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lunes, 26 de septiembre de 2016

EL PUEBLO SIN NOMBRE

EL PUEBLO SIN NOMBRE

Jeackson Antonio Vargas Benítez, El salvador.


El resplandor del sol iluminaba el día. En el cielo se observaban pocas nubes. Una brisa cálida y suave atravesaba las hojas de aquel pequeño árbol de jocote que media poco menos de dos metros.
La mano de don Víctor lanzaba puñadas de maicillo, que recogía de un pequeño guacal de morro que tenía sujeto con sus piernas. Las palomas armaban un alboroto para poder agarrar un poco.
Ya acabado el grano, en un pequeño guacal de plástico color rojo, don Víctor colocaba agua fresca para las pequeñas avecilla, para que introdujeran sus diminutos y delicados picos, con los cuales absorbían casi gota a gota aquel limpio líquido, obedeciendo a su instinto natural acudían en pequeños grupos.
Don Víctor acostumbraba luego de esta rutina, a tomar una taza de café. Le pedía a su esposa aquel pequeño antojo. Ella le observaba el rostro fijamente, con una inmensa ternura, con aquellos ojos grisáceos, que parecían brotes de agua zarca. Con una sonrisa en su boca, aquella bella mujer de tez morena se dirigía a la cocina por la taza de café. Sabía que a su esposo le gustaba el café hecho en hornilla de barro, para beberlo recién sacado del fuego. El rico aroma se expandía por cada rincón de la casa.
Cayó la tarde, las aves anunciaban la noche. Don Víctor y su esposa sentados en la mesa, uno frente al otro. Ella dijo: “Gracias señor por este alimento, bendícelo y te pedimos que se convierta en alimento para nuestros cuerpos”. Amén – terminaron los dos-, comenzaron a comer. Don Víctor le sonrió a su esposa y le dijo con vos tierna y suave “Te amo, muchas gracias por la cena”. Ella sonrió y lo miro lleno de ternura.
Terminaron la cena. Ambos se levantaron. Don Víctor se dirigió a la sala, y observaba fijamente la foto que estaba colocada en la pared blanca. Era de uno de sus hijos, fallecido en la guerra. Una pequeña lágrima atravesó su mejilla. Pensó en ese instante, “Señor estoy seguro que lo tenés gozando de tu gloria, vos sabes que el dio la vida porque sus hermanos tuvieran un lugar mejor donde vivir y también los Quería proteger”.
Luego de eso se fueron a acostar. Antes de dormir don Víctor comentaba lo bueno que había sido su hijo, los sueños que tenia, las grandes ilusiones. No quería que sus hermanos vivieran en un lugar lleno de odio, soñaba con un lugar más justo. Ahora está en un lugar mejor- dijo su esposa-. Aquí fue su primer paso, allá es el segundo, en el cielo le está pidiendo a Dios por ese lugar más justo y mejor para nosotros. Luego de esta conversación se durmieron.
Don Víctor comenzó a soñar. Iba caminando por unas montañas. Se oían ruidos de helicópteros, de un lado hacia otro. Él se asustó pues también se escuchaban disparos, muy cerca de él. Comenzó a sudar, a desesperarse. El corazón le latía cada vez más fuerte. Un escalofrío le recorría todo el cuerpo, y corrió muy rápido. De repente a lo lejos vio sentado a un grupo de niños muy tranquilamente. En el centro estaba un joven de tez morena, cara pequeña, cabello negro y brilloso, muy liso. Su nariz era muy escasa, pero muy fina. Don Víctor lo reconoció de inmediato, era su hijo, sentado al centro.
Junto a él, estaba otra persona que lo miraba atentamente y se sonreía. Como se notaba el cariño que aquel hombre le tenía a su hijo. Un hombre barbado, moreno – igual que su hijo-, de mediana estatura, que denotaba paz y serenidad.
Don Víctor se acercó más, para escuchar mejor lo que su hijo decía. Cuando se acercó pudo escucharle contando una pequeña historia:
Crecí en un pueblo que lleva un nombre muy peculiar, y contradictorio a su realidad. Hace alusión a un bosque que no existe, a un río, hoy contaminado, su nombre es río boscoso. Alejada de la modernidad, la gente de mi pueblo se levanta muy temprano. A veces salen antes que el sol. Nos gusta ver las estrellas, y soñar cosas bonitas cuando las vemos. No podemos pasar por alto tan bella creación. Imaginen un mundo donde nadie las vea, que extraño sería, pero eso no pasa en mi pueblo. Nos bañamos con agua muy helada de nuestras pilas, a guacaladas como comúnmente decimos por aquí.
Después del baño, ponemos un poco de café al fuego, para tomarlo luego bien calientito y así opacar el frío y pegamos la corrida al cuarto, porque en la madrugada uno sí que se caga del frío. El humo del café se mezcla con la neblina de la madrugada, es rico beberlo en un pequeño guacalito de morro y acompañarlo de un pedacito de pan dulce. Entre soplo y trago se va acabando. Llega la hora de irse a trabajar, para nosotros esto no es molestia, el trabajo es bien remunerado y con lo que se gana alcanza para cubrir los gastos necesarios. A mi gente no le da miedo salir de sus casas, pues no hay peligro alguno – aun siendo de madrugada y bien oscuro-. Antes de salir nos despedimos de los que quedan en el hogar y le damos las gracias a Dios por un nuevo día regalado. Caminamos un poco para tomar los autobuses que nos llevan hasta la capital, donde está el medio de trabajo más grande de la región. Se puede observar mucha gente en la calle que van también a sus trabajos. La brisa helada de la madrugada nos cubre todo el rostro.
Salta el primer rayo del sol por encima de las copas de los árboles, esta suave luz ilumina volcanes, sueños, ilusiones, esperanzas, nubes, las cuales se ponen amarillitas como yemas de huevos. Esto solo dura unos instantes por que luego se pone bien clarito. Los pájaros salen cantando de entre las hojas verdes y frescas de los árboles, empapadas del rocío de la madrugada. Gota a gota cae el rocío en el verde pasto, donde solo se ven filas de hormigas trabajando.
Al llegar al trabajo, todos somos bien recibidos por sus compañeros y hasta por el jefe del lugar, mi gente no conoce de injusticias, las personas con cargos importantes no se aprovechan de sus cargos pues ellos saben que es por nosotros que ellos están ahí, trabajan muy bien, no se aumentan los salarios injustificadamente, pues ellos siente que esto es incorrecto, y un grave irrespeto para mi pueblo y ellos respetan eso, aunque aumentarse el salario no es malo cuando uno se lo merece, mi pueblo así los premia pagándoles y aumentándoles cuando es necesario, hay un equilibrio en mi sociedad. Aquí se nos respeta nuestra dignidad, no se burlan de nosotros, no nos engañan. Si una de estas personas comete algo malo o no está haciendo bien su trabajo, no se siente digno de estar más ahí, delega su puesto a otro que lo desempeñará mejor, están conscientes de eso.
Volvemos a nuestros hogares, satisfechos de un día de labor más. Llegamos a descansar para el día siguiente.

El joven pone punto y final a la historia. Una sonrisa aparece en su rostro. Don Víctor se pregunta, ¿De qué lugar estará hablando mi hijo? El joven dice a los niños. “voy a confesarles. Que en esta historia solo hay dos verdades. La primera, el lugar si lleva el nombre de un bosque que no existe y de un río que está contaminado. La segunda, mi gente aun en su mala situación, en sus miserias, injusticias, inseguridades da gracias a Dios por la vida, guardan la esperanza de un futuro mejor. Un niño se pone de pie rápidamente. Don Víctor se impresiona al ver al muchachito preguntarle a su hijo, si en la historia hay solo dos verdades y las demás no, ¿qué nos querías decir? Don Víctor ve como su hijo se sonroja, lo que quería enseñar es que tratar de ocultar las verdades no es bueno, dejar pasar de largo o esconder las injusticias, la realidad y no luchar por un lugar mejor, también quería enseñarles lo bueno que es soñar con lugares tan bellos como este, es un regalo de Dios. Para que nosotros trabajemos por este lugar. Don Víctor salto de inmediato muy asustado y se dio cuenta que estaba soñado, rápidamente se dirigió hacia la sala. Se sentó en un sofá azul muy cómodo, a ver la foto de marco ocre que colgaba en aquella pared blanca. Absorto en la cara de su hijo.

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