.
Con las palabras de este hombre ya no me sale la voz, estoy emocionado, me ha contagiado su llanto, voy hacia mi automóvil y saco una chaqueta que mi Bisabuelo guardaba como un tesoro, vuelvo a la casa y le pido a este hombre que se la coloque, al leer el logo que tiene dice: “Refinería Número Uno Codelco Norte”, sí; mi Bisabuelo trabajó allí y hoy tú la llevarás por ser el primer trabajador que tuvo ese gran Codelco Norte, cuídala te ves bien con ella, otros hombres en aquel entonces la llevaron con gran orgullo, sé que mi Bisabuelo estaría orgulloso de esto.
El “Hombre de Cobre”, para no ser menos saca de un viejo capacho un jarro hecho de cobre, le pregunto ¿Y esto? Lo he hecho yo en mis ratos libres me dice, a lo que replico, no dices que el cobre se acabó, si pero, con voz más baja me dice : “En La Cueva del Pirata” aún queda un poquito de éste, sabes le digo para que te ilumines te dejare una linterna que tengo, tómala ya es tuya, ahora debo marcharme, el “Hombre de Cobre” me dice que agradece mi visita que no veía a nadie hace tantos años, que pensaba que ya Chuquicamata había sido olvidado, no le digo, nosotros los descendientes de esos chuquicamatinos hoy hemos renovado aquel compromiso que nuestros antepasados tenían, de venir a verlo en su aniversario y por eso te dejo este álbum de fotografías para que las muestres a los visitantes y puedan apreciar lo hermoso que era este campamento. Después de un abrazo y un apretón de mano me despido de este fantástico hombre, subo a mi automóvil y comienzo a alejarme, queda muy poca luz, se me ocurre mirar por el espejo retrovisor y cual sorpresa me llevo, veo al “Hombre de Cobre” con mi Bisabuelo despidiéndome, sólo quiero salir de aquí, hoy ha sido un día duro, pero; algo me quedo claro, mi Bisabuelo tenía mucha razón cuando dijo que: “El Campamento de Chuquicamata no ha Muerto”. Me voy de este campamento con una tremenda misión, cual es; buscar a todos aquellos descendientes de los Chuquicamatinos y decirles que vengan acá a renovar el compromiso de sus antepasados, aquí el “Hombre de Cobre” los estará esperando junto a todos sus seres queridos.
Los Chuquicamatinos y en general los Chilenos, muy poco sabemos, del llamado “Hombre de Cobre”, un hombre que fue real, como tanto minero buscador de cobre, dejo su vida en esta tierra y también nos dejó un legado, el valor que tiene el sacar una libra de cobre y transformarla en riqueza para este país, con esta historia le he rendido un gran homenaje a este gran personaje de la minería chilena.
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