LA ESPERANZA
Víctor Olivares,
(Montreal, Canadá)
Todas las
mañanas, Julio salía corriendo para ir al trabajo, a veces comiendo parte de su
desayuno que aún no había terminado, pero siempre volando. Por diferentes
motivos ya varios habían sido despedidos en la compañía donde él trabajaba y
eran reemplazados por alguno de los que hacían filas para que les dieran
trabajo. Él sabía que no
podía arriesgarse a perderlo, a sus 45 años de edad no sería nada fácil
encontrar uno nuevo. Aunque no se compraba zapatos todos los años, ganaba más
que muchos en su barrio, lo que le permitía a María, su mujer, que trabajaba
medio día como empleada domestica, tener buen crédito en el negocio de la
esquina, ya que siempre pagaba puntualmente la primera semana de cada mes.
Una día de otoño las hojas coloreaban la
húmeda calle, eran las seis y treinta de la mañana, Julio
iba camino al paradero con sus manos balanceándose, ojos fijos, la respiración
corta y su bolso colgado en el brazo, pero sucedía algo extraño, no había nadie
en la calle, algo inusual para un día jueves, pero justo en el momento en que
se puso a pensar que se había equivocado, y que tal vez, ya era el fin de
semana, escucho voces y pasos; era la gente que iba pasando.
-¡Buenos días don Julio! -Le dijo alguien que
pasaba.
-¡Buenos... días! -Respondió atónito, con la
mirada buscando la voz que se desplazaba.
No comprendía que sucedía, no podía ver a
ninguna persona, pero a él lo veían. Se detuvo y observó que todo lo demás
estaba en su sitio, le dio la sensación que los árboles avanzaban con decisión
hacia él, los veía como un gran ejercito verde. En pocos segundos se hizo mil
preguntas, y se repetía a sí mismo:
-¡Ya va a pasar! -¡Ya va a pasar!
Por lo tanto siguió caminando, aun más lento,
escuchando y viendo la tranquilizadora soledad de su entorno. A momentos sintió
ser el único desgraciado sobre una calle interminablemente larga, hoy llena de
piedras. Sus pisadas eran torpes y subterráneas, pero nada importaba tenía que
llegar a su trabajo. Cada obstáculo era un gigante de humo que hipnotizaba sus
pupilas. Al llegar al paradero hurto a alguien e inmediatamente pidió excusas.
-¡Disculpe!
-¡Hola, Julio! –Dijo él otro con mucha
alegría y abriendo los brazos.
Tratando inmediatamente de comprender quien
era, se concentró un poco, pero el olor a cigarrillo y la voz cómica que lo
rodeo, lo ayudó a reconocer muy rápidamente a su gran amigo Raúl. Se conocían
desde niños, fueron a la misma escuela, y más de alguna vez trabajaron juntos,
como ellos mismo decían: “Somos yuntas”, y siempre lo fueron, hasta que la vida
los alejo. Sí, Raúl siete años atrás quedo sin trabajo, y buscó, y buscó, y no
encontró, y el escaso que había era mal pagado y no le permitía pagar las
cuentas de hombre moderno. Entonces como muchos, decidió buscar fortuna en otra
lejana ciudad. Cuando podía volvía de visita, no todos los años, pero volvía a
recordar el pasado, aunque el tiempo se había encargado de enfriar muchos
recuerdos.
-¡ Hola...! ¡Hola..., tanto tiempo, Raúl!
–Respondió Julio un poco perplejo.
-¡Qué tal Julio! –Le respondió este, abrazándolo.
Julio que no lo veía, no sabía cómo
comportarse, ni siquiera se le ocurría que preguntar, su mente estaba en otra
cosa. Raúl, que estaba feliz de verlo, tenía argumento para varios días, pero
se sonrió y como comprendiendo a su amigo trato de suavizar el encuentro,
entonces le dijo:
-Qué día tan frío, parece que el invierno
quiere llegar antes.
Julio lo escuchaba, y no decía una palabra,
aún estaba con sus mil preguntas en lo profundo de su alma.
-¿Qué te pasa, te veo un poco paliducho?
-Prosiguió Raúl, tratando de que su amigo le confesara algo por su propia
voluntad.
-¡No..., nada!, Bueno..., estoy más o menos
preocupado, un poco desmoralizado ya que están cortando gente en la compañía,
tu sabes siempre le echan la culpa a algo, o los chinos, o el dólar, o la globalización.
Y para rematar, hago horas extras que no me las pagan, pero hay que quedarse
callado, como tú sabes: “Si no te gusta, allí está la puerta”.
-¡Qué lástima! -Lamentablemente en todos
lados pasa lo mismo. -Respondió Raúl con un tono comprensivo
-Sí, pero donde yo trabajo es el colmo, ya
que como es una compañía chica y somos pocos los empleados, siempre dicen que
hay que ponerse la camiseta ya que hay problemas financieros debido a las bajas
ventas, y bla, bla, bla... Hace diez años que escucho el mismo rollo, pero los
patrones tienen una casona aquí y otra en el campo, un mercedes, una camioneta,
empleadas, y de los tres hijos que tienen dos van a escuelas privadas, y el que
va a la U también tiene su auto.
-¡Que le vamos a hacer! -Respondió Raúl
levantando los hombros. –Pero tú sabes que...
Raúl fue bruscamente interrumpido por Julio y
no pudo terminar lo que quería decir.
-Somos siempre nosotros, el pueblo, los que
pagamos los platos rotos. -Dijo Julio, respirando profundamente y exhalando
todo el aire que había entrado a sus pulmones. Luego continuó –Sí, estos son
igual que los políticos, todos prometen, y “después si te visto no me acuerdo”.
Me pregunto: ¿Por qué no firmarán un papel, donde esté escrito lo que prometen
en las campañas electorales, así si no lo hacen sean enjuiciados? Creen que ...
¡Tranquilo! –Exclamo Raúl, deteniendo
suavemente la ráfaga de palabras de su amigo, que en realidad eran lágrimas que
no dejaba que salieran de sus ojos, y que escapaban por su boca sedienta de
humanidad. -¡Fuerza, hombre! Continuó Raúl. -Mira a tu alrededor, los demás
también van a trabajar, y también ellos, como todos, son víctimas de los
enfermos del dinero y del poder. No dejes que te venzan, que tu cuerpo y tu
alma no se vallan a quedar sin agua, bébete las estrellas para que te ilumines
y ciegues al que te hiera.
Julio se mordió los labios, abrió más los
ojos, inclino un poco la cabeza, y pateo despacio una pequeña piedra que había
en el piso. Tal vez como estaba un poco perturbado no entendió nada, o sólo
estaba harto de tanta incomprensión, pero si sé que sus hinchadas venas por su
boca hablaban. Entonces con un tono irónico dijo.
-¡Así es la vida! ¡Vida de perros!
-¡Pero qué estás diciendo! –Replicó enfático
Raúl – Por bajar la cabeza has chocado muchos muros, ¡Levántala! ¡No dejes que
el peso de la noche te exprima y use tus lágrimas para apagar la vida! No estás
solo, somos muchos y hay que luchar para lograr un mundo mejor.
Justo en el momento que Julio iba a responder
fue interrumpido.
-¡Ahí viene el autobús! –Dijeron varios en el
paradero.
Era de color verde y no tenía número, se
detuvo y se abrió la puerta. No todos subieron, hubo un grupo que al parecer no
le interesó la presencia del autobús, se les veía cansados, preocupados y
enojados, Julio fue uno de ellos, él decidió de no subirse, como no veía a
nadie, ni chofer ni pasajeros, era como un transporte fantasma, y tenía miedo
de muchas cosas. También escuchaba decir a los que no subieron que el mundo muy
pronto se iba a acabar y que nadie nos podía ayudar.
Raúl ya al interior, en voz alta, le decía:
-¡Qué te pasa hombre, súbete!
-Es que... hoy entro más tarde, y como está
lleno y no tengo apuro, esperaré el otro.
-¡Pero... qué dices, si la mitad está vacío!
Entre el ruido del motor, la conversación de
la gente cada vez más alta, y el apuro del chofer que tenía todavía un largo
viaje que hacer, Julio dijo palabras cortadas para dar una excusa. Después
escuchando que se cerraba la puerta y que se alejaban, lleno de resentimiento
se dio media vuelta y cruzo la calle sin mucha precaución, camino un par de
cuadras y se encontró con la plazoleta donde acostumbraba jugar con sus hijos,
se sentó en el primer banco y con su cabeza entre sus rodillas se puso a
pensar. Lo que más sentía era el no haber podido ir a trabajar y estaba seguro
que tendría graves problemas por su ausencia y no quería contar lo que
realmente le estaba sucediendo ya que seguramente pasaría a ser “el loco” de la
compañía, como le ocurrió a Fernando, uno de sus colegas, que fue al doctor por
que decía haber visto varias veces un espíritu en su dormitorio, que le decía
que debería dejar el alcohol. Al cabo de unos meses lo echaron, entonces vendió
todo lo que tenía y se fue con su familia a Australia donde ahora trabaja como
tornero, y no bebió más. Las veces que ha venido de visita se le ve muy bien y
de loco no tiene nada.
Después de algunas horas sentado comenzó a
sentir mucho frío, por lo tanto decidió volver a su casa y descansar un poco.
Sabía que María ya no estaría en casa, ya que es ella la que va a dejar los
niños a la escuela porque esta camino a su trabajo, así que era el momento de
entrar y de descansar estirado en la cama, que era lo que siempre hacia cuando
se sentía mal.
Cuando llego a su casa, abrió la puerta
lentamente, y su cara, en vez de pesar, se le lleno de felicidad al ver sus dos
hijos y María tomando desayuno en la mesa.
-¡Puedo ver! –Murmuró en silencio empuñando
sus manos, he inmediatamente pensó que ya estaba mejor. Entró, y estaba listo
para dar una explicación de por qué había regresado y porque no fue a trabajar,
pero nadie le hablo, mejor dicho nadie hizo un mínimo movimiento con la mirada
hacia donde él estaba. Dura fue su sorpresa al comprender que ellos no lo
podían ver, entonces no quiso hablar porque pensó inmediatamente que se iban a
asustar como le sucedió a él momentos antes. Se dirigió con precaución al baño,
entro y cerró la puerta casi al mismo tiempo, con miedo se miro al espejo, se
toco la cara y se puso a llorar silenciosamente lágrimas secas que casi no
brillaban en sus ojos colonizados. No sabía qué hacer, se sentía enfermo,
viejo, y sucio. Sintió caminar y que golpeaban suavemente la puerta con los
dedos. Tenía miedo de abrirla no quería asustar a quien tanto amaba, se quedo
silencioso esperando algo que no sabía verdaderamente que era, siempre pensó
que el tiempo trae remedios y soluciones.
Sintió por segunda vez que golpeaban la
puerta. Sus ojos se agrandaron, y sus manos aferraron con fuerza la manilla.
-¡Vamos Julio, que ya es tarde! -Era María
que lo estaba apurando.
Indeciso esperó algunos segundos, y abrió
lentamente la puerta. Nuevamente no vio a nadie, escuchaba a sus hijos, pero
estaba ciego y la amargura se apodero, otra vez, de su garganta. Al improviso
sintió a María que le daba un beso y que lo abrazaba. Julio que ya todo lo veía
negro, se sentía mareado y acabado, cerró los ojos con profundidad y se dejo
llevar por el perfume maternal que invadía el lugar, luego sintió que ella lo
tomaba de los hombros y le decía con una voz blanda y lejana, que flotaba en el
aire:
-¡Julio son las tres... y vamos a llegar
tarde al funeral de Raúl!
Julio quedó estático, su mirada era una línea
sin fin, parpadeo lentamente para que la vieja lágrima cayera, se limpio los
ojos con fuerza y volvió a ver a María con su cara angelical que lo miraba con
entendimiento. La abrazó y su llanto se desató, en un par de segundos lloró una
vida. Luego acercó su boca a la de María, la beso como premiándola por los
rayos de amor que ella siempre llevaba en sus mangas. Tanta dulzura había en
esas lágrimas amargas.
Luego, María minimizando lo ocurrido, dando
prueba de control, le dijo:
-Afuera está brillando el sol.
Después con delicadeza se alejó y se fue a
apurar los niños, Julio salió del baño y se dirigió a la ventana, la abrió,
miró hacia la claridad del cielo, dejó escapar sus últimas lágrimas
prisioneras, respiró con profundidad, y dijo con voz madura y quebrada:
-¡Perdóname, perdóname señor por mi poca fe y
por haber ignorado en el paradero la esperanza! -Volvió a respirar
profundamente, y exhalando decía:
-María..., Mujer... que sería de mí sin ti,
sin tu motivación, sin tu fuerza.
Luego se dio la media vuelta, su rostro
estaba lleno de luz, era el amanecer que había llegado a su corazón después de
largas noches infernales. Dio algunos pasos, se acerco a su hijo más pequeño,
le beso la frente y lo levantó con un brazo como levantando una bandera, y se
dirigió hacia la puerta. María con el otro niño de la mano iba junto a él, los
cuatro salieron juntos he iluminaban el camino. Julio la miró con cariño y le
dijo:
-¿Amor, tú piensas que el vestido de flores
que llevas puesto sea el más apropiado para esta ocasión?
Ella se observó el vestido, miró a Julio con
una sonriente mueca, y abriendo los brazos hizo un paso de baile. Se detuvo y
le dijo:
-¡Es lo mejor que tengo para el cumpleaños
que vamos!
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