EL
MECANISMO
Por: Javier Barrera Lugo
I
Cada elemento encaja con naturalidad en
el soporte del mecanismo. La milimetría de las piezas al unirse se confirma
perfecta: hojas de metal pulido y con leve coloración rojiza, flejes que pese a
su grosor se estiman resistentes, tornillos diminutos, muelle sólido, resortes
y engranajes bailando una danza que habla sobre el tiempo que se deja medir
para esfumarse, resucitar, expandirse y contraerse infinitesimal. Esa es la naturaleza
de los hechizos que trasiegan por el universo. Todo lo anteriormente descrito,
se acopla en una caja que encarcela un
disciplinado corazón artificial, que al final de la cuenta, asemeja una cebolla
metálica que compró un hombre rico por puro capricho o tal vez queriendo
reforzar su puesto de gregario en una sociedad jerarquizada a la que nada ni
nadie parece importarle.
La idea es que el dispositivo ensamblado iguale la contundencia de los
estribos que lo soportan, ese es un principio del oficio; pero como era de
esperarse, el Maestro privilegió la belleza sobre la estabilidad en el diseño. Arte
es el sello de esta casa artesana en la
que por medio siglo se ha fraguado una tradición de pulcritud que a mí,
francamente, me parece superficial.
Lo que tengo permitido hacer y debo hacer, quedó finalizado. La primera
virtud que debe trabajar un aprendiz es la humildad. El Maestro ordena que me
acerque para observar. Sus manos grandes como de estrangulador, llenas de
vellos entrecanos y venas gruesas marmoladas, toman con delicadeza las
herramientas que parecen de juguete, ajustan, atornillan, remueven las
imperfecciones que aparecen traicioneras a última hora. “Siga durmiendo,
pendejo…” me enfatiza el viejo
balbuceando molesto. El rubor cubre mis mejillas y el corazón se achicharra.
El látigo de la corrección ante una falla evidente que yo mismo generé y no detecté, es
peor que la puñalada por la espalda de una mujer.
Los ojos del Maestro brillan con mística. Un leve toque a la rueda dentada
exterior y el mecanismo empieza a latir. El soplo inicial sobre la cabeza de
Adán emociona. El flujo de la vida y su electricidad, su irremediable extinción,
es ahora
manifiesta.
“Haga el recibo y entrégale el reloj al Doctor Albarracín. Hoy los
aguardientes los invito yo.” Me dijo tras salir del trance creador.
II
La muchachita se cansó de rogarle que la
llevara para la pieza. “Estoy cansado, hoy no tengo ganas de empelotarme o de
empelotar a nadie… Sírvame un trago, mamita, tómese uno y váyase. Aquí ya no
hay plata.” La puta lo miró con desprecio y se le “pegó,” segundos después, a otro anciano cascarrabias que tarareaba tangos de Alberto Podestá.
“Sabe, Floro, el de hoy fue el último reloj que voy a ensamblar. Me
cansé de esta joda... Le vendo el negocio, quédese con él, acábelo, quémelo…
¡Haga lo que quiera!” Cinco segundos después la borrachera lo estampillo contra
la mesa.
Roncancio, el dueño del café, me ayudó a subirlo al taxi. Sacó del delantal un reloj que el Maestro le dejó
como prenda por el valor de una cuenta
noches atrás. “Cuando se despierte,” me susurró, “dígale que esas
cervezas de la vez pasada fueron por mi cuenta, que no se preocupe y guarde su
reloj en un lugar seguro.”
Saqué del bolsillo unos billetes y le dije que se pagara. El gordo me
miró con un dejo de lástima y me aconsejó: “guárdelos Florencio, de pronto le
hacen falta… y más con lo que sabemos.”
Asumo que mi cara de sorpresa ante el comentario le hizo confesarme lo
que sucedía, porque era el único que, al parecer, no estaba al corriente de los
hechos: “¿El viejo no le contó lo del cáncer? Se lo confirmaron hace poco, le quedan
meses, pocos, eso sí, ¿me entiende?… ¡Uy, hermano! Discúlpeme, pensé que
don Poncio le había… eh… pensé…
Ahora que soy un viejo relojero en tiempos de relojes chinos,
vulgaridades de plástico plagadas de ordinariez, porquerías sin mística, entiendo
que todo pasa, que los mecanismos asombran, funcionan, desaparecen. Lo único
infinito parece ser el tiempo, ese padre
sádico que contempla necedades mientras
nos volvemos polvo en la eternidad sin siquiera notarlo.
UN RELOJ, UN VIEJO MORIBUNDO Y UN VIEJO QUE FUE JOVEN... GRAN HISTORIA.
ResponderEliminarCAMILO BRIÑEZ