La literatura, la buena
literatura, debe mover y conmover, hacerse palpable no para juzgar, sino para
servir al propósito vital de la redención que escritor y lector buscan.
Jeyson Neil Linares es un novel creador
que hace sus primeros rasguños al mundo de las letras para leer. Aceptó la
invitación de Idiota Inútil para dejarnos conocer algo de su trabajo… Y a fe que nos sorprendió.
El relato que nos presenta se llama
“Vidas sin propósito,” y Claudia es el nombre de su protagonista. Protagonismo
que comparte con el narrador, un hombre que lucha por lograr la redención (que
al inicio de esta nota reseñamos y que tan jodida es de alcanzar) y lo único
que pretende es mostrarnos la inmortalidad como el resultado obtenido tras
lustrar contra el pavimento las buenas acciones, la limpieza de pensamiento, la
lucha contra nuestros demonios.
¡Bienvenido a las letras
formales, J! Este oficio es arduo, hermoso, sensual y frío como el cuchillo que
nos clava una amante esquizoide después del sexo. La labor de escribir es la
gran adicción de los dioses.
Entrego una reflexión final a esta
introducción, dedicada al autor, y proporcionada por Miguel Matamoros, el gran
músico y letrista cubano, a través de su bolero Lágrimas Negras. La siento como un llamado para esa voz del alma
femenina que el autor nos describe en su texto:
Aunque tú
me has echado en el abandono
Aunque tú
Aunque tú
has muerto todas mis ilusiones
En vez de maldecirte
con justo encono
en mis sueños te colmo
en mis sueños te colmo
en mis sueños te colmo
de bendiciones.
de bendiciones.
VIDAS
SIN PROPÓSITO
Por:
Jeyson Neil Linares
Son las cinco de la tarde y
termino mi día en la empresa donde trabajo, aunque desde las dos no tengo nada
que hacer, sólo revisar mi celular (que por cierto ya es hora de cambiar la
pantalla rota dañada en mi última borrachera).
Lo reviso para encontrarme con algún mensaje o llamada perdida que no
escuché mientras mi pensamiento solo divaga en otro lugar.
Definitivamente hay una persona en la
que no puedo dejar de pensar. Trato de entender por qué la vida se ha empeñado
en atarle más tristezas que alegrías, sin darle espacio para disfrutar la
nobleza de su soledad.
No tengo plata para el transporte y sin que
exista una segunda opción, tengo que caminar hasta mi casa, poco más de doce kilómetros llenos de polvo y
ruido de camiones pesados, por alguna calle 13 de esta ciudad capital. Este es
el escenario perfecto para distraer mi mente con la misma persona que he venido
observando desde hace días.
Como decía, tengo un marchito celular
que está a punto de agotar las últimas fuerzas de batería y eso permitirá perder
por completo los pies de este mundo, pues asi no tendré que contestar la
llamada de mi pareja para recordarme que aunque sea viernes y mis amigos estén
cerca del aeropuerto con una cerveza fría sobre la mesa, ella también me espera
para tomar un chocolate y unos panes con mantequilla. También me salvo de
contestarle a don Jorge, el señor del arriendo con quien no quisiera hablar aun
teniendo toda la batería de mi teléfono.
Comienzo a caminar y una pequeña gota
cae sobre mi rostro, lo que acelera mi paso porque aunque todo me importe una
mierda, tampoco me voy a pegar una lavada pensando en esa mujer. Ella es linda,
de ojos claros, con pocas cejas, pelo teñido y nariz aguileña marcada por los
desgastes. A pesar de ser joven, treinta y tantos años que no quiero precisar,
sólo tuvo la oportunidad de hacer hasta segundo de primaria, pero eso no fue
impedimento para que su inteligencia adoptara una postura rígida para saber
tomar decisiones, algo necesario hoy en día cuando los pecados y las
tentaciones están a la vuelta de la esquina. Incluso es más necesario que ser
un profesional metido en un mundo de apariencias buscando aparentar ser el
modelo perfecto de la familia.
Muy joven quedo embarazada en dos ocasiones, un niño y una niña, obra de algún
obrero de la finca que administraba su padre, un viejo del cincuenta que
trabajaba muy duro para gastarse el jornal en la cancha de tejo de Marina; el
mismo que corrió a balazos a aquel obrero por haberse metido con la más bella
de sus cuatro hijas. Eso sí, aunque quedaba debiendo en la tienda siempre
llenaba de alimento los estantes de su casa, “todo podrá ser mi papá, pero
nunca pasamos hambre en la casa,” dice Claudia, que es el nombre de quien no
dejo de pensar. Su tercera y última hija es fruto de una relación que comenzó
mucho después de todas las vivencias que tuvo que pasar; última porque durante
su parto aprovechó para cerrar por siempre la visita de la cigüeña.
Con el padre de esta pequeña de tres
años es con quien vive y pasa la vida en una rutina diaria a la que no
encuentro explicación y por la que no paro de preguntarme el propósito de esta
mujer en el mundo.
Su esposo en ocasiones pierde el hilo causándole
tristezas, ayudado por el licor. Pareciera que esta adicción quisiera
atormentarle la vida hasta el último día de su existencia Ella, por medio de
todos los seres que ama profundamente y de los que más espera una retribución,
termina sufriendo. Tengo que aceptar que en sus cabales, el mancito intenta remediar los males que
ha hecho porque sabe que a pesar de la diferencia
de edad de ella sobre él, nunca podrá encontrar un ser tan noble, generoso y
necesario en su vida.
Y cómo no admirar a una persona que
todos los días desprende sus ojos del sueño para muy temprano cumplir con su
trabajo en una pequeña panadería de Fontibón donde, si no fuera por sus limpias
manos, nada funcionaria a la perfección. Las pocas veces que estado allí me doy
cuenta que es Claudia el eje principal de este negocio, sabe muy bien de cocina
porque aparte de ayudar a su papá en el cafetal, nunca ha parado de madrugar a
cocinar. Antes lo hacía para los obreros, hoy lo hace para su familia, su
hogar.
¿Cómo es posible que una mujer que tiene
que madrugar a trabajar tenga que levantarse antes para dejar listo el desayuno
y el almuerzo de su casa? Seguramente habrá otras hermosas mujeres que están en
este mundo con el propósito de servir y servir a otras personas.
A Claudia no le gusta el queso porque
estuvo trabajando durante 4 años en una quesera ubicada en una vereda del
municipio de San Francisco Cundinamarca, escuchando vallenatos viejos para
consolar a su cuñado porque una de sus hermanas estaba a punto de olvidarlo. Mientras
trabajó allí, su anterior marido aprovechaba para deleitar a las jovencitas del
pueblo en la misma cama donde dormían, en la misma en la que muchas veces se
burló de ella por ser una humilde campesina.
A parte de vivir situaciones que no
correspondían a su edad, tuvo que aguantar las envidias de su propia sangre,
cuando en una ocasión su padre recibió por herencia ciertas tierras y dinero
que fue manchado por brujerías al haber sido el elegido para recibir esta ayuda,
que se suponía los sacaría de la pobreza y los terminó hundiendo en maleficios que
hicieron daño en el seno de su hogar y que otros fueran quienes recibieran
dicha herencia.
Pero, ¿por qué ella? ¿No fue suficiente
que su ex marido fuera un mujeriego que se burlaba de su humildad? No, es la
respuesta. Parece que nuevamente había algo en esta dimensión que quería
ensañarse contra ella, tanto así que hasta el día de hoy sufre las secuelas de
esa magia negra que abunda en los corazones malos e insatisfechos.
Así podría recitar y contar muchas
historias sobre esta mujer y en todas el factor común siempre será ¿por qué
ella? ¿Por qué una persona que tiene tantas cosas buenas para dar termina
siendo la pagana de errores de otros? ¿Por qué una persona que deposita su
confianza y toda su fe en una iglesia que pertenece a muchos, pero es de Dios,
es el cero a la izquierda de esta ecuación?
Tuvo que haber sido muy mala en su vida
pasada para soportar tanto. Ya estoy atravesando el último semáforo de mi
caminata y me cruzo con un viejo amigo de la infancia, ese que siempre supo
hacer reír a todo el salón burlando a la profesora de filosofía. Sin perder su
gracia me hace quitar del rostro el odio que se carga en mi pensamiento, me
cuenta un par de cosas de su vida y se despide rápidamente diciendo: ¡Papi,
todos tenemos un propósito en la vida!
Y lamentablemente sí, concluyo. Termino
los últimos pasos y me doy cuenta que estoy rodeado de personas diferentes,
cada uno con una misión particular, algunos para hacer reír, otros para llorar,
otros se encargan de soportar, de cumplir y hacer más fácil la vida del otro,
de amargar, de liderar...
Sólo quiero entrar a mi casa, comer el
chocolate que me está esperando, que sin duda no es más delicioso que aquella
cerveza que desprecie, pero por algo estoy aquí. Quiero escribir el libreto de
mi vida, encontrar mi propósito para hacer mi papel como debe ser y poder hacer
diferente la vida de mi esposa Claudia.
*Todos los derechos reservados Jeyson
Neil Linares 2018
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