LA EPS
Fernando Vanegas Moreno
La EPS no podía garantizar
sus cuidados. Día tras día, el deterioro del paciente era más notorio, quizá en
otro país las condiciones fueran distintas, pero en Colombia, no. Sus más cercanos,
hicieron todo lo posible por romper las barreras burocráticas de un sistema de
salud injusto y cuasi inexistente: cartas a las directivas de la entidad, a la
Supersalud, al Ministerio correspondiente, derechos de petición, tutela…, nada,
absolutamente nada fue posible. Lo más básico le fue administrado, pero él
necesitaba cuidados de alta complejidad, había sido herido muchas veces dada su
mal sana costumbre de intentar el bien para todos, sin egoísmos ni
malquerencias, y eso, en un país como el nuestro, es, sin lugar a dudas,
sentencia anticipada. En fin, sus buenas intenciones fueron retribuidas con
sangre y el estado en el que hoy se encontraba, era solo el resultado de las
mezquindades de una sociedad enferma que no permitía el bienestar y la
confraternidad común.
Así transcurría el tiempo. En
los pasillos de la clínica “La Nación”, se volvió costumbre macabra, apostar
sobre el momento exacto en que la partida irremediable se diera. Nadie se
lamentaba, nadie lloraba, nadie se condolía…, nadie hizo nada. Las enfermeras
le suministraban líquidos cada 45 minutos, y los médicos pasaban a su cuarto
cada 12 horas, muy mecánico, muy insensible, muy hijueputa. Pareciera que el
juramento Hipocrático, lo hubieran hecho frente a sepulcros blanqueados, como
si las facultades de medicina, y obvio, los actuales y futuros médicos,
olvidaran que atienden seres humanos, que deben afrontar no solo el dolor de su
paciente, también el de los familiares, como si aquello de: “Juro
por Apolo médico, por Esculapio, Hygia y Panacea, juro por todos los dioses y
todas las diosas….,En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los
enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción…”, lo
hubieron encontrado en cualquier paquete de papas fritas.
Fue triste verlo llorar.
Cada mañana pedía que le leyeran el periódico, y se dolía como ninguno con cada injusticia redactada.
De verdad quiso cambiar las cosas, lo había logrado en otras partes;
infortunadamente, aquí fue imposible, fue el único lugar del mundo donde
encontró que ser “bueno”, mata; que juzga de idiota y güevon al que se esmera
por los demás, que vive de la ley del más vivo. Se repetía como para
convencerse, que era un país hermoso, lleno de gente buena, que la gran mayoría
lo respetó y lo acogió, que el problema era de arriba, del establecimiento, de
sus dirigentes y sus secuaces…, para él siempre fue claro que el de a pie, el
de ruana, el que no tenía nada (que eran la mayoría), eran los seres de luz más
grandes del planeta, pero como había tocado fibras sensibles de las altas
esferas, pues nada, su destino había sido marcado. Ya no importaba nada, ya
había perdido. El sistema que había cuestionado, estaba colaborando a su
partida, y la verdad, ya estaba cansado.
En la sala cinco de la
funeraria Gaviria, reposa el féretro solitario. Nadie lo acompaña, nadie lo
visita; en Colombia hace rato lo olvidamos, la cafetera sigue llena, el librito
marica aquel donde firman aquellos que quieren “alivianar su conciencia y sus
protagonismos al haber hecho una obra de caridad”, no tiene una sola firma. Hoy
yace solo, tranquilo y relajado. Asistimos a una escena ensayada desde siempre,
solo un cartel acompaña este entuerto: “EL
AMOR FRATERNO…, DESCANSÓ EN LA PAZ DEL SEÑOR”.
BUENA REFLEXIÓN. EL PAÍS ES ABURRIDO, INJUSTO, ESTÚPIDO, NADAMOS EN POBREZA MATERIAL Y CONCEPTUAL. YA NI EL FÚTBOL, LO MÁS IMPORTANTE DE LO MENOS IMPORTANTE NOS SIRVE PARA SEDARNOS. EL SISTEMA DE SALUD NO ES EL PROBLEMA, LO ES LA FALTA DE VISIÓN DEL DIRIGENTE Y LA EXTREMA INDIFERENCIA DE TODOS NOSOTROS.
ResponderEliminarBUEN ESCRITO, FERNADO.
JAVIER BARRERA LUGO.
Gracias, es bueno recibir comentarios positivos de escritores tan buenos como usted, un abrazo
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