LA NIÑA DE LA MIRADA PERDIDA
José Rafael Núñez Corona
Mención
honorífica del «Concurso de Cuento Corto Latinoamericano» convocado por la Agenda
Latinoamericana 2004, otorgado y publicado
en la Agenda
Latinoamericana 2005
Desde antes de la salida del sol, una mujer
de origen haitiano corría velozmente por la calzada de una importante avenida
de Santo Domingo, para colocarse en su puesto de trabajo antes que llegara el
chinero o el vendedor de naranja, quien le estaba disputando ese puesto ubicado
debajo de la escalera de concreto armado de un enorme puente peatonal que
cruzaba la importante autopista Duarte de la ciudad de Santo Domingo, la
haitiana llevaba consigo una niña de piel oscura igual que ella, colgada en un
brazo casi guindando, mientras que en el otro llevaba un amplio cartón
lamparazo y una vieja cartera muy maltratada.
Desde muy temprano procuraba colocarse en su
puesto de trabajo debajo del enorme puente por donde pasaban millares de
personas desde muy temprano, la mujer no era estudiada, con facilidad se podía
determinar, además hablaba un pésimo español el cual nunca había estudiado,
aunque lo hablaba con muchísima dificultad, pero parecía que tenía otros
conocimientos que le eran más útiles, aunque estoy seguro de que tampoco los
había estudiado, eran aspectos de la sociedad dominicana que le ayudaban a
ejercer muy bien su trabajo, tales como: ubicarse en su puesto de trabajo mucho
antes que los transeúntes estuvieran recorriendo las calles con sus recios
pasos, y lo hacía con su única herramienta que tenía para laboral, la cual era
la niña de la mirada perdida, una niña que aunque no era ciega lo aparentaba
perfectamente, engañando así con suma facilidad a los que transitaban por el
lugar, la niñita que no llegaba a los cinco años de edad era de origen haitiano
al igual que la mujer que supuestamente la atendía, aunque parecía que no eran
parientes una de la otra, por la forma abusiva que dicha señora sometía a esa
pobre criatura, donde las duras jornadas de trabajo eran muy crueles, donde la
niñita tenía que permanecer en un lugar fijo hasta más de quince horas corridas
diariamente, que más que una jornada de trabajo yo diría que eran jornadas de
torturas inmisericordes, porque la pobre haitianita tenía que aguantar aire,
sol y sereno, donde tenía que simular muy pacientemente la ceguera que no
existía en su vida, acostada siempre en el rústico suelo, encima de un cartón
sucio y mal oliente, con su carita lánguida y afligida, mostrándola al público
para que no se escapara de la culpa que tenía que pagar, por haber mirado un
rostro que partía el alma en mil pedazos.
Esa pobre niña se tenía que mantener así en
una misma posición casi por el día entero, como si estuviera frisada o
petrificada, como si fuera una estatua negra hecha en honor a la esclavitud, y
se mantenía así sin importar el fuerte sol que muchas veces hacía en aquel
lugar, de aquellos días calientes de mi país tropical, y no eran pocas las
veces que le rodaban las lágrimas por las mejillas sucias de polvo y humo,
cayendo las lágrimas pintadas de negro en el asqueroso cartón, y todo por lo
fuerte que le llegaban los rayos de sol, rayos que no tenían condolencia de
nadie ni de nada, pero aun así ella se mantenía en su posición tranquilita,
sufriendo con valor, día tras día, obligada claro está por su compatriota tutora
que por cierto se veía fuerte y muy apta para trabajar, con esos músculos bien
formados y con una juventud que aún no se había alejado de su vida, pero ella
se sentía mejor, recolectando algunas monedas que la gente le lanzaba al
caminar cuando se veían con el alma partida por haber observado de reojo a la
haitianita que siempre daba compasión.
Pero esos pesos, que muchas veces rodaban por
doquier, eran precisamente el más grande estímulo que tenía la fuerte mujer
haitiana para no trabajar, por lo cual cada día ponía mucho más empeño en su
fácil trabajo y mucho menos condolencia en la niñita que ella arrastraba hasta
debajo del enorme puente peatonal, niña que muchas veces estaba llena de llagas
contaminadas de humo de vehículo y polvo de la calle difícil de sanar, quizás
no sanaba fácilmente por el duro sometimiento a esas jornadas de castigos, que
eran sumamente abusivas, donde primero tenía que aguantar el fuerte frío de las
madrugadas que le hacía temblar cruelmente a la intemperie, luego el fuerte sol
de un país caribeño como el nuestro que le tostaba la tierna piel a muy alto
grado de calor y por último otra jornada de frío en las noches de frías brisas
sin contar todo el humo que tragaba, el polvo que respiraba, la lluvia que la
empapaba y un sin número de cosas que pasaba la pobre niña de la mirada perdida
sin tener doliente alguno.
Ciertamente que las crisis económicas de los
países subdesarrollados son una calamidad muy triste de ver y más aun de vivir,
ya que los sufrimientos de esos pueblos son inimaginables por los habitantes de
los países desarrollados, por ejemplo, nuestro país desde que yo tengo
conocimiento siempre ha estado muy mal económicamente, pero al momento de yo
escribir estas líneas estaba en una situación que mas que caótica era una
situación horrible y miserable, era un caos por donde quiera, según se decía,
era la situación más difícil jamás vista en todos los tiempos de la historia
republicana, no dicho por mí sino por las personas entendidas en la materia,
pero sin embargo nuestro vecino país de Haití, dicho sea de paso, fue el primer
país negro que supuestamente consiguió su libertad (digo supuestamente porque
después de eso, me parece que han sido más esclavos que nunca), con el cual
nosotros compartimos la isla de Santo Domingo o La Española, ellos en ese
momento estaban mucho peor que nosotros, literalmente se estaban comiendo los
unos con los otros, razón por la cual estaban emigrando en masas a nuestro
territorio, aunque pasaran las mil y una dificultades en un suelo ajeno, por
esa y otras razones que no interesa mencionar, en el país para ese entonces
había más de un millón de haitianos viviendo de manera ilegal en la patria de
Juan Pablo Duarte, representando este número casi el 15% de la población total,
(por cierto, Duarte es el padre de nuestra patria y luchó precisamente contra
una invasión haitiana en el 1844 y en esos años había una invasión mucho menor
en número de haitianos que en el momento de yo escribir esto, pero aun así
nadie decía nada y como si fuera poco las naciones “generosas” del área
haciendo presiones para que entraran más haitianos, pero ellos no los aceptaban
en su territorio), aunque es justo decir que un número semejante de dominicanos
teníamos en la vecina isla de Puerto Rico que también llegaban allí de una
forma ilegal, yéndose en yolas y en frágiles embarcaciones donde arriesgaban
hasta sus vidas en el peligro de alta mar y en el muy espantoso canal de la
mona, y lo hacían precisamente corriéndole a la difícil situación económica que
nos habían sometidos durante mucho tiempo los políticos sin escrúpulos, sin
moral y sin dignidad que siempre se habían olvidado de la agonía que sufría un
pueblo desesperado.
Una noche de frías brisas en la cual no le
había ido muy bien a la señora que recolectaba el dinero tirado por la gente a
la niña de la mirada perdida, se le acercó un hombre de una forma extraña, pero
ella no se dio cuenta de eso, ya que estaba recogido todo para irse, el cartón
sucio y maloliente, su cartera donde guardaba los pesos de cobre que pesaban
muchísimo y por supuesto a la gallina de los huevos de oro, perdón quise decir
a la niña de la mirada perdida, la haitiana se disponía marchar a la parada de
guagua (bus) para abordar la próxima que saliera, la cual le llevaría hasta el
barrio donde tenía su casucha cobijada de zinc por toda parte, incluso las
paredes eran de zinc, las ventanas selladas, sin baño o sanitario, sin
ventilación alguna y con una sola puerta la cual también era de zinc, en si era
sin comodidad alguna, entonces aquel hombre misterioso la detuvo repentinamente
y totalmente inspirado, colocando una rodilla en el suelo y levantando su mano
izquierda le recito lo siguiente:
Busco en mi trópico, un
amor Caribe
Tan Caribe como la sangre,
de mi raza aborigen,
Que tenga piel canela,
resistente al fuerte sol,
Y que como en jícara,
casabi de mi corazón.
Que coseche en mi conuco,
versos de mi Quisqueya,
Y que siembre para
siempre, amor de primavera,
Que en mi canoa de caoba,
visite a Guanahani,
Y con una flor cacatica en
las manos, salude la bella Haití.
Que se acuerde de Caonabo,
junto a su hermosa Anacaona,
Y se arrope con el pasado,
de Enriquillo allá en la loma,
Que baile mis areitos,
tocando sus maracas,
Y dando sus pasitos,
observe a la hermosa Habana.
Que conozca los caciques,
las tribus y los bohíos,
Porque de lo contrario, no
sabrá de lo que digo:
Recuerdos que están
volando, como el espíritu taino,
Y que nunca volverán, a
formar sus grandes tribus,
Tribus que desaparecieron,
junto con su honor,
Y solo han quedado,
tristeza, sangre y dolor,
Dolor que nadie ha
sentido, porque su raza se ha extinguido,
Y el hombre blanco no
sabe, porque aún se escucha el gemido.
La haitiana con la tanta prisa que tenía no puso la más mínima
atención a lo que el hombre totalmente inspirado le había recitado, además no
entendía la mayoría de palabras que él pronunció en un tono muy varonil y
poético, por lo tanto continuó su camino como si nada había pasado, mientras
que el hombre se quedó totalmente desilusionado, con el rostro demacrado y el
corazón hecho pedazos.
Lo cierto es que estos paisitos subdesarrollados han estado
pasando el Niágara en bicicleta y además de eso, para colmo de males, a mitad
del camino se les rompió la cadena y no precisamente la cadena de la esclavitud
que han tenido desde hace mucho tiempo, sino la cadena de la mencionada
bicicleta. Aunque pensándolo bien estos paisitos del tercer mundo no son de un
todo subdesarrollados, creo que son subdesarrollados en algunas cosas
solamente, porque en otras son muy desarrollados, yo diría que demasiado, por
ejemplo: en la corrupción ahí ellos son master en la corrupción a todos los niveles, también
en la injusticia social y económica ahí es que ellos son número uno, en
defender los intereses de los países poderosos por encima de los intereses
suyos, ahí es que ellos son expertos de verdad y mejor no sigo con esto, porque
creo que me irán a censurar el cuento este.
Volviendo a lo nuestro, la niñita aquella la
cual tenía la mirada perdida, a pesar de todo lo que le he contado, no se
sentía mal ni mucho menos, de lo contrario se sentía muy feliz con su crítico
estilo de vida a la cual estaba siendo sometida, no porque le gustara el
sufrimiento, sino porque su instinto infantil le aseguraba que en su patria
natal (Haití) las cosas estaban mucho peor, pero la verdad era que ella
prefería mil veces seguir haciendo el papel de ciega y no volver a un país que
estaba muriendo poco a poco, aunque estaba consciente de que era muy crítico su
estilo de vida y totalmente abusivo, pero le juro que nunca se quejaba, total
no tenía con quién quejarse, porque para esos asuntos tan sencillos no hay
naciones unidas, ni derechos humanos, ni nada de esas pendejadas (en
si las Naciones Unidas no pueden resolver asuntos tan particulares, ni
problemas de naciones tan sencillos como esos, sino problemas realmente serios,
problemas de estados, por lo tanto yo creo que debería cambiar de nombre y en
vez de llamarse Naciones Unidas, llamarse Estados Unidos y para que no haya
confusión con el generoso país del norte, le quedaría mejor Estados Unidos II,
o Estados Unidos parte atrás.)
Ahora bien amigo lector, que usted cree que
esa niña la cual no tenía culpa de haber nacido en una nación tan pobre como
Haití estaba siendo sometida a ese maldito estilo de vida sencillamente por la
cruel mujer haitiana que supuestamente la atendía y que estoy seguro no era
familia de ella, claro que no, sino por un mundo lleno de injusticias, un mundo
lleno de entupidas fronteras que sólo existen para someter a los paisitos subdesarrollados
a perpetuas esclavitudes, donde los amos (entiéndase los países desarrollados) se desplazan sin ningún problema de
aquí para allá y de allá para acá, para donde ellos quieran, sin ningunas
restricciones, mientras que los esclavos (entiéndase los países
subdesarrollados) no
pueden moverse ni de aquí allí, ni a una esquina de su casa, quizás por las
horribles cadenas que le arrastran desde hace mucho tiempo, sin encontrar
formar de zafarse de ellas y que le aprietan fuertemente los pies para que estos
países se sostengan por si solos. Porque en sí la esclavitud nunca ha dejado de
existir, sino que le cambiaron el nombre por otro que sonara más lindo y que no
estuviera muy pronunciado, pues la esclavitud ahora no es como era antes dos
siglos atrás, cuando se llamaba abiertamente esclavitud, sino que su nombre
ahora es mucho más sofisticado y mucho más democrático (subdesarrollo), ahora
el sistema de esclavitud es mejor para los amos, porque los esclavos están bien
lejos de las casas de los amos, para que no le hiedan a ellos, sí amigo lector,
bien lejos, o mejor dicho botado en una finca personal de los queridos y muy
generosos amos, donde allí ellos ponen un cruel capataz que en el inicio de su
gestión como capataz es muy querido por los esclavos quienes democráticamente
lo escogen entre ellos mismos, pero en sí solo es un títere del querido amo y
un hombre por supuesto de su plena confianza (entiendas cualquier presidente de un
país subdesarrollado) quien
está comprometido a mandarles sin ningún problema casi todos los frutos que
producen los malditos esclavos (así nos llaman los queridos amos) y el capataz, que casi siempre al poco
tiempo se convierte en un indeseable para los esclavos que en sí lo eligieron,
siempre recibe algunos beneficios que los amos por su indudable generosidad le
permiten coger, pero que los incrédulos esclavos casi siempre dicen que es
producto de la corrupción.
La niña aparentemente estaba dispuesta a
quedarse estática, justamente debajo del enorme puente peatonal donde la atendía
la mujer haitiana, consciente de su horrible miseria que día a día aumentaba a
pesar de las moneditas que le lanzaban los amigos muy generosos que la veían
sufrir, ciertamente habían muchos de los que pasaban por su lado que podían
tomarla de la mano y brindarle la oportunidad de que ella estudiara, creciera y
adquiriera conciencia plena del futuro que tenía que enfrentar, pero no era
así, y la niña que aún tenía la mirada perdida seguía padeciendo de frío,
hambre y dolor, esa niña aún estaba rodando debajo de ese enorme puente
peatonal, en sí mi amigo lector, esa no era, ni tampoco es una niña cualquiera,
porque no es de carne y hueso como usted puede pensar, porque no es humana,
porque en sí, sólo es un retrato de un pueblo hermano, de un país vecino, de
una patria descuartizada por las diferentes potencias que devastaron todo lo
que había en sus pechos bien formados y que ahora está pidiendo una mano amiga
en medio un continente tan generoso y tan bueno como el nuestro, América para
los americanos, esa niña lleva por nombre Haití la infeliz.
CORBATAS ROJAS
Por: Javier Barrera Lugo
Cotidiano sentir el
ahogo cuando el despertador
Indica que el
período de evasión,
La vida paralela,
debe darle paso a la responsabilidad.
Las mismas sábanas azules
conservan aún la esencia
De aquella mujer
sin nombre que conozco hace tanto,
Ojos grandes, leves ronquidos enredados en el
quicio de la puerta.
Alguna vez el amor
dio paso a la manía
Y ahora nos alternamos el
tendido de la cama
En silencio
absoluto, pensando más de la cuenta.
Soy un huérfano que
observa naufragios sin asombro
Y marcha entre la
hilera de despedidas genéricas
Que ella otorga sin
parpadearo sonreír.
Mi espíritu, en
soledad, se vuelve una mariposa anaranjada
Que trituran los
engranajes de las máquinas
Y sobrevive
instantes apenas
Para mirar las
luminarias del cuarto
Donde reposan cada
noche mis restos
Hasta el día
siguiente cuando vuelvo a despertar
Y ya no tengo que
tender la cama porque no es mi turno
Y voy hasta la
cómoda a buscar las corbatas rojas
Con las que me
disfrazo sin llamar la atención de mis enemigos.
A veces traiciono
la obviedad
De los anhelos
vampiros,
Escribo con fuego
mi nombre en el océano,
No hago la maldita
fila en el supermercado
Cuando salen las
promociones de champú
Y todos se matan
buscando su parte del botín.
Paliativos
inútiles, vituallas que engrandecen
El suplicio de una
cena a la que me hago invitar
De mala manera y
nadie reprocha,
La cotidianidad se
volvió sendero redundante,
Tranquilidad es
igual a miseria
En un planeta que
no se detiene.
“Corre, corre y
acostúmbrate”, me dice ella aséptica,
Las corbatas rojas
están sucias pero aguantan otra postura
Antes de lavarlas,
usarlas y sufrirlas de nuevo.
El tiempo de
deleitarse repitiendo por placer
Que no estamos
caminando en círculos por el infierno
Se quemó en los
ojos de un dragón.
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