EXPERIENCIAS
Judith De Jesús Ortiz
- Señora, ¿me escucha?
Soleide, la trabajadora social del Centro de Acogida a Mujeres Maltratas, salió de si misma y se concentró en la muchacha que tenía delante de ella. Maritza tenía 22 años. Muy bella. La típica mujer caribeña, negra, de hermoso cuerpo y de una simpatía excepcional. Lamentablemente otra víctima del demonio que persigue a tantas jóvenes como ella, la trata y tráfico de personas.
Siempre sucedía lo mismo, ya llevaba cinco años trabajando en ese centro y siete desde su terrible experiencia, y sin embargo, siempre que se acercaba la fecha lo revivía todo como si fuera el primer día.
- Entonces, ¿A qué hora es el viaje?
- Si Dios quiere, a las 3 de la tarde salimos de aquí. Ves, y tú que me vivías diciendo que eso no se iba a dar, míralo ahí!!!
Soleide y sus compañeras, Raquel, Lourdes, Sofía, Juana, Martina, Marina y Carmen, disfrutaban alegremente en compañía de sus amigos, que le habían organizado una pequeña fiesta de despedida en el barrio.
La felicidad casi se podía tocar, risas, buenos deseos, sueños, ilusiones, esperanzas.
El rose de unos niños que corrían jugando en la calle, la devolvió a la realidad. En ese momento percibió que había cerrado el centro y se dirigía hacia su casa. Lo había hecho todo como una autómata.
- Ahhh, sí, esta es la oportunidad que tengo para ayudar a mi familia, para garantizarle una vejez estable a mis viejitos y un futuro académico a mis hermanitos. Bueno, después de todo cuidar de ancianos no es algo tan difícil, con un poco de paciencia se puede todo, además, no te preocupes mami, cuando uno tiene claro qué quiere.
- Cuídate, por favor, es lo único que te pido, por favor.
- No te preocupes tanto, mejor piensa en los beneficios que le va a traer este viaje a la familia. Papi está enfermo, dentro de poco los muchachos van para la universidad, aquí no hay oportunidad de empleo. Hay que buscar solución, y esta la encontré fácil y rápido.
- Ay, “Negra no sé…”
- ¡Ya, basta Mami! Todo estará bien, te lo prometo.
Sintió que se estremeció y calló en la cuenta de que había comenzado a llover. El clima expresaba perfectamente lo que sentía en su interior. Fría, lloraba por dentro. Decidió continuar caminando, se dirigió hacia el parque de la esquina que comenzaba a quedarse vacío a causa de la lluvia. Nadie quiere estar cerca de espacios fríos y húmedos, menos aun solitarios. Necesitaba estar en ese parque, sola. Cerró los ojos con fuerza.
- ¿Por qué, por qué, por quéeeeeeeeeeeeee?
Soleide no dejaba de preguntarse qué había pasado, cuándo habían cambiado las cosas. ¿Dónde estaban las demás? Quería gritar, pero no podía, no se acordaba de lo que pasaba, le dolía mucho el cuerpo, podía escuchar sus propios gemidos. Intentó levantarse pero fue imposible.
Abrió los ojos, pero no era capaz de ver nada, se movió y notó que el cuerpo le dolía mucho menos. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado. No tenía idea de la fecha y mucho menos de dónde estaba. Sentía hambre y sed. Pudo saborear el mal aliento de su boca a causa de la sequedad y por la sensación de cuerpo pudo percibir que llevaba ratos sin asearse. Le dolían los ojos, le picaba la piel. ¡Dios mío! Entonces, recordó todo, sintió un escalofrío recorrerle la piel y lloró, lloró desconsoladamente.
Sólo mucho tiempo después, agotada por el llanto y con un terrible peso en el pecho aceptó la terrible realidad. Entonces comenzó a repasar una por una las escenas que antecedieron ese momento.
Había llegado el día del viaje, mucha gente del barrio en el aeropuerto despidiendo las muchachas, fotos, risas. Una vez en el lugar del destino, les quitaron los pasaportes con esas palabras: “caribeñas, um, todas son iguales”. Unos tipos bien raros las amenazaron y cuando se rebelaron las golpearon sin medidas. Las violaron y le dijeron que de ahora en adelante si querían comer y vivir en donde estaban tendrían que darle un buen uso a sus hermosos cuerpos.
Soleide sintió una vez más como se le nublaba el alma. Sentía odio, rabia, impotencia. Le llegaban esos amargos recuerdos una y otra vez.
- ¡No! ¿Por favor qué hacen?
Les inyectaban drogas constantemente y las habían separado para poder dominarlas mejor. Soleide se había negado a prostituirse y la habían golpeado terriblemente.
- Si no trabajas, te vas a morir de hambre. ¡Total, nadie se preocupa por perras como tú!
Aquellas palabras resonaban en la memoria de Soleide y le helaba los huesos. No paraba de preguntarse cómo había pasado eso. Al pensar en sus viejitos y sus hermanitos, se moría por dentro. Y las demás, ¡Dios mío! No tenía la menor idea de lo que había pasado con ellas. Despertó sobresaltada, nuevamente entró ese hombre con botas pesadas y le arrojó una baldada de agua helada.
- ¿Todavía te niegas a trabajar
- Tengo hambre.
Después de un rato percibió que esa voz apenas audible era su propia voz.
- ¿En serio quieres comer? ¡Trabaja, perra!
- Tengo hambre, por favor, un poco de agua.
Ya no tenía fuerzas ni siquiera para abrir los ojos. Se arrastraba hasta los pies de ese hombre que desde el suelo parecía un gigante.
- Por favor- suplicaba, sollozaba.
- ¿Quieres trabajar?
- Sí, quiero trabajar.
El hombre la dejó sola y enseguida la puerta se abrió nuevamente. Esta vez apareció una mujer, mucho más delicada en el trato. No era muy consiente de lo que estaba pasando. Solamente dejó acontecer. Algo le causó comezón en el ante brazo. Cuando volvió en sí, el cuerpo le confirmó el mensaje de bienestar que le enviaba el cerebro. La habían bañado y lavado el pelo. Observó las alteraciones en su brazo y concluyó que la habían estado drogando, tal vez por eso habían resistido tanto tiempo sin comer.
Se sentía débil. Cuando preguntó la fecha se horrorizó. Había estado mucho tiempo encerrada. ¡Dios mío!, pensó. Lloró en silencio, ya no tenía fuerzas para hacer otra cosa. Las lágrimas aumentaban de volumen cuando pensaba en su familia. Al mismo tiempo ese mismo llanto la purificaba por dentro. La animaba, le daba fuerzas.
En ese momento entró una joven en la habitación. Soleide pensó que había sido ella que la había aseado. Al verla llorar, la joven le dijo:
- ¡Lo siento mucho! Tus compañeras fueron distribuidas por lugares diferentes.
Soleide escucho sin escuchar, se acurrucó en la cama en posición fetal y lloró hasta quedarse dormida. Horas más tardes irrumpieron en la habitación salvajemente. Entro un hombre que la miró con gesto burlón. Por la voz pudo reconocer al hombre de las botas y los baldes de agua helada. Y sintió miedo. Le arrojó una bolsa.
- Ponte esto. Apresúrate que voy a mostrarte tu zona de trabajo, ya sabes que el 80% es para la casa y de tu primer sueldo, me debes pagar la comida, el aseo y la ropa que llevas hoy. ¡No creas que las cosas son gratis, eh!
Soleide estaba como ida. Mientras iban en el carro, no paraba de preguntarse por qué a ella. El recuerdo de su familia la alentaba, se desgarraba por dentro al pensar en sus viejitos preocupados por no saber nada de ella. Qué iba a hacer ahora en un país extranjero, sin entender ni poder comunicarse con nadie, sin documentos.
- Ya cambia esa cara, eh. Y más te vale que te pongas animadita mira que a los clientes les gustan más las alegres. Y no intentes hacerte la sabia. Espero que sepas lo que te conviene.
Parecía que quería salir el sol, pero así es el clima en el Caribe, parece una cosa y resulta otra. La lluvia arreció. Sentada en el parque Soleide sonrió para sus adentros con ironía. Se sumergió de nuevo en sus recuerdos.
- Este es tu punto. Y ya sabes, no te busques problemas.
Soleide bajó del carro sin tener idea de qué hacer. Parecía estar perdida la cabeza le daba vueltas. No supo bien lo que pasaba. De pronto se hizo un juego de luces, voces diferentes, gritos, sonidos de sirenas, tiros. Todo era muy confuso, era consciente de que estaba agachada para protegerse. Unos brazos fuertes la sostuvieron y la llevaron hasta una patrulla. En poco tiempo estaba en contexto totalmente diferente con una taza de té caliente en las manos.
- Señorita, necesitamos su declaración. Usted junto con un grupo de otras mujeres han sido víctima de una terrible banda de delincuentes dedicados al tráfico de personas. Hace años estamos detrás de ellos. Y por fin hemos capturado una gran parte de la red. Todo lo que nos diga será útil y muy necesario.
Soleide sólo asentía con la cabeza y lloraba desconsoladamente mientras le contaba a los agentes especiales todo lo ocurrido. No podía soportar el sentimiento de fracaso, de impotencia, rabia, tantas emociones al mismo tiempo. El apoyo que recibió de su familia la reconstruyó. Y su indignación la llevaron, la movilizaron. Tuvo que encontrar valor de donde no tenía para luchar contra los estigmas de la sociedad que lejos de apoyarla la recriminaba injustamente.
Leyendo las noticias se enteró que había cientos de casos como el suyo y concluyó que la desinformación hacía parte de la gran red de los traficantes, así que decidió colaborar con centros que divulgaran esas experiencias para evitar que otras jóvenes con deseo de una mejor vida sean víctimas de esas trampas. Fue así como terminó orientando jóvenes en el CAMM.
En el parque la lluvia cada vez más fuerte se confundía con las lágrimas de Soleide. La historia está ahí, la herida también, pero duele menos. Un dolor que se hace fuerza, coraje.
El parque continuaba frío, húmedo y solo, pero estaba lleno de árboles, plantas y flores preciosas que lo convertían en un espacio hermoso y lleno de vida, emanaba un rico olor a frescura. Frío, humedad y soledad, elementos necesarios para la fertilidad.
Soleide sonrió, se levantó de un salto, alzó el rostro hacia el cielo y permitió que la lluvia la empapara completamente y se sintió feliz. Continuó caminando hacia su casa con la cabeza en alto.
Santo Domingo Este, República Dominicana.
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