¡CÓJANLO,
CÓJANLO…! ¡SUÉLTENLO, SUÉLTENLO…!
A: Edwin Ricardo Parra, mi parcero.
Por: Javier Barrera Lugo
La mujer aúlla por su vida. Una navaja, con
la que un tipejo le hiere el antebrazo izquierdo (su lado menos hábil; por
instinto y mecánica corporal, la extremidad idónea para protegerse) mancilla su
hasta ahora, relativa cotidianidad. La sangre desentierra atavismos, la escandaliza
al brotar. Por supervivencia, entrega sus pertenencias.
El asaltante esculca el bolso negro ansioso por encontrar el teléfono celular de alta gama que la mujer, antes de subir al
puente peatonal, guardó en el bolsillo secreto. No fue efectiva la medida; la pantalla
iluminada desapareciendo en el interior de la cuerina fue el impulso que activo
el apetito del criminal.
El tiempo se congela para ambos. Ella, herida, piensa en el hijo de doce
años al que acaba de llamar y la espera en el apartamento que alquilan. Él, con
la adrenalina irrigándole lo poco de cerebro que le queda, visualiza las
papeletas de bazuco y la caja de
aguardiente que en par horas estará consumiendo en algún “chochal” del centro.
Siete de la noche. El sector se hunde en oscuridad. La calle se desocupa.
Vuelan los laburantes de corbata y
falsas expectativas hacia sus casas pagadas a cuotas. Los ejecutivos, cuyos
prejuicios y diarrea conceptual los hacen creerse infalibles, suben los
cristales de sus carros y se repiten como mantra mientras avanzan: “Deberías
estar en Londres, eres la verga, parce…” Otro tipo de alimañas se adueñan del
espacio. La bolsa o la vida es el mandamiento: todo o nada, y si no le gustó, ¿cómo
es que es…?
Flotan como murciélagos en las cornisas del palacio de Versalles,
“ñeros” venidos de Suba, del sur, de Ciudad Bolívar, del Codito, de Kennedy,
del Garcés Navas, de las mismísimas mollejas de la desgracia y ausencia de
escrúpulos a la que llamamos Bogotá.
Algunos extranjeros especializados en delinquir (por corrección política
no los llamamos “venecos” cuando están frente a nosotros) que ya saben a mierda
con su pedidera, y cuya calaña los hace
justificar crímenes sobre supuestos de hambre o cansancio existencial por
caminar a pata pelada los llanos de su patria
destruida y las montañas del país que es “pasión” y a regañadientes los acoge,
recorren en bicicleta la zona esperando presas que caigan sin esfuerzo.
Se dejan ver los pelafustanes, ricos y pobres, quienes tienen clavadas
en la carne infernales adiciones; y cómo
no, hasta las putas que se pelean los clientes con las vecinas recién llegadas
de Venezuela, “que dan los tres servicios por un calado,” según comentan profesionales caleñas y paisas
cuando me piden candela para fumar.
Como es lógico, en nuestra
absurda lógica, aclaro; la policía brilla por su ausencia. A esa hora los
“pobrecitos agentes” están ocupados cobrándoles vacunas a los jíbaros que
venden paraísos sicotrópicos a los gomelos que invitaron, con plata de papá, “a
rumbear a Cami y a Jero…;” a los
vendedores ambulantes de literales perros calientes que aún ladran, a las
viejitas que venden cigarrillos, golosinas, “perico,” hasta virginidades
dudosas y remiten clientes ansiosos a los prostíbulos y amanecederos, a ladrones como el que acaba de herir a una
mujer para robarle el celular… La avaricia es el don de los impíos, diría el filósofo
de marras.
.
Esta noche los astros no están alineados con el destino del asaltante;
ellos guardaron su carga de bendiciones para la mujer: cuatro hombres, dos por
cada lado del puente se percatan de la situación y actúan. Tres jóvenes y un
viejo “parado en la raya” (lo definiría así mi amigo E.P., “El propio
comemierda,” como le digo de cariño), se abalanzan sobre el ratero y lo
empiezan a golpear.
La mujer se suelta a sollozar; acto seguido, berrea, repite el nombre de
su hijo una y otra vez… Los curiosos se agolpan, opinan, lanzan cientos de patadas,
puños y puñetes que mueven el bulto sangrante que no suelta el cuchillo, aunque
tampoco lo usa; hace palpable el típico
comportamiento del cobarde cuando se ve rodeado.
Con la “velocidad” que los caracteriza, dos policías llegan hasta el puente y se apropian de la
situación. Se acercan pistola en mano, casco subido hasta la frente, actitud
pedante. Hablan por celular (sabrá el
diablo con quién) y al tiempo, piden calma a los avezados justicieros. No sé
cómo hacen estos badulaques para ser tan engreídos. Los tres jóvenes y el viejo persisten con su
concierto de cachetadas, puntapiés y escupitajos justicieros.
Como buenos colombianos, el grupo que hasta hace unos segundos apoyaba
el ojo por ojo, diente por diente; al ver a la “autoridad,” cambia de posición
ideológica. Uno de ellos les grita a los cuatro hombres: “¡No le peguen más!
¡Miren cómo lo volvieron…!
El servil que vocifera, no repara en la mujer, la mamá de un niño de
doce años, que espantada, trata de parar la sangre que sigue saliendo de su
antebrazo gracias a la cortada que le hizo un delincuente que más de quince
veces fue detenido por robar y herir a gente inocente. Ella no importa, la doble
moral heredada de los españoles, sí.
El resto de curiosos, contagiados por el síndrome del borrego, apoyan la
moción: ¡Demándelos por lesiones personales, no sea bobo! ¡Él sólo robó, no la
mató…! ¡Vea, devolvió el celular…! La
gente decente no hace justicia por mano
propia… Para eso está la justicia…! La
paliza y arengas consecuentes fueron
grabadas y subidas a las malditas redes sociales donde se inició un debate
estéril que duró dos días.
Los policías, antes de esposar al tipo, regañan a los hombres que
salvaron a la mujer: “Tienen que confiar en nojotros… pa’ eso somos la autorida…
¿Qué tal hubieran matado a este huevón? Se meten en un lío… ¡Piérdasen…!” Con rabia en los ojos se despiden de la mujer
y siguen su camino. Saben lo que va a
pasar…
El espectáculo concluye con los policías convenciendo a la mujer para no
denunciar el hecho: “Sumercé, casi terminamos turno y nos toca quedarnos
haciendo el papeleo quién sabe hasta qué hora... Además, su “chinito” está
solito en el apartamento... Mire, la herida es superficial… Un rasguñito… Y la
jueza que está de turno suelta a este “pirobo” en tres horas… Es medio
blandengue… Pa´ qué nos degastamos…
Igual, Sumercé recuperó sus cositas… Cuestión de cuidarse pa’ la pródxima,
vecina…”
Ella sube a un taxi y el
malhechor, apenas reponiéndose del susto, con las heridas latiendo, vacía sus bolsillos y entrega el producido del
día a la “autoridad.” Todo vuelve a la normalidad tres minutos después…
Le cuento lo sucedido al viejo Santafé, mientras bebo mi tercera cerveza,
la de irme. “Eso son maricadas, hermanito,” me dice. Y remata con una de sus
sentencias llenas de visceralidad y sabiduría coloquial: “Este es el país del ¡Cójanlo, Cójanlo…! ¡Suéltenlo,
suéltenlo…! Nada que hacer hermano. Acá
somos conchudos, tibios, hipócritas. El político que roba es elegido por las
personas a las que robó, el paramilitar o el guerrillo van al congreso después
de decir que están arrepentidos; y eso, porque ahora ya ni lo dicen… Que dizque
en la paz hay perdón y olvido… ¡Hágame el bendito favor! La esposa termina criándole los chinos a la
moza del marido cuando ésta los deja tirados… A los colombianos nos falta culo
pa’ pantalón de paño, poeta… No se le haga raro que el pícaro del que me contó,
mañana esté en ese puente atracando a uno de los que pidieron que no le “cascaran”
más… ¡Valientes pendejos tan falsos…! ¡Aquí lo que se necesita es darle rejo a
los necios, pa’ que afinen…!
Once en punto. Una jornada movida concluye, al menos para mí. Tengo que
madrugar a trabajar. Seis mil pesos es
la cuenta. Voy a pagar. Me doy cuenta
que no tengo la billetera. Me la robaron Transmilenio, fijo. Apenado, comento mi problema y Don Santafé,
socarrón, me lanza esta perla:
“Cancéleme mañana o el
sábado cuando venga con la patota. Si no me paga, les grito a los clientes:
¡Cójanlo, Cójanlo…! Y cuando me pague, después de romperle la jeta, les digo:
¡Suéltenlo, suéltenlo! En después, usté
sigue tomado y yo le vuelvo a fiar porque soy un soberano alcahueta… ¿Cómo la
ve usté que tiene gafas?”
Una sonrisa por ese apunte… Este viejo güevón me hizo la noche…
Plata, plomo, fuete... La historia de mi patria.
ResponderEliminarFloro Borras