DESPUÉS
Fernando
Vanegas Moreno
Llueve,
hace frío, las ideas no se concretan y deambulo entre mil pensamientos..., una
pareja de colegiales pelea en este escenario; él, le ruega que se quede, ella
dice: ya no más, el niño (no tendrá más de 17), llora y suplica; la damita, con
lágrimas asomándose, logra soltarse de la mano angustiada que la retiene, no
voltea, ahora llora..., se sube al primer autobús que pasa y se va, se va..., y
ahí, quizá con el corazón traspasado por el adiós, y quien sabe, por el compás
de su caja de matemáticas, ahí queda ese joven de saco color azul, pantalón
gris, camisa blanca y corbata, estático, clavado al piso, mirando un bus ya
lejano, solo sus pupilas denotan vida, llueve también en ellas. El sol aparece
de nuevo, aquel pelao, ya no lo volverá a sentir por mucho tiempo.
Jorge
Armando Sarmiento, fue el primero que me trató con respeto, como su igual; a
pesar que me llevaba 32 años de diferencia, siempre tuvo algo que decir y que
enseñar, fue él y solo él quien lidió mi primer despecho y desengaño, el que
bailaba el meneito con la septuagenaria dueña de la empresa y se reía del
chiste más imbécil..., murió hace años..., lo recordé viendo el silencio
estruendoso de esa despedida; ya me parece escucharlo: "mire chino; si a
usted lo dejan por otra persona, es porque su pareja encontró en ese otro ser,
algo que usted no le dió".
La
lección quedó aprendida, el dolor con el tiempo pasó; a él, seguro le pasará lo
mismo, lo superará, me da rabia y solo pienso en salir corriendo, abrazarlo y
que el compás de su caja de matemáticas, nos atraviese a los dos.
Sobre
los útiles escolares y otras macabras herramientas.
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