AYER
Por: Fernando Vanegas Moreno
Si que era fría esa mañana…,
salió sin prisa, asomándose a su tristeza cotidiana, creía en su alma que todo
mejoraría con el paso de las horas. Mientras esperaba el bus, subió las solapas
de su abrigo, sacó de su bolsillo izquierdo el último cigarrillo que le
quedaba, lo puso en su boca y luego de encenderlo, inhalo con fuerza aquel beso
prendado de nicotina y de barbarie. Buscaba en su memoria el recuerdo perdido
de esa niña, la de ayer, la del colegio, la que fuese en un momento de locura
adolescente, su amiga, su novia, su amante, su esposa. Últimamente la evocaba
demasiado…., tal vez era el cansancio de su vida desordenada y sin sentido, tal
vez era solo la necesidad imperiosa de querer, de amar, así solo fuera a un
recuerdo; hacia tanto tiempo de su soledad, que ya extrañaba el dulce dolor de
enamorarse.
Estaba agotado, lo miserable
de su alma solo se equiparaba con la grandeza de sus ideas, su pobre
apreciación de sí mismo, no era para nada concordante con el concepto de
“genio”, que de él tenían la mayoría de sus conocidos, y es que sí, era un
genio, algo loco, algo descuidado, algo hijueputa, pero un genio.
-Oiga marica, ¿Por qué fuma
tanto?
-Don Marica pues merezco
respeto (contestaba cuando así lo interrogaban), fumo tanto porque solo la
nicotina es capaz de hacerme escapar, y rápido, de juicios de valor como el
suyo.
No aceptaba la intromisión
fastidiosa de otras personas en su vida. Él y solo él era el dueño de su
destino, y así, esa mañana, con nostalgia volvía al tiempo aquel en que “capaba
colegio”, solo con el firme argumento de esperarla a la salida de sus clases,
cargar sus libros hasta la puerta de su casa y despedirse con un beso inocente
hasta la tarde siguiente, cuando muy seguramente, el Wimpy de Unicentro se
convertiría en el testigo alcahuete de ese amor infantil ya madurado.
Ya en su transporte, busca
la silla más apartada, se sumerge de nuevo en sus coloquios y en un momento
dado la ve reflejada en la ventana empañada de su lado, el corazón se para, es
imposible la casualidad, voltea con violencia y…, no la ve… ¿acaso su ejercicio
mental de evocación, ya raya en la obsesión y la locura? No, no puede ser. Hace
tanto no sabe de ella, son muchos años, ya debe estar casada y, muy
seguramente, será una excelente esposa y madre. No cabe duda alguna, se está
enloqueciendo. Baja con premura de aquel infierno rodante, pero el averno ya está
en su cabeza, camina rápido primero; corre después, como para intentar dejar
atrás esa imagen en uniforme colegial. Atraviesa el parque el Virrey, la
carrera 15 y continua hacia el oriente en su desesperada evasión de los ayeres.
Por fin, ya sin aliento y rendido ante la velocidad inmisericorde de su mente,
se sienta en el pasto humedecido de esa mañana, quiere dejar de recordar,
quiere que su maldita vida gris vuelva a ser como siempre, quiere criticar y
ser huraño y amargado sin que le importe nada ni nadie, quiere cabalgar en la
penumbra de su orgullo y abrazar su soledad, quiere y se da cuenta, que lo que
más quiere…, es que ella aparezca.
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