LA MALDICIÓN DEL BURRO
Por:
Javier Barrera Lugo
No pidas que sea un caballero si me pones
a comer mierda por mero gusto.
Atte.: La base.
Hasta para ser un tirano apenas
respetable se necesita estilo. Este no se compra, ni tiene valor de cambio
porque es condición inherente a la templanza del espíritu. El personaje con estilo
es quien cierra la boca y analiza las causas
de un problema mientras una turba grita; deja que la gleba actúe cegada por sus
pasiones menos nobles y saca rédito cuando la tragedia es consumada. Y es irrelevante si reviste maldad o bondad
el propósito que lo impulsa. Lo valioso es que la razón tenga, al menos, un
ápice de repercusión positiva para quienes terminen siendo beneficiarios o
víctimas de ella.
La vulgaridad, la persona vulgar, en cambio, estima su impertinencia
como virtud suprema ya que es la majadería del ego quien le aconseja. Nada es
gris, siempre defiende hacer lo correcto cuando es lo que le conviene a sus
proyectos. Pasa los días imitando a Narciso frente a un espejo empotrado en su
imaginario, aún sin tener belleza o al menos una pizca de inteligencia que
sustente su apreciación.
Al no tener criterio propio, imita actitudes de sus amos (a quienes
aspira cortar la cabeza y reemplazar en algún momento), cree a sus iguales
jerárquicos, seguidores nacidos para “mamársele” la idiotez y aguantar los
puntapiés en el estómago que les da cuando tienen la desgracia de caer
malheridos por alguna trampa que fraguó… Pobres personas, pobres propósitos,
pobres ideas las de la gente sin cualidades... Hasta para ser tirano se
necesita estilo, algo de inteligencia, hilar un par de ideas, así parezcan
descabelladas o huérfanas de propósito.
Creyó que tratar con insufrible zalamería a quienes besaba el culo como
ritual de sumisión, maquillar la ansiedad de conseguir sus intereses bobalicones
a través de nosotros, sus iguales en la jerarquía, la harían dominante en la
selva burocrática donde nunca pasamos de ser prisioneros sin rostro o sombra.
Estaba convencida que humillar a quienes habitábamos la base de la
pirámide le daba poder, que nuestro aguante era sumisión y no conspiración (venganza es un plato que se come frío), que
éramos idiotas útiles centrados en ganar el pan y no tipos heridos en su honor
que anhelábamos una oportunidad para machacarla a golpes… Lo único infinito,
además del universo, es la estupidez humana; no hay duda de esto.
Un día, sus protectores, sus dueños, se hicieron estatuas de sal que le
dieron la espalda. Ella lloró sus ojos frente a nosotros, la base que
despreciaba. Nos insultó, pataleó como posesa, nos dijo hasta misa. Entendiendo
su propio ridículo, que estaba sola en medio de una jauría con sed de sangre
traidora, intentó convencernos de hacer
“borrón y cuenta nueva,” de ayudarla “ante una situación injusta que no
merecía alguien que sólo siguió ordenes…” Lo único infinito…
Cuando la voz de la verdad le ganó el pulso a la arrogancia en aquella
mente cerrada, cuando leyó desdén en las miradas, la tipa se desplomó cuan pesada
era. Acudió a la súplica como último recurso del cobarde. Nosotros, silentes
por naturaleza, conspiradores de oportunidad, la miramos con asco mientras cavábamos
la fosa donde sus antiguos dueños ordenaron enterrarla.
¿La vida enseña? ¿Castiga? Eso no es relevante para la historia. Juicios
éticos de ese calibre son entendidos por mentes brillantes y ese no fue el caso
de la protagonista de este relato, ni de nosotros, “la masa” que se preparó
para actuar.
La echamos al hueco de un empellón. No hubo remordimientos. Con las
fuerzas que sobrevivieron a la sorpresa de ya no ser la mascota de sus amos, trató
de escapar. Uno de la cuadrilla, matarife
inescrupuloso que la odiaba más que el resto, clavó la punta de su bota en aquel
estómago adiposo. Sin aire en el tórax fue más fácil disponer del cuerpo.
La última palada de tierra trajo consigo una sentencia que alguno recitó
como plegaria: “La maldición del burro: con la vara que mides serás medido.”
Nadie dijo nada. Alguno de nosotros sería el próximo en la lista… ¡Era seguro!
un grande amigo, cada vez escribes mejor... Suerte que nadie te lea, lo bueno no es para todo el mundo.
ResponderEliminarFLORO BORRÁS
Abrazo al escritor. En hora buena.
ResponderEliminarGracias por el abrazo, anónima o anónimo amigo. Identifíquese por favor.
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