PROMESAS
Por: Javier Barrera Lugo
A
todos nos prometieron lo mismo hace dos años: si apoyábamos al actual alcalde
para que no lo destituyera la Procuraduría, nos darían a cada uno, tras un par
de meses, un quiosco metálico y los documentos de propiedad del mismo para que
nunca más la policía nos jodiera con el decomiso de las chucherías que vendemos
en la calle. Nos reunieron aquí en la plaza, vinieron unos “doctorcitos” de la
alcaldía, “mamertos” arrogantes que ni siquiera se molestaron en hablarnos a la
cara. Los acompañaban unas niñas “todas lindas y uniformaditas” que nos dijeron
que la “política de la administración distrital era la de formalizar nuestra
actividad para que los habitantes de la ciudad comenzaran a generar en su mente
la dignificación de una actividad que es soporte fundamental para la economía de
la ciudad.” Repetían como loritas lo que esos manes les decían al oído y que
debieron memorizar de algún libro de Foucault que medio leyeron. Todo un montón
de mierda bien elaborada que hasta hoy es físico humo.
Le
ruego no interprete este relato como una maniobra de propaganda de un miembro
de la oposición al régimen “progresista” que dirige de mala manera la ciudad,
un panfleto elaborado por un oscuro personaje que asesora a uno de los
candidatos que prometen el oro y el moro,
y al final sólo esperan sacar su tajada de este circo al que llamamos
democracia, mucho menos un mafioso que vende espacio público a precios de
centro comercial. Este tampoco es un ataque personal hacia unos concejales que
se acostumbraron a ganar plata por hablar basura e inventarse logros. No. Es
simplemente una narración escrita por un hombre, un ciudadano que se gana la
vida en la calle, así como lo hacen las putas, los barrenderos, los mensajeros,
poetas y ladronzuelos, los mendigos, la maldita base que hace funcionar el
delicado mecanismo que sin querer, arrastra la prosperidad en una ciudad llena
de injusticia.
Mi
nombre es Gabriel Barreto, filósofo egresado, por obra y gracia de la divina
providencia, de la Universidad Nacional a finales de los noventa. No tengo
hijos, ni mujer; tampoco soy marica, si eso le viene a la cabeza como primera
conclusión. Digamos que soy bastante complicado, eso es todo. Mi familia me
odia; que venda galguerías en la calle los llena de vergüenza y me lo
dicen. Mis hermanos son profesionales
exitosos que viven fiando en todo lado y no se ruborizan cuando les presto
plata para irse de vacaciones a Europa y todos esos lugares plagados de glamour
y donde las compras absorben las mentes de los más cautos. (En esos momentos
dejo de ser una sombra para volverme el adorado “integrante chiflado de una
banda de excéntricos,” como la que siempre hemos sido) No los juzgo por eso, al
contrario, hasta ternura me producen…
Ellos
jamás asumirán que en un país donde las promesas son leyes que nunca se cumplen
haya tenido una revelación, que me hubiese dado cuenta que vendiendo
cigarrillos al menudeo, chicles, minutos a celular, caramelos de todos los
pelambres y hasta empanadas, gane más plata al mes que un profesional posgraduado
como los que pululan en las oficinas devengando miserias y aguantando
humillaciones de jefes que tienen la décima parte de su intelecto y veinte
veces más pelotas.
¿Culpa
de quién? De los hijueputas políticos y grandes empresarios que ven en los
trabajadores un medio de llenarse la panza. ¿Culpa de quién, querido amigo? De
la gente que por guardar las formas se alquila por migajas y aguanta, vive
alcanzada, llena de créditos que ni sus nietos podrán pagar. Culpa de aquellos
que cumplidos, como borregos al matadero, van y le colaboran al sistema
empeñando votos, conciencias y el futuro de sus hijos.
Que
la casa, que los dos carros, que los colegios carísimos, que la ropa de marca,
el “¿qué dirán nuestros conocidos?”, los que no los conocen, los “indios” que los
admiran y envidian, qué… qué… ¡Las malditas apariencias! Ojalá los diplomas,
las plaquitas metálicas con nombre y cargo que colocan sobre sus escritorios, la
dirección donde viven, les ayudaran a pagar las deudas. ¡Ni modos! Los huevones
son ellos y no me creo mejor o peor; mis problemas son otros, tantos o más
graves que los de ellos, la ventaja es que no me quejo en público.
Aproveché
lo valioso que me dio la academia. A mí, en la universidad, me enseñaron a razonar.
Entendí que en un país como el que me tocó, en una urbe ahogada por rutilancias
y servidumbres, un tipo como yo debe influir de otra manera. La idea es
buscarse la forma cómoda de vivir. Esa la considero mi única obligación, así
como tratar de ser feliz. El trabajo es una imposición anti natura, así que
entre más fácil sea la vaina, mejor. Que el resto se meta el dedo ya sabe por
dónde sino les gusta como mato mis pulgas.
A
esto nos llevó el neoliberalismo, la rapiña disfrazada de triunfo. A todos nos gritaron
en la cara las pocas ventajas de este sistema, nunca sus inagotables perjuicios,
la distribución de las pérdidas, la exclusión de las utilidades, que una
centena de tipos desde Nueva York o Londres condenen al hambre a millones de
personas en el resto del mundo, que los países se vuelven despensas, fábricas
sin alma, cunas para gente desesperada que sueña con largarse para Miami a
fregar baños porque aquí su dirigentes los venden a negociantes extranjeros con
bandera e himno nacional de fondo para hacer más patético el crimen.
Soy
consecuente con lo que pienso, la pobreza es mental, el costo de las posesiones
relativo, ¿no fue eso lo que dijo el presidente Pepe Mujica, que el valor de
las cosas lo determina la cantidad de tiempo que trabajaste para conseguirlas?
Ese viejo es un verraco, lástima que aquí nunca nos va a tocar uno de esos. Lo
más cercano que tenemos a ese genio uruguayo es Petro, (¡qué tristeza!) una bofetada
para mentes inteligentes.
Promesas,
sólo promesas y decepciones en una metrópoli llena de gente fea y triste. Se
acercan las elecciones y los ambulantes volvemos a ser el centro de atracción.
El alcalde que termina su mediocre administración se escuda con nosotros; los rebuscadores
callejeros somos un botín para salvar gestión y justificar su ineptitud: “Que
gestionó programas a favor nuestro, que nos volvieron una fuerza central del
nuevo socialismo latinoamericano,” dice en la tele cada vez que lo ataca la
oposición, cuando lo único que hicieron fue censarnos, ponernos a marchar como
micos e inscribirnos de mala manera a la empresa de salud del distrito, en la
cual aportamos un poco menos que un empleado formal, o una millonada, si se
compara con el aporte que hacen los subsidiados por el distrito. Bueno, al
menos sirve para que nos saquen una muela sin tener que hipotecar la casa. En Bogotá parece ser más lógico pedir
regalado, así toque votar por algún ladrón que no conocemos, que trabajar todo
el día como hacemos mis compañeros y yo.
Y
ahora los candidatos de oposición, los “fachos,” sobre todo, que en público nos
satanizan como expendedores de drogas, ladrones, hampones de la peor calaña,
ponen a sus “mantecos” a llamarnos a los dirigentes del comercio informal para
pedirnos apoyo: “Vea Barreto, la vaina es sencilla, organice su plebe, dígales
que voten por mi jefe, el doctor “enano mental” y nosotros les arreglamos
definitivamente el problema de la formalización. ¡Hágale hermano, la idea es
ayudarle a su gentecita y a usted lo nombramos de algo en la nueva
administración!” Lo dice con todo el resentimiento posible, con el clasismo que
le cabe a ese cuerpo deforme, regordete y pequeño que imita a la perfección el
de su jefe, el doctor ex vicepresidente.
Iragorri,
se apellida el imbécil. Compañero de la Nacional. Un idiota con abolengos y sin
dinero que le vende el alma al diablo y ha vivido siempre chupándole la teta al
estado a través de los trúhanes a los que apoya en cada elección.
Pero
no es el único. A los miembros de la asociación nos han llamado los candidatos
de izquierda, de derecha, los de centro, los que se presentaron con firmas, los
reformistas y godos, los chistosos, los
atarbanes, los que nadie conoce… ¡Pobres hijueputas! Todos dicen lo mismo,
prometen lo mismo, la misma vaina siempre… Nos creen ignorantes, huevones; no
saben que descubrimos nuestra parte de la torta en este desorden y no vamos a
renunciar a ella, no la entregaremos por fotos y tamales hechos a la carrera.
Yo,
Gabriel Barreto, les prometo en nombre de los trece mil vendedores ambulantes
de la ciudad que si no nos arreglan el problema, sea quien sea el que gané la
alcaldía o maneje ese relajo llamado concejo, si no nos dan el estatus que merecemos,
saldremos a las calles a hacer ruido. Cada palo, revólver, navaja y varilla que
tenemos para defender nuestras chazas, será utilizado para despertar a la
ciudadanía. Si nos ven como ralea, lo descartable, no tenemos mucho por perder
y sí bastante por conseguir.
Y
esta, respetados amigos, no es una promesa. Como escribió el Nobel: esta es una
ciudad de espejos y espejismos. Aquí nada es lo que parece y es gracias a las
palabras ociosas que no se traducen en hechos. Este no es un juramento vacío,
repito, es una amenaza directa. La violencia en un lugar como el que habitamos
dinamiza las cosas, abre piernas… No me creen: vean lo que acaban de firmar el
gobierno y los putos farcos en Cuba.
No
nos busquen con ilusiones, lleguen con resultados, señores candidatos. Nada más
para decir desde esta orilla. Mil gracias y ojalá gane su candidato, cumpla sus
promesas y no nos condene a muchos más años de atraso y miseria. Tenemos ganas
de hacer sonar las campanas de la libertad verdadera…
LOS POLÍTICOS SON BASURA, TE LO CONCEDO, AMIGO
ResponderEliminarFLORENTINO BORRÁS.