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domingo, 1 de diciembre de 2013

LA NIÑA DE LA MIRADA PERDIDA Y CORBATAS ROJAS

LA NIÑA DE LA MIRADA PERDIDA
José Rafael Núñez Corona



Mención honorífica del «Concurso de Cuento Corto Latinoamericano» convocado por la Agenda Latinoamericana 2004, otorgado y publicado en la Agenda Latinoamericana 2005





Desde antes de la salida del sol, una mujer de origen haitiano corría velozmente por la calzada de una importante avenida de Santo Domingo, para colocarse en su puesto de trabajo antes que llegara el chinero o el vendedor de naranja, quien le estaba disputando ese puesto ubicado debajo de la escalera de concreto armado de un enorme puente peatonal que cruzaba la importante autopista Duarte de la ciudad de Santo Domingo, la haitiana llevaba consigo una niña de piel oscura igual que ella, colgada en un brazo casi guindando, mientras que en el otro llevaba un amplio cartón lamparazo y una vieja cartera muy maltratada.
Desde muy temprano procuraba colocarse en su puesto de trabajo debajo del enorme puente por donde pasaban millares de personas desde muy temprano, la mujer no era estudiada, con facilidad se podía determinar, además hablaba un pésimo español el cual nunca había estudiado, aunque lo hablaba con muchísima dificultad, pero parecía que tenía otros conocimientos que le eran más útiles, aunque estoy seguro de que tampoco los había estudiado, eran aspectos de la sociedad dominicana que le ayudaban a ejercer muy bien su trabajo, tales como: ubicarse en su puesto de trabajo mucho antes que los transeúntes estuvieran recorriendo las calles con sus recios pasos, y lo hacía con su única herramienta que tenía para laboral, la cual era la niña de la mirada perdida, una niña que aunque no era ciega lo aparentaba perfectamente, engañando así con suma facilidad a los que transitaban por el lugar, la niñita que no llegaba a los cinco años de edad era de origen haitiano al igual que la mujer que supuestamente la atendía, aunque parecía que no eran parientes una de la otra, por la forma abusiva que dicha señora sometía a esa pobre criatura, donde las duras jornadas de trabajo eran muy crueles, donde la niñita tenía que permanecer en un lugar fijo hasta más de quince horas corridas diariamente, que más que una jornada de trabajo yo diría que eran jornadas de torturas inmisericordes, porque la pobre haitianita tenía que aguantar aire, sol y sereno, donde tenía que simular muy pacientemente la ceguera que no existía en su vida, acostada siempre en el rústico suelo, encima de un cartón sucio y mal oliente, con su carita lánguida y afligida, mostrándola al público para que no se escapara de la culpa que tenía que pagar, por haber mirado un rostro que partía el alma en mil pedazos.
Esa pobre niña se tenía que mantener así en una misma posición casi por el día entero, como si estuviera frisada o petrificada, como si fuera una estatua negra hecha en honor a la esclavitud, y se mantenía así sin importar el fuerte sol que muchas veces hacía en aquel lugar, de aquellos días calientes de mi país tropical, y no eran pocas las veces que le rodaban las lágrimas por las mejillas sucias de polvo y humo, cayendo las lágrimas pintadas de negro en el asqueroso cartón, y todo por lo fuerte que le llegaban los rayos de sol, rayos que no tenían condolencia de nadie ni de nada, pero aun así ella se mantenía en su posición tranquilita, sufriendo con valor, día tras día, obligada claro está por su compatriota tutora que por cierto se veía fuerte y muy apta para trabajar, con esos músculos bien formados y con una juventud que aún no se había alejado de su vida, pero ella se sentía mejor, recolectando algunas monedas que la gente le lanzaba al caminar cuando se veían con el alma partida por haber observado de reojo a la haitianita que siempre daba compasión.
Pero esos pesos, que muchas veces rodaban por doquier, eran precisamente el más grande estímulo que tenía la fuerte mujer haitiana para no trabajar, por lo cual cada día ponía mucho más empeño en su fácil trabajo y mucho menos condolencia en la niñita que ella arrastraba hasta debajo del enorme puente peatonal, niña que muchas veces estaba llena de llagas contaminadas de humo de vehículo y polvo de la calle difícil de sanar, quizás no sanaba fácilmente por el duro sometimiento a esas jornadas de castigos, que eran sumamente abusivas, donde primero tenía que aguantar el fuerte frío de las madrugadas que le hacía temblar cruelmente a la intemperie, luego el fuerte sol de un país caribeño como el nuestro que le tostaba la tierna piel a muy alto grado de calor y por último otra jornada de frío en las noches de frías brisas sin contar todo el humo que tragaba, el polvo que respiraba, la lluvia que la empapaba y un sin número de cosas que pasaba la pobre niña de la mirada perdida sin tener doliente alguno.
Ciertamente que las crisis económicas de los países subdesarrollados son una calamidad muy triste de ver y más aun de vivir, ya que los sufrimientos de esos pueblos son inimaginables por los habitantes de los países desarrollados, por ejemplo, nuestro país desde que yo tengo conocimiento siempre ha estado muy mal económicamente, pero al momento de yo escribir estas líneas estaba en una situación que mas que caótica era una situación horrible y miserable, era un caos por donde quiera, según se decía, era la situación más difícil jamás vista en todos los tiempos de la historia republicana, no dicho por mí sino por las personas entendidas en la materia, pero sin embargo nuestro vecino país de Haití, dicho sea de paso, fue el primer país negro que supuestamente consiguió su libertad (digo supuestamente porque después de eso, me parece que han sido más esclavos que nunca), con el cual nosotros compartimos la isla de Santo Domingo o La Española, ellos en ese momento estaban mucho peor que nosotros, literalmente se estaban comiendo los unos con los otros, razón por la cual estaban emigrando en masas a nuestro territorio, aunque pasaran las mil y una dificultades en un suelo ajeno, por esa y otras razones que no interesa mencionar, en el país para ese entonces había más de un millón de haitianos viviendo de manera ilegal en la patria de Juan Pablo Duarte, representando este número casi el 15% de la población total, (por cierto, Duarte es el padre de nuestra patria y luchó precisamente contra una invasión haitiana en el 1844 y en esos años había una invasión mucho menor en número de haitianos que en el momento de yo escribir esto, pero aun así nadie decía nada y como si fuera poco las naciones “generosas” del área haciendo presiones para que entraran más haitianos, pero ellos no los aceptaban en su territorio), aunque es justo decir que un número semejante de dominicanos teníamos en la vecina isla de Puerto Rico que también llegaban allí de una forma ilegal, yéndose en yolas y en frágiles embarcaciones donde arriesgaban hasta sus vidas en el peligro de alta mar y en el muy espantoso canal de la mona, y lo hacían precisamente corriéndole a la difícil situación económica que nos habían sometidos durante mucho tiempo los políticos sin escrúpulos, sin moral y sin dignidad que siempre se habían olvidado de la agonía que sufría un pueblo desesperado.
Una noche de frías brisas en la cual no le había ido muy bien a la señora que recolectaba el dinero tirado por la gente a la niña de la mirada perdida, se le acercó un hombre de una forma extraña, pero ella no se dio cuenta de eso, ya que estaba recogido todo para irse, el cartón sucio y maloliente, su cartera donde guardaba los pesos de cobre que pesaban muchísimo y por supuesto a la gallina de los huevos de oro, perdón quise decir a la niña de la mirada perdida, la haitiana se disponía marchar a la parada de guagua (bus) para abordar la próxima que saliera, la cual le llevaría hasta el barrio donde tenía su casucha cobijada de zinc por toda parte, incluso las paredes eran de zinc, las ventanas selladas, sin baño o sanitario, sin ventilación alguna y con una sola puerta la cual también era de zinc, en si era sin comodidad alguna, entonces aquel hombre misterioso la detuvo repentinamente y totalmente inspirado, colocando una rodilla en el suelo y levantando su mano izquierda le recito lo siguiente:
Busco en mi trópico, un amor Caribe
Tan Caribe como la sangre, de mi raza aborigen,
Que tenga piel canela, resistente al fuerte sol,
Y que como en jícara, casabi de mi corazón.
Que coseche en mi conuco, versos de mi Quisqueya,
Y que siembre para siempre, amor de primavera,
Que en mi canoa de caoba, visite a Guanahani,
Y con una flor cacatica en las manos, salude la bella Haití.
Que se acuerde de Caonabo, junto a su hermosa Anacaona,
Y se arrope con el pasado, de Enriquillo allá en la loma,
Que baile mis areitos, tocando sus maracas,
Y dando sus pasitos, observe a la hermosa Habana.
Que conozca los caciques, las tribus y los bohíos,
Porque de lo contrario, no sabrá de lo que digo:
Recuerdos que están volando, como el espíritu taino,
Y que nunca volverán, a formar sus grandes tribus,
Tribus que desaparecieron, junto con su honor,
Y solo han quedado, tristeza, sangre y dolor,
Dolor que nadie ha sentido, porque su raza se ha extinguido,
Y el hombre blanco no sabe, porque aún se escucha el gemido.


La haitiana con la tanta prisa que tenía no puso la más mínima atención a lo que el hombre totalmente inspirado le había recitado, además no entendía la mayoría de palabras que él pronunció en un tono muy varonil y poético, por lo tanto continuó su camino como si nada había pasado, mientras que el hombre se quedó totalmente desilusionado, con el rostro demacrado y el corazón hecho pedazos.

Lo cierto es que estos paisitos subdesarrollados han estado pasando el Niágara en bicicleta y además de eso, para colmo de males, a mitad del camino se les rompió la cadena y no precisamente la cadena de la esclavitud que han tenido desde hace mucho tiempo, sino la cadena de la mencionada bicicleta. Aunque pensándolo bien estos paisitos del tercer mundo no son de un todo subdesarrollados, creo que son subdesarrollados en algunas cosas solamente, porque en otras son muy desarrollados, yo diría que demasiado, por ejemplo: en la corrupción ahí ellos son master  en la corrupción a todos los niveles, también en la injusticia social y económica ahí es que ellos son número uno, en defender los intereses de los países poderosos por encima de los intereses suyos, ahí es que ellos son expertos de verdad y mejor no sigo con esto, porque creo que me irán a censurar el cuento este.
Volviendo a lo nuestro, la niñita aquella la cual tenía la mirada perdida, a pesar de todo lo que le he contado, no se sentía mal ni mucho menos, de lo contrario se sentía muy feliz con su crítico estilo de vida a la cual estaba siendo sometida, no porque le gustara el sufrimiento, sino porque su instinto infantil le aseguraba que en su patria natal (Haití) las cosas estaban mucho peor, pero la verdad era que ella prefería mil veces seguir haciendo el papel de ciega y no volver a un país que estaba muriendo poco a poco, aunque estaba consciente de que era muy crítico su estilo de vida y totalmente abusivo, pero le juro que nunca se quejaba, total no tenía con quién quejarse, porque para esos asuntos tan sencillos no hay naciones unidas, ni derechos humanos, ni nada de esas pendejadas (en si las Naciones Unidas no pueden resolver asuntos tan particulares, ni problemas de naciones tan sencillos como esos, sino problemas realmente serios, problemas de estados, por lo tanto yo creo que debería cambiar de nombre y en vez de llamarse Naciones Unidas, llamarse Estados Unidos y para que no haya confusión con el generoso país del norte, le quedaría mejor Estados Unidos II, o Estados Unidos parte atrás.)
Ahora bien amigo lector, que usted cree que esa niña la cual no tenía culpa de haber nacido en una nación tan pobre como Haití estaba siendo sometida a ese maldito estilo de vida sencillamente por la cruel mujer haitiana que supuestamente la atendía y que estoy seguro no era familia de ella, claro que no, sino por un mundo lleno de injusticias, un mundo lleno de entupidas fronteras que sólo existen para someter a los paisitos subdesarrollados a perpetuas esclavitudes, donde los amos (entiéndase los países desarrollados) se desplazan sin ningún problema de aquí para allá y de allá para acá, para donde ellos quieran, sin ningunas restricciones, mientras que los esclavos (entiéndase los países subdesarrollados) no pueden moverse ni de aquí allí, ni a una esquina de su casa, quizás por las horribles cadenas que le arrastran desde hace mucho tiempo, sin encontrar formar de zafarse de ellas y que le aprietan fuertemente los pies para que estos países se sostengan por si solos. Porque en sí la esclavitud nunca ha dejado de existir, sino que le cambiaron el nombre por otro que sonara más lindo y que no estuviera muy pronunciado, pues la esclavitud ahora no es como era antes dos siglos atrás, cuando se llamaba abiertamente esclavitud, sino que su nombre ahora es mucho más sofisticado y mucho más democrático (subdesarrollo), ahora el sistema de esclavitud es mejor para los amos, porque los esclavos están bien lejos de las casas de los amos, para que no le hiedan a ellos, sí amigo lector, bien lejos, o mejor dicho botado en una finca personal de los queridos y muy generosos amos, donde allí ellos ponen un cruel capataz que en el inicio de su gestión como capataz es muy querido por los esclavos quienes democráticamente lo escogen entre ellos mismos, pero en sí solo es un títere del querido amo y un hombre por supuesto de su plena confianza (entiendas cualquier presidente de un país subdesarrollado) quien está comprometido a mandarles sin ningún problema casi todos los frutos que producen los malditos esclavos (así nos llaman los queridos amos) y el capataz, que casi siempre al poco tiempo se convierte en un indeseable para los esclavos que en sí lo eligieron, siempre recibe algunos beneficios que los amos por su indudable generosidad le permiten coger, pero que los incrédulos esclavos casi siempre dicen que es producto de la corrupción.
La niña aparentemente estaba dispuesta a quedarse estática, justamente debajo del enorme puente peatonal donde la atendía la mujer haitiana, consciente de su horrible miseria que día a día aumentaba a pesar de las moneditas que le lanzaban los amigos muy generosos que la veían sufrir, ciertamente habían muchos de los que pasaban por su lado que podían tomarla de la mano y brindarle la oportunidad de que ella estudiara, creciera y adquiriera conciencia plena del futuro que tenía que enfrentar, pero no era así, y la niña que aún tenía la mirada perdida seguía padeciendo de frío, hambre y dolor, esa niña aún estaba rodando debajo de ese enorme puente peatonal, en sí mi amigo lector, esa no era, ni tampoco es una niña cualquiera, porque no es de carne y hueso como usted puede pensar, porque no es humana, porque en sí, sólo es un retrato de un pueblo hermano, de un país vecino, de una patria descuartizada por las diferentes potencias que devastaron todo lo que había en sus pechos bien formados y que ahora está pidiendo una mano amiga en medio un continente tan generoso y tan bueno como el nuestro, América para los americanos, esa niña lleva por nombre Haití la infeliz.






CORBATAS ROJAS
Por: Javier Barrera Lugo


Cotidiano sentir el ahogo cuando el despertador
Indica que el período de evasión,
La vida paralela, debe darle paso a la responsabilidad.
Las mismas sábanas azules conservan aún la esencia
De aquella mujer sin nombre  que conozco hace tanto,
 Ojos grandes, leves ronquidos enredados en el quicio de la puerta.
Alguna vez el amor dio paso a la manía
Y ahora nos alternamos el tendido de la cama
En silencio absoluto, pensando más de la cuenta.
Soy un huérfano que observa naufragios sin asombro
Y marcha entre la hilera de despedidas genéricas
Que ella otorga sin parpadearo sonreír.
Mi espíritu, en soledad, se vuelve una mariposa anaranjada
Que trituran los engranajes de las máquinas
Y sobrevive instantes apenas
Para mirar las luminarias del cuarto
Donde reposan cada noche mis restos
Hasta el día siguiente cuando vuelvo a despertar
Y ya no tengo que tender la cama porque no es mi turno
Y voy hasta la cómoda a buscar las corbatas rojas
Con las que me disfrazo sin llamar la atención de mis enemigos.
A veces traiciono la obviedad
De los anhelos vampiros,
Escribo con fuego mi nombre en el océano,
No hago la maldita fila en el supermercado
Cuando salen las promociones de champú
Y todos se matan buscando su parte del botín.
Paliativos inútiles, vituallas que engrandecen
El suplicio de una cena a la que me hago invitar
De mala manera y nadie reprocha,
La cotidianidad se volvió sendero redundante,
Tranquilidad es igual a miseria
En un planeta que no se detiene.
“Corre, corre y acostúmbrate”, me dice ella aséptica,
Las corbatas rojas están sucias pero aguantan otra postura
Antes de lavarlas, usarlas y sufrirlas de nuevo.
El tiempo de deleitarse repitiendo por placer
Que no estamos caminando en círculos por el infierno

Se quemó en los ojos de un dragón.

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