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venturosos 2014. Esperamos seguir contando con sus comentarios y aportes, apoyo
invaluable a este sueño.
LOS TITANES DEL TIEMPO
Aroldo
Moisés Pescado Tomás, Guatemala
Se acercaba el tiempo de
las luciérnagas en el aire, esas pequeñas luces que con las primeras lluvias
dan la idea de ser chispas de fuego al extinguirse el incendio que quemaba la
tierra en el verano.
La noche que no era
noche delineaba figuras chinescas por el camino de tierra, de piedra, de polvo,
de lodo. En el lento vaivén del alarido de un viento quejumbroso flotaba la
frescura de un cielo estrellado, sin nubes, sin sombras. Cuando pasaba por el camino
de pedregales el sonido se hizo grande, que cubría todo, que lo envolvía todo y
el firmamento se movía como si viajara en barco. De pronto se sintió caer en un
profundo abismo, sintió volar hacia atrás, de espaldas por un segundo sin fin.
El ladrido de un perro
negro que dormía en el camino lo vino a despertar, era como alma de diablo que
mostraba sus dientes blancos mientras pasaban Lila, una vieja mula acanelada, y
él montado sobre ella casi dormido en el sueño del amanecer eterno.
¡Guau!, ¡guau!, ¡guau!,
¡guau!, guauuuu… ladraba el perro en tanto corría y regresaba como queriendo
jugar a espaldas de la bestia, Lila seguía con su andar tranquilo como si
también durmiera de tanto caminar. Don Encarnación se tocó la cintura para
revisar si seguía ahí el machete que colocó con mucho cuidado al salir de su
casa. Y tubo que sostenerse también el sombrero ancho para no caerse porque la
mula despertó asustada, ya que se sintió caer de espaldas frente a la fuerza
del ladrido de un lebrel pinto que se oponía a su camino.
-¡ShÍÍtT!, ¡chucho! –Dijo,
para apartar al animal del pasaje-. Silencio. Atrás quedó la granja de los
frailes y sus fieros guardianes caninos.
-¡Mercado central!,
¡mercado central!, ¡vamos madre!, ¡llega, llega! Con las primeras luces sonaban
las bocinas como reses para el matadero, docenas de canastos y sacos con
plumas, frutos, verduras y hortalizas eran cargados al camión donde viajaría Ña
Candelaria. Bajo la luz de las estrellas y luceros pálidos florecía un
verdadero mercado terrestre, casi acuoso por el vapor de las tazas de café que
servían unas mujeres prietas a los camioneros rechonchos y malhumorados. Cestos
con gallinas, patos, pavos; limón, toronja, chile, tomate, cebolla; calabazas,
porotos y maíz.
En la alforja fósforos,
ocote, pixtones, sal, chile, agua. La oscuridad palidecía como hombre que se
asusta y que dormido enflaquece y despierto muere. La aurora aparecía tímida y
ligera detrás de cerros con dioses seculares. El canto del cenzontle lloraba
agua, y el hombre con su mula llegaba al monte, para trabajar la tierra sagrada
y benévola, que generosa da a su tiempo la espiga que es la madre del pan, y el
maíz, padre del hombre americano. El sol pintaba el horizonte con sus rayos de
luz, mula y hombre eran como sombras en ese paisaje de oro. Los brazos y
piernas reumáticos de tanto labrar la tierra comenzaron su larga faena. Olía a
tierra seca.
Doña Candelaria, mujer
vieja y paciente como su esposo, llevó a vender mil tomates verdes, gallinas
amarillas y conejos blancos a la plaza de la ciudad.
-¡Hoy no hay venta!,
¡aquí nadie vende más! –gritaron unos gendarmes. Y hubo que correr para salvar
la vida, y dejar la venta para no ir al calabozo, y llorar para destruir el
badajo de plomo en la garganta. Los miserables no tienen derecho a ganarse la
vida honradamente porque causan desorden y afean las horribles ciudades. Y
causan enojos a los grandes estadistas idiotas, burgueses que creen ver todo y
no ven nada.
Los primeros aguaceros
agujerearon las viejas láminas de zinc. Don Encarnación regresó a casa y se
quitó las botas de hule, ahora llenas de agua limpia y llovida. Entró a la
cocina y vio a su esposa con las pupilas llenas de granizos calientes, tan
calientes como lágrimas. Doña Candelaria narró con la voz quebrada cómo perdió
todo y quedó ella sola, sin dinero, sin gallinas, ni conejos, ni nada. Los
toscos brazos envolvieron a su esposa, los dos viejos lloraban. Menos mal que a
ella no le había pasado nada. El agua sonaba como piedras en la lámina roja de
tan oxidada, pero eran piedras tan duras como diamantes, gotas de esperanza. Un
colibrí hecho con cabellos de luna volaba entre las gotas de lluvia y de sus
alas se desprendían fracciones de tiempo color del arco iris en el crisol de la
tierra seca y sedienta. Los trabajadores con su trabajo honrado y noble son los
verdaderos héroes de la historia, de la patria, de esta tierra milagrosa y
legendaria.
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