ASESINO DE DIOSES
Por: Javier Barrera Lugo
A: Fernando Cely, quien me contó esta historia al
calor de unas cervezas.
Un
paso a la vez. Quedarse quieto. Respirar profundo para que esta rabia que
consume se vaya diluyendo. No funciona. Repito infructuosamente la terapia cien
veces para no partirle la mandíbula de un puñetazo al imbécil que por ser
hermano de mi mujer, cree tener derecho a restregarme sus puntos de vista
respecto a “¡mi poca actitud para asumir la vida en serio de una vez por todas,
carajo!” No lo logro. ¡Voy a matarlo!
Salgo de la habitación sin chistar,
atorado. Ella no dice nada. El silencio es la puñalada que confirma mis
sospechas: “Siempre apoyaré a mi familia.” Su mirada escupe esa sentencia que no
quise asumir porque creo estar aún enamorado de la bella flaca.
No puedo hacer nada. Mi presencia sobra
en el paraíso mentiroso inventado por este clan al que nunca pertenecí. Saco de
la gaveta la poca plata que ahorré para viajar a Cuba, reviento contra el piso el
celular que ella me regaló en navidad (aparato de mierda que siempre detesté
porque con él, la flaca me tenía atado) y escapo.
Bebo la existencia de la cantina del
viejo Santafé. Ebrio, vago por horas y los pies me llevan por inercia al lugar
que creí, era mi hogar. “Tal vez una disculpa…”, pienso. El sedán último modelo
de mi cuñado continúa parqueado frente a la casa. Las luces de la sala están
encendidas… Huele a conspiración por todos lados… ¡Ya no me rindo!
Nietzsche concluyó en una explosión de
locura genial, que el hombre purificado es aquel que no tiene nada que perder y
descarta lamentarse por eso. Consecuente
con este concepto, tomo una piedra grande del jardín y la meto entre mi
chaqueta anudada por los extremos. Como un David moderno versión mestiza
latinoamericana, comienzo a lanzar la honda con furia hasta que no le queda una
ventana y una lata buena a ese hermoso vehículo italiano que Goliat usa como sustituto
de su pene pequeño.
Todos me miran aterrados. Ella vuelve a
decirme con la mirada que estoy solo y frito. Lo acepto. Mi cuñado se lamenta
hasta las lágrimas por su carro siniestrado. No se atreve a mirarme. Es un niño
asustado y dolido; tan igual a mí que estremece. Enciendo un cigarrillo por
placer. Acabo de matar al primero de los dioses de mi lista.
ACABARCON LOS COBARDES QUE SE ESCUDAN EN LA FAMA O LA PLATA PARA IMPONERSE. BUENA TÁCTICA LA DE TU AMIGO, LOQUITO BARRERA.
ResponderEliminarFLORENTINO BORRÁS.